Mario
J. Viera
Desde
el mismo instante en que un cuerpo toma vida, hasta la llegada de la muerte,
existe una correlación dialéctica de unidad y lucha de contrarios. Siempre en
nosotros se desencadena esta lucha de contrarios, mueren unas células y otras
se renuevan, algunas células solo viven unas pocas horas, mientras otras
permanecen por varias décadas. Esto es un hecho fisiológico concluyente. Y este
hecho fisiológico nos plantea que siempre dentro del proceso vital existen en
un fluir constante, tanto la vida como la muerte, de tesis, antítesis y
síntesis. La vida es la negación, la antítesis de la materia inerte, y la
muerte es la negación de la negación del retorno a la tesis inicial. Bien se expresó el escribano de la torá
hebrea en el Bereshit (Génesis) al escribir esta frase: “porque polvo eres
(somos), al polvo volverás (volveremos)”
Genéticamente
estamos condicionados a una determinada esperanza de vida, que pudiera llegar
hasta los 110-120 años; sin embargo, no todos podemos alcanzar ese potencial
genético determinante de nuestra existencia como seres vivos, pues existen
factores ambientales, nutricionales o hábitos personales, factores todos estos
cuantitativos que afectan esa potencialidad de vida.
¿Y
qué es la vida? Quizá la vida sea, tal como lo expuso Segismundo ─ el personaje
central del poema de Calderón de la Barca ─ en la confusión agobiante de si, lo
que antes viviera, como palpable y cierto. pudiera ser solo algo soñado por él:
“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra,
una ficción y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los
sueños, sueños son”. Pero la vida, aunque breve comparada con el tiempo
universal, no es un sueño, es solo una transición biológica. La muerte, por
tanto, es la confirmación de ser, de haber sido un cuerpo viviente.
En
un post colocado por un muy estimado amigo en su página de Facebook, donde
tocaba el tema en torno a la vida y la muerte, hice el siguiente comentario:
“Somos
solo una combinación alfa y omega, se nace para morir, tras un breve intervalo
de vida, que es también principio (juventud) y conclusión (senectud) Tan
natural es la muerte como el nacimiento; entonces, ¿por qué temer a la muerte
si, necesaria y fatalmente, tiene que llegar a nosotros? ¿Qué queda de nosotros
tras el salto obligatorio al nunca jamás? El legado que podamos dejarles a
nuestros hijos y a la sociedad; así, de cierta manera morir es también renacer”.
¿Por
qué el ser humano ve a la muerte como algo aterrador? Tenemos la capacidad de
pensar, analizar y recordar, ausente dentro del cerebro de los animales y nos
resentimos de tener un fin totalmente contrario a nuestro anhelo de
trascendencia. Intelectualmente la muerte nos parece algo horrible, la tememos
y ese temor está en nuestro instinto de conservación y en nuestra inteligencia.
Muchas veces asociamos la muerte con el sufrimiento físico, con agudos dolores
y penas; porque tenemos vivencias de los dolores que padece un soldado herido
gravemente en la guerra, por lo que padece un enfermo terminal de cáncer; pero
todo ello son imágenes externas, de lo que parece ser.
En
la serie de televisión británica “Outlander”, uno de sus personajes, el
combatiente escocés Murtagh cae mortal mortalmente herido. Viendo la angustia
de su siempre inseparable Jamie Fraser, en un momento le sonríe y le dice:
“Jamie, la muerte no duele”; y esto parece ser cierto, he visto personas en sus
últimos momentos de un padecimiento canceroso, que ya, al final, sus rostros se
relajan, cesa el dolor y mueren.
La
muerte es lo único cierto del destino, no estará escrita, pero es la gran
verdad, sarcásticamente, de la vida. Los griegos contemplaban el destino cual
si fuera un hilo que fluía desde el mismo instante del nacimiento, hilo que
iban deslizando las tres Moiras, Cloto, la que hilaba la hebra de vida
con una rueca y un huso; Láquesis medía el largo de la vida; y Átropos la que
finalmente cortaba el hilo de la vida y decidía la forma en la que cada persona
moriría, si se trataba de una muerte natural, no violenta, de ello se encargaba
Tánatos; si violenta esta llegaría de la mano de las hermanas de Tánatos, las
Keres que, cual las Valkirias de los mitos nórdicos, acechaban en los campos de
batalla, aunque estas últimas observaban las batallas para poder elegir a los
más valientes entre los caídos en combate, para luego conducir sus espíritus al
Valhalla.
Por
mi parte, no puedo asociar la muerte con esa figura deforme, macabra con la
cual se acostumbra representa a la Parca; porque ella es la paz absoluta, el
cese de toda angustia y dolor. La muerte violenta a manos de criminales u
originada por desastres y accidentes, es solo una consecuencia fatal, cuando
llega ese último suspiro todo dolor, temor o angustia cesa y se relaja la mente
dentro de un sueño profundo.
La
muerte es un adiós y ver partir a un ser querido nos produce dolor y tristeza
del vacío; vacío que jamás se llenará cuando los padres ven la partida
definitiva de sus hijos o cuando vemos a niños abatidos por el poder de armas
de fuego no reguladas; cuando vemos morir tantos jóvenes en guerras que ellos
no decidieron; cuando vemos a tantos y tantos morir de inanición o de
enfermedades que hubieran podido ser curables si se hubiera contado con los
recursos para ello.
Vivir,
morir, todo, simplemente es un ciclo por el cual todos tenemos que transcurrir.
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