Del II Tomo de “La revolución cubana: Un análisis crítico
de la era del castrismo”. Capítulo I
Mario J. Viera
Si
estudiamos todos los procesos o peculiaridades por los que transcurren y caracterizan
a las revoluciones clásicas, podrá colegirse ─ sin implicar en este
razonamiento una admisión del determinismo histórico ─, que existen y rigen, en
toda revolución, determinadas características que las identifican.
La
revolución que se iniciaba en Cuba no era una de carácter clasista, sino una
revolución de la clase media cubana urbana
Las
revoluciones no son movimientos de ciudadanos, sino movimientos de masas; y ya
Castro, desde el primer día, se manifiesta como un agitador de masas. Toda
revolución, en sus etapas iniciales, es populista; porque sin el apoyo popular,
devenido en apoyo de masas o de populacho, fracasan. Y Castro proclama al
pueblo como el conductor verdadero de la insurrección. Le coquetea al pueblo,
presentándole como el verdadero ejecutor de la rebelión antibatistiana; quiere
ganarse su simpatía, y aún más, si fuera posible, su adoración, como si él
mismo fuera el Mesías ansiado. La revolución la ha hecho el pueblo y el pueblo
es la revolución. Identidad pueblo-revolución. El mal que se haga contra la
revolución se entiende hecho contra todo el pueblo: Dice Castro: “Los ataques contra la Revolución van contra
el pueblo, los ataques contra nosotros van contra el pueblo, porque nosotros
aquí no representamos otro interés que el interés del pueblo”[1].
Las
revoluciones comienzan con la toma del poder del partido revolucionario, y solo
desde el poder se ejecuta la revolución, así ha sido con la Revolución Francesa
del jacobinado, así fue durante la mini revolución de la Comuna de París, y así
ha sido con la revolución bolchevique de 1917.
Desde
ahora en adelante se cumplirían las leyes o caracteres que rigen un movimiento
revolucionario:
Primera
ley: En
toda revolución rige la Ley de Jano,
un rostro mirando al pasado que la justifica, y otro rostro mirando al futuro
que la anima, y nunca mirando al presente. Se impone el miedo al retorno del
pasado, formándose a posteriori el miedo a la libertad: “en un proceso revolucionario tan hondo como este ─ dirá Castro el 6
de febrero de 1959 ─, no caben términos
medios, que un proceso revolucionario como este llega a la meta o el país se hunde
en el abismo, que o avanzamos cien años o retrocedemos cien, que una recaída en el pasado sería la peor
suerte, y la suerte más indigna que pudiera caberle a un pueblo como este”.
Y ratifica este concepto el 16 de marzo cuando toma posesión del cargo de
Primer Ministro: “¡El fracaso de la Revolución es el abismo,
la guerra civil, el mar de sangre y,
al fin y al cabo, el regreso de Batista,
de Ventura, de Chaviano, de Masferrer, de Carratalá y
de toda aquella caterva de criminales!, porque aquí no hay términos medios”.
El
futuro visto como promisorio y el presente es solo una etapa que se alcanza
para llegar al futuro halagador. Castro lo dice así, el 22 de diciembre de 1975
con motivo de la Clausura del Primer Congreso del Partido Comunista (PCC):
“Nuestro
futuro se presenta halagador,
se presenta claro. Hoy somos libres, hoy somos dueños absolutos de nuestro
destino, y por eso podemos construir ese
futuro. Llegaremos tan lejos cuanto seamos capaces de llegar (…) Seguiremos
adelante. ¡Construiremos el socialismo! (…) Una nueva etapa de la Revolución se inicia con este Congreso. El camino
hasta aquí no ha sido fácil, pero lo hemos andado. El camino futuro tampoco será fácil, pero lo andaremos mejor
todavía. Ese camino lo ha trazado el Congreso…”.
La
Revolución promete la libertad; pero las libertades han de ejercerse bajo un
condicionamiento: “hacer un uso digno y
patriótico de ellas”, según el criterio de Castro, entendiéndose como
“patriótico” el apoyo que se dé al partido revolucionario y solo a la
revolución.
Segunda
Ley: En
toda revolución existe la violencia de la Titanomaquia, la batalla entre
los titanes: lucha entre adversarios competidores por el liderazgo de la
revolución, el sector más fuerte aplasta al más débil, jacobinos sobre girondinos,
Stalin sobre Trotsky; Movimiento 26 de Julio sobre el Directorio
Revolucionario; la lucha entre revolucionarios y contrarrevolucionarios; las
fuerzas revolucionarias reprimen con violencia a las fuerzas antagónicas
opuestas a la revolución. En este contexto no deja de faltar el revanchismo
del partido vencedor, en contra de los desplazados del poder o en contra de los
adversarios políticos dentro del campo revolucionario, pudiendo asumir tanto
formas violentas como sutiles. El revanchismo con apariencias de “hacer
justicia” por medio de la guillotina o los paredones de fusilamiento; o como
cuestión de los “principios revolucionarios”
Tercera
Ley: A la revolución en sus inicios siempre se
opondrá un movimiento armado, generalmente con base campesina al estilo de la
Vendée en Francia, con apoyo de alguna potencia extranjera; así ocurrió en la
revolución francesa, así se produjo durante la revolución bolchevique con las
bandas blancas de Antón Denikin y Aleksandr Kolchak, y así se cumplió en la
revolución cubana con las bandas de guerrilleros principalmente en el
Escambray. Movimientos condenados al fracaso, aplastados por el poder
revolucionario y la fuerza de las masas: Ley de la Vendée.
Cuarta
Ley: En toda revolución fatalmente se cumple la Ley de Saturno, cuando comienzan los
antagonismos dentro del mismo partido revolucionario: la fuerza hegemónica del
partido revolucionario, anula o asesina a la minoría disidente. El
fuerte devora al débil. Si, así lo vislumbra el mismo Castro cuando dice en su
discurso del 8 de enero de 1959, pronunciado en el Campamento militar de
Columbia: “Los peores enemigos que en lo
adelante pueda tener la Revolución Cubana somos los propios revolucionarios”.
Quinta
Ley: Toda revolución se proclama a sí misma, a su
movimiento, como “fuente de derecho”, por la dinámica propia de las
transformaciones que implanta, y se legitima en la razón misma del ser y del
poder ser. La revolución no solo es fuente de derecho, sino también el final de
la historia. El pasado es una etapa oscura de enfrentamiento entre las fuerzas
del “progreso” y la retardatorias, la revolución es la negación del pasado. La
Historia comienza con la revolución y con ella llega el fin de la Historia.
Sexta
Ley: En toda revolución hay combate contra un enemigo
objeto ─ aristócrata, oligarca, terrateniente, burguesía, grandes
intereses ─ al que se le identifica como causa y razón de todos los tropiezos y
de todos los obstáculos que se presentan durante el proceso revolucionario; el
enemigo al que hay que eliminar con la violencia de la justicia revolucionaria:
sans-culottes contra aristócratas, en Francia; arios contra judíos, en
Alemania; clase obrera contra “saboteadores”, en Rusia. Castro identificará
como enemigo objeto al “imperialismo” o a los “ricachones”: “Ustedes saben bien que hay gente que no
tiene que trabajar ─ denuncia en Santiago de Cuba en discurso del 30 de
noviembre de 1959 ─. Ustedes saben bien que hay gente que en su
vida ha derramado una sola gota de sudor.
Ustedes saben que hay gente que vive muy bien y sin embargo no trabaja,
y que, sin embargo, tiene tiempo de sobra para murmurar, para regar “bolas” y
para hacer campañas contrarrevolucionarias”. Lucha de clases según la
doctrina marxista de interpretación de la historia.
Séptima
Ley: Las revoluciones necesitan de las crisis,
reales, imaginarias o auto creadas, para prolongarse en el tiempo. Las crisis
justifican los medios. Así lo entendía Castro:
“La Revolución necesita combatir, el combate
es lo que hace fuerte a las revoluciones; las amenazas de invasión extranjera y
las agresiones que ha sufrido nuestro país, y que pusieron en pie de lucha al
pueblo cubano, ha hecho más fuerte a la Revolución. Una revolución que no fuese
atacada, en primer lugar, no sería, posiblemente, una verdadera
revolución. Además, una revolución que no tuviera delante un enemigo, correría el riesgo de
adormecerse, correría el riesgo de debilitarse. ¡Las revoluciones necesitan
luchar, las revoluciones necesitan combatir, las revoluciones, como los
ejércitos para hacerse aguerridos, necesitan tener delante un enemigo!”[2]
Octava y Novena Ley: Toda revolución cumple una función sigmoide: inicio, clímax y
decadencia. En toda revolución que se pretenda continuar más allá del marco de
sus objetivos, prolongarla en el tiempo, se cumple la Ley de Termidor: la revolución deviene entonces en su propia
antítesis; la negación de su propia negación.
Décima
Ley: El torbellino revolucionario, actuando como
Ley sobre toda Ley, subsume y subroga al mismo tiempo al Estado. El poder
revolucionario, al asumir el Gobierno, asimila al Estado y se hace Estado y
Gobierno, todo en una sola unidad. La coerción ya no es función exclusiva del
Estado, y el mismo Estado deja de ser la representación jurídica y política de
toda la sociedad para, absorbido dentro del único ente político que es la
Revolución, ser la representación política y jurídica de la facción en el
poder.
Todos
estos factores se irán manifestando en la “Revolución Cubana” con el
transcurrir de los años.
Para
Silvio Costa[3], las
revoluciones “se dan a partir de las
modificaciones económicas, sociales, políticas, culturales, que agravan las contradicciones
inherentes al propio desarrollo de las sociedades, y cuando una parte significativa de la población
entiende que no es posible continuar
viviendo bajo el orden económico, social y político existentes, y que es necesaria una transformación”.
Para
la llamada Revolución Cubana, ¿se cumplen estos presupuestos?
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