Miriam Celaya. CUBANET
Hay quienes insisten en denigrarnos
basándose en la longevidad de la dictadura de los Castro y nuestra supuesta
incapacidad para liberarnos de ese yugo.
Llama la atención que, nuestros más
contumaces críticos suelen ser españoles, signo que demuestra no solo una pobre
memoria histórica, sino también la persistencia de esa controvertida relación
del tipo “te odio, mi amor” entre Cuba y España, nacida desde siglos pasados
entre una pequeña colonia capaz de prosperar y generar grandes riquezas gracias
al tesón, al talento y al trabajo de los cubanos, y una decadente metrópoli que
─ pese a que un día llegó a poseer un imperio “sobre el cual no se ponía el
sol” – nunca dejó de ser una de las más pobres y atrasadas de Europa, arrastre
que permanece hasta hoy.
Quizás la pérdida de Cuba en 1898, que
marcó el fin del otrora grandioso imperio, y en cuya obstinada defensa España
derrochó muchos más recursos y jóvenes vidas españolas que en las demás guerras
de independencia de Hispanoamérica, quedó marcada en su psiquis nacional como
el naufragio del último baluarte del signo ibérico de este lado del Atlántico y
el golpe de gracia a su orgullo, definitivamente vencido con la intervención de
una nación que siempre valoró más el trabajo, los avances tecnológicos y la
prosperidad que los títulos nobiliarios, los blasones y los escudos de armas:
Estados Unidos.
Desde luego, la incapacidad política
de la corona española de aquellos tiempos no es atribuible a su pueblo. Tampoco
son reflejo de algún tipo de limitación o minusvalía de los españoles los
largos años de dictadura franquista, con su cuota de represión, persecuciones a
los disidentes, fusilamientos, censura de prensa, culto a la personalidad de un
líder con supuestas dotes extraordinarias, y todos los demás ingredientes
propios de los regímenes dictatoriales de cualquier color ideológico, que
terminaron solo tras la muerte natural del caudillo.
La
pérdida de la vida de decenas de miles de españoles por masacres o por
ejecuciones, los encarcelamientos y el éxodo, fueron la marca inicial de la
dictadura.
En las décadas siguientes la
emigración permanente se acercaría al millón de individuos, cuyas remesas
familiares significaron, junto a la entrada del capital extranjero y el
turismo, factores esenciales para el crecimiento económico de España a partir
de los 60’, con beneficios que también tributaron riquezas al poder
dictatorial. Cualquier parecido con la realidad cubana actual no es pura coincidencia.
Son muchas más las similitudes que las
diferencias entre los procesos dictatoriales de ambas naciones y los
padecimientos de sus pueblos, que las diferencias por consideraciones
personales. Por estas razones resulta tanto más inverosímil el desprecio de
ciertos españoles por los cubanos, y más inexplicable su imaginaria
superioridad cívica o moral.
Complicidad
con el régimen
Quizás sería más coherente que esos
detractores que actualmente pretenden dictar cátedra sobre democracia a los
cubanos, que se dirigen a nosotros con ofensiva condescendencia y hasta
pretenden instruirnos sobre lo que debemos hacer para derrocar el poder de los
Castro, se encargaran de fustigar a los empresarios españoles que invierten sus
capitales en Cuba, apoyando con ello el sostenimiento de la dictadura y la
explotación de los asalariados cubanos, y burlando los esfuerzos y sacrificios
de varias generaciones de opositores y las aspiraciones democráticas de la
mayoría.
De paso, aprovechando las
oportunidades que ofrece la democracia, podrían pedir cuentas también a muchos
de sus políticos, cuya tolerancia, e incluso complicidad con el régimen de la
Isla, los ha llevado a allanar y aupar el camino de los sátrapas verde-olivo en
importantes espacios internacionales.
Porque ningún español que se reconozca a sí mismo como individuo libre debería
callar o aceptar connivencias con una dictadura. Los españoles menos que nadie,
ya que tuvieron que pagar un altísimo costo por las libertades de las que gozan
hoy, y porque saben que bajo el franquismo ni siquiera hubiese sido posible un
movimiento de “indignados”.
Puede que a los cubanos nos reste
mucho por aprender en materia de civismo y democracia, pero recuerden los
iberos intransigentes que se sientan tentados a juzgar, que no es digno de una
nación orgullosa predicar en calzoncillos.
A
propósito de un comentario publicado en Cubanet (3/12/2013) a un artículo de
Mario J. Viera (A propósito de algunas
gilipolladas)
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