ENSAYO
Mario J. Viera.
“Yo no fomento algaradas”
(Jose Marti, Carta a Maximo Gomez)
Monumento a Jose Marti, Parque Central,
La Habana.
Para los rapsodas de la saga de la revolución nacida el 26 de julio de 1953, el Apostol de la independencia cubana, Jose Marti, solo adquiere relevancia y vigencia, a partir de la aceptacion de Fidel Castro de reconocerlo como el "autor intelectual" de la algarada de la noche de la Santa Ana. Roberto Fernandez Retamar, una buena pluma mal empleada, ve "la relevancia de la magna tarea matiana" como animada por un fuego "a partir de los asaltos a los cuarteles, Moncada, en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Cespedes, en Bayamo", y únicamente a partir del momento en que "el compañero Fidel Castro señaló en Marti al autor intelectual de aquellas hazañas de las que naceria nuestra Revolucion Socialista" (1).
A partir de este condicionador concepto de la grandeza historica y de pensamiento del mas sobresaliente cubano del Siglo XIX, referido al hecho de un acto revolucionario acaecido cien años despues de su nacimiento, la personalidad del Maestro quedó confinada en el relegado puesto de "un precursor", y todo su ideario arrinconado en el escaso espacio que le dejara la importada filosofia marxistaleninista, elevada al rango de dogma oficial del Estado. Marti comenzó a ser oficialmente interpretado no en toda su grandeza civilista, multifacetica y abarcadora de todos los ángulos sociologicos que suponen la creacion de una nueva Republica entrevistos a la luz de la experiencia historica que él supo extraer de las republicas de la America, tanto la sajona como las ibericas, sino que esa interpretacion oficial se ha elaborado desde un punto de vista unilateral y a partir de un aspecto controversial de su prédica, su supuesta militancia antinorteamericana.
La revolucion que triunfara en el despertar del año de 1959 pareció que cabalgaba sobre el magico Pegaso del ideario martiano. Marti, aparentemente, presidia todos los actos que el gobierno revolucionario, el cual se prometia como una provisionalidad de 18 meses o, a lo sumo, de dos años, comenzaba a ejecutar. Sin embargo, la revolucion popular muy pronto se fue mostrando en su caracter de obra personalista de entidad privada, sustentandose en el poder de una corporacion politica cerrada y excluyente sobre la cual tomaria asiento una copia no muy disimulada del tradicional caudillo clasico latinoamericano.
Pero a Marti no se le comprenderia en todo su significado si lo estudiamos con exclusión de su convicción civilista antimilitarista y, por ende, contraria al caudillismo, fenomeno que no solo conocio por referencias, sino que lo pudo estudiar en carne propia.
Marti vivia en Mexico cuando la sombra ominosa del "heroe de Puebla", el General Porfirio Diaz, se cernia sobre la tierra azteca con sus entorchados y su leyenda marcial de la época de la resistencia a la dominacion extranjera. Liberal convencido, Marti habia dado su apoyo al presidente liberal Sebastian Lerdo de Quesada, un politico al que Mañach caracterizó como uno que gobernaba "frivolamente"; pero la caballeria de Diaz entraba victoriosa en la capital mexicana para derrocarlo.
El joven cubano de 23 años vivió muy de cerca la experiencia del caudillismo. El 16 de diciembre de 1876, escribió Martí su último artículo para El Federalista, periódico para el cual antes había colaborado defendiendo la causa de Lerdo, porque desde ese momento no le seria posible seguir escribiendo en un país donde "el hombre se declaró por su exclusiva voluntad, señor de hombres". He aquí, una de las más tempranas manifestaciones del anticaudillismo, que luego en Martí sería parte del núcleo central de todo su apostolado político-social.
En 1881, Martí ve de nuevo la imagen del caudillo; esta vez en la figura de Guzmán Blanco el "dictador Regenerador, el Pacificador de Venezuela" una extraña mezcla de tirano a la usanza de Rosas en Argentina y de un mecenas de lo mas brillante de la intelectualidad caraqueña, de la mentalidad propia de la bestia y de la suavidad de un personaje culto. Ha cumplido José 28 años de edad, ya ha conocido la cárcel, el destierro, el exilio y el mas amargo dolor de ver a México, un país al que tanto amó, adueñado por un caudillo, y ahora tras un nuevo destierro en la cuna del Libertador Simón Bolívar, el único caudillo latinoamericano por el cual profesaría una veneración casi religiosa,
En Caracas, el joven liberal entra en el corrillo de Cecilio Acosta, el anciano ilustre y el patriarca del liberalismo venezolano a quien el dictador Blanco odiaba sin reparos. Cuando muere el anciano, cuya rebeldía callada no pudo domeñar el tirano, porque hay frentes que nunca se inclinan, y silencios que cortan mas que espadas, Martí redactó un retador panegírico. Guzmán Blanco decide entonces que el joven antillano estaba de mas en Venezuela: "quien ha osado escribir- anota Jorge Mañach- lo que Cecilio Acosta, el mas disfrazado de los demoledores, era 'de los que crean despiertos cuando todo se reclina a dormir sobre la tierra' quien al punto inconforme le celebra (...)'aquella independencia provechosa que no le hacia siervo sino dueño', quien de tal modo enaltece al hombre a quien Guzmán Blanco se empeñó en oscurecer, no resulta menos inconveniente que el difunto" (3).
Fue entonces que Martí recibe por intermedio del edecán del dictador la orden firmada por el propio Guzmán Blanco de abandonar el país por "inmiscuirse en sus asuntos internos". La excusa de la soberanía nacional es el socorrido expediente por el cual buscan esquivar las críticas de los hombres libres los tiranos, devenidos por sus secuaces en la misma personificación de la nación.
De este modo, José Martí, tuvo su segunda experiencia desagradable sobre los espadones de América, de hombres que una vez se cubrieron con los laureles del servicio prestado a sus patrias y que, mas tarde, extraviados en sus ansias de poder y por esa paranoia mesiánica que nunca falta en la psiquis del caudillo, llegan a convertirse en carceleros de sus propios pueblos.
Esta doble experiencia que vivió con Porfirio Díaz y con Guzmán Blanco la tiene presente cuando, años después, saluda con entusiasmo la visita a New York del general chino Li In Tu con la frase que estampó en una de sus crónicas para el diario La Nación diciendo de él :"no peregrinó en el ocio, como tanto espadón de nuestra raza, que creen que el haber sido hombres una vez, defendiendo a la patria le autoriza a dejar de serlos, viviendo de ella"-- para cerrar el comentario con una fuerte exclamación-- "¡La libertad tiene sus bandidos!".
Cuando Martí habla sobre los caudillos y menciona el tema de los bandidos de la libertad tiene presente un fenómeno que muchas veces se repitiera en las repúblicas de la América hispana. Hay un temor fundado en Martí; y ese temor estará presente en sus futuros trabajos dedicados a organizar la revolución. Del conocimiento de que el caudillismo regionalista frustró la guerra de los Diez Años en el Pacto vergonzoso del Zanjón venia su preocupación de evitar que los nuevos caudillos de la "guerra justa" frustraran el empeño.
Esta prevención martiana se expone de manera muy clara en un documento que, muy bien pudiera calificarse como el credo anticaudillista del Apóstol. Se trata de la carta que con fecha 20 de octubre de 1884 le dirigiera al Generalísimo Máximo Gómez. En esta carta, cuya redacción el propio Martí declara debió "dejarla reposar, para que (...) no fuera resultado de una ofuscación pasajera..." expone a Gómez sus principios civilistas en fuerte oposición a las concepciones de dos de los mas grandes caudillos de la Guerra Grande, Gómez y Maceo.
Para el joven, sin historia guerrera, apenas conocido dentro de un pequeño grupo de exiliados cubanos en Estados Unidos, la guerra a la que habría que llegar en renovación de los esfuerzos frustrados del 68, "mera forma del espíritu de independencia" tendría que organizarse de manera que los principios de las libertades publicas quedaran garantizados a priori. Frente a los dos gloriosos generales Martí se opone a cualquier concesión militarista que llevara al país, luego de alcanzada la victoria por las armas "a un régimen de despotismo personal" como el de Díaz en México, el de Francia en Paraguay o el de Guzmán Blanco en Venezuela.
El poder de los caudillos victoriosos en una guerra por la patria impondría un despotismo vergonzoso y funesto que seria muy difícil "de desarraigar porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo". La experiencia cubana extraída de su más reciente historia política confirma esta aprensión del Apóstol.
No, le dice a Gómez, "un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento" y la guerra de un pueblo por su liberación política no puede ser "la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levanten el espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presenten a capitanear la guerra..." Y esto lo decía Martí en la carta dirigida a Máximo Gómez un jefe, junto al General Antonio Maceo, "justamente afamado" por los años de combates furiosos y sangrientos en los que participara durante la guerra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868.
Martí conoció la experiencia de México, caído bajo el poder de un caudillo como Don Porfirio Díaz, un hombre que demostró su heroísmo en Puebla frente a las tropas de Napoleón el Pequeño, y se niega a colaborar en el propósito caudillista que se manifestaba en Gómez y alcanzaba mayor relevancia en Maceo. Martí quería cerrarle el paso a "los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo para enseñorearse después en él".
Esta es una idea reiterativa en el pensamiento martiano. Años más tarde, en Tampa, en el discurso que pronuncia en el Liceo y que inicia con la famosa frase: "Para Cuba que sufre, la primera palabra", deja bien claro su negativa a aceptar el "peligro grave de seguir a ciegas, en nombre de la libertad, a los que se valen del anhelo de ella, para desviarla en beneficio propio"
El pueblo cubano en 1959 se dejo arrastrar por el espejismo de un mesías liberador que le prometía un nuevo mundo de esperanza. No hubo una visión social que previera el peligro. Castro se valdría del anhelo de libertad y de progreso de los cubanos para instaurar un régimen político oprobioso, personal y continuista, negador de todos los conceptos martianos en los que se decía fundado el movimiento terrorista de Fidel Castro. La idea de la libertad sirvió para que Castro desviara la revolución popular en beneficio propio.
Martí ha ganado una gran experiencia política. No es un político pero se ha interesado por la política porque se preparaba para la fundación de una nueva republica, que, en su origen no cayera en los mismos trastornos de las republicas hispanoamericanas, sus errores de ajuste. La presencia del caudillo es una sombra ominosa cerniéndose sobre los pueblos recién despertados al ejercicio de si mismos y Martí quiere suprimir de raíz y de inicio ese peligro. Estados Unidos se ha convertido en el laboratorio sociológico del poeta, y aunque se muestra suspicaz ante las intenciones ocultas o disimuladas de los políticos de ese país, Martí ha extraído de la praxis político-social norteamericana un valioso caudal de experiencias. La democracia en acción le aportaría la claridad de pensamiento que necesitaba para darle forma a lo que su intuición le dictaba.
Por eso una y otra vez clamará en contra del caudillismo y siempre a favor del civilismo. No quiere que se erija “a la boca del continente, de la republica (¿se estaría refiriendo a los Estados Unidos?) la mayordomía espantada de Veintimilla, o la hacienda sangrienta de Rosas, o el Paraguay lúgubre de Francia”. Todo su esfuerzo lo dedicaría a impedir que los héroes de la Guerra se transformaran luego en caudillos imprescindibles una vez alcanzado el triunfo de las armas. Las ideas que inspiran a la revolución no podrían luego ser usadas por algunos jefes para su propia Gloria o beneficio personal, “… porque tal como es admirable- le dice a Gómez- el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de Gloria o poder”.
Cuando se analiza la obra de José Martí no se escapa lo que es el núcleo central de todo su credo político social. Martí es un liberal, un ético que se alimenta de las tesis de los trascendentalitas, Emerson, Thoreau y Whitman y sobre todo, y por todo eso, un civilista intransigente. Puede admirar a héroes como Gómez, Maceo, Agramonte, expresa su amistad por el general Flor Crombet y es elogioso para Máximo Gómez y sin embargo se niega a aceptar que los hombres de armas no sean sujetados al poder civil. La Revolución se hará por métodos militares pero con espíritu republicano, la patria no es peana ni pedestal de nadie, es altar, es ara de sacrificio donde se deben inmolar los intereses egoístas y reconocimiento de todas las virtudes, el Nombre se pone a un lado.
Cuan distante esta el ideario martiano del engendro social que la elite de poder castrista ha impuesto en Cuba. Castro ha devenido de libertador en inamovible líder, en jefe máximo del estado y del gobierno y en la máxima representación en si mismo del concepto patria. Castro es al mismo tiempo Rosas y Guzmán Blanco, Veintimilla y Francia, un caudillo mediocre que por la cobardía de los muchos y la complicidad de un grupo de aduladores ha remedado las poses de un Augusto Cesar y le ha hecho creer a los ignorantes, descuidados e intelectuales románticos que es un hombre excepcional y no lo que realmente es, un vulgar espadón latinoamericano y un caudillo de horca y cuchillo sin inhibiciones morales algunas.
Trabaja incansablemente para imponer por convicción su concepto civilista de la Revolución. La guerra (que presenta en antítesis con dos rotundas optómetros) “que no es lícito desear, ni posible impedir” no es obra personal ni de agrupación victoriosa. En carta abierta a Enrique Collazo (New York, 13 de enero de 1892) reafirma su convicción cuando escribe: “Echemos atrás, Sr. Collazo, las guerras de persona, o de corrillo imperial y desdeñoso o de casta cegata y empedernida; y echemos, Sr. Collazo, adelante las guerras públicas y generosas- Entonces culmina la idea con una declaración de fe: ¡Pues si para algo vivo es para impedir, caso de que tal peligro hubiese, que cayera sobre Cuba una Guerra que no fuere, desde su raíz hasta su fin, y en métodos como en propósitos, para el bien igual y durable de todos los cubanos!”.
Conociendo estos conceptos martianos, no es posible aceptar que el llamado “Comandante en Jefe” merezca el titulo que un poeta comunista y adulador le confiriera de “retoño martiano”. La revolución de Castro no ha sido otra cosa que una de corrillo imperial y desdeñoso y de una casta de oportunistas cegatos y empedernidos...
El rechazo al caudillismo, en Martí, es casi estoico y profundamente ético. En el discurso que pronuncia el 17 de febrero de 1892 en Hardman Hall, New York, conocido como la Oración de Tampa y Cayo Hueso, Martí proclama su aborrecimiento al caudillismo al estilo de Rosas, Francia o Castro: “¡y no sé si vale la pena de vivir, después de que el país donde se nació decida darse un amo!”
“Las republicas- escribe en Nuestra América- han pagado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos”
En el plan martiano, la republica de Cuba no pagaría la cuota de martirio de las tiranías pues el PRC y él mismo conocían los elementos propios del país y uno de ellos, herencia hispánica, la propensión al caudillaje. Para mal de Cuba Martí murió en los primeros meses de la Guerra de Independencia, la Guerra iniciada por el fue cayendo dentro de lo que alguien ha denominado cansancio histórico y se aproximaba a lo que parecía ser un Nuevo Pacto del Zanjón, dadas las contradicciones surgidas dentro del campo independentista, el estancamiento de la Guerra con Maceo muerto y Gómez sin poder salirse de Las Villas ; la fuerza política que iba ganando en las ciudades el Partido Autonomista y finalmente la intromisión norteamericana en la Guerra hispano/cubana que traería como resultado la rendición de España, el gobierno provisional yanqui, el Pacto de Paris que excluyo del mismo a los representantes del Ejercito libertador. Todos estos factores que no hubiera podido prever Martí lastraron la nueva Republica ya de si lastrada con el apéndice impuesto en su primer Constitución, la Enmienda Platt, y la arena política de las primeras décadas de casi-independencia se caracterizo por la presencia de los caudillos provenientes de las filas del mambisado y Cuba tuvo que pagar en las tiranías su ignorancia política y la desidia civilista de sus ciudadanos, primero la del General Gerardo Machado, oficial de la Guerra de Independencia, después la del General Fulgencio Batista, oficial surgido de la revolución del 4 de septiembre de 1933 y, por ultimo, la decadente dictadura comunista del Comandante Fidel Castro, caudillo de la revolución de finales de la década de los años 50.
Martí, indudablemente fue un estudioso de la historia de las republicas de la que el llamaba Nuestra América. De este modo podía mostrar como ejemplo de caudillos de carácter dictatoriales a Juan Manuel Rosas y a Francia, este ultimo muy significativo en lo que al pensamiento social de Martí se refiere.
El llamado Supremo implantó en el Paraguay una sangrienta dictadura inspirada en el jacobinismo y en las ideas socialistas de Babeuf. Francia, quien a si mismo se consideraba un revolucionario estableció un sistema de socialismo de estado que sumió en la mayor miseria al Paraguay pero que le permitió contar con un fuerte apoyo entre las capas mas empobrecidas e incultas del país. Nacionalizó las tierras de los grandes propietarios y de la Iglesia y las entrego en arriendo a campesinos menesterosos. Por esta razón, alguien en Cuba, uno de los ideólogos del Comité Central, considero que Martí había sido injusto en su juicio sobre el revolucionario dictador, al que un congreso genuflexo le confirió en 1820 de por vida el titulo de Supremo Dictador. Como todo revolucionario mesiánico, Francia reprimió la opinión libre y la disidencia política. Francia fue un ejemplar antecedente del socialismo hispanoamericano y un elemento histórico que, muy probablemente, sirviera para conformar la oposición martiana al socialismo y a las ideas de Carlos Marx. Es que para Martí existen dos formas de caudillismo, el personal y el colectivo.
El comunismo ya iba dando señales de vida en la época en que Martí organizaba la Guerra imposible de evitar. En el Sur de la Florida, dentro de las comunidades de emigrados cubanos, ya comenzaban a manifestarse los marxistas…”Otros hablen de odios y de castas…”. En esta expresión de José Martí hay una clara referencia a los socialistas entre los que se destaca Baliño. En Patria del 14 de marzo de 1892, Martí escribe: “…si hubiese la Guerra de ser el predominio de una entidad cualquiera de nuestra población, con merma y desasosiego de las demás, y no el modo de ajustar en el respeto común las preocupaciones de la susceptibilidad y las de la arrogancia, como parricidas se habría de acusar a los que fomentaran y aconsejaran la Guerra”; y mas adelante afirma:”El patriotismo es un deber santo, cuando se lucha por poner la patria en condición de que vivan en ella mas felices los hombres”.
Los comunistas cuya filosofía proclaman como científica e infalible se consideran a si mismos como máximos dirigentes de la sociedad y de la clase obrera. Son los portadores de la verdad absoluta y rechazan cualquier otra fuerza social que les pueda discutir su predominio. El Partido se coloca por encima de la sociedad. Así, en el Articulo 5 de la Constitución de 1992 se establece: “El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado…” (subrayados del autor). Aunque autodenominándose martiano, el Partido Comunista de Cuba es lo contrario del concepto de partido expuesto por Martí. Coincidencia de articulado, en el Articulo 5 de las Bases del Partido Revolucionario Cubano se precisa claramente: “El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extrajero, la guerra que se ha de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre” (subrayados del autor).
Martí fue firme en su posición civilista, aun frente a héroes de la talla del General Antonio Maceo, el caudillo oriental más reconocido y el brazo derecho del Generalísimo Máximo Gómez. Maceo, hombre de armas, independista inclaudicable, ultimo de los oficiales de la Guerra grande que rinde sus armas luego de un frustrado intento de continuar la guerra tras su vibrante negativa a aceptar la paz del Zanjón en la que se denominó Protesta de Baraguá, se oponía firmemente a cualquier tipo de control civil en la conducción de la guerra .
Martí y Maceo chocan en sus conceptos sobre los métodos de hacer la Guerra. Poco
antes, apenas dos semanas antes del desenlace de Dos Ríos, entre los dos patriotas se produce la inevitable confrontación. Hay alusiones al carácter caudillista de Maceo en el diario de campaña de José Martí. En la nota correspondiente al 5 de mayo, el Apóstol escribe, describiendo la llegada del General Antonio al campamento: “De pronto, unos jinetes. Maceo, en un caballo dorado, en traje de holanda gris: ya tiene plata la silla, airosa y con estrellas” (subrayado del autor)…
La discrepancia entre ambos se entrevé en las ultimas notas de Martí, previas a la reunión que debían celebrar en el Ingenio “La Mejorana” con el propósito de ajustar los planes para la campaña:”… Maceo tiene otro pensamiento de gobierno (…) Nos vamos a un cuarto a hablar. No puedo desenredarle a Maceo la conversación (…) Y me habla, cortándome las palabras, como si fuese yo la continuación del gobierno leguleyo, y su representante. Lo veo herido (…) por su reducción a Flor (Crombet) en el encargo de la expedición, y gasto de sus dineros. Insisto en deponerme ante los representantes que se reúnan a elegir gobierno. No quiere que cada jefe de operaciones mande el suyo, nacido de su fuerza: él mandará los cuatro de Oriente: ‘dentro de 15 días estarán con Vds.-y serán gentes que no me las pueda enredar el doctor Martí’.- En la mesa (…) vuélvese al asunto: me hiere y me repugna: comprendo que he de sacudir el cargo con que se me intenta marcar, de defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar. Mantengo, rudo: el Ejército, libre, y el país, como país y con toda su dignidad representada. Muestro mi descontento de semejante indiscreta y forzada conversación, a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir (…) Allí, cerca, están sus fuerzas: pero no nos lleva a verlas…”.
No es propósito de este trabajo disminuir la figura gigante del Titán de Bronce, por lo que aquí se cita. Simplemente se expone lo que constituyó el profundo civilismo martiano. La posición de Martí no era nada fácil frente a la figura aureolada de glorias guerreras de Antonio Maceo. El no podía presentar mas historial que el de sus muchos años consagrados a la reorganización de la revolución y los hombres rudos de la Guerra del 68 eran de por si desconfiados de los hombres de letras y de los civiles en general a los que podían considerar como intrusos e impertinentes en los asuntos militares. Maceo guardaba una profunda suspicacia ante los civiles y ante un gobierno de corte civil. El fracaso de la Asamblea de la última Guerra hería profundamente al carácter enérgico del guerrero oriental. No quería trabas para el Ejército como las tantas que en la pasada campaña le habían impuesto.
Martí por su parte, se oponía a que el poder militar quedara en solo eso: un poder marcial que pusiera en peligro el civilismo de la Republica que quería fundar sin los peligros de ajustes por los que tuvieron que transitar las republicas hispanoamericanas una vez alcanzada la independencia política. Fue un crimen contra la historia la decisión de Gómez de destruir las notas del 6 de mayo del Diario de José Martí en las que este enjuiciaba los resultados de la Reunión de La Mejorana en la que participaron el, Maceo y Gómez.
Ninguna agrupación puede reclamar propiedad sobre la patria, que no es de nadie… “y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”(4). Este concepto lo reafirma en El Juramento de los héroes”, aquel discurso que pronunciara el 10 de octubre de 1889 en Hartman Hall, cinco años después de haber expuesto su airado civilismo frente al autoritarismo de Gómez y a ocho de su salida de Venezuela por ordenes del dictador Guzmán Blanco: “La patria es dicha de todos y dolor de todos y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie”.
Obsérvese que este concepto que asocia el caudillismo con feudo y capellanía, hacienda y mayordomía es reiterativo en el pensamiento de Martí; para él el objetivo no era solo alcanzar la independencia política; no era solo asegurar la soberanía nacional lo que se pretendía culminar con la revolución; esto no era mas que un aspecto secundario o la condición básica, el fundamento, para consolidar el fin supremo: la libertad individual, el reconocimiento de los derechos ciudadanos, la paz social , la equidad que a cada cual reconoce sus derechos y no niega la defensa de los intereses individuales. La Patria, sí, para Martí, es de todos y no propiedad privada de una sola clase de sus hijos.
El Partido Revolucionario Cubano no tiene nada en común con el partido de los comunistas de Fidel Castro que se ha convertido en amo de la patria. En un articulo publicado en el periódico Patria el 6 de agosto de 1892 con el titulo Las expediciones y la Revolución, Martí define muy claramente el carácter no caudillista del PRC: “Para librar al país de lo imprevisto se fundó el Partido Revolucionario Cubano; para someter la aspiración patriótica el bien y voluntad del país, y no para ponerse, so pretexto de gloria, encima del país”. Y finaliza el articulo con estas frases: “Para la patria nos levantamos. Es un crimen levantarse sobre ella”.
Cuando se comprende el apostolado cívico de Martí, no sorprende la admiración que profesara por George Washington, el caudillo que entregó su espada a la Republica una vez alcanzado el triunfo de sus armas y se negó a ejercer un gobierno vitalicio cuando sus compatriotas lo quisieron elegir para un tercer mandato presidencial; como tampoco puede sorprender las palabras con las cuales hace referencia al General dominicano Luperón cuando dijo: “Es mucho más grande que un tirano el que no ha querido serlo. La luz de la libertad lo viste. El amor de un pueblo lo acompaña”. Este es el modelo que quería Martí en los caudillos de la Guerra de independencia: que supieran deponer su gloria ante los pies de la patria agradecida.
Triste le resultaría a Martí, en su concepto de dignidad ciudadana, “la escena amarga de un pueblo que se fía a un voceador espasmódico” o a un dueño disimulado. Es tanta la confianza que Martí deposita en la altivez del cubano para negarse a darse un amo o para resistirlo por mucho tiempo que escribe, con la emoción que lo caracteriza cuando se refiere a la dignidad cubana: “Para zares no es nuestra sangre”. La verdad de esta afirmación martiana no ha sido refutada por la historia nacional: somos muchas veces políticamente cándidos y nos dejamos engatusar por las palabras del primer demagogo que se nos presente prometiéndonos los cielos; otras veces estoicos, soportando los abusos de los poderosos; pero el cubano tiene un carácter levantisco y un día se cansa del caudillo que antes encumbrara y lo arroja a un lado como se desecha un objeto inservible. Realmente nuestra sangre, aunque no rechaza la fantasía de los caudillos, es, sin embargo, incompatible con la del siervo inclinado ante un zar.
El caudillo es el macho fuerte de las sociedades mujeriles, es la representación viviente de la reminiscencia del culto fálico dentro de la libide social, es la exaltación hasta la apoteosis de la personalidad de un conductor a quien se ve como el redentor de toda la nación. Hay tanto de mesianismo en el concepto de caudillismo. Por esta razón Martí rechazó airadamente los personalismos y responde vivamente cuando alguien pretendió presentarle como la persona clave de la revolución cubana: “Pero ese Martí de quien se habla ha consagrado precisamente su vida (…) a impedir que se trastorne a Cuba, sin fuerza ni fundamento, con expediciones personales temibles e infructuosas (…). La idea de la persona redentora_ sentencia con esa síntesis apotegmica que caracteriza a su retorica_ es de otro mundo y edades, no de un pueblo critico y complejo”.
Para el Apóstol, el Partido Revolucionario Cubano es “la unión de pensamiento y voluntad de todas las organizaciones cubanas y puertorriqueñas del destierro (…) No es la cabeza imperante inamovible, de cuyo capricho y alucinación depende el sacudimiento y llamada a muerte del país en que nació; sino un comisionado de su pueblo, con los deberes y las restricciones que a su pueblo le plugo fijar…”. No es cierto que el PRC fundado por Martí con los clubes de exiliados cubanos sea el antecedente del Partido Comunista de Cuba, que es hoy la cabeza “ imperante e inamovible” de la política cubana, como se desprende del ya citado Articulo 5 de la vigente Constitución del Estado socialista cubano.
El caudillismo, bajo el concepto martiano, ni siquiera es admisible bajo la forma de una dirección colegiada, y en eso radicó la grandeza del PRC en que “para fundar una republica, ha empezado con la Republica”.
A Cuba no se llevaría la Guerra de una persona, a Cuba se llevaría la idea republicana, la del civilismo, la del respeto por todos los derechos, y así lo deja nítidamente expresado José Martí en Patria del primero de abril de 1893: “Es una idea lo que hay que llevar a Cuba no una persona. No es Martí el que va a desembarcar: es la unión magnifica de las emigraciones (…) es el reconocimiento cordial, en la vida política, de los meritos y derechos de todos los cubanos, sin mas grados ni diferencias que los de su virtud y los de su utilidad para la patria_ (…) No es Martí quien va a embarcarse, es eso lo que se embarcó y ha llegado ya a Cuba. ¡Barrimos la Persona ! ¡Servimos a la patria!”.
El rechazo al caudillismo no implica el desconocimiento del hombre necesario para cada momento histórico, para una situación de crisis, para un instante determinado. Ese hombre que es uno hoy y que puede mañana puede ser otro: “Si aplaudimos a un héroe_ asegura Martí_, la pasión por la libertad es lo que aplaudimos (…).Aquí el hombre no tiene nada que hacer. Hoy es uno y mañana es otro. La Persona hemos puesto de lado: ¡Bendita sea la patria!”.
Por su inquebrantable defensa de los principios civilistas que debían animar a la revolución, Martí fue criticado por algunos emigrados. Sin embargo las criticas no lo desaniman, el no se sentía un caudillo. En carta a Máximo Gómez fechada en Noviembre de 1893 expone: “No es mi nombre, miserable paveza en el mundo lo que quiero salvar: sino mi patria. No hare lo que me sirva, sino lo que la sirva. Ni siquiera me ofenden el desconocimiento e injusticia que encuentro en mi camino”.
Cuantas veces reiterará Martí el rechazo a la pretensión de hacer de todo un pueblo el escabel, la peana o el pedestal de uno solo de sus hijos: “Lo sagrado es el país”_ afirma y luego culmina esta aseveración, tantas veces expresada en su obra escrita: “Un pueblo no es peana del hombre que sobre la hecatombe de él quiera, ante los siglos futuros, codearse con las glorias pomposas de la historia de nuestro mundo”. Profecía parece que encierran estas palabras. Es como si Martí hubiera escrito un oráculo para el futuro nacional que solo tendría sentido con la llegada al poder de Fidel Castro y su hueste agreste de guerrilleros serranos. Desde la profundidad de la historia Martí ya estaba condenando a Castro, el ambicioso que sobre la hecatombe del pueblo cubano ha querido semejarse a las pompas de Napoleón, Cesar o Alejandro.
Lo sagrado, si, es el país, lo único que importan son los pueblos, esos que están formados por las voluntades de todos los individuos que en ellos se agrupan y no pueden, o no deben ser sometidos a la condición del rebaño o la manada. En Patria del 11 de junio de 1892, Martí hace patente su desprecio por los caudillos con las siguientes palabras: “¡(…) los pueblos no son como las manchas de ganado donde un buey lleva el cencerro y los demás lo siguen!”; o con estas : “Un pueblo no es juguete heroico para que un redentor poético juegue con él; sino nuestras mismas entrañas que no se han de poner detrás del carro de nadie, ni de pie de estatua de nadie, sino en lo mas tierno de nuestro pecho a calentarle la vida”.
El caudillo se cree que es el único dotado de la verdad y acallará la opinión ajena o, como Rosas, obligará a todos a usar la escarapela roja como símbolo de lealtad y de fidelidad al caudillo. La fuerza impone el silencio; el temor a la represión obliga a la hipocresía, y Martí arremete también contra el caudillo por sus efectos secundarios: “¡ Oh, no!”_ exclama en Steck Hall el 24 de enero de 1880_ “¡No es hombre honrado el que desee para su pueblo una generación de hipócritas y egoístas!”.
Los hombres no deben ser educados ni “con el seño airado, ni con la innoble fusta levantada” tal como se les imponen los tiranos. He aquí otra condena del Apóstol al caudillismo por sus efectos indirectos sobre el carácter de los ciudadanos: “(…) mal puede luego alzarse a hombre el que se educa como a siervo misere”.
Martí no fue un ideólogo, sino un hombre de firmes convicciones éticas. Había bebido del manantial de los filósofos trascendentalista del Siglo XIX norteamericano: Whithman, Thoreau y Emerson. Estudió las corrientes políticas, filosóficas y económicas de su tiempo y desarrolló un ideario que lo acercaba por su eclecticismo a todas las escuelas y, al mismo tiempo, lo distanciaba de todas ellas. La sangre valenciana que corría por sus venas lo hacían apasionado y vehemente, y la parte que le correspondía de la sangre canaria le dieron su constancia y su inagotable entrega al trabajo; fue un hombre práctico, un idealista y un poeta, todo al mismo tiempo, confundido dentro de una personalidad que le hacia resaltar sobre muchas de las figures de su época. Y esa personalidad suya no puede ser abarcada mostrando una sola faceta de la misma; presentarlo como si se tratara de un agitador de barricadas, o como un “convencido” antinorteamericano o como un caudillo es, sencillamente rebajarlo, ni santo, ni héroe ni fanático político: Martí fue un hombre; solo eso, un hombre de su tiempo.
Si quieren la Oficina del Programa Martiano, sus Seminarios de Estudios Martianos, el Centro de Estudios Martianos y el Partido Comunista de Cuba que controla a estos organismos, presentarlo con la imagen que mejor convenga a una ideología, pueden hacerlo; pero no mostraran al Martí verdadero, al hombre complejo que fue, al liberal que rechaza al marxismo y a todas las sectas socialistas nacidas en la vieja Europa. Si quieren presentarlo como el precursor de una revolución muy diferente en métodos y objetivos a la que él intento organizar, pueden hacerlo, pero ese que estarán mostrando nunca será José Martí, el Apóstol, el hombre que antepuso el civilismo al militarismo aun cuando estaba organizando una Guerra, que opuso el republicanismo al caudillismo aunque hubiera invitado a los viejos caudillos de 68 a unirse a la gran obra que fuera el mayor anhelo de su vida sufrida y breve.
Martí, su personalidad y su obra, debe ser estudiado en toda su universalidad. Su obra no puede estudiarse solo en lo que, de cierta manera, pudiera justificar el pretendido continuismo histórico que se inicia en 1868 y se extiende hasta el llamado a “salvar la patria, la revolución y el socialismo” frente a supuestas amenazas y agresiones del Coloso del Norte. Solo estudiándole en toda su ecléctica personalidad, las enseñanzas del Apóstol fructificarían en la tierra a la cual consagró sus estudios, su trabajo, su propia vida.
NOTAS
(1) Fernández Retamar, Roberto “Semblanza biográfica y cronología mínima”
Centro de Estudios Martianos, La Hab. 1990
(2) Mañach, Jorge Martí el Apóstol
(3) ibidem
(4) Marti, Jose Carta al Gral. Maximo Gomez, New York, 20 de Oct
de 1884.
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