Del libro en preparación, "Amigos, Aliados y Enemigos.
Mario J. Viera
Madrugada del primero de
enero de 1959. Campamento de Columbia. El general Eulogio Cantillo Porras lee
ante la oficialidad reunida allí una orden general. Con voz serena, pero en
tono grave, lee:
Ha caído una gran responsabilidad sobre mis hombros y
sobre los de ustedes, dignos oficiales, que es la de salvar a la nación y
terminar esta guerra fratricida, que ha costado tantas vidas.
El Presidente de la República, no deseando derramar más
sangre, ha renunciado; el presidente de la Suprema Corte, doctor Carlos M.
Piedra, ha sido designado como Presidente de la República.
El Presidente se ha embarcado. El Jefe del Estado Mayor
Mixto, el Jefe de la Marina y el Jefe de la Policía Nacional, también se han
embarcado. El Presidente del Senado y el vice-Presidente de la República, como
también algunos funcionarios de las fuerzas armadas, han renunciado.
Hemos asumido el mando de las fuerzas armadas y hemos
designado al coronel Daniel G. Martínez Mora como jefe de operaciones.
Ahora entregaría el mando del ejército
al Coronel Ramón Barquín, liberado de la prisión de Isla de Pinos por orden
emitida por el mismo Cantillo. Radio Rebelde emite un Boletín Especial: “Se acaba de anunciar desde el campamento de
Columbia que el tirano Batista ha huido. El general Cantillo a nombre del Ejército anunció que ha tomado el
mando de la Junta Militar”; y Castro emite orden a Camilo Cienfuegos para
avanzar con su columna “sobre la ciudad
de La Habana, para rendir y tomar el mando del Campamento Militar Columbia”,
y a Guevara le nombra Jefe del Campamento Militar de la Cabaña ordenándole “avanzar con sus fuerzas sobre la ciudad de
La Habana, al paso que rinda las fortalezas de Matanzas”.
Así concluía todo un proceso de
negociaciones del General Eulogio Cantillo, con el General Francisco “Pancho”
Tabernilla Dolz, los altos mandos del Ejército y Batista, que había tenido su
inicio algunas semanas antes. La guerra estaba perdida y había que intentar
salvar lo que se pudiera de un ejército humillantemente derrotado por una
fuerza militar, irregular y sin formación académica en el ejercicio de las
armas.
El general Tabernilla, viendo que ya
no era posible salvar al gobierno de Batista, había instruido al General
Eulogio Cantillo, como jefe de operaciones militares en la provincia de
Oriente, para que gestionara una entrevista con Fidel Castro, intentando buscar
una solución honrosa al conflicto que ensangrentaba al país. Un sacerdote, el
padre Francisco Guzmán Venet actuaría como intermediario entre Cantillo y el
jefe insurrecto para concertar la entrevista. La entrevista entre los dos jefes
se realizaría el 28 de diciembre en las ruinas del Central Oriente.
Al encuentro con Castro llega Cantillo
a bordo de un helicóptero del Ejército. Estaban presentes, el padre Guzmán, el
coronel José M. Rego jefe del Cuartel Moncada, Raúl Chibás y un pequeño grupo
de militares. Cantillo se presentó a nombre del Ejército y con autorización del
General Tabernilla. Castro, entonces le precisó que no tenía que hablar ni a nombre
de Tabernilla ni de Batista y le aseguró “que
el Ejército (los militares honorables) no
tenía por qué cargar con la culpa de los crímenes que cometía la pandilla de
los esbirros de confianza de Batista”. Lo que allí, en aquella reunión, se
acordó se conoce solo por la versión dada por Castro: el 31 de diciembre, a las
tres de la tarde, el general Cantillo haría un llamamiento pidiendo la renuncia
del Gobierno; no se permitiría la fuga de Batista y los cuarteles de Oriente
debían rendirse al Ejército Rebelde. Además, Cantillo, se dice, se
comprometería a no hacer contacto con la Embajada de Estados Unidos y a no dar
un golpe de estado. De regreso a La Habana, Cantillo informó a Batista
diciéndole que era imposible evitar la ocupación rebelde de Santiago.
Cantillo intentó ganar tiempo. Había
jurado de fidelidad al gobierno y hacía todo lo posible para que Batista
pudiera salir hacia el exilio y quería, sobre todo, salvar el honor de las
fuerzas armadas. Castro le acusó de haber incumplido con el acuerdo de no
contactar con la embajada americana, pero no él, sino Tabernilla fue quien se
entrevistara con Smith, el embajador. Así lo declaró el teniente coronel
Irenaldo García Báez, el 22 de junio de 1959 en el Hotel Jaragua, Republica
Dominicana:
Fue Francisco Tabernilla quien se reunió con el embajador
de Estados Unidos a quien le habló de la posibilidad de una Junta militar.
Cuando el embajador le preguntara si él presidiría la Junta, Tabernilla le dijo
que no y alargó la pregunta “qué le parecía el general Cantillo”. El embajador
evadió la respuesta y le dijo que “en todo caso consultaría a su gobierno”.
Cantillo sería considerado, como dice,
Rafael Rojas, doblemente traidor: “Según
Castro y la historiografía castrista, Cantillo traicionó a los rebeldes, a pesar
de que aquel acuerdo fue el origen de la valiosa colaboración del coronel José
M. Rego Rubido (…) Según
Batista y la historiografía batistiana, Cantillo fue también un traidor, a
pesar de que tras la renuncia del 31 de diciembre lo dejaron a él como cabeza
militar de una junta civilmente presidida por el magistrado Carlos M. Piedra”.
Batista
huye; ¿por qué de manera tan intempestiva que toma a todos por sorpresa, tanto
a la Embajada americana como al propio Fidel Castro. Carlos Alberto Montaner[1]
intenta dar una razonable explicación dell por qué:
(Batista) se vio
súbitamente repudiado por el pueblo y “traicionado” por dos de los pilares
básicos de su gobierno: los americanos y las Fuerzas Armadas. A su memoria
acudieron los acontecimientos de 1933, en los que otro general dictador,
Gerardo Machado, caía víctima de los mismos factores: la opinión pública, el
Ejército y la embajada de los Estados Unidos. Se vio, como Machado en 1933,
incapaz de controlar los factores de poder, y temió ser víctima de la ira
popular si se desencadenaban desórdenes callejeros en medio de la anarquía
revolucionaria, semejantes a los que habían conmovido al país veinticinco años
antes. Víctima de esta pesadilla, sin gloria ni grandeza, el general huyó al
amanecer, dejando en total desamparo a miles de hombres comprometidos en la
defensa de su innoble causa.
Como
quiera que sea, las puertas ya se habían franqueado para dar paso a una nueva
revolución, la revolución hecha a imagen y semejanza de las sui generis
concepciones ideológicas de Fidel Castro.
“Al fin hemos llegado a Santiago”,
afirmaría un entusiasta Castro en su primer discurso en público tras el triunfo
de la insurrección. Al fin había llegado al poder, y lo hacía el mismo día
cuando se cumplieron 60 años de la asunción del general John R. Brooks a la
gubernatura de la isla luego de la derrota de España en la Guerra
Hispano-americana de 1898. Coincidencias que a veces, como por broma, ofrece la
historia.
“La Revolución empieza ahora”, afirmó
Castro y es así porque ya había llegado al poder, aunque escondido detrás del
mascarón de proa de un gobierno provisional fantoche. “Esta vez, por fortuna para Cuba, la Revolución llegará de verdad al
poder. No será como en el 95 que vinieron los americanos y se hicieron dueños
de esto. Intervinieron a última hora y después ni siquiera dejaron entrar a
Calixto García que había peleado durante 30 años, no quisieron que entrara en
Santiago de Cuba”. Y proclama: “…el pueblo es el que ha conquistado su libertad y nadie más que el pueblo”. Y
le pide al pueblo: “¡Tengan confianza en
nosotros!, es lo que le pedimos al pueblo, porque sabemos cumplir con nuestro
deber”. Y asegura: “Yo no voy a decir
que la Revolución tiene el pueblo, eso ni se dice, eso lo sabe todo el mundo. Yo decía que el pueblo, que antes tenía
escopeticas, ya tiene artillería, tanques y fragatas; y tiene muchos técnicos
capacitados del Ejército que nos van a ayudar a manejarlas, si fuese necesario”.
Se
lanza contra el magistrado Piedra que asumiera la Presidencia al quedar vacante
los cargos de Presidente y de vicepresidente, de acuerdo a lo establecido por
la Constitución de 1940 y coloca su rechazo al magistrado, que nadie del pueblo
tiene idea de quién es, como rechazo popular: “¿Quién quiere al señor Piedra para presidente?” Y la multitud que le escucha rompe en abucheos y gritos de
“¡Nadie!” Y ya. Se cumple lo que “el pueblo” aprueba por aclamación: “Si nadie quiere al señor Piedra para
presidente, ¿cómo se nos va a imponer al señor Piedra para presidente? Si esa es la orden del pueblo de Santiago de Cuba, que es el sentimiento del
pueblo de Cuba entera, tan pronto concluya este acto marcharé con las tropas
veteranas de la Sierra Maestra, los tanques y la artillería hacia la capital, para que se cumpla la voluntad del pueblo”.
Y Castro aclama al magistrado Manuel Urrutia como Presidente del Gobierno
Provisional, cual si fuera una decisión popular, aunque fuera solo la de ese
grupo de santiagueros que le vitorea: “Quiero
aclarar que, en el día de hoy (…), tomará
posesión de la presidencia de la República, el ilustre magistrado, doctor
Manuel Urrutia Lleó. ¿Cuenta o no cuenta con el apoyo del pueblo el doctor
Urrutia?” Y le responde un grito multitudinario de aprobación. Entonces
afirma: “Pero quiere decir, que el presidente
de la República, el presidente legal, es el que cuenta con el pueblo, que es el
doctor Manuel Urrutia Lleó”.
Las
revoluciones no son movimiento de ciudadanos, sino movimiento de masas; y ya
Castro, desde el primer día comienza con su trabajo de agitador de masas. Toda
revolución en sus etapas iniciales es populista; porque sin el apoyo popular
devenido en apoyo de masas o de populacho, fracasan. Y Castro proclama al
pueblo como el conductor verdadero de la insurrección y con el pueblo coquetea para
ganarse su simpatía, y aún más, si fuera posible, su adoración como el Mesías
ansiado. Identidad pueblo-revolución. El mal que se haga contra la revolución
se entiende hecho contra todo el pueblo: Dice Castro: “Los ataques contra la Revolución van contra el pueblo, los ataques
contra nosotros van contra el pueblo, porque nosotros aquí no representamos
otro interés que el interés del pueblo”[2].
Las
revoluciones comienzan con la toma del poder del partido revolucionario y solo
desde el poder se ejecuta la revolución, así ha sido con la Revolución Francesa
del jacobinado, así fue durante la mini revolución de la Comuna de París, y así
ha sido con la revolución bolchevique de 1917.
Desde
ahora en adelante se cumplirían las leyes que rigen un movimiento revolucionario:
En
toda revolución rige la Ley de Jano,
un rostro mirando al pasado que la justifica, y otro rostro mirando al futuro
que la anima, y nunca mirando al presente. Se impone el miedo al retorno del
pasado, formándose a posteriori el miedo a la libertad: “en un proceso revolucionario tan hondo como este ─ dirá Castro el 6
de febrero de 1959 ─, no caben términos
medios, que un proceso revolucionario como este llega a la meta o el país se
hunde en el abismo, que o avanzamos cien años o retrocedemos cien, que una recaída en el pasado sería la peor
suerte y la suerte más indigna que pudiera caberle a un pueblo como este”.
Y ratifica este concepto el 16 de marzo cuando toma posesión del cargo de
Primer Ministro: “¡El fracaso de la Revolución es el abismo, la guerra civil, el mar de
sangre y, al fin y al cabo, el regreso de Batista, de Ventura,
de Chaviano, de Masferrer, de Carratalá y de toda
aquella caterva de criminales!, porque aquí no hay términos medios”. La
Revolución promete la libertad; pero las libertades han de ejercerse bajo un
condicionamiento: “hacer un uso digno y
patriótico de ellas”, según el criterio de Castro, entendiéndose como
“patriótico” el apoyo que se dé al partido revolucionario y solo a la
revolución.
En
toda revolución existe la violencia de la Titanomaquia:
las fuerzas revolucionarias reprimen con violencia a las fuerzas antagónicas
opuestas a la revolución, la contrarrevolución. A la revolución siempre se
opondrá una Vendée.
En
toda revolución fatalmente se cumple la Ley
de Saturno, cuando comienzan los antagonismos dentro del mismo partido
revolucionario: la fuerza hegemónica del partido revolucionario, anula o
asesina a la minoría disidente. El fuerte devora al débil. Si, así lo vislumbra
el mismo Castro cuando dice en su discurso del 8 de enero de 1959 en el
Campamento de Columbia: “Los peores
enemigos que en lo adelante pueda tener la Revolución Cubana somos los propios
revolucionarios”.
Toda
revolución se proclama a sí misma, a su movimiento, ser “fuente de derecho” por
la dinámica propia de las transformaciones que implanta. En toda revolución hay
combate contra un enemigo objeto ─ aristócrata, oligarca, terrateniente,
burguesía, los grandes intereses ─ al que se le identifica como causante de
todos los tropiezos y la razón que justifica la violencia revolucionaria.
Castro identificara como enemigo objeto al “imperialismo” o a los “ricachones”:
“Ustedes saben bien que hay gente que no
tiene que trabajar ─ denuncia en Santiago de Cuba en discurso del 30 de
noviembre de 1959 ─. Ustedes saben bien que hay gente que en su
vida ha derramado una sola gota de sudor.
Ustedes saben que hay gente que vive muy bien y sin embargo no trabaja,
y que, sin embargo, tiene tiempo de sobra para murmurar, para regar “bolas” y
para hacer campañas contrarrevolucionarias”. Lucha de clases según la
doctrina marxista de interpretación de la historia.
Las
revoluciones necesitan de las crisis, reales, imaginarias o auto creadas, para
prolongarse en el tiempo. Las crisis justifican los medios.
Toda revolución cumple con una función sigmoide: inicio, clímax y
decadencia. En toda revolución que se pretenda continuar más allá del marco de
sus objetivos, prolongarla en el tiempo, se cumple la Ley de Termidor: la revolución deviene entonces en su propia
antítesis.
Todos
estos factores se irán manifestando en la “Revolución Cubana” con el
transcurrir de los años.
Para
Silvio Costa[3],
las revoluciones “se dan a partir de las modificaciones
económicas, sociales, políticas, culturales, que agravan las contradicciones inherentes al propio desarrollo de
las sociedades, y cuando una parte
significativa de la población entiende que no es posible continuar viviendo bajo el orden económico, social y
político existentes, y que es
necesaria una transformación”.
Para la llamada Revolución Cubana, ¿se
cumplen estos presupuestos?
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