Jorge Ramos. EL NUEVO HERALD
Aquí
en Miami matan a Fidel Castro varias veces al año. Hace un par de semanas oí
que se había muerto, alguien tuiteó que había soldados resguardando las calles
de La Habana y, como siempre ocurre, a los pocos días Fidel reapareció (en este
caso, en una fotografía con una de las hijas de Hugo Chávez). Como dice la
canción, no estaba muerto, andaba de parranda. Ya perdí la cuenta de las veces
que lo han declarado muerto.
No
es ningún secreto que muchos medios de comunicación en Estados Unidos ya tienen
listo el obituario y sus planes de cobertura cuando muera el dictador de 87
años de edad. La sospecha es que no podrá existir castrismo sin Fidel y que,
tras su muerte, habrá una inevitable apertura democrática en la isla. Pero eso
no es seguro. Muchos creían que no habría chavismo sin Chávez y Nicolás Maduro
ha demostrado que sí es posible (aunque se lleve a Venezuela a la ruina y al
despotismo).
Fidel,
su hermano Raúl y su experimento mueren en cámara lenta. El capitalismo poco a
poco se ha colado en la isla. Sus habitantes, por fin, pueden salir si
consiguen una visa. Y por más que la dictadura intente bloquear la internet,
las redes sociales y las señales de televisión, el ingenio de los cubanos se
impone sobre las absurdas prohibiciones.
La
verdad es que desde hace 20 años el régimen cubano ha estado buscando la manera
de que el mundo los reconozca como legítimos. Pero no es fácil. Una dictadura es
una dictadura.
Tras
la desintegración de la Unión Soviética en 1991 a los hermanitos Castro se les
movió el piso. Y hay pruebas de que ya en 1994 buscaron acercarse a Estados
Unidos para normalizar relaciones. Checoslovaquia, Polonia y varios países de
la órbita soviética habían dejado atrás su totalitarismo comunista. Y el
siguiente en caer, se suponía, era Cuba.
En
una comida en la casa del escritor William Styron en Martha’s Vineyard,
Massachussetts, en septiembre de 1994 el presidente Bill Clinton resistió la
presión del propio Styron, del escritor mexicano Carlos Fuentes y del Nobel
colombiano Gabriel García Márquez para restablecer relaciones con Cuba, según
recordó en un artículo para The New York Times el productor de cine Harvey
Weinstein, quien también estuvo en el almuerzo. Clinton no cedió.
Lejos
de eso, el propio Clinton me dijo el año pasado que no eran ciertos los rumores
de que él le había pedido a García Márquez en esa comida que hablara con Fidel
para facilitar un encuentro. El caso es que García Márquez se convirtió en un
canal informal de comunicación entre Cuba y Estados Unidos.
En
mayo de 1998 García Márquez fue a la Casa Blanca a ver al jefe de gabinete de
Clinton, Mack McLarty, con un mensaje confidencial de Fidel. El dictador cubano
estaba dispuesto a cooperar con Estados Unidos en una investigación de
terrorismo, según recordó hace poco en un artículo el propio McLarty.
De
esos acercamientos no surgió nada. La comunidad cubanoamericana del sur de la
Florida es muy fuerte políticamente y sigue siendo impensable que el Congreso
en Washington levante el embargo estadounidense. Además, el derribo de dos
avionetas de la organización Hermanos al Rescate en 1996 aisló aún más a Cuba,
no solo de Estados Unidos sino también de la Unión Europea. El mensaje fue
claro: nada con Cuba hasta que mejore su criminal récord de derechos humanos,
democratice su sistema político y abra espacios a la prensa y a la disidencia
interna.
Desde
luego, eso no ocurrió. Y así llegamos a este 2014. Cuba es una de las naciones
más cerradas del planeta. Sus dos dictadores aún mantienen el control a base de
miedo y de un aceitado sistema represivo. Pero el régimen ya no da más.
No
me atrevo a pronosticar el pronto fin del castrismo porque los Castro han
enterrado cualquier señal de optimismo. Todos los que han dicho “nos vemos el
año nuevo en La Habana’’ se equivocaron o están muertos.
Mientras,
sigo oyendo – y desechando – rumores sobre la inminente muerte de Fidel. Pero
soy de los que creen que Fidel no tiene que morirse para que Cuba cambie. No,
los dictadores no deben morir en el poder. Deben morir en la cárcel.
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