Mario
J. Viera
El
título con el cual encabezo este artículo, no es propiamente uno surgido de mi
propia mente. Es un préstamo que he osado tomar de una frase pronunciada por el
sacerdote cubano Alberto Reyes Pía durante una entrevista que, recientemente en
Madrid le concediera al periódico digital Diario de Cuba, durante la cual
expresó que Cuba seguía “siendo un lugar de indefensión aprendida”. Esta
conclusión del sacerdote, refleja una situación dramáticamente real dentro de
la conciencia de un muy elevado porciento de cubanos al interior de la isla:
Indefensión, la conciencia de que, como pueblo, no se cuenta con amparo frente
a los desmanes gubernamentales.
Reyes
Pía ilustra su conclusión de indefensión aprendida, con las frases más comunes
en Cuba: "aquí no hay nada que hacer", "aquí lo que hay es que
irse", "esto no hay quien lo cambie”. Indefensión, desencanto,
frustración; si no hay nada que hacer, si nada se puede cambiar, entonces ¿Qué
queda? Resignación e indefensión, y su resultado, el quietismo, la apatía. ¿Para
qué soñar con algo inaccesible? La realidad es el desamparo.
Sin
embargo, el sacerdote propone: “No dejemos de soñar que lo que creemos es
posible, porque el día que nos desanimemos y dejemos de creer que lo que
soñamos es posible, ese día estamos perdidos”. ¿cómo alimentar ese sueño,
si las protestas espontáneas del 11 de julio, dejaron como resultado la
detención y condena a prisión de muchos cientos de los participantes en
aquellas manifestaciones? ¿Cómo alimentar el sueño cuando la convocatoria a una
marcha cívica, que no se proponía derrocar al gobierno sino reclamar el respeto
a los derechos, propios de todo ser humano, quedó frustrada por la
militarización del país, por la movilización de todas las fuerzas represiva y por
el acoso constante, y asfixiante a uno de sus principales promotores? ¿Cómo,
por Dios, cómo hacerlo? ¿Cómo salir de esa cultura paralizante de la
indefensión?
La
élitecracia dominante en Cuba pareciera inamovible. ¿qué se ha conseguido con
las sanciones económicas a las que ha estado sometida? ¡Nada! Su poder se
mantiene, pero es un poder endeble, solo sostenido por la apatía pública; pero
cuando algo aparece como quiebre de esa apatía, la élitecracia se asusta y,
como la fiera acorralada, recurre a los zarpazos. Entonces se demuestra que no
es tan poderosa; que su único poder es el poder del miedo, del temor que pueda infundirles
a sus detractores. Los actos del 11 de julio y del 15 de noviembre, lo
demostraron; no fueron derrotas del pueblo, fue, si acaso, una pírrica victoria
para la dictadura y toda victoria pírica siempre comporta una gran pérdida de
recursos humanos. Ahí está como ejemplo lo afirmado por Pirro tras su victoria
en Heraclea sobre los romanos, al costo de la pérdida de muchas de sus fuerzas:
“Con otra victoria como ésta, tendré que regresar a Epiro solo”.
Se
puede vencer esa cultura de la indefensión siempre que aparezca el liderazgo,
no necesariamente un liderazgo mesiánico ni populistas, sino orgánico de la
oposición o disidencia o como quiera denominarse a los sectores que, dentro de
Cuba, se oponen al sistema impuesto por el Partido Comunista de Cuba (PCC); un
liderazgo que renuncie a los patéticos llamados al diálogo, a las propuestas de
reformas, a la ilusión de candidatos por el cambio, y se decida por la vía de
la resistencia organizada, pragmática, paciente, inteligente y estratégicamente
planteada.
Se
hace patente que el régimen del PCC pierde sus recursos humanos de la
obediencia y del acatamiento y cada vez crece el abstencionismo en las
convocatorias electorales del régimen y el crecimiento de aquellos que se
decantan por el no o por la entrega de las boletas anuladas. Solo se requiere
trabajar entre la gente, convencer, animar, aunar, que la gran mayoría del
pueblo confíe y crea que con la acción unida se pueden alcanzar los cambios.
¿Esperar
por una explosión social de carácter violento, cuando ya las multitudes no
soporten más, cuando ya no queden más esperanzas? Ante la pregunta que se le
formulara al sacerdote Reyes Pía, si tenía esperanza de que en Cuba pudiera
ocurrir un cambio que no pasara por la violencia, expresó: “Yo lo quiero, lo
deseo, lo espero y lo esperaré siempre. Pero, hasta donde yo puedo ver, el
discurso del Gobierno sigue siendo de continuidad, de mantener la
misma línea. No hay ningún mensaje que puedas leer entre líneas, ninguna acción
que pueda hacer prever, que se está preparando algún cambio. (…)
Pero llega el momento en que las cuerdas se rompen, llega el momento
que el nivel de aguante de un pueblo termina”.
¿Cuándo
el nivel de aguante terminará en Cuba y estalle de modo violento? Al presente,
esta situación no está a la vista dado la desesperanza que hoy existe y cuya
válvula de escape es la de emigrar. Ejemplo de explosión social de carácter
violento en Cuba se dio cuando la gente se volvió en contra del machadato en
1933 y comenzaron a tomar justicia por mano propia, con linchamientos de
connotados represores, con acciones de vandalismo y saqueo, y todo, al calor de
la lucha emprendida por diversas organizaciones
de liderazgo, como el movimiento sindicalista, el Directorio
Estudiantil o el ABC reclamando la caída
del régimen autoritario de Gerardo Machado aunque careciendo de un programa de
nación y objetivos claramente expuestos que no fueran solo el derrocamiento del
gobierno.
No
hay que excitar a una explosión social sino encauzar por senderos de la noviolencia
el descontento y el hartazgo del pueblo, con unidad de criterios, con programa
de nación, con objetivos bien definidos, con disciplina, pero para ello se
requiere organización y liderazgo. Organización para impulsar la resistencia
noviolenta; liderazgo para convencer y animar. Hay que ir a la captación de los
trabajadores, de las juventudes, de los universitarios, de los estudiantes de
la enseñanza media, de campesinos, de intelectuales y de artistas y de la
mayoría de todo el pueblo. Solo así podremos sustituir la indefensión aprendida
por la de acción concientizada. Solo de este modo podremos ver la clásica luz
al final del túnel.
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