Mario
J. Viera
Para
muchos esa palabra “democracia” no resulta tan extraña porque la han estado
escuchando desde que nacieron. Sí, democracia es un término bien conocido; es
el “poder del pueblo” o lo que viene siendo lo mismo, “el gobierno del pueblo”,
aunque sin faltar los que la entienden como el “gobernar al pueblo”, se trata
de matices. Un concepto muy vinculado a la palabra democracia es el de
vincularle con la cultura; así se dice que hay que poseer “cultura de la
democracia”; y ciertamente, democracia es una cultura.
¿Cultura?
Sí, cultura. Pues bien, ¿y qué es cultura? Hay varias definiciones para la
palabra cultura; por ejemplo, “cultura”, según la definición académica del Oxford
Languages, es el “conjunto de conocimientos e ideas no especializados adquiridos
gracias al desarrollo de las facultades intelectuales, mediante la lectura,
el estudio y el trabajo”; pero también es, según el Oxford Languages, el “conjunto
de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo,
a una clase social, a una época, etc.” “tradiciones y costumbres”, retengamos
estos conceptos.
Según
la definición de la Real Academia Española (la RAE), cultura es, el conjunto
de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
Además, según la RAE, cultura es el conjunto de modos de vida y costumbres,
conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en
una época, grupo social, etc.” La posibilidad de alguien a desarrollar “un
juicio crítico”, “modos de vida y costumbres”.
Otras
definiciones no precisamente académicas, identifican al concepto de cultura
como “un sistema complejo de conocimientos y de costumbres que caracteriza a
una población determinada y que es transmitido a las generaciones siguientes”,
“conocimientos y costumbres transmitidos a las generaciones siguientes”.
En
conclusión, tener cultura democrática, significa conocer lo que es la
democracia, como un modo de vivir, como costumbre, hasta convertirse en tradición
que se transmite de generaciones a generaciones, lo cual le permite al que vive
en democracia, desarrollar un juicio crítico e independiente. Para que algo se
haga habitual, sea costumbre y pueda convertirse en tradición se requiere su
constante práctica. Para tener cultura democrática se requiere, precisamente
vivir en democracia, en verdadera democracia.
En
una verdadera democracia no tienen cabida dogmas inmutables, ni élites
privilegiadas, ni marginaciones sociales ni discriminaciones. Una democracia verdadera
comporta iguales derechos e iguales obligaciones para todos. Así se genera la cultura
democrática. Donde no existe por larga data histórica un verdadero modo de vivir
en democracia, la cultura de la democracia no existe.
¿Qué
conoce el pueblo ruso de democracia si históricamente ha vivido bajo regímenes
despóticos (el zarismo) y totalitario (estalinismo) que tras un breve periodo endeble
de democracia dio espacio al surgimiento del putinismo? ¿Qué conoce el pueblo
chino de la democracia sometido por milenios al despotismo oriental y a la
posterior implantación de un régimen totalitario (maoísmo) hasta llegar a una
renovación del totalitarismo comunista en la figura de Xi Jinping? ¿Qué cultura
de la democracia puede tener el pueblo de Corea del norte sometido por siglos
al despotismo oriental y al dominio colonial del Japón imperial desde el 1910
para luego quedar bajo el poder totalitario de la dinastía comunista Kim? ¿Qué
cultura democrática conoció el pueblo alemán desde la fundación del Sacro
Imperio Romano Germánico, la fundación, siglos más tarde, del Segundo Reich en
1871, hasta la conclusión de la Primera Guerra Mundial y que conllevó a la
implantación del nazismo luego de ser derribada la República de Weimar?
Llegamos
entonces a Cuba. ¿Existe cultura democrática en Cuba? Por cerca de
cuatrocientos años Cuba estaba bajo el sistema del despotismo colonial español.
Dos guerras insurreccionales libraron los cubanos para alcanzar la
independencia política, que concluyeron con la intervención estadounidense y la
implantación de la Enmienda Platt que convertiría a la isla en una democracia
tutelada por Estados Unidos y al establecimiento de una República con soberanía
limitada. Plena de convulsiones políticas internas y la sucesión en el gobierno
de generales y doctores, como definió Carlos Loveira el periodo comprendido
entre 1902 y el 1920, marcado por chanchullos politiqueros, la corrupción
administrativa y el caciquismo político, para luego hacerse más crítica la
situación con la formación del gobierno autoritario del general Gerardo
Machado, su derrocamiento cuyo resultado sería el breve espacio democrático del
gobierno de facto conocido por el gobierno de los cien días.
Tras
el golpe de estado del 15 de enero de 1934 que derrocó al gobierno de los cien
días y hasta el año de 1949, se sucedieron 6 presidentes, todos de breve
duración, uno con solo tres días de gobierno (Carlos Aurelio Hevia) y otro que
solo mantuvo el cargo por seis horas, hasta la llegada a la presidencia de Federico
Laredo Brú que hizo un periodo presidencial de cuatro años y concluyó luego de
la proclamación de la Constitución de 1940.
La
Carta del 40 constituyó un esfuerzo serio de encausar el país por los senderos
de una verdadera democracia, pese a que, en su defensa, no se crearon las
instituciones apropiadas. Aunque con los males crónicos de la corrupción
administrativa heredados del periodo colonial, los cubanos comenzaron a vivir
en democracia; pero el camino emprendido para generar una cultura de la
democracia quedaría frustrado apenas 12 año de su puesta en marcha, al
producirse el golpe de estado del 10 de marzo de 1952. Fulgencio Batista asumía
entonces la conducción de un ilegítimo gobierno autoritario corrupto y
represivo, durante un periodo de siete años.
Con
la caída del régimen batistiano en 1959 Fidel Castro implanta un régimen de
poder tan corrupto como el anterior y aun más represivo, conculcando hasta las
libertades y derechos que el batistato no osó suprimir. Un sistema de gobierno
cerrado y totalitario e híbrido de la conjunción entre en fascismo y el
estalinismo; un régimen que todavía se mantiene en pie por los últimos 64 años.
Ninguna de las generaciones de cubanos nacidas tras el golpe de estado de 1952
hasta el presente ha conocido lo que es vivir en democracia; son 71 años,
durante los cuales, la cultura de la democracia se ha erosionado totalmente.
Y
esta carencia de cultura democrática se refleja también en el accionar de gran
parte del exilio miamense, con un vuelco hacia la radicalización de una
ultraderecha resultado de algo que denomino conversión por contradicción,
la conversión hacia la derecha extrema en contradicción con la izquierda
reaccionaria que gobierna en la isla, lo que cierra todas las puertas al
concurso de derechas, centros e izquierdas en un proyecto de resistencia
noviolenta democrática frente al totalitarismo.
Si
queremos abatir la dictadura, tenemos que comenzar por crear en la conciencia
de todos los cubanos el anhelo por la democracia, concientizar, por medio de la
divulgación de los valores democráticos contenidos en los postulados de la
Constitución de 1940, y convertir ese texto en un manual de educación y cultura
democrática. Solo así estaremos asegurando el poder iniciar el poderoso
movimiento de resistencia que requerimos para dar al traste con la dictadura.
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