Mario J. Viera
El
profesor Fernando Mires[1],
ha creído ver que, tras la reanudación de las relaciones diplomáticas entre
Estados Unidos y Cuba, junto al proceso “reformista” iniciado por Raúl Castro,
y con el fin del mito de la revolución castrista, tal vez en Cuba está comenzando
una “transición hacia la transición”. No
comparto tal opinión, aunque ciertamente hay que reconocer que el gobierno de
Cuba está en el preámbulo de una transición, pero no como fase primaria hacia
la transición democrática, sino como la transición del totalitarismo del Estado
comunista hacia el totalitarismo-capitalista-monopartidista con todo el poder
concentrado en el Consejo de Estado y en el Buró Político del Partido
Comunista.
En
la nueva política de Estados Unidos hacia Cuba existe un propósito no muy
claro, y evidentemente no se corresponde con lo que se ha argumentado para
justificar el acercamiento a ese derelicto de la guerra fría que es el
castrismo. No creo que se trate de una táctica política dirigida a enmendar el
supuesto fracasado modelo de aislamiento y confrontación que por cinco décadas
había mantenido Estados Unidos frente a los usurpadores del poder en Cuba. Tal
vez el objetivo sea de carácter geopolítico dirigido a mejorar la imagen de los
Estados Unidos ante los países de América Latina, con miras a debilitar la
hegemonía del Alba en el subcontinente.
La
democratización de Cuba no se producirá como consecuencia del restablecimiento
de sus lazos diplomáticos con Estados Unidos, como no ha ocurrido en Arabia
Saudí, ni en Viet Nam, ni mucho menos en China, países con los cuales Estados
Unidos mantiene amplias relaciones diplomáticas. Venezuela, Nicaragua, Bolivia
y Ecuador con vínculos diplomáticos con la potencia del Norte han emprendido un
camino que les aproxima al totalitarismo y donde los derechos humanos son papel
mojado.
Tal
vez Obama quiera reeditar la argucia que Ulises utilizó en Troya con el
propósito de hacer caer a la inconmovible Ilión. Si este es el objetivo oculto
de Obama será un total fracaso, porque el régimen cubano no abrirá sus puertas
para recibir ingenuamente al caballo de Troya y se mantendrá en su posición
hegemónica y de control de toda la sociedad.
Coincido
con Mires, al decir que “Raúl Castro, a
diferencias de su hermano, pasará a la historia no como el fundador de un mito
sino como quien puso punto final a la vigencia del mito fundacional. A partir
de Raúl la revolución que derribó a Batista ha sido convertida en un simple
hecho histórico, todo lo importante que se quiera, pero no más que eso”; y
ciertamente si el mito que ha conformado la llamada revolución cubana desaparece,
con él cambia, como causa y efecto, “el destino de la historia situada sobre
ese mito”.
Sin
embargo, Raúl Castro tiene sus propios planes. Su objetivo es garantizar la
inamovilidad del régimen de poder fundado sobre el dominio del Partido
Comunista y de las Fuerzas Armadas. A él no le interesa, o no está capacitado,
para mantener el mito revolucionario. Él quiere garantizar la continuidad en el
tiempo del régimen y salvar los intereses de sus colaboradores y los propios de
su familia. Para lograr estos propósitos requiere, mal que le pese, mejorar sus
relaciones con los Estados Unidos. Sin una apertura hacia el Potomac, el
régimen comunista está condenado al colapso. Para sobrevivir se requiere un
vuelco hacia el modelo chino; pero para ello necesita fatalmente de la
inyección de los capitales de Wall Street; sin las inversiones del capital
americano no hay posibilidades de implantar el sistema socio político chino en
la isla.
El
restablecimiento de relaciones diplomática, para los castristas es la antesala,
el primer paso hacia su meta principal: el levantamiento del embargo comercial.
Entonces se hace necesario quitarle fuego a la retórica “antimperialista” y
moderar el discurso de “plaza sitiada”. De este modo, el mito fundacional se
debilitará aún más, sacrificado ante la necesidad que impone el pragmatismo,
frío y cruel.
El
destino previsible para Cuba a corto y mediano plazo es el mismo de la granja orwelliana.
Si finalmente el embargo es levantado, el brioso corcel del capitalismo salvaje
encontrará en Cuba un espléndido pastizal. Un sistema de mercado con licencia
para actuar, siempre que no toque ni con el pétalo de un clavel el rostro rijoso
del poder incompartible del Partido Comunista. Un paraíso para los
inversionistas que no tendrán que confrontar reclamaciones sindicales, ni protestas,
ni huelgas, donde los derechos laborales constituyen solo deberes para el
trabajador y muchos serán los derechos para los empresarios, siempre y
constreñido dentro de lo económico.
La
prensa libre continuará amordazada; todos los poderes públicos controlados por
el Consejo de Estado. Los órganos represivos del Ministerio del Interior
contarán con más recursos financieros y tecnológicos para continuar haciendo lo
que mejor saben hacer, espiar a la población y reprimir cualquier manifestación
de protesta o cualquier opinión considerada no ortodoxa según los moldes
ideológicos del castrismo. Mientras tanto Cuba seguirá siendo el burdel más barato
del Caribe. Y las mejoras salariales no sobrepasarán los niveles que establecen
los parámetros internacionales de la pobreza extrema. El gallo desplumado del estalinismo
recibirá un poco más de maíz pero continuará siendo solo un gallo desplumado.
Un
nuevo sistema socio político surgirá, de capitalismo salvaje, limitado solo a
la esfera económica, de gobierno de un solo y hegemónico partido político y de
totalitarismo rígido como sistema de gobierno. La transición hacia la
democracia deberá todavía esperar tal vez por una tropical “Operación Walkiria”
o por una Plaza de Tahrir, o quizá por
la aparición de algún Gorbachov criollo, todas estas, posibilidades de momento
nada previsibles.
La
verdadera oposición cubana, en medio de las actuales condiciones, tendrá que
adecuarse al momento político y dar limitada importancia a las declaraciones
teóricas y filosóficas, solo de interés mediático, para darle prioridad al
activismo político, dirigido a crear la necesidad del cambio en las conciencias
de la población, utilizando todos los medios que tenga a su disposición por muy
limitados que sean, penetrando las secciones sindicales con activistas de la
oposición; penetrando incluso los CDR y exponiendo las exigencias sociales
dentro del marco de las asambleas de rendición de cuentas de los delegados de
circunscripciones.
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