Fernando
Mires. BLOG POLIS
Los jóvenes de Hong Kong no han salido a
las calles a luchar por mejores salarios, ni contra la inflación o la escasez,
ni a causa del paro, ni siquiera por el medio ambiente. Eso es lo que nunca
podrán entender quienes siguen los cánones ideológicos impartidos por
neo-liberales y neo-marxistas.
Según doctrinas neo-liberales y
neo-marxistas, el humano es un “homo
economicus”. Es por eso que sus ideólogos piensan que, superadas ciertas
necesidades materiales, no habrá motivos para ninguna rebelión social. Y si de
todas manera tiene lugar, sus actores serán calificados desde el poder, de
anormales, delincuentes, o como ya es usual, de agentes financiados desde el
exterior.
La política, vista de ese modo, es para
los neo-liberales un subproducto de la economía y para los neo-marxistas una
superestructura determinada por relaciones de producción. Ambas doctrinas son
devotas de la lógica de la razón económica. De ahí la admiración que profesan
tantos tecnócratas occidentales al “modelo chino” (un capitalismo perfecto, sin
organizaciones obreras, sin derecho a huelgas; una nación de compradores,
vendedores y consumidores: la unión amorosa entre el neoliberalismo más
despiadado con los cultos estatistas del despotismo asiático). De ahí también
el fanatismo de los “comunistas” chinos por la tecnología occidental la que,
apropiada por ellos, llevará a China ─ ese es el objetivo ─ a convertirse en la
mayor potencia económica del planeta.
Ni a neo-liberales ni a neo-marxistas
les cabe en la cabeza que los seres humanos del siglo XXl exigen, además del
cumplimiento de necesidades materiales, determinadas libertades, como las de
opinión, reunión y de prensa. Y bien, esas libertades no están garantizadas en
China. Y en Hong Kong, debido al status de “Un país: dos sistemas” (vigente
desde 1997), solo lo están parcialmente. El objetivo de PC chino es,
evidentemente, abolir el status autonómico de Hong Kong y subordinar a la
península bajo la férula de “Un Estado y un solo sistema”.
La lucha de los jóvenes de Hong Kong
tiene lugar entonces en contra del imperialismo de Pekín. Pekín, por su parte,
busca apropiarse del sistema electoral de Hong Kong para designar desde las
oficinas del partido a los candidatos al parlamento.
Los estudiantes, liderados por el
profesor Benny Tai Yiu, forjador del movimiento Occupy Central, levantan por el
contrario una plataforma que contempla tres puntos: 1) Elecciones libres y
secretas, 2) Libertad de opinión y de prensa y 3) La inmediata renuncia del
gobernador de Hong Kong, el “pekinista” Leung Chun-Ying.
Casi está de más decir que la aceptación
de uno solo de estos tres puntos dejaría al presidente chino, Xi Jinpig, en
posición inconfortable frente a los sectores “duros” del Partido.
¿Cómo reaccionará Pekín? No pocos son
los que temen una reedición de la masacre de Tiannamen. Pero la China de hoy no
es la de 1989. China es uno de los países más imbricados en la globalización de
la economía mundial, sino su más decidido impulsor. Una nueva Tiannamen,
cometida en un territorio que no pertenece totalmente a China, desataría en
contra de Pekín un repudio internacional cuyas repercusiones económicas son
incalculables.
La segunda alternativa es que los
jerarcas chinos abran un compás de espera para, en algún momento, establecer
negociaciones con los rebeldes. Esa sería la solución política adecuada,
siempre y cuando las movilizaciones de Hong Kong no entusiasmen a otras fuerzas
disidentes al interior de la propia China.
La tercera sería seguir el “camino
ruso”, es decir, que Pekín llevara a cabo una ocupación parcial de Hong Kong
(como la de Putin en Ucrania) aceptando cierta autonomía administrativa de la
península.
Mas, cualquiera sea el camino que tome
Xi, lo cierto es que una vez más se demuestra que el talón de Aquiles de los
países no democráticos no reside en su economía sino en su incapacidad de
acoger demandas populares mediante el uso de mecanismos políticos. Pues, sea en
una dictadura tradicional, totalitaria, o una simple autocracia, expresiones
como “la revolución de los paraguas” (usados
por los estudiantes de Hong Kong para protegerse de los carros de agua y
de los gases lacrimógenos) no solo ponen en jaque a un determinado gobierno,
sino a todo un sistema de dominación. De ahí la brutalidad con la cual dichas
manifestaciones son reprimidas.
En el fondo los
capitalistas-comunistas-chinos piensan todavía como Mao: “Una sola chispa
podría incendiar a toda una pradera”
La guerra que profetizó Samuel
Hungtington para el siglo XXl, la de las culturas, no será cultural. Tendrá lugar
por cierto entre Occidente y Oriente. Pero el Occidente político no está en el
Occidente geográfico (eso no lo entendió Hungtington). Está en el interior de
muchos países no occidentales, en el corazón y en la mente de sus mejores
ciudadanos. En ese sentido, si bien los estudiantes de Hong Kong son desde el
punto de vista geográfico, desde el cultural también, orientales, desde uno
político, son muy occidentales.
La revolución democrática de nuestro
tiempo continúa su camino. Ya triunfó en Europa del Este. En América Latina
también, aunque a medias. En el mundo árabe mostró sus posibilidades futuras.
Hoy reaparece en Hong Kong. La democracia, latente y no siempre realizada, es
el “Viejo Topo de la Historia” que intuyó, pero no supo reconocer Karl Marx.
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