Juan Guerrero. EL UNIVERSAL
El país político no está dividido en
dos mitades. Eso es falso. El país está dividido en una parte, que a su vez
está dividido entre oficialismo/oposición, y otra parte que no participa
políticamente de ninguno de los dos, y que además, se opone a ambos bandos
Esa es una de las lecturas que se
desprende, una vez más, de esta última elección nacional. Cerca del 40% de la
población se abstuvo de votar. Y me atrevo a afirmar que no ha sido por
desidia, desgano o indiferencia.
Los mal denominados NiNis se han
depurado y ahora, con más claridad aparecen en el escenario político con
contundencia. Deben ser conocidos como contestatarios críticos porque se
expresan exponiendo sus ideas aunque no sean una opción visible.
Lo interesante de esto es que los
contestatarios críticos están, tanto en la periferia del oficialismo como en la
oposición. Son la conciencia crítica que está gravitando en ambos sectores,
mientras gran parte de la dirección de los partidos los excluye del poder o los
ignoran.
Cada vez crece más el rechazo a los
falsos, matraqueros, guabinosos y analfabetas gestores de la política, quienes
descalifican tan exigente y solidaria
actividad.
Ante la mirada de unos ciudadanos
desprotegidos, sea por más de 40 años de gobiernos corruptos, sea ahora por un
régimen militarista, autoritario e inepto, se está acelerando un movimiento
social que cada vez es más real.
Mientras el oficialismo saca sus
cuentas y nota que sus militantes han disminuido sensiblemente, la oposición se
enfrenta a un fantasma que le impide avanzar.
Es el fantasma con decenas de
dirigentes fosilizados que medran buscando posiciones de poder, usando los
partidos como agencias de transacciones de todo tipo.
Y en el oficialismo el desgaste de esa
llamada maquinaria que ha sido su partido, muestra sus fisuras por donde han
aparecido los olvidados líderes de base reclamando la eterna deuda social.
Si lo vemos en perspectiva podemos
entender que esto es un lento proceso de depuración política, que comenzó a
finales de los años 90s y se ha ido acelerando en estos últimos 5 años.
El desgaste electoral ha llevado a la
población a un cansancio al percibir que después de votar es nula o muy poca la
ganancia real que obtiene.
Sin embargo, en las organizaciones y
partidos políticos como en el resto de las estructuras sociales creadas por los
ciudadanos, existen grupos que están construyendo un modelo de Estado y
sociedad adaptado a los nuevos tiempos y donde la tradición cultural priva
sobre los modelos artificiosos impuestos.
Las ONG que presentan modelos de
convivencia para un nuevo país, o los grupos académicos que piensan la nueva
república (http://www.frentepatriotico.com/inicio/2013/11/07/parte-xxv-la-rebelion-de-las-regiones/)
muestran la dinámica de una sociedad que lejos de adormecerse se hace fuerte en
la adversidad.
El proceso es lento toda vez que tanto
el Estado, a través del actual régimen
autoritario, impide el avance de las fuerzas progresistas, sea porque la
llamada Mesa de la Unidad Democrática aún no termina de cohesionarse para
lograr cambios significativos.
Lo importante es entender que es
perentorio cambiar la estructura del Estado centralista y que apabulla a las
regiones y entender que un sistema de gobierno basado en el presidencialismo,
con el inmenso poder que ello supone, es contrario a toda convivencia
democráticamente sana.
Muestra de ello es el artículo 236 de
la Constitución nacional de 1999. Ese artículo le otorga al presidente de la
república poco más de 20 atribuciones. Semejante concentración de atribuciones
contradice el principio de poder compartido entre las otras instituciones del
Estado.
Pero lo peor es la concepción misma
del Estado desde una perspectiva de poder centralizado cuya sede física se
encuentra en la ciudad capital, imponiendo un modelo único de vida y
despreciando la tradición cultural de las regiones. Esta mentalidad se ha
reproducido por siglos, desde el establecimiento del gobierno colonial, con el
capitán general hasta los actuales presidentes.
Todos ellos, unos más que otros,
siempre han concentrado el poder en la figura del capitán
general-presidente-jefe de Estado-comandante general.
¿Es posible superar esta anomalía
institucional y mentalidad marginal? Sí es posible hacerlo. Con voluntad
política, capacidad gerencial y autoridad moral.
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