Mario J. Viera
Capítulo LV
Bahía de Cochinos, una
enseñanza
(Tercera Parte)
En
un continuado y en crecimiento intercambio de golpes y contragolpes económicos
entre los gobiernos de Estados Unidos y de Cuba, Eisenhower que busca la
oportunidad para romper las relaciones diplomáticas con Cuba, pone en vigor el
19 de octubre unas medidas generales para prohibir las exportaciones de Estados
Unidos a la isla con la excepción de alimentos, medicinas y equipos médicos. Esta
medida le había sido propuesta a Eisenhower por Douglas Dillon y por el
Secretario de Comercio Frederick H. Mueller en reunión celebrada seis días
antes[1]. La medida propuesta, en
opinión de Dillon, no provocaría la caída de Castro, pero generaría más presión
sobre su gobierno, además de ser efectiva para exponer muy claramente la
posición de los Estados Unidos; por otra parte, esa medida tendría un efecto de
aliento para los grupos disidentes que en el momento se mostraban activos. Además,
señalaría Dillon, la medida podía enmarcarse dentro de la Ley de Control de
Exportaciones. Desde el punto de vista de los acuerdos internacionales, esta
medida se podría tomar como una defensa de Estados Unidos contra las acciones
económicas agresivas de Cuba. Una riposta lógica de Estados Unidos contra el
gobierno cubano por no haber pagado sus importaciones habría sido suspender las
importaciones de Cuba hacia Estados Unidos; pero no, eso no habría sido lo más
apropiado, lo correcto, y he aquí la sutileza de la propuesta, es que Estados
Unidos estaría cortando sus propias exportaciones hacia Cuba, no las
importaciones procedentes de la isla, y lo podría hacer porque Cuba no había
pagado lo que debía.
Se
trataba de una estratagema hábilmente concebida: “Cualquier restricción de las importaciones desde Cuba habría podido ser
tomada bajo la Ley de Comercio con el Enemigo, pero ─ hace notar Dillon ─, no estamos preparados para dar el paso de
declarar a Cuba como enemigo”. Era evidente la intención: provocar a Fidel
Castro y hacerle incurrir en un “error” que diera pretexto para una acción
militar directa de Estados Unidos contra Cuba, o, en su defecto, hacer que
Castro se decidiera romper unilateralmente las relaciones diplomáticas con
Estados Unidos, de este modo Cuba quedaría enmarcada como nación enemiga. Sin
embargo, la astucia de Capo di capi
de Fidel Castro no le hizo caer en la trampa y supo sacar provecho político de
la decisión del Potomac presentándole como un ejemplo más de su hostilidad
hacia la revolución y hacia Cuba.
Definitivamente, ni Eisenhower, ni sus
asesores tomaban en cuenta un rasgo importante en la personalidad del líder
cubano y que definía toda su conducta política. En una reunión del Consejo
Nacional de Seguridad, celebrado el 15 de julio, de pasada, se trató una
comunicación que había emitido la embajada en La Habana, pero sin darle la
requerida importancia. En el Memorando de aquella reunión se expresaba:
“La Embajada de Estados
Unidos había divulgado la creciente opinión de que Castro estaba dispuesto a sacrificar los intereses
cubanos a su mayor ambición de
humillar a los Estados Unidos, destrozar
el sistema interamericano y asumir el liderazgo en América Latina”[2].
El
22 de octubre respondiendo preguntas del Grupo de Trabajo sobre Cuba, Braddock,
declararía: “La popularidad de Fidel
ahora se hunde hacia un mínimo irreducible. Veinte a treinta por ciento de la
población probablemente esté con él hoy. Este segmento, sin embargo, incluye
tipos jóvenes y combativos y hace una minoría muy eficaz”. Evidentemente
una especulación muy subjetiva y conducente al error de pensar que un
desembarque de combatientes anticastristas en Cuba estimularía un alzamiento
del 70 al 80 por ciento de la población supuestamente contrarios a Fidel Castro
en aquel entonces.
Para
el 20 de noviembre el presidente convocó a una reunión[3]
con altos funcionarios del gobierno y de la CIA para conocer la marcha de los
trabajos y considerar las opiniones que le expresara con preocupación William
D. Pawley, un empresario con amplia experiencia en Centro y Sur América. Aunque
Eisenhower lo consideraba como un fanático tenía una buena apreciación de sus
opiniones. Según Pawley, el trabajo que se hacía en Guatemala resultaba lento
y, en realidad, lo que se estaba era retrocediendo; por otra parte, proponía
que la fuerza de 500 hombres que se estaban entrenando debería incrementarse
hasta al menos 2000 hombres. Con respecto al Frente Revolucionario Democrático
(FRD) tenía una pobre opinión de algunos de sus integrantes, considerando
además que el FRD tendía hacia la izquierda y dejó entrever que uno de sus
dirigentes “era peor que Castro”. En el Memorando de esta reunión no quedó
aclarado en que se fundaba la “pobre opinión” que tenía Pawley de “algunos de
sus integrantes” ni cuál era aquél que consideraba como “peor que Castro”; es
posible que Pawley se refería a las alegadas conexiones que algunos de los
miembros del Frente mantenía con la mafia, especialmente con Meyer Lansky[4]. Lo cierto es que dentro de
la CIA se tenía pésimas opiniones sobre algunos dirigentes del Frente. Jake
Esterline tenía una opinión desfavorable de Antonio Varona coordinador general
del Frente Revolucionario Democrático; así lo declararía en la Reunión del
Grupo de Estudio Paramilitar, el 22 de mayo de 1961: “Primero ─ dijo respondiendo a la pregunta que se le hiciera sobre
su evaluación de Varona ─, él es
increíblemente ambicioso. Es un ignorante de la peor calaña; a él no le agradan
los Estados Unidos y es absolutamente incapaz de distinguir qué es y qué no es
un batistiano, y, por último, y más importante, el hombre no tiene concepción
alguna de la seguridad”.
Pawley
plantearía un importante asunto. El conocía que existía un Comité que trabajaba
en la cuestión cubana, sin embargo, su preocupación consistía en que estaba
formado por un grupo de personas muy atareadas de tal modo que no podrían
dedicarle el tiempo necesario y la continuidad al problema de Cuba, por lo que
consideraba que debiera contar con un ejecutivo fuerte, con un individuo al
frente que “tuviera la situación siempre en la punta de sus dedos”, y fuera
capaz de tomar una parte activa con el FRD y quizá con otros gobiernos. La idea
era que las tareas no se disolvieran en diferentes ocupaciones y que fueran
impulsadas por un ejecutivo individual que en todo momento podría conocer lo
que la CIA, el Departamento de Estado y los militares estuvieran haciendo y, al
mismo tiempo, capaz de dar respuestas directamente al Presidente. Eisenhower
consideraba que el mismo Pawley sería el indicado para esa labor. Esta
propuesta fue rechazada el 2 de diciembre por el Grupo Especial 5412[5]. El Subsecretario de Estado
Douglas Dillon le informaría al presidente Eisenhower que el Grupo consideraba
que “sería impracticable concentrar en un
solo individuo la responsabilidad de ambos programas”, las operaciones
abiertas y las encubiertas; en su lugar, el Grupo proponía que fueran dos altos
funcionarios, uno del Departamento de Estado y otro de la CIA los que deberían
dedicarse a tiempo completo a aquella tarea. Para estos puestos Dillon
propondría al embajador Whiting Willauer como delegado especial del Secretario
de Estado Adjunto Thomas Mann y de modo semejante Allen Dulles nombraría a
Tracy Barnes como el funcionario de la Agencia dedicado por completo a la
dirección del programa conducido por la CIA con respecto a Cuba quien actuaría
en concierto con Willauer.
Eisenhower
planteó, además, dos preguntas importantes que debían ser respondidas: “¿Se estaba siendo lo suficientemente
imaginativo y audaz para que la mano de Estados Unidos “no aparezca”? “¿Se estaban haciendo las cosas que se están
haciendo de manera efectiva?” A él le preocupaba que al entregar las
responsabilidades de gobierno al presidente electo John F. Kennedy no le
gustaría hacerlo “en medio de una
emergencia en desarrollo”. Esperaba que cuando hablara con el senador
Kennedy su respuesta fuera que “él
seguiría la línea general”.
Douglas
Dillon explicaría que no se había abandonado la idea de una acción por parte de
la OEA bajo el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca de 1947. Según su
artículo 3.1 en caso de “(...) un ataque
armado por cualquier Estado contra un Estado Americano, será considerado como
un ataque contra todos los Estados Americanos, y en consecuencia, cada una de
las Partes Contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque en
ejercicio del derecho inmanente de legítima defensa individual o colectiva que
reconoce el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas”. Se habían
llevado a cabo conversaciones con los embajadores con el objeto de lograr una
investigación de Cuba por medio de un órgano de consulta para elaborar un
informe que mostrara “lo que hace Cuba en
busca de exportar su revolución, la negación de las libertades, etc…” Luego
de esto se buscaba realizar una reunión de los ministros de relaciones
exteriores a ser celebrada en febrero o marzo esperando que se llegara a un
acuerdo para la ruptura de relaciones diplomáticas con la isla, el cierre de
las relaciones comerciales de modo que se pudiera invocar la Ley de Comercio
con el Enemigo, emprender alguna acción militar para aislar a Cuba y a la
exportación de armas, e idear algún método de control regional de todos los
agentes comunistas además de los de Castro.
Quedaba
pendiente lograr que la nueva administración entrara en sintonía eficaz con los
planes que ya se estaban articulando.
De
acuerdo con Néstor Carbonell[6], el Grupo Especial 5412[7], creado en 1954 para
estudiar los planes operativos encubiertos de Estados Unidos, “se reunió el 8 de diciembre de 1960 para
discutir un ‘nuevo concepto’, que consistía en una expedición armada a Cuba de
unos 600 a 750 exiliados, (equipados con armas de fuego de
extraordinariamente pesado poder)[8] precedida de ataques aéreos que continuarían después del desembarco.
Esta operación anfibia, que incluiría la infiltración de núcleos guerrilleros,
no fue aprobada formalmente, pero la CIA recibió señales inequívocas de seguir
adelante”. Se trataba de una operación anfibia con ataques aéreos
procedentes de Nicaragua contra objetivos militares. “El objetivo sería tomar, sujetar un área limitada en Cuba, manteniendo
una presencia visible, y entonces atraer elementos disidentes”, desencadenando
un supuesto alzamiento general (¿Habría influido las declaraciones de Braddock
para considerar este aspecto?). Se preveía también que previo al ataque anfibio
unos 60 a 80 hombres serían infiltrados en los equipos guerrilleros (FRUS VI,
621). En todo caso esta operación anfibia constituía una verdadera acción de
guerra, que hubiera expuesto claramente que fuera conducida directamente por
las fuerzas de Estados Unidos.
De
acuerdo con Taylor (Operation Zapata),
citado por Carbonell, el coordinador general de las operaciones, Whiting
Willauer, del Departamento de Estado, “recomendó
complementar la brigada de exiliados cubanos con un contingente de 5,000 a
10,000 reclutas latinoamericanos. Asimismo, señaló que era aconsejable utilizar
jets desde bases aéreas de E.U. para proteger a los vulnerables bombarderos
B-26 de la brigada”.
En
esa misma fecha un estimado especial de la Inteligencia Nacional se refería a
la asistencia que en lo militar estaba recibiendo el régimen de Castro del
bloque soviético. En nota a la fuente de información se declaraba:
“…hasta la fecha un
total de unos 10,000-12,000 toneladas de equipo militar, incluyendo grandes
cantidades de armas pequeñas y municiones y algunos helicópteros y
probablemente algunos tanques, artillería (también antiaérea) y otros equipos
relativamente pesados. Hasta ahora Cuba no ha recibido aviones de combate,
aunque algunos entrenadores checos ya han llegado y algunos aviones de combate
pueden estar en ruta. Además, el bloque ha proporcionado hasta instructores y
quizás 200 técnicos militares y ha tomado un número similar de pilotos cubanos
y otros especialistas para darles entrenamiento en el extranjero”[9].
Se
valoró también en ese informe la capacidad de combate de las fuerzas cubanas,
señalándose que las milicias que se estaban organizando su capacidad de combate
era baja y muchas de sus unidades todavía estaban en una base de entrenamiento
a tiempo parcial. No obstante, se señaló que al parecer estaría “surgiendo un núcleo bien organizado, bien
equipado y bien entrenado de unidades leales a Castro y fuertemente influido
por los comunistas” que en un plazo aproximado de 12 meses “estas unidades se convertirán en una fuerza
de seguridad razonablemente eficaz”; la referencia parece ser la de los
Batallones de Combate de las Milicias Nacionales Revolucionarias, que ya por
esos días se organizaban en Cuba y se entrenaban en Matanzas a sus jefes de
compañías.
Luego
en los estimados se hacían algunas consideraciones subjetivas sobre un supuesto
descontento de los trabajadores urbanos que se incrementaba por los bajos
sueldos y por la escasez de bienes de consumo; por otra parte, el informe se
refiere a los grupos alzados en armas en Escambray y en Oriente, “pero el régimen ha reaccionado enérgicamente
─ señala ─ y hasta ahora ha sido
capaz de contener estas bandas”. Sobre la actividad del exilio, el informe
dice:
“En el exterior,
grupos de cubanos exiliados están haciendo algún progreso hacia la unidad de
fuerzas, sin embargo, ninguno parece tener la capacidad para una acción
decisiva contra Castro. Por lo tanto, mientras los enemigos del régimen están
creciendo en número, ningún grupo o combinación de ellos parece bastante bien
organizado o suficientemente fuerte como para ser una serie amenaza a la
autoridad de Castro”.
Se
analizaba la actitud de América Latina hacia la revolución castrista,
destacándose que no existía una amplia base de apoyo popular de respaldo a un
movimiento interamericano contra Castro y, en realidad, la mayoría de los
gobiernos de la región serían extremadamente cautelosos para comprometerse con
aquella medida. “Los gobiernos de América
Latina en general ─ se indica ─ no
simpatizan con Castro y cada vez crece más su preocupación sobre la presencia
del bloque soviético en Cuba, las revoltosas minorías pro Castro en sus países
y las intenciones de Castro de exportar la revolución. No obstante, Castro se
beneficia por la falta de voluntad de la mayoría de los gobiernos
latinoamericanos para actuar en su contra excepto cuando él o sus seguidores
sean hallados interfiriendo en sus asuntos internos”. El problema de Cuba
es apreciado, según el informe, como tendencia por toda la región de ser uno
entre ese país y los Estados Unidos. En una de sus consideraciones, el informe
declaraba:
Las perspectivas para la
acción internacional eficaz contra Cuba siguen siendo pobres. A pesar de la
creciente preocupación por Castro y el castrismo entre muchos líderes
responsables de América Latina, las inhibiciones acerca de una fuerte acción de
OEA contra Cuba probablemente se mantendrán fuertes. El resto del mundo libre
probablemente sigue considerando el problema cubano como uno para los Estados
Unidos de manejar, con muchos de los Estados de Asia inclinados a solidarizarse
con Cuba.
Resulta
interesante destacar el punto 9 del informe, donde se lee lo siguiente:
Sólo Guatemala, que hace
poco rompió sus relaciones con Castro y posiblemente Argentina y Nicaragua,
favorecería una fuerte acción de la OEA en el problema de Cuba. Los presidentes
Betancourt de Venezuela y Lleras Camargo de Colombia son firmemente anti
Castro, pero tampoco están preparados para moverse en Cuba, el primero, en
particular, porque cree que Estados Unidos le abandonaron en sus esfuerzos por
acabar con el dictador dominicano Trujillo. Los demás Estados de América Latina
serán reacios a apoyar acciones anticastristas en la OEA, con México entre los
más intransigentes.
Estos
elementos de juicio sobre la actitud latinoamericana serían, posteriormente
tomados en consideración por John F. Kennedy, luego de ocupar la presidencia de
Estados Unidos.
Con
todo el empeño de lanzar una acción de guerra, aunque empleando personal cubano
como tropa primaria de asalto, la administración republicana de Eisenhower
decide romper las relaciones diplomáticas con el gobierno castrista. La primera
medida en esta dirección es tomada el 28 de octubre de 1960 cuando el
Departamento de Estado llama a su embajador en La Habana Philip W. Bonsal para
unas consultas, algo que, ya en enero había estado considerando y que ahora
llevaba a cabo. Bonsal no regresaría a La Habana y la embajada quedaría a cargo
de su encargado de negocios (Chargé d’Affaires) Daniel M. Braddock.
La
oportunidad para la ruptura diplomática la ofreció la nota de protesta que el
gobierno de Castro remitiera el 2 de enero de 1961 al Encargado de Negocios de
Estados Unidos redactada en los siguientes términos:
“Como consecuencia
directa de las actividades de espionaje y subversión de los funcionarios de la
embajada norteamericana en Cuba, el Gobierno revolucionario de Cuba solicita
del gobierno de los Estados Unidos la limitación de su personal diplomático y
consular en La Habana al número de once personas, el mismo mantenido por el
gobierno de Cuba en la ciudad de Washington y acorde con los principios y
costumbres establecidos respecto a ello en las relaciones internacionales”.
Braddock, de inmediato
informa al Departamento de Estado la notificación firmada por Carlos Olivares
Ministro interino de Relaciones Exteriores redactada en estos términos:
Tengo el honor de informarle que el Gobierno Revolucionario
ha decidido que, bajo las presentes circunstancias, el personal de la Embajada
y Consulado de Cuba en Washington, sea diplomático, consular o de otro
carácter, cualquiera que sea su nacionalidad, no deberá de exceder de once
personas. Del mismo modo, ha decidido que el personal de la Embajada y
Consulado de Estados Unidos en la ciudad de La Habana, sea diplomático,
consular o de otro carácter, cualquier sea su nacionalidad, deberá igualmente
ser limitado a once personas.
Braddock llega a la
conclusión de “que sería imposible
mantener una útil operación en el nivel autorizado por el Gobierno Cubano”.
Braddock recomendaría entonces que Estados Unidos respondiera con la inmediata
ruptura de relaciones[10].
Tan pronto se recibiera
la comunicación del Encargado de Negocios en La Habana, el Secretario de
Estado, Christian Herter se reúne con el designado Secretario de Estado Dean
Rusk con el objeto de platearle tres asuntos. “Yo le expliqué (a Rusk) ─ dijo ─
que nuestro Encargado de Negocios en La Habana había recomendado que el mejor
curso para nosotros sería romper completamente las relaciones diplomáticas ya
que sería imposible llevar a cabo cualquier cosa de un modo digno y efectivo
con un personal tan reducido”. Herter además le informaría que habían
consultado con James J. Wadsworth, representante permanente de Estados Unidos
ante las Naciones Unidas quien consideró que aquella ruptura no interferiría en
el debate sobre los cargos que Cuba había presentado contra Estados Unidos;
además, Herter informaba que así mismo se había consultado con Braddock quien
reiteró su recomendación de una ruptura limpia considerando que esto no pondría
en peligro la situación de los restantes ciudadanos de Estados Unidos en Cuba.
Herter puntualizaría que esa misma tarde se llegaría a una decisión con
respecto a la ruptura de relaciones y que, en su opinión, así se haría. Rusk esa misma tarde le comunicaría
telefónicamente a Herter que había informado al presidente electo y que Kennedy
no quería comentar sobre el tema. Las relaciones diplomáticas entre Estados
Unidos quedarían rotas desde ese mismo día, cumpliéndose uno de los deseos más
preciados por Eisenhower. A este respecto, años más tarde, comentaría Richard
Bissell en su libro Memoirs of a Cold
Warrior: from Yalta to Bay of Pigs, publicado en 1996: Eisenhower "parecía estar ansioso por tomar medidas enérgicas
contra Castro, y la ruptura de relaciones diplomáticas parecía ser su mejor
carta. Señaló que estaba dispuesto a 'moverse contra Castro' antes de la
inauguración de Kennedy el veinte (de enero) si una 'realmente buena excusa' la
hubiera propiciado Castro. 'En su defecto,' dijo, 'quizás podríamos pensar en
la fabricación de algo que fuera generalmente aceptable.'... Esto no era sino
otro ejemplo de su voluntad de usar una acción encubierta específicamente para
la fabricación de eventos en el logro de sus objetivos en política exterior’”.
[1] Foreign Relations of the United States (FRUS,
VI, 590) Memorandum of a Conference with the President, White House,
Washington, October 13, 1960, 10:56–11:33 a.m. Eisenhower Library, Whitman
File, Miscellaneous Material. The time of the meeting is taken from the
President’s Appointment Book. (ibid., President’s Daily Appointments)
[2] Foreign Relations of the United States (FRUS
VI, 558) Memorandum of Discussion at the 451st Meeting of the National Security
Council, Washington, July 15, 1960
[3] Foreign Relations of the United States (FRUS
VI, 613) Eisenhower Library, Special Assistant for National Security Affairs
Records, 1960 Meetings with the President.
[4] Véase al respecto a: Jack Colhoun. Gangsterismo: The United States,
Cuba and the Mafia, 1933 to
1966. OR Books, 2013; Douglas Valentine. The
Strength of the Wolf: The Secret History of America's War on Drugs. Verso
2006 y Peter Dale Scott. Deep Politics
and the Death of JFK. University of California Press, 1996
[5] Foreign Relations of the United States (FURS
VI, 615) Eisenhower Library, Whitman File, Dulles–Herter Series.
[6] Néstor Carbonell Cortina. Lo Que No Dijo el Informe del Inspector
de la CIA
[7] El Grupo Especial 5412 fue un grupo integrado por los secretarios
adjuntos de Estado y Defensa, la oficina del Director de la Central de
Inteligencia (DCI), el Consejero presidencial de Seguridad Nacional y una
Secretaría de la CIA. Su propósito principal era revisar propuestas de
operaciones paramilitares y clandestinas y proporcionar orientación sobre este
tipo de propuestas para el Presidente.
[8] The Foreign Relations of the United States
(FRUS VI, 621)
[9] The Foreign Relations of the United States
(FRUS VI, 620) Department of State. Submitted by the Director of Central
Intelligence (DCI) and concurred in by the United States Intelligence Board on
December 8.
[10] Foreign Relations of the United States (FRUS
X, 1) Nota 2 del document 1, Embassy Telegram 2674.
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