Según
Rodrigo
Borja en Enciclopedia de la Política, “la resistencia pasiva es una de las
variantes que puede asumir el derecho de resistencia de los pueblos ante el
abuso autoritario. Este derecho puede ejercerse por la vía pacífica o violenta.
La primera vía lleva hacia la llamada resistencia pasiva. La segunda, con su
doble modalidad de lucha abierta o clandestina, puede conducir a la revolución
si confluyen las condiciones objetivas y subjetivas necesarias.
Se usa la expresión
resistencia pacífica para designar la actitud de oposición popular no violenta
contra un gobierno despótico o contra una fuerza de ocupación extranjera. Ella implica actos de desobediencia civil, huelga de brazos caídos, no participación en
actividades públicas y otros medios de protesta desprovistos de violencia.
Esta táctica fue puesta en práctica exitosamente por Mahatma Gandhi (1869-1948)
contra las fuerzas colonialistas inglesas en la India en 1913. Algo parecido se
intentó hacer más tarde en Checoeslovaquia ante la invasión soviética de 1968,
aunque con resultados poco efectivos”.
Otras definiciones para la
resistencia pasiva la consideran como “una forma de lucha política, basada en
la doctrina de la no violencia, consistente
en diversos tipos de acciones pacíficas hostiles al poder político, tales como
la desobediencia civil,
manifestaciones y marchas pacíficas, encierros voluntarios, huelgas de hambre,
etc., con el objeto de lograr la satisfacción de ciertas reivindicaciones o
conseguir el resquebrajamiento del régimen político”. Otros consideran la
resistencia pasiva como diferente de la lucha noviolenta al ser el “sólo
negarse a hacer algo indicado desde el poder convencional o un gobierno”, es
decir, una forma de desobediencia civil y de no colaboración.
En general, las características
de la resistencia pasiva poseen las siguientes manifestaciones:
a) resistencia ética (originalmente
la 'no-resistencia', no resistirse al mal causando injusticia).
b) Intentar la Negociación
e incluso el arbitraje
c) Preparación,
entrenamiento y concienciación del grupo (rebelde) para la acción directa
d) Agitación y peticiones
concretas de cambio y transformación del régimen o sistema político-social
e) Emisión de un ultimátum
(dirigido al oponente u opresor)
f) Medidas de Boicoteo
económico y medidas de huelga
g) No cooperación o no
colaboración política
h) Formas de acción directa
o intervención noviolenta como la Desobediencia civil
i) Creación de
instituciones paralelas (como la usurpación de las funciones de gobierno)
j) Desafío total con la
creación de un Gobierno paralelo
Jean Dale, por su parte
menciona la “resistencia cotidiana” como “formas
anónimas, individuales, que no requieren de una organización previa, pero si
requieren de una interiorización muy profunda de sus parámetros culturales a
partir de los cuales actúan y se hacen presentes en todo momento. Y que
implican altos niveles de impugnación del sistema establecido”. Es la
expresión del disgusto de parte de la población, en el caso que estudia son los
campesinos, que no es “una acción
concertada ni organizada, sino una forma de corroer el sistema burocrático
confrontarse a él y proteger sus propios intereses, (…) muy típico de lo que es
la resistencia cotidiana”.
La
acción política noviolenta no es resistencia pasiva, tampoco “resistencia
ordinaria” –actos de comunidades agraristas y premodernas, con protestas de
bajo perfil, sabotaje, evasión de tributos, y desobediencia localista
estudiados por autores como Scott (1989)–. Tampoco se reduce a la participación
en la política institucional (elecciones, cabildeo), no es evasión del conflicto,
negociación o resolución tolerante de los conflictos, aunque puede ser una
forma de ganar poder de negociación y
buscar la paz. En términos generales, advirtiendo sobre la diversidad de
enfoques, la acción política noviolenta es una forma de continuar el conflicto
y defender o mantener una posición política hasta las últimas consecuencias,
pero minimizando los daños al adversario y al medioambiente. (Freddy Cante. Prólogo al
libro de Kurt Schock, Insurrecciones no armadas)
“la acción noviolenta es ante todo una forma de acción, y no una forma
de acción cualquiera, sino una forma de acción por un lado con carácter
sociopolítico, ya que está relacionada con el poder, en los ámbitos de
aplicación, resistencia y deconstrucción del mismo, y por otro lado
literalmente no violenta, es decir, tiene unas dinámicas propias adquiridas por
el rechazo del uso de la violencia”. (Jesús Castañar Pérez: Las claves de la acción política noviolenta
en contexto de conflicto armado)
Kurt Shock: “Insurrecciones
no armadas” Editorial Universidad del Rosario. Bogotá 2008. Al final de la
página 53 dice: “En vez de ser enfocada
como la mitad de una rígida dicotomía violencia-noviolencia, la acción noviolenta
podría ser mejor entendida como un conjunto de métodos con rasgos especiales
que difieren tanto de la resistencia
violenta como de la acción
institucional”, y Castañar Pérez aclara este concepto diciendo: “se deben excluir de la definición de acción
noviolenta actos políticos convencionales que no usan la violencia, como por
ejemplo presentarse a unas elecciones. De
esta manera tendríamos que distinguir entre varios tipos de acción política: la
acción institucional (sin violencia), la acción noviolenta y la acción violenta
(categoría que, a su vez, admite diferenciar entre la acción violenta incruenta
(sabotajes, disturbios etc.) y la lucha armada (que abarcaría desde el
terrorismo a la guerra de guerrillas o guerra revolucionaria militarizada). El
abanico de formas de acción podría variar entonces entre acción institucional,
acción noviolenta, acción violenta incruenta y lucha armada”.
La
acción noviolenta es una técnica de acción sociopolítica para aplicar poder en
una situación de conflicto sin utilizar medios institucionales ni recurrir a la
violencia ni siquiera de forma simbólica. (Castañar, 2013, pág. 26, citado por Jesús Castañar Pérez)
La
acción noviolenta
normalmente es puesta en marcha por un actor
político, que puede ser un grupo político, un movimiento, una plataforma o
alguna otra forma de asociación colectiva, y se dirige contra un oponente,
al que se exige ciertas demandas o concesiones que pueden ser de carácter
social o político. Este oponente suele
estar armado y emplear distintas estrategias violentas para la represión de las
movilizaciones noviolentas, y, aunque técnicamente en el conflicto se
produce respuesta armada, no es considerado como conflicto armado por el
Derecho Humanitario Internacional, para el cual sólo existe conflicto armado si
el conflicto se produce entre un estado y un grupo armado o entre grupos
armados entre sí.
“La protesta y la violencia no son consecuencia directa de una insatisfacción
momentánea en la población. La predisposición a utilizar la violencia depende
más bien de las capacidades y posibilidades de movilización política que tienen
los grupos descontentos. Entre las posibilidades de movilización política de un
grupo y su capacidad de organización existe una relación estrecha. Por eso hay
que buscar los mecanismos con los cuales el grupo recluta a los individuos y
obtiene su lealtad. Decisivos para la capacidad de un grupo y organización de
realizar acciones colectivas son los recursos que tiene a su disposición; el
concepto de recurso en que se basa es amplio y abarca, además de los militares
y financieros, factores ideológicos y motivacionales. Los grupos contestatarios
dirigen al sistema político reivindicaciones que tienen por objeto mejorar su
posición y adquirir bienes colectivos adicionales. Según los recursos de que
dispongan, pueden permitirse ejercer presión de una manera suave e invisible
(por ejemplo, mediante un grupo de presión) o tienen que recurrir a la violencia,
medio espectacular por su potencialidad de destruir el sistema”. (Waldman, Peter
(1997): Radicalismo Étnico. Análisis
comparado de las causas y efectos en conflictos étnicos violentos.
Ediciones Akal. Móstoles, pág. 30)
Ackerman y
Kruegler (Ackerman, Peter y K. Kruegler: (1994) Strategic nonviolent
Conflict, the Dynamics of People Power in the Twentieth Century Westport,
Connecticut. Londres, Praeger. Cit. por Jesús Castañar
Pérez) han
señalado cuatro importantes errores en los que a veces caen los activistas de
movimientos noviolentos:
1) Mecanicismo
(suponer que la práctica de la noviolencia seguirá el curso de otros ejemplos
históricos).
2) Utilitarismo
(suponer que la orientación pragmática o ideológica del movimiento constituye
un factor determinante).
3) Reduccionismo
(creer que sólo dos factores determinan el resultado de las luchas noviolentas:
la capacidad y voluntad por parte del oponente para reprimir violentamente y la
capacidad del actor noviolento para resistir)
4) Externalismo
(pensar que los recursos y autoridad del oponente son lo único que determina el
resultado).
De acuerdo con Kurt Schock:
“Deben confluir dos condiciones básicas
para que un desafío contribuya a las transformaciones políticas: 1) el desafío
debe ser capaz de oponerse exitosamente a la represión, y 2) el desafío debe
socavar el poder de Estado. Esas condiciones son suficientemente obvias. Lo que
es menos obvio son los atributos y
acciones de quienes promueven el desafío y que contribuyen a que se den
esas condiciones y mecanismos que vinculan los atributos del movimiento y el
accionar para el cambio político. Tanto los retos primariamente violentos como
los primariamente noviolentos podrían resistir o desarticular con éxito la
represión estatal, y el poder del Estado podría ser minado a través de desafíos
violentos o noviolentos”.
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