Mario
J. Viera
Existen elementos en las proyecciones de la política
de Castro que debemos tomar en consideración para definir el meollo de su
ideología político-económica:
Frustración
histórica.
Por muchos años el independentismo cubano había librado sangrientas batallas
para separarse del dominio español. Se había conocido la amargura de firmar en
1878 un armisticio que ponía fin a diez años de acciones bélicas, que se
conocería como Pacto del Zanjón. En 1895, en gran parte debido a la pasión de
José Martí de unir a las emigraciones cubanas en Estados Unidos, se inicia, la
que el denominaría “guerra necesaria”, el esfuerzo definitivo para alcanzar la
independencia nacional. Sin embargo, los independentistas tienen que aceptar la
humillación que constituiría la intervención de Estados Unidos en el conflicto
y que pondría fin del dominio español sobre la isla. A las tropas del general
mambí Calixto García, el mando militar americano, le prohíbe la entrada en Santiago
de Cuba. Posteriormente, Primero de enero de 1899, se establece un gobierno
interventor de Estados Unidos que estará vigente hasta el 20 de mayo de 1902
cuando asume la presidencia de la nación Tomás Estrada Palma luego que los
constitucionalistas de 1901 se vieran obligados a aceptar una enmienda a la
Constitución que le reconocía a Estados Unidos derecho de intervención en los
asuntos internos de la nación. Castro, hijo de un quinto español que luchara en
las filas ibéricas contra los mambises, había heredado de su padre la
frustración del 98.
En su discurso inicial del primero de enero de 1959,
Castro afirma: “Esta vez, por fortuna
para Cuba, la Revolución llegará de verdad al poder. No será como en el 95 que vinieron los
americanos y se hicieron dueños de esto. Intervinieron a última hora y después
ni siquiera dejaron entrar a Calixto García que había peleado durante 30 años,
no quisieron que entrara en Santiago de Cuba (…) La República no fue libre en el 95 y el sueño de los mambises se
frustró a última hora (…) Podemos
decir con júbilo que en los cuatro siglos de fundada nuestra nación, por
primera vez seremos enteramente libres, y la obra de los mambises se cumplirá”.
Este mismo concepto de frustración histórica lo
volverá a expresar en su discurso ante el Club de Rotarios el 15 de enero de
1959: “…los mambises lucharon 30 años y,
mala suerte, ¡mala suerte!, cuando se acabó la Guerra de Independencia se
quedaron en la calle los voluntarios, los confidentes, los enemigos del país, y
los que gobernaban la república no eran los cubanos, eran los extranjeros los
que gobernaban la república. Esa
ocupación extranjera fue la causa de muchos de nuestros males. (…) ¿qué hicieron? Privaron al pueblo de sus
prerrogativas de gobernarse, privaron al pueblo de su soberanía (…) Y se
implantó la Enmienda Platt, que, o nos portábamos bien — bien en el sentido
y en el concepto que le interesaba al país extranjero —, o nosotros perdíamos
nuestra soberanía, por el derecho de intervenir en Cuba”; luego agrega: “…los cubanos solitos, solitos, sin que nadie
los ayudara, tuvieron que luchar. Y cuando reunían armas en Estados Unidos se
las quitaban — como nos la quitaban ahora también —; y después de tanto tiempo
luchando, al final, se les impide recoger el fruto de su victoria. A Calixto García ni siquiera lo dejaron
entrar en Santiago de Cuba”.
Y recalca en tales hechos en el texto de la Segunda
Declaración de La Habana (4 de febrero de 1962): “Cuba cayó también en las garras del imperialismo. Sus tropas ocuparon
nuestro territorio. La Enmienda Platt
fue impuesta a nuestra primera Constitución, como cláusula humillante que
consagraba el odioso derecho de intervención extranjera. Nuestras riquezas
pasaron a sus manos…”
Tercera vía: José Rodríguez
Elizondo[1] hace notar la similitud
existente entre el líder fundador del APRA, Víctor Haya de la Torre y Fidel
Castro. Haya de la Torre “predicaba un
radicalismo ‘indoamericano’, sin concomitancias con el comunismo, definido,
simbólicamente, por la consigna ‘ni pan sin libertad, ni libertad sin pan’. La
misma consigna ─ ¿casualmente? ─ que utiliza Fidel Castro en 1959, en su
complicada visita a Nueva York”. En esa “complicada visita” Castro daría
una categorización humanista a la revolución. En el discurso que pronunciara en
Central Park, New York el 22 de abril de 1959 diría: “Nuestra revolución practica el principio democrático, por una democracia
humanista. Humanismo quiere decir que para satisfacer las necesidades
materiales del hombre no hay que sacrificar los anhelos más caros del hombre,
que son sus libertades; y que las libertades más esenciales del hombre nada
significan si no son satisfechas también sus necesidades materiales”,
entonces agregaría, aquella frase tomada del líder del APRA: “Ni pan sin libertad, ni libertad sin pan; ni
dictaduras del hombre, ni dictadura de clases, dictaduras de grupos, ni
dictaduras de casta, ni oligarquías de clase: gobierno del pueblo sin
dictaduras y sin oligarquías: libertad con pan sin terror; eso es humanismo”.
A penas un mes después, Castro habla en el Consejo
Económico de los 21, que se celebraba en la Argentina. Allí advierte: “Si nosotros estamos sinceramente preocupados
de que nuestros países vayan a caer en
manos de dictaduras de izquierda, justo y honrado es que mostremos igual preocupación porque los
pueblos no caigan en manos de dictaduras de derecha, porque, en definitiva,
ese es el verdadero ideal democrático, lo que América Latina quiere, a lo que
América Latina aspira, porque a los pueblos les mostramos una cara del mal y
les ocultamos otra cara igualmente fea del mal”. Entonces se refiere a la
falta de fe que entre los pueblos de América existe hacia la democracia; “a los pueblos ─ dice ─ les hablan de democracia los mismos que la
escarnecen, los mismos que se la niegan y los pueblos no ven más que
contradicciones por todas partes”. Es por ello que los pueblos han perdido
la fe en la democracia y esa fe, en sus palabras, se hace necesaria para
alcanzar el ideal democrático: “no para
una democracia teórica, no para una democracia de hambre y miseria, no para una
democracia bajo el terror y bajo la opresión, sino para una democracia
verdadera” y agrega concluyendo esta idea con la misma frase prestada que
empleara en New York: “una democracia
verdadera, con absoluto respeto a la dignidad del hombre, donde prevalezcan
todas las libertades humanas bajo un régimen de justicia social, porque los pueblos de América no quieren ni
libertad sin pan ni pan sin libertad”.
Pero, además de la influencia de Haya de la Torre,
es evidente que en Castro existían fuertes influencias del líder populista y
carismático de Argentina Juan Domingo Perón hacia su posición de la tercera vía
formulada sobre el distanciamiento tanto del capitalismo de Washington como del
socialismo de Moscú. Castro plantea el mismo conflicto entre comunismo y
capitalismo, tal como lo expuso el 21 de mayo de 1959: "El capitalismo deja abandonado al hombre; el comunismo, con sus conceptos
totalitarios, sacrifica sus derechos. Nosotros no estamos de acuerdo ni con
unos ni con otros. Nuestra revolucion no
es roja, sino verde olivo. Lleva los colores del ejército rebelde de la
Sierra Maestra". Su revolución “humanista” debería transitar por la
tercera vía apartándose al mismo tiempo de ambos sistemas político-económicos,
tal como el fascismo se definía a sí mismo en la palabra de Mussolini: “El fascismo rechaza frontalmente las
doctrinas del liberalismo, tanto en el campo político como económico”.
Omnipotencia de
la revolución:
La Revolución es el Estado, en ella se insumen todos los poderes del Estado. Es
fuente primordial de derecho, es la conductora de todas las actividades de la
sociedad: “…dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la
Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es
el derecho a existir. Y frente al
derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie — por cuanto la
Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera —, nadie puede alegar con razón un derecho contra
ella”[2].
El nuevo orden es nacido de la Revolución y de sus
leyes, fuera de su principio de legalidad, ¡nada! Y dice Castro el 13 de marzo
de 1959 en discurso pronunciado desde el Palacio Presidencial:
“…hay dos clases de leyes: las
leyes de antes — que las hicieron los intereses creados —, y las leyes de ahora
—que las vamos a hacer nosotros.
Nosotros seremos muy respetuosos
de las leyes, pero de las leyes revolucionarias. Seremos muy
respetuosos del derecho, pero del derecho revolucionario, no del derecho
viejo, sino del derecho nuevo que vamos
a hacer. Para el derecho viejo,
nada, ningún respeto; para el derecho nuevo, todo el respeto. Para
la ley vieja, ningún respeto; para la ley nueva, todo el respeto”.
Porque la revolución es una o se está a favor de
ella o en contra de ella, porque ella es la solución a todos los problemas
nacionales y Castro lo enfatiza: “la
Revolución es una, y se está con ella o se está contra ella, porque aquí no hay
margen para otras posiciones, porque a nosotros nadie nos va a superar la
parada, porque creo que tenemos un récord en realizaciones en cuatro meses, y
hemos apuntado hacia una revolución verdaderamente profunda, que cuando haya
cumplido sus objetivos muy pocas cosas quedarán por hacer en nuestra patria”[3].
Nacionalismo: El de Castro,
un “nacionalismo revolucionario proto o
paramarxista” lo calificaría el ya citado José Rodríguez Elizondo, en parte
acertadamente y en parte no; de modo más simple lo define Luis Cino Álvarez[4] cuando lo denomina “enfermizo nacionalismo patriotero”. Los
planes idílicos de Castro para el desarrollo, tanto de la agricultura como de
otros sectores productivos tenían un marcado acento nacionalista: “si sembramos arroz, perjudicamos intereses
extranjeros; si producimos grasa, perjudicamos intereses extranjeros; si
producimos algodón, perjudicamos intereses extranjeros; si rebajamos las
tarifas eléctricas, perjudicamos intereses extranjeros; si rebajamos las
tarifas telefónicas, perjudicamos intereses extranjeros; si hacemos una reforma
agraria, perjudicamos intereses extranjeros (…) porque hemos hecho leyes revolucionarias que perjudican privilegios nacionales
y extranjeros es por lo que nos atacan, es por lo que nos llaman comunistas…”[5] Sin embargo, todos estos
grandes proyectos de independencia económica resultaron irrealizable o
terminaron en un completo desastre, y agregaría en este discurso, empleando sus
acostumbrados epítetos ofensivos: “Entonces,
¿de qué nos acusan, miserables? ¿De qué nos pueden acusar sino de haber
implantado medidas en beneficio de Cuba? ¿De qué nos acusan, descarados y
cínicos, de qué nos acusan? ¿De qué nos acusan, criminales, de qué nos acusan,
traidores, sino de hacer medidas cubanas y en beneficio de Cuba?” Su
propuesta era un rechazo nacionalista a todo lo extranjero, un ataque
nacionalista a las producciones extranjeras: “Los que no son cubanos son los monopolios extranjeros; la que no es
cubana es la Compañía de Electricidad; la que no es cubana es la Compañía de
Teléfonos; los que no son cubanos son esos latifundios de la United Fruit
Company y la Atlántica del Golfo; los que no son cubanos son los barcos que
traen nuestros productos; lo que no es cubano es el arroz, la mayor parte del
arroz que consumimos, de la grasa que consumimos, de los tejidos que consumimos
y de los artículos industriales que consumimos; los que no son cubanos son esos
trusts que explotan nuestras minas y obtuvieron concesiones privilegiadas; los
que no son cubanos son esos intereses que obtuvieron la regalía de la concesión
de la mayor parte de nuestra área con posibilidad de producir petróleo…” Es un nacionalismo enmarcado dentro de los
conceptos del APRA de Haya de la Torre de formación de un Estado benefactor, lo
suficientemente fuerte tanto para promover el desarrollo de la industria
nacional como para hacer frente al imperialismo. Anti feudal y antimperialista
que reclama “el derecho de los pueblos a
disfrutar de sus riquezas naturales y disfrutar del fruto de su trabajo”[6].
Y Castro sabe exaltar la fibra nacionalista de las
muchedumbres que le escuchan con acatamiento sin razonamiento. Todo el conjunto
nacional, todas sus instituciones estaban, según su concepto, sometido al
control y a los intereses extranjeros y él y su revolución son los que estaban
librando a la nación del dominio exterior: “¡El ejército era el instrumento de los intereses extranjeros y de los
peores intereses nacionales, que por algo el ejército de Cuba tenía
instructores extranjeros!” Y de nuevo insiste en esta indemostrable tesis,
un mes después hablando en la Universidad de La Habana[7]:
“No era un ejército nacional porque
defendía intereses extranjeros, no era un ejército nacional porque tenía
instructores extranjeros, no era un ejército nacional porque allí ciertamente
no mandaban los intereses del país. Y aquello era perfectamente posible porque
aquel ejército profesional no entraría nunca en conflicto con los intereses que
representaban sus instructores y maestros (…) Ejércitos con instructores extranjeros, que raras veces pueden
coincidir con los intereses del pueblo”. No obstante, movido por sus
ambiciones de poder, hace a un lado esta tesis nacionalista y permite que el
Ejército Rebelde, su ejército, reciba instructores soviéticos para su
preparación militar, y hasta reforme sus estructuras militares y sus insignias
para semejarlas a las estructuras e insignias propias del ejército soviético.
La identidad nacional y el rechazo a una supuesta
aculturación por influencia de culturas extranjeras es un tema de identidad del
pensamiento de Castro. En el discurso que pronuncia en la escalinata de la
Universidad de La Habana, el 13 de marzo de 1960, expone:
“Tenemos nuestro temperamento, nuestra
idiosincrasia, nuestro carácter nacional,
nuestra manera de ser, a la cual habríamos tenido que renunciar hace rato, y a
la cual habíamos renunciado en parte, porque ciertamente la influencia extraña, a través
de todos los medios de divulgación, a través de la prensa, a través de
revistas, a través de anuncios,
a través de propaganda, a través de las películas, a través de los libros, había sido tan
extraordinaria, que casi estaban
ahogando el carácter nacional cubano, y los cubanos estábamos impotentes
frente a eso, porque en realidad, casi
casi nuestro pueblo iba renunciando a su carácter nacional, a su sentimiento
nacional. (...) Así que, nuestro pueblo se vio sometido a un influjo extranjero constantemente, durante cincuenta años, sin que nadie se
levantara a defender el espíritu nacional, a defender nuestra manera de
ser, y eso realmente era terrible, porque con
nuestro espíritu nacional habíamos renunciado a la defensa de nuestros
intereses nacionales, y así, nos había llegado a parecer, como lo más
natural del mundo que un guajira viviera con sus siete hijos a orilla de una
guardarraya, mientras una compañía extranjera era dueña de miles y miles de
caballerías de tierra. Nos había parecido natural que aquellos mayorales, que
aquellos amos extranjeros de nuestra economía lo mismo arrojasen a las familias
criollas a las guardarrayas que nos cobrasen los servicios públicos al precio
que mejor les conviniera; que hubiesen convertido a nuestro país en una
colonia, porque realmente habíamos
perdido nuestro sentimiento nacionalista, que es para los pueblos el
arma espiritual que los mantiene firmes en la defensa de sus intereses”.
Nacionalismo febril el de Castro confundiendo, con
toda intención, las maquinaciones políticas de Fulgencio Batista para hacerse
del poder con una conspiración extranjera. En este discurso del 27 de noviembre
consideró que el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 era solo “consecuencia del sistema implantado en
nuestra patria desde los inicios de aquella semicolonia o colonia y media que
se dieron en llamarle con eufemismo República de Cuba; de aquel sistema que no
implantamos, sino que nos implantaron las consecuencias de aquella política que
nos impusieron, de los intereses que nos impusieron…”
Él cree ver un destino que le corresponde a Cuba alcanzar
y que solo puede lograr “en la misma
medida en que nosotros mantengamos pura la atmósfera de nuestra patria y puros
los ideales de nuestro pueblo, Cuba podrá llegar lejos y Cuba podrá cumplir al
fin sus destinos”[8]. Cuba será ejemplo de
América y del mundo y gracias a la revolución que él impulsa: “…estamos aquí para hacer una patria nueva,
sobre bases distintas, con medidas propias, que conduzcan a la felicidad de
todos nosotros y que conviertan a Cuba en ejemplo de América y en ejemplo del
mundo”[9].
Pero Castro necesita la existencia de un “enemigo
objetivo” que le facilite la agitación nacionalista; un enemigo sobre el cual
cargar todas las frustraciones nacionales y todos los errores propios y ese
“enemigo”, que justifica y legitima a su revolución, se lo ofrecerían las políticas
erróneas del gobierno de los Estados Unidos; es como ha anotado Joaquín Roy;
(La)
lamentable política de Washington en tratar inicialmente con el “problema”
cubano, luego dejarse dominar por la inercia de la Guerra Fría, y terminar
atrapado en una impresionante explotación hecha por Castro de los errores
norteamericanos. La política de Washington ante Cuba facilitó tremendamente la
construcción de un enemigo sobre el que cimentar un neo-nacionalismo cubano,
necesitado de una fuerza cohesionante que no le legó la independencia.[10]
Antiparlamentarismo:
Se otorga carácter de órgano soberano de la voluntad
del pueblo cubano (poder Parlamentario) a las concentraciones de muchedumbres
tomadas como Asamblea General que aprueban a mano alzada y aclamaciones las
propuestas de la dirección de la revolución (Declaraciones de La Habana I y II).
Para él, el Congreso no representaba a la Nación, sino representantes de los
propietarios de empresas y de tierras. Así dice el 8 de junio de 1959 hablando
en el acto de celebración del Día del Jurista:
“…aquellos
representantes — no eran representantes del pueblo en una mayoría, o en un
número considerable, sino representantes de la compañía tal o más cual, que les
pagaba la campaña; representantes de los intereses tales o más cuales, que
mantenían su vigencia política — jamás se decidirían a aprobar medidas que
estuviesen contra esos intereses”.
Esas palabras constituyen un eco cercano de las
ideas de Jorge Eliécer Gaitán: “Democracia.
¿Pero cuál? …la democracia que tenemos ahora es la de la mentira y el engaño.
¿Acaso no es negación de la democracia la práctica de los hombres que dicen
representarla y que se sientan en el Senado o en la Cámara de Representantes y,
a pesar de que han sido elegidos en la farsa electoral, luchan y votan
precisamente contra los anhelos de la multitud?”
No se reconoce el parlamentarismo, todo el Poder
Legislativo y constituyente reside en el Consejo de Ministro. El Ejecutivo
asumiendo la capacidad legislativa: “Es
bueno sentar aquí que el Consejo de Ministros revolucionario, representativo de
la inmensa mayoría del pueblo, es el poder constituyente de la República en
estos instantes. Y que, si un artículo de la Constitución resulta demasiado
viejo, si un artículo de la Constitución resulta inoperante, el Consejo de
Ministros revolucionario, representativo de la inmensa mayoría del pueblo,
transforma, modifica, cambia o sustituye ese precepto constitucional”[11].
El Parlamento para Castro son las concentraciones
multitudinarias de sus seguidores, en donde expone ideas, propuestas y medidas
que, por la gracia de su oratoria, reciben el beneplácito de las turbas. Un
remedo burdo de las ecclesias
griegas; y dice, ante la concentración campesina que ha convocado para el 26 de
julio de 1959:
“Y una democracia tan pura y tan limpia, que la democracia engendrada en nuestra Revolución nos recuerda la primera
democracia del mundo: la democracia griega, donde el pueblo, en la plaza
pública, discutía y decidía sobre su destino”.
El Führerprinzip o principio del
liderazgo. Desde los mismos comienzos como jefe guerrillero, Castro impuso el
principio de autoridad por el cual él sería el líder indiscutible. Como
Comandante en Jefe colocaría, luego del fracaso de la huelga de abril, todo el
movimiento revolucionario, tanto el guerrillero serrano como el de los miembros
de la lucha insurreccional urbana, bajo su personal dirección. Este principio
de obediencia a él como Comandante en Jefe y máximo líder generaría el fenómeno
del culto a su persona, en igual carácter apoteósico que Rudolf Hess le
concedía a Adolfo Hitler:
“Hitler
es Alemania y Alemania es Hitler. Todo lo que él hace es necesario. Todo lo que
él hace es un éxito. Sin atisbo de duda el Führer es una bendición divina”.
Sus apasionados seguidores alabarían su “indiscutible
visión”, y su capacidad como “soldado de las ideas” y hasta se le consideraría
“trascendente” “paradigmático” y maestro de todos, como le alaba uno de esos
periodistas tarifados de su prensa controlada, Alfonso Cadalzo Ruiz, anotando:
“Con plena certeza puede afirmarse que Fidel Castro es el ser humano más
trascendente de la segunda mitad del siglo XX y de lo que corre del siglo XXI.
(…) En todos sus discursos ─ sin una sola
excepción ─ así como en sus Reflexiones, aprendemos cada vez una nueva lección
de historia, humanismo y ética. (…) Junto
con Fidel pensamos y decidimos juntos en cada circunstancia histórica de
nuestra vida patriótica por complicada que la situación haya sido”[12].
El Gemeinnutz geht vor Eigennutz (el bien común,
prima sobre el interés personal)
Este es el principio del nacional socialismo, los
intereses particulares se deponen ante los intereses de la Nación, del Estado,
de la Causa. En Castro, la Revolución es prioritaria frente a los derechos de
los individuos en particular. En el caso de las expropiaciones debidas a la Ley
de Reforma Agraria, Castro se plantea la siguiente disyuntiva:
“¿Qué quieren? ¿Que paguemos? ¿Y dónde está la plata para pagar? ¿Quién
se robó la plata? (…) ¿Qué quieren?
¿O que paguemos — lo cual no podemos, no podemos pagar en efectivo ─, o que
dejemos la reforma agraria? No podemos
pagar, pero entre no pagar en efectivo y dejar de hacer la reforma agraria,
optamos por no pagar en efectivo y hacer la reforma agraria…”[13]
Poner el interés de la sociedad por encima del
interés personal, porque: “Es que hay
gente que no se da cuenta que una revolución está teniendo lugar en Cuba. Incluso el pueblo muchas veces no se da
cuenta. Sí, porque si se dieran cuenta
no meterían tantos problemas personales que no tienen que ver nada con los
intereses de 6 millones de habitantes (…) Pero es que el pueblo está acostumbrado al favorcito pequeño, al
favorcito que le hacían los políticos, los concejales y los sargentos, y tienen
que prepararse, todos tenemos que adaptarnos”[14].
Y Castro reafirma el principio del Gemeinnutz geht vor Eigennutz hablando
en la clausura del Foro Nacional de Reforma Agraria el 12 de junio de 1959:
“Y ese es el mérito principal de la obra revolucionaria: haber logrado
poner los intereses de Cuba por encima
de los intereses particulares, hacer que nuestros compatriotas se preocupen
primero por Cuba que por sus intereses particulares”.
El
cooperativismo,
primer paso hacia el estado corporativo: “En
las zonas que fomentemos trataremos de organizar cooperativas agrícolas. ¿Para
qué? Para no sacrificar las ventajas de la gran producción…” (Fidel Castro,
4 de abril de 1959, Asamblea de los Colonos)
Contradicción: Existe una
contradicción permanente y sincera en la personalidad ideológica de Castro.
Reconociendo que dentro de la sociedad existen injusticias; quiere suprimir las
injusticias y, para ello, a la injusticia social opone la injusticia
revolucionaria. Comprende que hay corrupción en la vida política y para salvar
tal situación apela a soluciones de antipolítica suprimiendo el debate político
por la unanimidad dentro de un solo y único cuerpo político. La revolución debe
ser defendida de sus enemigos y en tal razón no se detiene para dictar
sentencias de muerte y suprimir todo derecho que no sea el derecho de la
supervivencia de la revolución. No sopesa lo necesario de lo posible y en
consecuencia impone la arbitrariedad. Conoce que dentro de la sociedad existen
injustas diferencias y se decide por suprimir esas desigualdades generando la
desigualdad en la, solo imaginaria, igualdad social. Está convencido de que únicamente
él posee la llave de la felicidad y que cualquier otro en su lugar no conducirá
sus grandes ideales de justicia, soberanía e igualdad social. Rechaza la
dictadura y para suprimir las causas que originan a las dictaduras impone una
nueva dictadura, aún más cerrada que la que antes combatiera.
[1] José Rodríguez Elizondo. Crisis
y Renovación de las Izquierdas. De la revolución cubana a Chiapas, pasando por
“el caso chileno”. Editorial Andrés Bello. Santiago, Chile, 1995
[2] Fidel Castro. Palabras a
los intelectuales. Discurso pronunciado el 30 de junio de 1961
[3] Fidel Castro. Discurso en el Palacio de los Trabajadores en la
inauguración del Congreso de la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros,
22 de mayo de 1959
[4] Luis Cino Álvarez. “Una dictadura, pero, ¿de qué tipo?”. Cubanet,
mayo 16, 2016
[5] Fidel Castro discurso del 26 de octubre de 1959 en concentración
frente al Palacio Presidencial
[6] Fidel Castro. Discurso del 19 de mayo de 1961 al habérsele
otorgado el Premio “Lenin por la Paz”
[7] Fidel Castro. Discurso en la Universidad de La Habana, 27 de
noviembre de 1959
[8] Fidel Castro, 4 de abril de 1959, Asamblea de los Colonos
[9] Fidel Castro. Discurso del 22 de mayo de 1959 en el Congreso de
la FNTA
[10] Joaquín Roy. Cuba: el papel
de EEUU, América Latina y la UE. Universidad de Miami
[11] Fidel Castro. Discurso pronunciado desde el Palacio Presidencial
13 de marzo de 1959
[12] Alfonso Cadalzo Ruiz. Fidel:
paradigma de una época. Radio Habana, 13 de agosto de 2016
[13] Fidel Castro. Discurso pronunciado en acto de celebración del Día
del Jurista, La Habana 8 de junio de 1959
[14] Fidel Castro. Discurso pronunciado desde el Palacio Presidencial
13 de marzo de 1959
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