Mario J. Viera
Luego de 24 párrafos, algunos
descomunales, recontando a su modo la historia del mal llamado “proceso
revolucionario” que el impusiera, Fidel Castro se decide, finalmente en su
último artículo titulado “Los héroes de nuestra época”, a tocar el tema que le
motivó a escribir: el envío, por el recurso de “ordeno y mando”, de una brigada
médica al África para “luchar contra el Ébola” y especular sobre el asesinato
del prepotente y furibundo diputado oficialista Robert Serra.
Según el casi decrépito caudillo “ambos hechos reflejan el espíritu heroico y
la capacidad de los procesos revolucionarios que tienen lugar en la Patria de
José Martí y en la cuna de la libertad de América, la Venezuela heroica de
Simón Bolívar y Hugo Chávez”.
Y parece que Castro, el anciano,
parece conmoverse hasta las lágrimas ante el asesinato de uno que hizo de la violencia
su principal leitmotiv, el diputado del PSUV, Robert Serra.
Es que los “revolucionarios” muertos,
por cualquier motivo, hasta después de muertos son útiles para la propaganda y
el azuzar de odios. De este modo declara, como alguien que conoce muy bien el
tema: “No podría jamás creer que el
crimen del joven diputado venezolano sea obra de la casualidad”. Y a
continuación insinúa que tras el cruel asesinato se esconde la mano de la
inteligencia de Estados Unidos y la complicidad de la oposición democrática
venezolana: “Sería tan increíble, y de
tal modo ajustado a la práctica de los peores organismos yankis de
inteligencia, que la verdadera casualidad fuera que el repugnante hecho no
hubiera sido realizado intencionalmente, más aún cuando se ajusta absolutamente
a lo previsto y anunciado por los enemigos de la Revolución Venezolana”.
Sí, es posible que Robert Serra
tuviera la simpatía de Castro, quizá ese joven le recordaría sus tiempos cuando
era un matón en la Universidad de La Habana dentro del grupo gansteril de
Emilio Tro Rivero, la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR); cuando
participó ─ aunque no se le pudo probar ─ en el asesinato del Presidente de la
Federación Universitaria, Manolo Castro y del Campo.
Serra, como antes lo hiciera Castro
vinculado a la UIR, tenía estrecho lazos con los matones de los colectivos La Piedrita, Los Tupamaros y Alexis Vive.
Un analista político, Helly Ángel lo caracterizó de la siguiente manera: “Él fue un muchacho muy controversial, muy
problemático, incluso dentro de su propio núcleo familiar, con muchos
conflictos y enfrentamientos, incluso entre sus propios familiares. Era un
muchacho castrista, muy admirador de Fidel Castro, seguidor de la revolución cubana”.
Serra no era un tipo fácil. El 25 de
abril de 2010, junto a 30 de los temibles motorizados que le eran fieles fueron
a exigir que pusieran en libertad a uno de sus compinches detenidos por la
Guardia Nacional Bolivariana por agredir a dos personas y a quien se le
confiscaron un arma con los seriales limados. Al no conseguir su propósito
tirotearon al Destacamento Móvil 51 de la GNB.
La alharaca producida tras el
asesinato del conflictivo diputado del PSUV, contrasta con el silencio que se
hizo en relación con el asesinato de dos de sus guardaespaldas; el primero el 5
de julio de 2011 y el segundo el 24 de julio de 2012.
En el primer caso se trató del joven
de 25 años, Celestino Rodrigues, tiroteado en Carapita supuestamente por
criminales que le robaron su motocicleta y su pistola personal. Cuando los
periodistas preguntaron a Serra sobre la muerte de su escolta solo contestó:
“No sé de qué me hablan”. Sin embargo, el padre de la víctima declaró: “Yo sé que él (Serra) no quiere que ustedes
se enteren que mi hijo era escolta suyo, pero ¿cómo puedo hacer yo? Lo único
que quiero es que entreguen el cuerpo”.
En el segundo caso se trató del detective del Cuerpo de Investigaciones
Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), Alexis Barreto Venezuela cuyo
cadáver fue encontrado bocabajo con un tiro en la nuca, pero, a diferencia del
primer caso, a Barreto no le robaron ni su arma de fuego ni su cartera. Para la
madre de la víctima, Serra era el principal sospechoso así declaró al diario El
Nacional: “Para mí, el que mató a mi hijo
está dentro de la Asamblea Nacional. Yo como madre siento que la gente que
trabajaba con él está metida en ese caso. ¿Por qué si el diputado es inocente
no ha dado la cara?”
Lo que pretenden, tanto Nicolás
Maduro, como Diosdado Cabello y hasta el mismo soberano del Punto Cero en La
Habana, de presentar el asesinato del controvertido líder juvenil del PSUV,
como resultado de una conspiración donde estan envueltos el ex presidente de
Colombia, Álvaro Uribe, la CIA y hasta algún miembro de la oposición anti
chavista, es solo manipulación política y el propósito de convertir a un
malandro con título universitario y puesto de diputado en un héroe
revolucionario, en un mártir del Socialismo del Siglo XXI. Nadie, con dos dedos
de frente puede darles credibilidad.
Veamos: Cotejando los hechos del
lamentable incidente, no existe ningún rasgo que configure un asesinato
político. La violencia con que le dieron muerte es típica de un acto llevado a
cabo por criminales comunes. Así lo considera Luis Godoy, quien fuera jefe de
Investigaciones de la División contra Homicidios del Cicpc diciendo: “Podría presumirse que tendría que ver con
algo muy personal, muy intenso”. Cuarenta heridas hechas con un arma punzo
penetrante a la altura del pecho, un punzón de hielo.
Según Godoy, el asesinato podría ser
debido a “alguna deuda moral o material” como manifestación de “un odio
intenso”.
La reportera Ronna Rísquez de Runrún cita las declaraciones de una
amiga personal de Serra, Reina González que hacen pensar que los asesinos eran
conocidos de confianza del diputado. González dijo: “En esa casa nunca se le abría la puerta a nadie, así nada más. Uno
tocaba y Robert veía quién era desde unas cámaras que tenía en su oficina. Él
decidía si uno podía entrar y abría desde arriba con un control. A veces se
asomaba y te decía que volvieras más tarde”.
De acuerdo con las declaraciones
recogidas por la reportera al domicilio de Serra solo era posible entrar usando
llave, pues ninguna de las dos puertas de acceso tenían manijas. “Solo él y las muchachas (María Herrera,
y las hermanas Jesica y Rosalba Contreras) tenían
llave para abrir”, afirmó González, y solo él y sus asistentes autorizaban
el ingreso al interior de la vivienda.
Además, según la declarante que fue
la que descubrió los cadáveres de Serra y de su acompañante María Herrera a él
le “golpearon muchísimo y lo atacaron con
un punzón”.
Vecinos que frecuentaban la vivienda
de Serra no se explican cómo pudieron los victimarios abrir la caja fuerte que
Serra tenía en su oficina, de donde, se dice, tomaron dinero en efectivo,
incluido dólares. Además los criminales se llevaron con ellos dos fusiles M-16
y AR-15 de Serra. Tal vez la explicación se encuentre en la golpiza que le
dieran a Serra y los punzonazos, posiblemente para que este les diera la
combinación de la caja fuerte.
Es evidente que los que ultimaron a
Robert Serra, eran conocidos de él y ninguno afiliado a la oposición, ya que el
mismo Serra había declarado en una entrevista de prensa que “nunca se ligaría
con una escuálida”.
Búsquense los asesinos de Robert
Serra, los autores materiales e intelectuales, entre los motorizados de los
colectivos de los Tupamaros del 23 de Enero, de La Piedrita, de Alexis Vive y
del Frente Francisco de Miranda. Allí dentro de esos colectivos están los
asesinos amparados por el régimen chavista.
Los otros tristes héroes de Castro
son los integrantes de la Brigada Médica enviada a Sierra Leona con total
desprecio por la seguridad de sus integrantes en aras de la aclamación de los
medios que tanto ha perseguido el senil Castro desde sus tiempos de la Sierra
Maestra y no ha dejado de hacerlo todavía.
Los médicos cubanos, simples
marionetas de un régimen que desprecia sus vidas. Las autoridades sanitarias de
Cuba no son capaces de contener las periódicas epidemias de dengue que golpean
al país, mucho menos podrían hacerle frente a un brote de Ébola que se
presentara en Cuba, si uno de los integrantes de la Brigada Médica resultara
infestado con el mortal virus. Pero nada de eso le importa al decrépito Fidel
Castro; lo que importan son los titulares sensacionalistas de los medios
internacionales.
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