Vladimiro Mujica
(Tomado del Blog POLIS)
Tomo
prestado el título de un libro de William Brustein sobre los orígenes sociales
del partido nazi. En su obra el sociólogo estadounidense sostiene que la
afiliación al partido nazi se produjo en buena medida por elección racional, es
decir que el partido presentó como oferta política algo que resultó por ser muy
atractivo, sobre todo desde el punto de vista económico, para los sectores de
clase media que terminaron por apoyarlo. La tesis de Brustein ha sido muy criticada
porque deja de lado el análisis de la influencia que tuvieron los atractivos
más “irracionales” del mensaje nazi, como el ultranacionalismo y el
antisemitismo, en el proceso de afiliación al nazismo. En cualquier caso, las
implicaciones tanto de la tesis de la elección racional como de la contribución
que los prejuicios, el racismo y otros elementos irracionales pueden tener en
el surgimiento de un fenómeno social y político horrendo como el nazismo son
devastadoras. Cómo se construyen realidades y ficciones que se alimentan de los
miedos y frustraciones de la gente sigue siendo un tema fascinante y oscuro de
la comunicación política.
Salvando
las distancias históricas y culturales, y por odioso y exagerado que parezca a
primera vista, es instructivo comparar el crecimiento del PSUV con el proceso
de crecimiento del nacionalsocialismo en Alemania. En ambos casos, las dos
naciones atravesaban por una crisis del sistema político -agravada en Alemania
por una agobiante situación económica producto de la I Guerra Mundial- que
abrió la puerta para el surgimiento de dos dirigentes mesiánicos, Chávez y
Hitler, que construyeron plataformas políticas con un mensaje de cambio
revolucionario arrollador. El mensaje contenía en ambas instancias referencias
importantes a la historia y la cultura nacionales, el pangermanismo y la
supremacía histórica aria en el caso de Alemania, y el árbol de las tres raíces
y la apropiación de la gesta y el espíritu bolivariano como inspiración de la
revolución chavista en el caso venezolano. Los dos movimientos construyeron un
mensaje con fuerte arraigo popular que contenía elementos de fractura, odio y
división social basados en la frustración y el resentimiento. Ambos se
apartaron cada vez más de un inicial espíritu de democracia tumultuaria para
cederle el paso a un esquema aún más negativo de dirección autoritaria y
represiva, que castigaba especialmente a la disidencia interna. Ambos llevaron
a sus respectivas naciones a catástrofes, y quizás la diferencia más prominente
en esta comparación es que el nazismo arrastró a Alemania a su destrucción al
lanzarla a una guerra contra el mundo civilizado, mientras que la oligarquía
chavista se ha planteado una guerra contra su propio pueblo. Una guerra que
tiene distintas facetas pero que se resume en la aberrante y prepotente
ignorancia de todo el daño que el desgobierno chavista está causando a
Venezuela y a sus posibilidades futuras de construir bienestar para su gente.
Parece ser que la máxima de capataces que se ha instalado en el gobierno es “Venezuela será nuestra o no será de nadie,
porque arrasaremos con ella”.
La
decisión de avanzar en la dinámica del enfrentamiento entre venezolanos está
íntimamente vinculada con el convencimiento que tiene la oligarquía chavista de
que ha perdido el favor popular. Aquí también hay un paralelismo histórico
interesante con los últimos días de Hitler en los que el Führer confesaba
amargamente que no le importaba la destrucción y derrota del pueblo alemán
porque ese pueblo no había sido capaz de defender el ideal nazi y a su líder.
El
último episodio del despropósito chavista de cerrar las fuerzas a cualquier
salida democrática, pacífica y constitucional de esta tragedia histórica, es la
resolución del CNE de dejar en el aire la fecha de los eventos indispensables
para la realización del RR-2016. La lógica del mal, promovida desde el alto
gobierno y sus cómplices, avanza aquí sobre el supuesto fundamental del miedo
de la gente a la violencia. Los mecanismos están por supuesto conectados con la
represión y el control de las fuerzas armadas y los grupos paramilitares del
cual presume el régimen. A ello se le une el yugo social, mental y espiritual
que supone la administración despiadada de la pobreza, la miseria y el
desabastecimiento, como herramientas de control de la población.
El
develar la lógica del mal tiene un efecto político y espiritual sobre la gente,
porque la lleva a entender que no hay ningún motivo para resignarse ni para que
avance la desesperanza. A la oligarquía chavista no le asiste ninguna razón, ni
histórica ni jurídica. A Venezuela no le caído ninguna maldición bíblica por
nuestra conducta despreocupada en dar por sentadas la democracia y la libertad
y creernos el mejor país del mundo, quizás nuestra culpa primaria como
sociedad, junto con permitir el crecimiento de la pobreza y la exclusión, en
abrirle la puerta al malhadado experimento chavista. No, no se trata de ninguna
expiación religiosa de culpas. El asunto es mucho más mundano, Venezuela es
presa de un proyecto corrupto de poder que comenzó teniendo una amplia base
popular que hoy se achica día a día. Continuar y vencer en la batalla épica
para salir de este hueco histórico depende de una casi mágica combinación de
liderazgo valiente y decidido con que la gente se crea que vale la pena arriesgarse
a la desobediencia ciudadana y lo que ella implica. Una navegación difícil y
turbulenta donde estamos obligados a defender las opciones constitucionales y a
resistir la tentación de la violencia y el caos al que el gobierno del mal
pretende arrastrar el país.
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