Mario
J. Viera
En
un día, como este segundo domingo de mayo, pienso en Cuba; y tengo que pensar
en todas esas madres, que allá en la isla siempre querida, siempre presente en
mis pensamientos, viven en medio de esa atmósfera social asfixiante que es hoy
la triste realidad que se vive en Cuba.
Pienso
en todos los sinsabores que son el día a día de esas madres. ¿Desearles
felicidades? Sí, por su condición de madres; por su constante cuidado y amor
que sienten por sus hijos, por su batallar diario para lograr llevar algún
alimento para sus hijos, en medio de todas las escaseces, de todo el
desabastecimiento alimentario que se padece.
¿Qué
felicidad pueden tener esas madres cubanas que tienen algún hijo en prisión,
por el único delito de defender su propia dignidad, por oponerse a un régimen
de terror, presente siempre en Cuba? En medio de esa tristeza que una madre
siente viendo a sus hijos tras las rejas de una prisión, la única felicidad que
pudieran sentir es saber que los criaron con valores. ¿Cómo consolar la
tristeza de una madre sabiendo que su hijo está injustamente puesto en prisión?
¿Qué
felicidad tiene aquella madre que sabe que un hijo suyo desapareció entre las
olas encrespadas del Estrecho de la Florida, en empeño frustrado de encontrar
la libertad en otras tierras?
¡Honor,
honra, solo me atrevo a rendirles, en un día como el de hoy, a todas las madres
cubanas! Para todas las madres que viven en Cuba, que sufren en medio de una
cruel dictadura, solo puedo decirles, como José Martí, le dijera un día a su
madre, “piensa que nacen entre espinas flores”.
Para
todas las madres que viven en Cuba, vaya un ramo de rosas blancas, de esas que
entre espinas nacen.
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