Mario J. Viera
Tal
vez alguno pudiera considerar mejor emplear el eufemismo del término “ganar”
antes que el más agresivo de “tomar”, sin embargo, existe una marcada sutileza
en el uso de ambos términos determinada por las características políticas predominantes
en Cuba. En una democracia se puede “ganar” el poder político por medio de un
proceso electoral donde compitan por el mismo diferentes posiciones políticas.
Bajo un régimen totalitario donde rige la élitecracia de los altos directivos
del único partido político legalizado, ningún sector disidente podrá “ganar” el
poder. Dentro de estas condiciones no hay más disyuntiva que la de tomar el
poder político.
Para
tomar el poder político solo existen dos métodos, la rebelión por medio de la
lucha armada o la rebelión por medio de los métodos de la lucha noviolenta. Tal
vez también alguno prefiera la vía menos confrontacional del reformismo, pero para
poder hacer efectivo el reformismo solo existe, también, dos métodos, el del
diálogo parlamentario o mediante la protesta pública.
La
vía parlamentaria o dialoguista ya se ha comprobado no funcional bajo el actual
régimen. ¿Recuerdan lo ocurrido con el Proyecto Varela de Oswaldo Payá elevado
a la consideración de la Asamblea Nacional del Poder Popular? ¿Recuerdan lo que
sucedió con la propuesta civilista de diálogo nacional por parte del Comité
Cubano Pro Derechos Humanos en la década de los 90? ¿Recuerdan lo ocurrido con
la “Carta de los Diez” impulsada por la organización “Criterio Alternativo” de
la poetisa María Elena Cruz Varela, en 1991? ¿Qué decir con las propuestas
contenidas en el documento firmado por Vladimiro Roca, René Gómez Manzano, Martha
Beatriz Roque y Félix Bonne Carcassés, en 1997, y cuyos firmantes terminaron en
la cárcel? Y más reciente ¿Cómo terminó la iniciativa del diálogo del 27 de
noviembre de 2020? Entonces, solo queda un medio para la vía reformista: la
protesta pública.
Ahora
bien, ¿Cómo podemos generar las protestas públicas de tal modo que no conduzcan
al descalabro? No olvidemos la experiencia de la propuesta de la “Marcha Cívica
por el Cambio” del 15 de noviembre del 2022, pretendiendo alcanzar la
liberación de todos los presos políticos, el fin de la violencia, que se
respeten todos los derechos de todos los cubanos y la solución de las
diferencias a través de vías democráticas y pacíficas, auspiciada por la
plataforma Archipiélago y apoyada por el Consejo para la Transición Democrática
de Cuba y UNPACU.
Queriendo
ser tan transparentes cívicamente anunciaron el propósito de la marcha al
Consejo de Estado, lo cual le permitió al gobierno tomar todas las medidas que
fueran necesarias para impedir la marcha; y pecaron un tanto en la ingenuidad
de poder influir en la espontaneidad popular ante el llamado ─ “Que cada quien
encuentre maneras ingeniosas y pacíficas para lograr expresarse sin dar pie a
que se desate la violencia contra ellos”, como expuso Yunior García ─, la
marcha no fue nada, salvo la confinación en reclusión domiciliaria a sus
proponentes en Cuba, los actos de repudio contra las principales figuras de la
propuesta como Yunior García y la movilización de los efectivos policiacos, de
la seguridad del estado y de las bandas de la respuesta rápida de simpatizantes
del régimen.
¡Ah,
pero hay otros medios! ─ parecen proponer organizaciones como D Frente o el
mencionado Consejo para la Transición ─, como ganar asientos en las Asambleas Municipales
del Poder Popular con la elección de Diputados de circunscripciones, lo cual ha
quedado demostrado que el régimen tiene los medios para impedir tal
contingencia, independientemente de que se pudieran conseguir algún pequeño
número de delegados que nada representarían dentro del conjunto de todos los
municipios del país. Por supuesto se puede también “exigir” que se redacte una
nueva ley electoral; que en los escrutinios electorales se permita la
participación de las denominadas plataformas electorales independientes y que
la elección del presidente de la República sea de manera directa por la
población y claro está sin excluir el llamado al diálogo. Todo esto es
simplemente contemporizar, y quede en claro que utilizo adecuadamente este
verbo sin intenciones peyorativas.
Por
supuesto debemos descartar totalmente los métodos de la resistencia violenta
que conlleva grandes perjuicios para la sociedad y es moverse dentro del
terreno donde el régimen tiene todas las de ganar al contar con poderosos
recursos militares y un ejército poderoso, bien armado, entrenado y
disciplinado.
Solo
nos queda el recurso de la resistencia noviolenta, arrebatándole al régimen sus
recursos humanos y colocarlos a favor del movimiento opositor; pero para ello
hay que desechar toda mentalidad de derrotismo que inhibe emprender las
acciones necesarias para alcanzar la transición democrática, ganando
paulatinamente segmentos del poder político de tal modo que obliguen al régimen
a solicitar el diálogo con la oposición. Ninguna dictadura se abre al diálogo
mientras su subsistencia no se encuentre en peligro.
Hay que tener presente que el cambio es algo
que construimos no que esperamos; y para poder producir ese cambio se requiere
en primer lugar tener el poder político, sin el cual no hay posibilidad alguna
de alcanzar el cambio. Por otra parte, nada se puede dejar al azar. Todas las
campañas de protesta noviolenta y persuasión, de no cooperación (social,
económica y política) y de intervención noviolenta, deben ser planeadas de
antemano e impulsadas por un liderazgo de carácter horizontal con autonomía de
iniciativas. No podemos apresurarnos, pero tampoco podemos perder tiempo; hay
que trabajar en lo oculto, con entusiasmo, sagacidad y sentido común; con
organización y con la disciplina de la noviolencia.
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