Carlos Alberto Montaner. BLOG
DE MONTANER
La frase fue famosa en España: “Contra Franco vivíamos mejor”.
La escuché y leí mil veces durante la transición española hacia la democracia.
Me imagino que Raúl Castro debe haberla adaptado a la circunstancia cubana en
medio de una mezcla de enojo y melancolía.
Son las consecuencias inesperadas de las victorias. El
presidente Obama, en efecto, capituló, como deseaba La Habana. Se acogió, sin
exigir contrapartidas, a la política del abrazo (engagement) y renunció a las medidas de
“contención” (containment)
hacia Cuba, típicas de la Guerra Fría.
Se comprometió, además, a restaurar totalmente las relaciones,
pese a que el senado posiblemente no apruebe la designación de ningún
embajador. Lo aseguró, amenazante, el senador Lindsey Graham. También
tramitará el fin del embargo ante un Congreso republicano que probablemente ni
siquiera acepte discutir la medida, como ya anunció el speaker John Boehner.
Será una cadena de frustraciones.
El equívoco está fundado en lo que en inglés llaman wishful thinking o juicio basado
en ilusiones. El sorpresivo anuncio de Obama y Raúl Castro era el inicio de un
largo, complejo y deseado proceso de deshielo, y casi todos los factores
afectados dieron por hecho que la reconciliación ya se había producido y, en
consecuencia, la transición hacia la democracia había comenzado. La percepción
ha sido de final de partida, no de comienzo.
Pura confusión. Los curas en La Habana, literalmente, echaron a
volar las campanas de los templos anunciando la buena nueva, como hacían en
tiempos de la colonia cuando se retiraban los piratas.
Miles de cubanos desempolvaron las banderitas y algunos se
abrazaban en las calles llenos de felicidad. Para ellos, mágicamente, la
miseria llegaba a su fin. La prosperidad estaba a la vuelta de la esquina.
Las cabezas más representativas de la oposición democrática,
esperanzadas, se reunieron en la casa de Yoani Sánchez y, muy civilizadamente,
fueron capaces de ponerse de acuerdo y demandar espacios para esa magullada
sociedad civil que el país va pariendo trabajosamente al margen del corset totalitario
impuesto por el Partido Comunista.
Las Damas de Blanco, flores en mano, como suelen hacer,
recorrieron algunas calles cercanas a la parroquia donde se congregan pidiendo
libertad. Esta vez no las aporrearon. Hubiera sido una flagrante contradicción
con el espíritu de apertura subrepticiamente instalado en el país.
Los representantes ante la OEA de los países latinoamericanos,
reunidos en Washington, le dieron la bienvenida a la nueva etapa, pese a las
objeciones de Bolivia, Venezuela y Nicaragua, secretamente impulsados por Cuba,
que deseaban incluir una mención del embargo, moción rechazada por el resto de
los países. Canadá, a cambio, se abstuvo de mencionar el tema de los Derechos
Humanos, que hubiera sido como mentar la soga en la casa del ahorcado.
Raúl Castro, muy preocupado, despachó a su hija Mariela al
extranjero, embajadora oficiosa del régimen, a explicar que el comunismo era el
destino permanente de los cubanos, algo así como una enfermedad incurable y
crónica. Nadie debía confundir el cambio de Washington con la postura
inconmovible de La Habana. En la Cuba de Mariela Castro se podía cambiar de
sexo, pero no de sistema. Ese ─ el sistema – ya había sido elegido por los
cubanos hasta el fin de los tiempos.
El mismo Raúl Castro, como si fuera un mantra, lo repitió en la
Asamblea Nacional del Poder Popular, un coro afinado de sicofantes que hace las
veces de Parlamento. Reiteró que no había más dios que el colectivismo ni más
profeta que Fidel Castro, y así sería para siempre. Al final, fieramente, gritó
“patria o muerte”. Todos lo aplaudieron disciplinadamente, incluidos los cinco
espías liberados.
¿Por qué tantas muestras de adhesión incondicional a una vieja y
desacreditada dictadura, próxima a iniciar su 57 aniversario? Precisamente,
porque Raúl no ignora el peso de las autoprofecías que, a fuerza de repetición,
acaban por cumplirse. Misterios del caprichoso mundillo de las percepciones.
Especialmente en un país en el que casi nadie cree en los
presupuestos teóricos del sistema. Todos saben que el marxismo leninismo
fracasó rotundamente y la nación se está cayendo a pedazos. Nadie desconoce que
las reformas de Raúl, los cacareados “lineamientos”, ni han dado ni darán
resultados.
A estas alturas, la mayor parte de los cubanos, como los
soviéticos en la etapa final de Mijail Gorbachov, están convencidos de que el
sistema no es reformable y hay que reemplazarlo.
En ese desesperado punto de la historia. Obama, por las razones
equivocadas, toca la trompeta y todos piensan que es una señal de los cielos y
que ha llegado la hora. Menos Raúl, Mariela y el resto de la sagrada familia,
que, desesperados, salen a desmentirlo, pero nadie los cree. La percepción es
más poderosa.
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