Mario J. Viera
Porque declaro que acepto la existencia
de, digámoslo con una expresión poco exacta, un “ser” trascendente colocado por
encima de la experiencia humana, al que se le denomina Dios, algunos dicen de
mí que soy “religioso”; algo bien distante de la realidad, porque para nada me
identifico con la religiosidad o con la aceptación de una religión organizada.
Pero si dijeran de mí que soy un especial adepto a una específica corriente
filosófica denominada deísmo, entonces estarían más acertados en la
calificación. Si, por otra parte, me identificaran con el modelo de pensamiento
del británico, y uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, Thomas
Paine, diría que, ciertamente, estarían en la proximidad de lo que “creo” en cuanto
a religiosidad. Paine afirmó en uno de sus folletos, La Edad de la Razón, lo que él entendía por “los deberes
religiosos”, anotando:
“Yo creo en un Dios y
no más; y tengo la esperanza de la felicidad después de esta vida. Creo en la
igualdad del hombre, y creo que los deberes religiosos consisten en hacer
justicia, amar la misericordia y esforzarse por hacer feliz a nuestro prójimo”.
Y en ese mismo folleto expuso su credo:
“No creo en el credo
profesado por la iglesia judía, por la iglesia romana, por la iglesia griega,
por la iglesia turca, por la iglesia protestante, ni por cualquier otra iglesia
que conozca. Mi mente es mi iglesia.
Todas las instituciones eclesiásticas nacionales, ya sean judías, cristianas o
turcas, me parecen nada menos que invenciones humanas creadas para horrorizar y esclavizar a la humanidad, y monopolizar
el poder y el lucro”.
Sobre el cristianismo escribe Paine: “Si hubiera sido el objetivo o la intención de Jesucristo establecer una
nueva religión, indudablemente habría escrito el sistema él en persona, o
habría procurado que lo escribieran mientras vivía. Pero no hay ninguna
publicación auténtica existente que lleve su nombre. Todos los libros que
forman el Nuevo Testamento fueron escritos después de su muerte”.
Paine se declara deísta cuando dice: ““¡Qué diferente es esto a la simple y pura
profesión del deísmo! El verdadero deísta tiene una sola deidad; y su religión
consiste en contemplar el poder, la sabiduría y la benignidad de la Deidad en
sus obras, y en su esfuerzo por imitarlo en toda cuestión moral, científica y
mecánica”.
Pero Paine no fue el único deísta entre
los padres fundadores, junto a él lo fueron, Thomas Jefferson y Benjamin
Franklin, en tanto James Madison y George Washington, sin declararse
definidamente como tales, tenían inclinaciones hacia el deísmo; según Bruce
Miroff, Raymond Seidelman, y Todd Swanstrom[1],
John Adams, aunque era un confeso unitario liberal, en su correspondencia
privada parecía más deísta que cristiano. Estos autores señalan, además que uno
de los autores de El Federalista, James Madison “creía que ‘la esclavitud religiosa
apresa y debilita la mente y la inhabilita para cada noble empresa’. Habló
de los ‘casi quince siglos’ durante los cuales el cristianismo había estado en
juicio; ‘¿Cuáles han sido sus frutos? Más o menos en todas partes, orgullo e
indolencia en el clero, ignorancia y servilismo en los laicos, en ambos,
superstición, intolerancia y persecución”.
Sobre Thomas Jefferson señala el
historiador Mario Escobar: “El que sería
tercer presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, no ocultaba sus
profundas ideas deístas. Su respeto a las creencias de los demás y su profundo
deseo de la separación política de la Iglesia y el Estado, estaban en la base
de su pensamiento. Thomas Jefferson rechazó públicamente todos los aspectos
sobrenaturales de las Escrituras, incluidos los milagros de Jesús. En su
pensamiento racionalista, lo sobrenatural era considerado mera superstición.
Durante las elecciones a la presidencia fueron muchos cristianos los que
denunciaron las ideas heterodoxas del candidato”.
Un personaje menos destacado en la
historiografía de Estados Unidos, considerado por algunos autores como uno de
los padres fundadores fue Ethan Allen de Vermont, aunque este no fuera uno de
los firmantes de la Declaración de Independencia, ni de los Artículos de
Confederación y fuera uno de los políticos del Estado de Vermont que se oponían
a la integración en Estados Unidos, luego de finalizada la Guerra de
Independencia. Ethan Allen se identificaba con las posiciones filosóficas de
Paine. En 1785, Allen publica su libro Reason:
the Only Oracle of Man: Or, A Compendious System of Natural Religion (La
razón: el único Oráculo del Hombre, o Un Resumen de Sistema de Religión
Natural) donde planteaba un ataque al cristianismo y un violento ataque contra
la Biblia, las iglesias establecidas y el poder clerical. En esta obra, Allen
presentaba la sustitución de la religión organizada entremezclando el deísmo,
las opiniones naturalistas de Baruch Spinoza y un trascendentalismo que se
adelantaba a los postulados de los trascendentalistas del siglo XIX, principalmente
Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau, y el poeta Walt Whitman. Para Allen
el hombre es un agente libre en el mundo natural.
Dicho esto, paso al tema específico de qué
ser deísta. El deísmo no es una religión, sino una concepción filosófica y, si
se quiere filosofo-teológica con una actitud definida ante la aceptación, por
medio de la razón, de la existencia de Dios y de rechazo a todo tipo de religión
organizada y de su clerecía, sea sacerdotal o pastoral. Según Copleston, citado
por Mariano Fazio Fernández, “Los deístas
eran racionalistas que creían en Dios… El deísmo del siglo XVIII significaba la
desupernaturalización de la religión y la negativa de aceptar cualquier
proposición religiosa basada en el principio de autoridad. Para los deístas era
la razón sola la que había de juzgar sobre la verdad, tanto en materia
religiosa como en cualquier otra cosa”[2].
Voltaire, el gran deísta, anotaría en
rechazo del ateísmo: “Siempre he
considerado el ateísmo como el mayor de los extravíos de la razón, pues decir
que la armonía del mundo no prueba la existencia de un supremo artífice es tan
ridículo como necio sería decir que un reloj no prueba la existencia de un
relojero”. Para él la creencia en un Saber Supremo no era cuestión de fe,
sino de la razón. En el “El filósofo
ignorante”, cita Isaías Díez del Río, Voltaire argumenta: “Me siento inclinado a creer que el mundo es
siempre emanado de esta causa primitiva y necesaria, como la luz emana del sol.
¿Por qué concatenamiento de ideas me veo siempre llevado a creer eternas las
obras del Ser Eterno? Por muy pusilánime que sea mi concepción, tiene la fuerza
de alcanzar al ser necesario que existe por sí mismo”[3].
Para el deísta no hay libro sagrado, solo
compendio de escritos humanos con determinado valor teológico. El deísta no
cree en las “verdades reveladas” contenidas en el canon bíblico y mucho menos
en sus mitos de la creación y el diluvio universal sustentados en la fe o en la
tradición.
Para los deístas Dios constituye el motor
inicial, el primer impulso en la formación del universo; sin embargo, algunos
reconocen la creatio ex nihilo por un
Dios creador, en tanto otros rechazan este concepto de la creación a partir de
la nada en favor del concepto de la creatio
ex materia o, dicho de otro modo, del surgimiento del Universo a partir de
la expansión de la materia, donde Dios ya no es un creador sino un programador
que construye con los elementos materiales surgidos del primer impulso o Big
Bang. Este es el concepto propio de rechazo a la “revelación” que se expresa
como ex nihilo nihil fit, es decir, “de
la nada, nada proviene”. La explicación bíblica del mundo y del hombre no
tienen un carácter autóctono, sino que se conformó sobre las bases de las
tradiciones sumerias. Para el budismo el Universo es infinito e increado, es
decir no hay intervención divina para la existencia del universo. Buda
considera que la idea del origen del universo es un impensable diciendo: “Pensar acerca del (origen) del universo, oh monjes, es un impensable
que no debería ser pensado; pensando en esto, uno experimentaría aflicción y
locura”. Sin embargo, la ciencia indaga para encontrar el cómo del
surgimiento del Universo y del origen de la vida, pero se detiene en el por qué
sin llegar a explicar ciertamente el qué es la vida. He ahí el impensable científico.
Pero ¿qué es la vida? ¿Qué propició que en
la materia inerte surgiera la vida? No se trata de cómo surgieron los primeros
vivientes, sino cómo la vida se generó en esas rudimentarias formas vivientes. Por
la razón y por experiencia creo que la vida es el pneuma del Espíritu Universal
soplado sobre la materia orgánica. Ante este “misterio” del origen de la vida,
señal el astrofísico y matemático inglés, Chandra Wickramasinghe: “El que la vida haya sido un accidente
químico en la Tierra es como buscar cierto particular grano de arena en todas
las playas de todos los planetas del universo... y hallarlo”. Y Albert Einstein,
por muchos calificado como deísta, expresó: "Hay dos maneras de vivir una vida: una es pensando que todo es un
milagro, la otra es pensando que nada lo es. De lo que estoy seguro es de que
Dios existe".
Los deístas no creemos en verdades
reveladas, pero algunos aceptamos que en muchos escritos existe la inspiración
del Espíritu de Sabiduría que sirven de modelo de enseñanza para el
conocimiento de Dios. La enseñanza no está concentrada en un solo cuerpo de
textos concedidos a un supuesto pueblo elegido, sino repartida en diferentes
textos elaborados en diferentes culturas. A Dios se llega por la razón y la
espiritualidad y no por adoctrinamiento o por dogmas impuestos, ambos no
aceptados por los deístas. No se produce una relación de sumisión y adoración a
Dios sino una de experiencia personal; es un acercamiento a Dios a través de la
reflexión. De este modo se ha señalado ciertamente que el deísta disfruta de la
libertad de buscar la espiritualidad por sí mismo, y su vida espiritual no se
ha formado por la tradición o la autoridad religiosa sino por su propia
concepción de la Divinidad.
Dios
no necesita servidores, porque Él es amor y comprensión. Su esencia, la esencia
de Suprema Inteligencia no exige sumisión sino comprensión. Como Suprema
Inteligencia, en sí hay tres componentes esenciales, la Gnosis (Γνωσις), el
Logos (Λόγος) y la Sofos (σοφός), Uno y Trino, algo que los deístas clásicos no
comparten. Por supuesto los deístas no creen ni admiten la existencia de un
Dios personal y antropomorfo.
Dios no es legislador ni crea códigos de
conductas que normen todas las actividades del hombre. Dios le ha concedido razón
e inteligencia al género humano y es el hombre quien norma su vida en
concordancia con las relaciones sociales existente en cada momento histórico. De
este modo el deísta ratifica que la religión y el Estado deben estar separados.
Así, el deísta no se rige, en lo fundamental por una moralidad surgida de los
conceptos religiosos. Los deístas orientan su conducta a partir del pensamiento
racional y de la ética vinculada a su propia conciencia. El deísta se rige por
lo ético más que por la relatividad moral siempre en transformación. La moral
está históricamente condicionada. Pero los valores éticos son constantes. La ética
es una categoría filosófica y científica, en tanto que lo moral está
determinado por principios, valores o normas que rigen para una sociedad históricamente
determinada. Teniendo esto en cuenta los teístas rechazan los dogmas y los
criterios impuestos por líderes eclesiásticos que se presentan a sí mismos como
si fueran mensajeros de Dios y comunicadores de su Palabra.
No obstante, los deístas creyendo en Dios,
o en un principio divino, aceptan unos pocos, si acaso, de los principios y
prácticas del cristianismo, judaísmo, o de cualquier religión considerando que
en las mismas pueden existir creencias racionales luego de extirpar de ellas lo
que pueda haber de supersticioso.
En los deístas, desde Voltaire hasta Paine,
hay una agria crítica hacia el cristianismo. Ante el cristianismo, Voltaire
exigía “una religión natural sin dogmas,
ni sacerdotes, nada coercitiva y con grandes valores humanos”; una religión
no existente tal como lo planteara Paine de que Jesús no había creado una nueva
religión. El cristianismo vigente, el nacido no de las enseñanzas del nazareno
sino de las enseñanzas del fariseo Pablo de Tarsos es y ha sido la antítesis de
la religión natural que reclamaba Voltaire. Jesús no sacramentó sacerdotes, ni
líderes espirituales, ninguno de sus discípulos fue elevado sobre los otros y a
ninguno le confirió dignidad episcopal. Jesús nunca fue a adorar al templo, su
templo era el desierto y los montes. El
deísmo, por tanto, no necesita de ministros, sacerdotes, ni rabís. Todo lo que
un individuo necesita es su propio sentido común y la habilidad de considerar
su condición humana, todo hombre es su propio sacerdote.
[1] Bruce Miroff, Raymond Seidelman, Todd
Swanstrom. Debating Democracy: A Reader
in American Politics. Wadsworth Cengage Learning,
Boston USA, 2009
[2] Mariano Fazio Fernández. Historia
de las ideas contemporáneas. Ediciones Rialp, S.A, Madrid, julio 2015: F. Copleston. Historia de la Filosofía, vol.
V: De Hobbes a Hume.
[3] Isaías Díez del Río. La
religión en Voltaire. Anuario Jurídico y Económico Escurialense, XLIV
(2011) 519-536
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