La edición del Granma del 23 de octubre reseña un insípido diálogo con el presidente de la Unión de Historiadores de Cuba y también presidente del Instituto de Historia de Cuba, Dr. Raúl Izquierdo Canosa, que no por insípido deja de ser interesante para exponer algunas reflexiones.
“… entre libros, sumergido en indagaciones y nuevos proyectos”, el distinguido historiador oficialista nos hace comprender que la Historia es una disciplina científica, base ideológica de la revolución.
Veamos, en primer lugar la definición que nos da Wikipedia del concepto ciencia, tomado, con modificaciones de la definición de ciencia del Diccionario de la Real Academia Española. Según, esta denominada Enciclopedia libre, la ciencia (del latín scientia “conocimiento”) “es el conjunto de conocimientos sistemáticamente estructurados obtenidos mediante la observación de patrones regulares, de razonamientos y de experimentación en ámbitos específicos, de los cuales se generan preguntas, se construyen hipótesis, se deducen principios y se elaboran leyes generales y esquemas metódicamente organizados”. El mismo Diccionario de la Real Academia Española nos define Historia como la “narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados. Disciplina que estudia y narra estos sucesos”, y también, “conjunto de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc., de un pueblo o de una nación”.
Concluyendo, podemos decir que la Historia no es una ciencia, porque no permite estructurar sistemáticamente los conocimientos que nos aporta ni es posible la realización de experimentos sobre ella para la construcción de hipótesis y la elaboración de leyes generales. La Historia es pues, una disciplina narrativa e interpretativa de los hechos del pasado. El marxismo ha pretendido establecer Leyes históricas, a partir de generalizaciones arbitrarias para definir los modos históricos, como la descomposición del régimen gentilicio, el esclavismo y el feudalismo, como Leyes generales del acontecer histórico, desconociendo que estas etapas no siempre se presentaron en todas las sociedades ni tuvieron las mismas características, ni que la lucha de clases fuera el motor de todo el acontecer histórico.
He aquí pues la primera incongruencia del “interesante” diálogo sostenido por la reportera Raquel Marrero Yanes, que firma el artículo del Granma, con el presidente del Instituto de Historia de Cuba.
La segunda incongruencia es afirmar que la historia de Cuba es la base ideológica de la revolución castrista. Nada más apartado de la verdad. La historia de Cuba no presenta ningún antecedente de la llamada revolución, sino todo lo contrario. La primera insurrección contra la metrópolis española fue de carácter anexionista dirigida por el venezolano Narciso López antiguo general del ejército español y la bandera que ondeara en 1850 en la ciudad de Cárdenas estaba inspirada en la bandera de los Estados Unidos. Es un hecho comprobado y documentado que la aspiración del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes era lograr la anexión a los Estados Unidos y que por la indecisión de los americanos la guerra de 1868 se transformó en una de carácter independentista que luego se definiría de manera más radical en la guerra inspirada por José Martí de 1895.
José Martí, hombre de ideas liberales, en diversas ocasiones se manifestó en contra del socialismo y criticó a Karl Marx aunque sin dejar de reconocer que como “se puso del lado de los débiles, merece honor” para agregar a continuación: “Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres…”
Ignacio Agramonte en el discurso de investidura como graduado de Derecho dijo: “La sociedad no se comprende sin orden, ni el orden sin un poder que lo prevenga y lo defienda, al mismo tiempo que destruya todas las causas perturbadoras de él. Ese poder, que no es otra cosa que el Gobierno de un Estado, está compuesto de tres poderes públicos, que cuales otras tantas ruedas de la máquina social, independientes entre sí, para evitar que por un abuso de autoridad, sobrepujada una de ellas a las demás y revistiéndose de un poder omnímodo, absorba las públicas libertades, se mueven armónicamente y compensándose, para obtener un fin determinado, efecto del movimiento triple y uniforme de ellas”.
No son estas palabras, precisamente, una confirmación de “la base ideológica de la revolución” conducida por Fidel Castro y continuada por el heredero.
Aún más definitorias son estas palabras del Bayardo: “Al derecho de pensar libremente corresponden la libertad de examen, de duda, de opinión, como fases o direcciones de aquél. Por fortuna, éstas, a diferencia de la libertad de hablar y obrar, no están sometidas a coacción directa; se podrá obligar a uno a callar, a permanecer inmóvil, acaso a decir que es justo lo que es altamente injusto. Pero ¿cómo se le podrá impedir que dude de lo que dice? ¿Cómo que examine las acciones de los demás, lo que se le trata de inculcar como verdad, todo, en fin, y que sobre ello formule su opinión? Sólo por medios indirectos; la educación, las preocupaciones, las costumbres, influyen a veces coartando el franco ejercicio de ese derecho, que es la más fuerte garantía para la sociedad y el Gobierno de un Estado que se funda en la verdad y la justicia”.
Estas frases constituirían en la Cuba del castrismo una declaración subversiva, contrarrevolucionaria, delictiva, merecedoras de una larga condena de prisión.
El pensamiento liberal de Agramonte se opone a la sociedad igualitarista. El individualismo es la esencia de la libertad: “Funestas son las consecuencias de la intervención de la sociedad en la vida individual; y más funestas aún cuando esa intervención es dirigida a uniformarla, destruyendo así la individualidad, que es uno de los elementos del bienestar presente y futuro de ella. Debe el hombre escoger los hábitos que más convengan a su carácter, a sus gustos, a sus opiniones y no amoldarse completamente a la costumbre arrastrado por el número”.
La centralización de todos los poderes en una élite partidista, característica fundamental del régimen impuesto en Cuba es rechazada, como el comunismo por Ignacio Agramonte: “La centralización hace desaparecer ese individualismo, cuya conservación hemos sostenido como necesaria a la sociedad. De allí al comunismo no hay más que un paso; se comienza por declarar impotente al individuo y se concluye por justificar la intervención de la sociedad en su acción destruyendo su libertad, sujetando a reglamento sus deseos, sus pensamientos, sus más íntimas afecciones, sus necesidades, sus acciones todas”.
La tercera incongruencia en el diálogo con el “historiador” Izquierdo Canosa se expone cuando afirma: “El historiador trabaja con la memoria de la nación, por eso debe hurgar en sus raíces y reconstruir con visión objetiva los hechos…”. Reconstruir los hechos; es decir, manipular la historia para amoldarla a la ideología. Trabajar con la memoria de la nación al estilo del Ministerio de la Verdad de la novela de George Orwell, 1984 con su filosofía de que “el que controla el pasado, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado” cambiaba los hechos, los borraba de la memoria.
La nueva memoria de la nación es la exaltación de la personalidad del Comandante en Jefe. Es crear una epopeya de una rebelión que por azar del destino cayó sin oponentes en manos de Fidel Castro y le elevó a las cumbres del poder. Es borrar o modificar el pasado para controlar el futuro, y controlar el pasado con el control del presente.
El nuevo Ministerio de la Verdad, la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, como aparato centralizado por el Partido Comunista podrá manipular la memoria de la nación por algún tiempo más, podrá engañar por mucho tiempo a una parte de la nación, pero la verdad histórica está viva, aletargada tal vez, pero viva y no se podrá engañar a toda la nación por todo el tiempo.
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