Mario J. Viera
Es un hecho real, no “alternativo”,
puntual y efectivo, que existen personas que sufren de un trastorno de
personalidad definido como megalomanía o como trastorno de personalidad
narcisista, eso que se dice, es una condición psicopatológica caracterizada por
fantasías delirantes de poder, relevancia, omnipotencia y por una henchida
autoestima. El megalómano se ve a sí mismo, como un ser único y grandioso. Ana
Soteras de la Agencia EFE, nos cita a Laura Ruiz, una experimentada psiquiatra
en los centros médicos Milenium Sanitas quien
asegura que los megalómanos “creen que
tienen una capacidad mayor de la que realmente tienen y eso hace que puedan
llegar a puestos de poder o de más influencia. Además, socialmente están bien vistos y valorados, pero no son empáticos”. Ellos, además, no admiten una
discrepancia con los que no piensan como él. Bueno, así, más o menos los
psicólogos se refieren a esas personas poseedoras de un ego super elevado,
dispuestos siempre a “lo más grande”.
Ahora bien, lo que expresa la Dra. Soteras
diciendo que los megalómanos “socialmente están bien vistos” no le encuentro
una adecuada explicación para este fenómeno, ni desde el aspecto psicológico,
ni desde el punto de vista sociológico. Pero sí, los megalómanos captan
simpatizantes y no simples simpatizantes, sino ardientes, decididos y firmes
simpatizantes. Así sucedió con Napoleón Bonaparte y sucedió con Adolf Hitler...
y está sucediendo con el “presidente” de Estados Unidos, D.T. De hecho, tengo
algunos amigos, simpatizantes ardorosos del actual gobernante que, obviando los
hechos, me dicen que lo único que no soportan de un político es que sea
mentiroso y por eso no apoyaban a Hillary Clinton porque la consideraban
mentirosa; sin embargo, ¡Vaya! No ven ninguna mentira en las mentiras que a
menudo emplea el magnate inmobiliario devenido en “presidente”. Ellos hacen
olas con las palabras del “salvador que hará grande a Estados Unidos” cuando ya
Estados Unidos es grande y repiten sus palabras dándoles fuerza de dogma
bíblico.
Y estos amigos hacen suyas las
afirmaciones del “presidente”, la verdad oficial sobre la “multitudinaria”
asistencia a la inauguración presidencial, para condenar “la infame
manipulación” por los medios, “de la verdad, mintiendo y falseando los hechos
de que 1.5 millones de personas asistieron” a la toma de posesión del actual “presidente”.
Y lo afirman como si en verdad ellos mismos hubieran computado los números de
asistentes al acto. La reacción se debe a las fotos de dos inauguraciones
presidenciales, la de 2009 y la de 2017, que mostraban la poca asistencia de
público en la última inauguración en comparación con la multitudinaria del 2009
cuando Barack Obama asumió la presidencia. Entonces, sencillamente, sin
demostrar con evidencias creíbles sus asertos aseguran que “los medios tomaron
fotos en horas y días que no corresponden al de la inauguración”.
Un ego tan elevado como el del actual mandatario,
no puede aceptar que su inauguración, que su ceremonia de toma de posesión,
recibiera tan raquítica asistencia de público. Eso no es posible, no puede ser,
lo de él es lo grande, aún más, lo gigantesco, lo apoteósico. Entonces toma la
palabra el vocero presidencial Sean Spicer para afirmar que "esta fue la audiencia más grande que fue
testigo de una inauguración, punto, tanto en persona como en todo el mundo".
Y ofrece cifras para apoyo de lo que asegura que 420.000 personas tomaron el
metro de Washington ese día frente a los 317.000 que lo hicieron en la
inauguración de Barack Obama. Sin embargo, el Washington Post citó otras cifras
extraídas de la red de transporte que mostraron que el día de la inauguración 570.557
personas habían tomado el metro, algo mayor que la ofrecida por el sazonador
vocero, pero inferiores a los 1,1 millones con Obama en 2009 y los 782.000 de
su segundo mandato, en 2013. Es vergonzoso, ¿cómo es posible que los medios
sean tan perversos y muestren lo que no nos guste? "Estos intentos ─ eructa el especioso ─ de disminuir el entusiasmo de la inauguración son vergonzosos e
incorrectos".
Pero ahí no quedó todo y se produce otra
metedura de patas, esta vez en la boca de la asesora de D.T. Kellyanne Conway
en una entrevista para Meet the Press de
la NBC. El periodista Chuck Todd le
cuestionó indagando por qué Spicer en su primera aparición como vocero
presidencial ante la prensa había disputado un asunto de importancia menor como
es el tamaño de la multitud de la inauguración, y por qué había empleado falsedades
para hacerlo, ella rápidamente, casi sin pensarlo, le respondió: “No seas tan exagerado, Chuck. Estás diciendo
que es una mentira, y ellos están dando… Nuestro jefe de prensa, Sean Spicer,
dio hechos alternativos a eso”. Bueno, es español “alternativo’ significa
que se dice o se hace sucediendo a otras cosas recíproca y repetidamente, y en
inglés “alternative” significa
relativo a una elección entre dos o más posibilidades: ¿hechos alternativos? No
tiene sentido. Ni tardo ni perezoso, Chuck Todd la aplastó de un manotazo: “Un momento, ¿hechos alternativos? Mire, los
hechos alternativos no son hechos. Son falsedades”.
Estos hechos
alternativos le deben estar doliendo profundamente al gran ego de D.T. y
tanto. cuando solo han generado burlas, sarcasmos y risas... Mal empezamos
¿Verdad?
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