Mario J. Viera
Artículo publicado previamente en Seminario A Fondo 17 de mayo de
2004
Al igual que en las matemáticas, en política existen
determinados principios geométricos. Y como en la Geometría, en Política
existen teoremas. Algunos teoremas son falsos, otros requieren ser demostrados
recurriendo al absurdo y otros son axiomáticos que no requieren demostración.
En política como en geometría hay puntos, planos, rectas
y curvas.
En política hay direcciones. Se avanza o retrocede por
etapas. Si en geometría una línea es una figura generada por un punto en
movimiento, en política todo proyecto presupone una progresión lineal para
llegar a un objetivo previsto. Es una progresión por etapas y cada etapa
puede identificarse con un segmento de recta.
Se avanza desde un
punto A hasta un punto B, para atravesar un número n de puntos. En política no
siempre se puede adelantar por saltos. Si el objetivo es alcanzar el
punto C primero hay que llegar al punto B.
Los cubanólogos, que muchos abundan en estos tiempos,
quieren alcanzar el punto C de la transición política cubana sin siquiera tener
la menor idea de cómo llegar al punto B a partir del cual puede alcanzarse
C. Geniales teóricos tratan de demostrar la posibilidad de llegar a C por
deducción al absurdo. El absurdo se puede plantear como una tesis: “Si el
castrismo tiene voluntad de diálogo, entonces C puede alcanzarse sin necesidad
de llegar a B”.
La realidad es que el castrismo no tiene la voluntad
política de acceder al diálogo ni a ceder parcelas de poder, luego entonces,
para llegar a C (la transición) hay que alcanzar el punto B (derrocamiento del
régimen totalitario).
La transición político-económica en Cuba no responde a la
lógica de un programa de computadora. La transición puede ser una ecuación con
muchas variantes. Todo depende de cómo se alcance el punto B de la política
cubana.
Estamos en el punto de origen. Un sistema totalitario que no acepta oposición, intolerante y prepotente, mantenido por la fuerza, por el control casi absoluto de la sociedad y sin ningún escrúpulo para reprimir y aplastar hasta el oponente que en apariencia pueda ser el más débil. Para el castrismo no hay enemigo pequeño; los enemigos son tales y deben ser destruidos
Estamos en el punto de origen. Un sistema totalitario que no acepta oposición, intolerante y prepotente, mantenido por la fuerza, por el control casi absoluto de la sociedad y sin ningún escrúpulo para reprimir y aplastar hasta el oponente que en apariencia pueda ser el más débil. Para el castrismo no hay enemigo pequeño; los enemigos son tales y deben ser destruidos
La situación política y social de Cuba puede asumirse
como un plano. Solo hay dos dimensiones, ninguna proyección en vertical. Es el
plano conformado por el poder partidista y gubernamental y los dictados de una
ideología oficial a cuyos dogmas debe ceñirse todo el comportamiento social.
En Cuba, la sociedad civil tiende a cero; solo tiene
magnitud la sociedad oficial constituida por el poder, sus órganos políticos,
económicos y sociales, sus leyes e instituciones jurídicas. Esta sociedad por
Ley constitucional está sometida a la hegemonía del Partido Comunista y
condicionada a los postulados de la alta dirigencia comunista. La escuálida
sociedad civil está representada por los minúsculos grupos de una fragmentada y
carente de recursos oposición política, los miembros del periodismo
independiente y los sectores religiosos, entre los que se destaca la Iglesia
Católica con cierta capacidad de convocatoria y con una retórica secular no lo
suficientemente fuerte como se deseara, pero con mayor protagonismo que el
resto de las denominaciones cristianas que se declaran opuestas a cualquier
posición social que pueda entenderse como política o se prestan a brindarle una
indecorosa colaboración al régimen.
El panorama social es de inmovilismo. No se avizoran
cambios ni definición de los factores de cambio. El impulso para el
movimiento solo puede originarlo el accionar de las multitudes; pero estas
multitudes están desorientadas, carecen de liderazgo y de hecho acatan la
legitimidad del régimen de manera pasiva. La juventud es el factor
dinámico de los cambios; pero la juventud cubana asume una posición cínica ante
la cuestión política y social. Son herederos de un desastre y víctimas de
un sistema que biológicamente les antecede.
El papel que debiera jugar la juventud cubana para acelerar los cambios (alcanzar el punto geométrico político B) se desperdicia en un estado de apatía social que coloca como objetivo básico la emigración hacia los Estados Unidos, el escapismo del sexo, el alcohol y las drogas y el afán por mejorar el estatus económico, aunque sea con el recurso de la ilegalidad.
El papel que debiera jugar la juventud cubana para acelerar los cambios (alcanzar el punto geométrico político B) se desperdicia en un estado de apatía social que coloca como objetivo básico la emigración hacia los Estados Unidos, el escapismo del sexo, el alcohol y las drogas y el afán por mejorar el estatus económico, aunque sea con el recurso de la ilegalidad.
El gobierno ha generado el síndrome de la sensación de estar bajo vigilancia. Los controles son muchos. En cada calle se organizan los Comités de Defensa de la Revolución cuya misión es informar a la policía, incluida la Seguridad del Estado, cualquier accionar o movimiento sospechoso que se produzca en su ámbito de control. En los centros laborales, los sindicatos y las organizaciones de base del Partido Comunista y de la Unión de Jóvenes Comunistas mantienen una constante vigilancia sobre los trabajadores. El acceso a estudios pre y universitarios sólo es posible si se demuestra una fidelidad incuestionable al gobierno y al máximo líder. En la universidad y en la enseñanza media, la sombra vigilante de las federaciones de estudiantes del correspondiente nivel y de los comités de base de la Juventud Comunista se proyecta ominosa sobre cada uno de los estudiantes.
Esa sensación de estar bajo vigilancia se agudiza con las redadas en contra de opositores cuando el gobierno revela la identidad de los agentes provocadores infiltrados dentro de las organizaciones opositoras o del periodismo independiente. Parece estar vigente el lema Orweliano: “Big Brother watchs you”.
Frente a las tesis
marxistas y a la ideología y sofismas del castrismo no hay una contrapartida
ideológica en el ambiente sociológico de la Cuba actual. La sociedad cubana
carece aún de los precursores del cambio. La revolución devino en un fetiche
que debe ser adorado y cualquier desviación es interpretada como una culpa
moral. Este complejo de culpa prevalece en la conciencia de gran parte de la
población; por una parte, rechazo al comunismo, y por otra vacilación en asumir
una postura contestataria.
Revolución ha sido
una palabra sacrosanta en el espíritu de la época precastrista (el Zeitgeist de
la sociología weberiana). Muchas organizaciones políticas, principalmente
aquellas aparecidas luego de la caída de la dictadura machadista en 1933, se
honraban denominándose revolucionarias. Revolución en aquel zeitgeist de
1933-1959 rememoraba la independencia de España, se asociaba con el nombre del
icono más venerado de la historia nacional, José Martí, mantenía vivo el
sentimiento revolucionario del 33 y representaba la expresión más radical del
nacionalismo cubano.
Hasta Batista
sentía orgullo de su procedencia revolucionaria de la llamada revolución del 4
de Septiembre. Al dar el golpe de Estado de Marzo de 1952 Batista posibilitaba
la afloración de los movimientos revolucionarios. Los primeros intentos de
resistencia al régimen de facto del 10 de marzo se inician con los proyectos
del profesor de la Universidad de La Habana, Rafael García Bárcena y su
Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) que planeó un asalto a la principal
fortaleza militar del país, la Ciudad Militar de Columbia, en lo que se conoció
como la Conspiración del Domingo de Resurrección (5 de abril de 1953).
El estudiantado universitario, bajo el liderazgo
carismático de José Antonio Echeverría organizó el llamado Directorio
Revolucionario, algo así como una renovación del Directorio Estudiantil
Revolucionario que llevó la mayor parte de la lucha insurreccional contra el
gobierno de Gerardo Machado.
Castro
posteriormente organiza su Movimiento Revolucionario 26 de Julio y dando un
golpe efectista con su desembarco en Oriente para iniciar una lucha de
guerrillas en las estribaciones de la Sierra Maestra, se gana el protagonismo
de todo el movimiento antibatistiano.
Diversos factores coyunturales posibilitaron la caída del gobierno de Fulgencio Batista, entre los que se encontraban, en primer lugar, las actividades insurreccionales de varias organizaciones; la incapacidad de la oficialidad militar leal a Batista, el rechazo popular y el embargo de Estados Unidos que le impedía al gobierno adquirir armamento. Fidel Castro emerge como el líder de la revolución triunfante. En el campo insurreccional no habían sobrevivido los que podían disputarle el liderazgo revolucionario.
Castro hace su entrada triunfal en La Habana donde es
aclamado como héroe nacional por el pueblo raso, los industriales, los
hacendados y los líderes de los principales partidos políticos, en especial el
partido ortodoxo que fundara el tribuno y agitador de demagogias Eduardo
Chibás.
Pero a pesar de esta apoteosis inicial, el castrismo no
hubiera podido implantarse de no ser por la entrega del pueblo al carisma del
líder. Desde que el pueblo se dispuso a la obediencia sin réplica la República
dejaría de existir. Como diría Rousseau, con su promesa de obediencia el
cubano perdió “su cualidad de pueblo;
desde el instante en que existe un amo, el soberano ya no existe, y queda por
tanto destruido el cuerpo político”. Comenzaba el rápido proceso de
degradación cívica donde el cubano perdió su condición de ciudadano para
devenir en un obediente súbdito en el sentido del concepto rousseauniano.
La agitación de consignas nacionalistas, populistas y
demagógicas arrastraron a una población idiotizada que vio en el nuevo régimen
la expresión de una unidad de identidad: Revolución-Patria. La Revolución era
la Patria, traicionar la Revolución significaba traicionar la Patria. Defender
la Revolución sería el supremo deber de la obediencia: “¡Fidel, dinos qué otra
cosa tenemos que hacer!” – gritaban las brigadas de alfabetizadores al
finalizar la Campaña de Alfabetización.
No todos aceptaron el nuevo zeitgeist. Miembros de las
organizaciones que habían combatido al régimen batistiano disgustados con el
rumbo que tomaba el proceso de cambios en el país comenzaron a conspirar
tempranamente. Surgieron organizaciones contrarrevolucionarias que plantearon
el método de lucha armada y del sabotaje para enfrentar al gobierno de Fidel
Castro. En las serranías del Escambray y otras formaciones montañosas se
produjeron alzamientos armados.
Pero no era el momento.
Castro se había desprendido del gobierno provisional, que
inicialmente se integró con personalidades de partidos políticos tradicionales,
y de la presidencia del Magistrado Urrutia por medio de un golpe palaciego
moviendo a las multitudes y recurriendo a su inagotable arsenal de demagogias.
El Poder Judicial desaparecía dándole paso a los Tribunales Revolucionarios que
en la práctica eran tribunales de excepción que dictaban sentencias sumarísimas
y sin las debidas garantías procesales. Las sentencias de pena de muerte
se ejecutaban pocas horas después de haber sido pronunciadas. Castro
controlaba firmemente el Poder Ejecutivo como Primer Ministro y Jefe de las
Fuerzas Armadas, su “gabinete” poseía la capacidad legislativa y los tribunales
quedaban en manos de militares y funcionarios comprometidos con el poder.
La Reforma Agraria
que no repartió las tierras entre el campesinado pobre, fue la excusa idónea
para un enfrentamiento con los Estados Unidos. Casi por decreto el gobierno
americano se había convertido en el enemigo que quería destruir la revolución
de “los humildes, por los humildes y para los humildes” como Castro la había
definido. Los que se enfrentaban al régimen serían desde ese momento
contrarrevolucionarios enemigos del pueblo colocados al servicio de la potencia
enemiga… ellos valían lo que vale un “gusano”.
El pueblo, movido por un patriotismo mal entendido, se prestó a la defensa del gobierno que le prometía la felicidad, el fin de la explotación del hombre por el hombre y un progreso económico jamás soñado. Miles se unieron a los cuerpos paramilitares de las MNR (Milicias Nacionales Revolucionarias). El Escambray fue batido. La resistencia armada fue aplastada, sus militantes llevados a prisión o ejecutados frente a los pelotones de fusilamiento. Para el pueblo se trataba de “bandidos”, personajes sin escrúpulos que asesinaban campesinos, violaban mujeres y cometían todo tipo de atrocidades. Eso enseñaba la propaganda. Los gritos de “¡Paredón!” se escuchaban desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí.
La revolución era implacable y hasta devoraba a sus
hijos.
El fracaso definitivo de la contrarrevolución fue el
desastre de la invasión de Bahía de Cochinos o Playa Girón. Los derrotados
fueron tildados de “mercenarios” y la propaganda castrista supo sacar un
importante capital político e ideológico de los antiguos batistianos y miembros
de las clases altas que habían venido como combatientes de la Brigada
expedicionaria. Ahora se podía “demostrar” que los enemigos de la revolución
eran los batistianos y los privilegiados, latifundistas y hacendados que la
Reforma Agraria había “siquitrillado”.
Castro había alcanzado el punto geométrico de su política
para emprender la transición totalitaria. La geopolítica soviética en un
ambiente internacional de guerra fría le posibilitaría el necesario respaldo.
Los soviéticos necesitaban a Castro y Castro manipularía a su favor a los soviéticos.
Nikita Khrushchev sería su guardaespaldas internacional.
A partir del fracaso de la contrarrevolución se inició un rápido proceso de desmantelación de las instituciones republicanas y de consolidación del sistema totalitario y gobierno unipersonal. Fue un metódico proceso de transición hacia el sistema que hemos denominado “castrista”. El papel que en este proceso de degradación jugó la Unión Soviética nunca fue determinante. La URRSS sólo fue el necesario aliado estratégico que encajaba dentro de los planes de Castro y que podría ofrecerle protección militar y sostén económico.
Enfrentado a los Estados Unidos, no por convicciones nacionalistas sino por la necesidad de crear un estado de revolución permanente que ocultara la conspiración que le conducía al poder absoluto, Castro buscó el apoyo del taimado Secretario General del PCUS y Primer Ministro de la URSS. La alianza Castro-Khrushchev puso al mundo al borde de la hecatombe atómica: la crisis de los misiles o Crisis de Octubre de 1962.
Castro no fue obligado por las circunstancias a declararse marxista y proclamar el carácter socialista de su liderazgo. Hay quienes sostienen que el socialismo en Cuba es un engendro de la Guerra Fría y que la hostilidad de Washington hacia el nuevo poder político de la Isla impuso la radicalización del proceso. Nada más absurdo. Castro es, siempre ha sido, un oportunista y un manipulador, con una personalidad ególatra y muchas ansias de poder. Castro siempre tuvo en sus miras convertirse en el Mesías del Caribe y en el nuevo Simón Bolívar que crearía los Estados Unidos de América Latina y él, el Presidente de esa nueva Gran Colombia. Castro manipuló el ambiente internacional que imponía la Guerra Fría, y logró sus propósitos.
Tomando los métodos del estalinismo, Castro elimina de la
escena política a los antiguos colaboradores de la insurrección, suprime los
antiguos partidos y consolida en una sola organización a las antiguas
organizaciones revolucionarias que servilmente aceptaron disolverse para
conformar el nuevo centro de orientación política: Las Organizaciones
Revolucionarias Unidas (ORI).
Dentro de las ORI
sectores del viejo Partido Socialista Popular (PSP) comenzaron a conspirar
buscando el apoyo soviético para desplazar a Castro del poder y asumir la
dirección de un gobierno socialista pro soviético. Castro, mas camaján que sus
supuestos aliados del PSP, como antes hizo con Urrutia, tiró contra las masas a
los dirigentes de las ORI: “La ORI es una basura” afirmó Castro ante la
televisión en marzo de 1962. En esa ocasión Castro acusó a Aníbal Escalante y
sus colaboradores de pretender “copar” la mayoría de los cargos del Estado con
miembros del viejo PSP. Los denunció como “sectaristas”.
Surge así el PURS (Partido Unido de la Revolución Socialista) que se declara marxista. Paso previo para constituir el PCC (Partido Comunista de Cuba) en octubre de 1965, una necesaria transición para que la conciencia social cubana, que antes siempre fuera reacia al comunismo, pudiera asimilar el apelativo de comunista. Nuevamente Castro aplica los principios de la geometría a la política. La recta hacia el poder total, absoluto, iba avanzando de punto en punto pero sin dilaciones.
El PSP siempre estuvo plegado a las directrices de Moscú
y como tal sus líderes podían representar un peligro potencial para los
intereses de poder de Castro. Su influencia tenía que ser decapitada de modo
que no hubiera peligrosos intermediarios entre Cuba y la Unión Soviética. La
oportunidad vino con el llamado proceso de la “micro fracción”.
Los dirigentes desplazados de las ORI seguían conspirando con la URRSS para hacerse con el control del gobierno sin saber que eran estrechamente vigilados por los servicios de inteligencia castristas. En 1968 Aníbal Escalante es acusado nuevamente, pero por hechos más graves, como atentado a la revolución, y unas decenas de los llamados “micro fraccionarios” fueron a parar a la cárcel. Todo quedaba claro; “Se está conmigo o contra mí”, pudo haber dicho Castro, no cabían medias tintas. Blas Roca se apresuró a calificar a Fidel Castro como el marxista más capaz de Cuba.
Para complacer a la Unión Soviética, Castro llevó a cabo
la “institucionalización” de la revolución. Una institucionalización meramente
formal. En la práctica se continuarían los viejos métodos y Castro seguiría
dictando leyes desde la “Plaza de la Revolución” y la Constitución podría ser
violentada cada vez que al máximo líder se le ocurriera.
Castro se ha mantenido en el poder por más de cuarenta años. Le ha servido de ayuda la buena suerte, su inescrupulosidad y sobre todo, el uso de la violencia estatal para imponerse y eliminar potenciales adversarios. Por la propaganda y por la amenaza Castro ha logrado subsistir. Si el gobierno convoca, la plaza se llena y se desfila frente a cualquier sede diplomática gritando las consignas que se pide sean gritadas.
La gran
contradicción: la enorme mayoría de la población se siente disgustada con el
sistema o quisiera que desapareciera, pero de facto acata el poder. Se cumple
lo afirmado por Max Weber. La subsistencia de un gobierno requiere el
acatamiento, real o fingido, de la población. En términos de número
poblacional, los que no acatan la autoridad y legitimidad del sistema son una
fracción, son los que han decidido quemar las naves y echarse a la arena como
gladiadores enfrentados con una pluma a leones.
Se ha dicho que la
diferencia entre oposición al gobierno e impugnación de la legitimidad, en
ciertos aspectos corresponde a la que existe entre política reformista y
política revolucionaria. El primer tipo de lucha tiende a lograr innovaciones
conservando las estructuras políticas existentes, combate al gobierno, pero no
a las estructuras que condicionan su acción y propone un modo distinto de
administrar el sistema constituido. El segundo tipo de lucha está dirigido
contra el orden constituido y tiene por objeto modificar sustancialmente
algunos de sus aspectos fundamentales; no combate únicamente al gobierno sino
también al sistema de gobierno, o sea a las estructuras del que este es su expresión.
Este concepto de “oposición” y “revolución” en el
contexto de la actualidad política cubana corresponde a lo que se ha denominado
“disidencia” y “oposición”, respectivamente. Dentro de los primeros se enmarcan
los programas conciliatorios como el Proyecto Varela y los modelos de
transición propuestos por el disidente reformista Oswaldo Payá y por otros que
se declaran socialdemócratas. Dentro del segundo grupo están los demoledores,
los que no quieren la evolución del sistema en una especie de reciclaje
político, sino el regreso de las instituciones republicanas y el
establecimiento de un estado de derecho eficiente. Posiciones sustentadas por
figuras como el Dr. Oscar Elías Biscet y otros menos conocidos.
La oposición como un todo, disidentes y demoledores, presenta en general una gran ingenuidad política e incoherencia en sus plataformas o programas políticos. Su accionar político es escaso si se considera válida la opinión de Weber[1] que entiende por política “la influencia sobre la dirección de (…) un estado”. Pocos conocidos en el interior del país, los opositores a Castro, carecen de una efectiva capacidad de movilización de masas y de accionar sobre la conducción del Estado. Los grupos opositores no constituyen verdaderos partidos políticos y pueden ser considerados como agrupaciones de descontentos. Muchos de esos grupos declaran no poseer aspiraciones de llegar al poder. Un error de concepto que ha sido influido por la propaganda castrista. Sin un programa político y una acción común dirigidos a llegar al gobierno y acceder al poder, no hay partido político.
El punto geométrico de partida ha de ser la declaración de la oposición de aspirar al gobierno del país y que, para ello, tiene algo que ofrecer. No se trata de elaborar una retórica sobre conceptos abstractos; se trata de plantear soluciones concretas a problemas concretos, como la economía, la alimentación, el bienestar general. Los pueblos piensan a impulsos de sus estómagos, cuando sus problemas existenciales están solucionados básicamente, entonces exigen valores abstractos, espirituales, como libertad, dignidad, derechos políticos.
El pueblo cubano se entregó a Castro no por un simple
deslumbramiento ante la figura de un héroe romántico, porque la maravilla de un
momento no hace perdurables a los caudillos. Castro supo manejar las
necesidades concretas de la población. Prometió libertad, pero también prometió
y puso en práctica medidas populistas que implicaron una sustancial rebaja en
los precios de los alquileres de las viviendas, la desaparición de las villas
miserias de los barrios marginales de Las Yaguas y el Llegaipón, la rebaja de
los precios de las medicinas y otras que tocaban muy de cerca la sensibilidad
orgánica de las grandes muchedumbres.
Para enfrentar el
terrorismo revolucionario el régimen de Fulgencio Batista respondió con la
represión más descarnada, la tortura y el ajusticiamiento extrajudicial. La
caída del batistato significó una esperanza de paz civil y del reino de la
libertad individual casi desconocida para la mayoría incómoda con la corrupción
pública y los abusos de las autoridades. Bajo ese manto se iniciaron los
fusilamientos de los vencidos.
Estos fueron los fundamentos del apoyo casi unánime de la
población a la demagogia castrista. Las “conquistas” de la revolución
había que ser defendidas frente a los que querían volver al pasado. Comenzaba
el periodo paternalista y se instauraba en la psiquis social el miedo a la
libertad. Un cambio podría traer aparejado el fin de los beneficios alcanzados.
Cuando el país despertó de la hipnosis del populismo ya era tarde, ya estaba
atado de pies y manos a una dictadura totalitaria.
La oposición no
puede caer en demagogias ni en un pueril populismo. Ya nadie cree en Cuba en
los “salvadores supremos”. Necesita llegar al pueblo con propuestas que
den respuestas a las preocupaciones de cada cubano, de cada familia. Labor
ingrata para los sectores de oposición al castrismo, marginados, sin recursos
económicos, sin medios de divulgación masivos de sus ideas, perseguidos y
acosados por la policía política.
Parece que hubiera que esperar por Tanatos para que se abran los caminos al cambio. Solución falsa. Un punto fuera del plano. Con la muerte de Castro no desaparece el sistema a lo más que se podría aspirar es a un castrismo reciclado y a la triste suerte de la transición agónica de los países que constituían la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Hay que pensar en la transición, porque es necesario; pero en una real no una burda reforma cosmética del castrismo.
Antes que elaborar
complicados, científicos procesos de transición hay que, partiendo del punto A
(situación actual) arribar al punto B: el derrocamiento del castrismo por la
acción del pueblo, no mediante diálogos de reconciliación utópicos e
irrealizables, sino por el supremo y legítimo recurso de la rebelión. Antes que
perder tiempo construyendo platónicas republicas hay que pensar en como ayudar
efectivamente a los demoledores, en como despertar el rebelde espíritu del
cubano, en como dirigir la revolución popular. Después vendrán las tareas de
desmantelamiento de todas las estructuras totalitarias e iniciar la transición,
no a partir de académicas propuestas, sino de lo que ya existe, a partir de la
Constitución de 1940, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el
Código de Defensa Social, el Código Civil vigente antes de 1959 y todas las
leyes que regían antes del 10 de marzo de 1952. Las reformas pueden venir
después. Lo primero es lo primero.
[1] Fue un gran renovador de las
ciencias sociales en varios aspectos, incluyendo la metodología: a diferencia
de los precursores de la sociología, Weber comprendió que el método de estas
disciplinas no podía ser una mera imitación de los empleados por las ciencias
físicas y naturales, dado que en los asuntos sociales intervienen individuos
con conciencia, voluntad e intenciones que es preciso comprender.
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