Mario
J. Viera
Panorama social, político y
económico de Cuba en 1958
Cuando
el gobierno revolucionario asume el poder en Cuba, encuentra un país muy
diferente al que hoy existe. Cuba, en verdad, no era entonces el “paraíso” que
quieren ver con la nostalgia del tiempo los exiliados en Miami; pero tampoco, y
de ninguna manera, era el infierno, que los dirigentes del actual gobierno, sus
historiadores y sus propagandistas, se empeñan en mostrar. Ni paraíso, ni
infierno. Un país de la América Latina, un país caribeño y antillano, con
muchos de los males políticos y sociales que prevalecían en todo el sub
continente; un país todavía subdesarrollado, pero no sumido en el subdesarrollo
típico de los países que se ubican en el denominado Tercer Mundo. Cuba no era
un país tercermundista sino uno en vías de desarrollo, y vale, en este caso, el
empleo literal de tal gastada definición.
El
cubano de la década de los cincuenta, hablo de ese cubano común y corriente, de
ese que, posiblemente su nombre nunca aparecerá en los cintillos de primera
plana de los periódicos, de ese que no frecuenta los casinos, ni viaja en el
último modelo de Cadillac, ese que es mayoría, es abierto, espontáneo y
extrovertido ─ quizá estos sinónimos constituyan una redundancia ─; ese que se
ríe y hace un chiste de su propia desgracia; que es apasionado cuando discute
sin llegar a la agresión y no se abraza a ninguna forma de ismo; que no era ni
batistiano ni fidelista y si acaso, solo sería, o almendarista o habanista, y
ahí sí que habían fuertes discusiones y hasta alguna ofensa soltada de repente
por la pasión a favor de uno de los dos equipos de pelota mayoritarios; ese
cubano irreverente que te trata de tú desde la primera vez que te conoce y que
es mayoritariamente católico y no católico al mismo tiempo, pero que en la
mayoría de los hogares, de clase media o de obreros, colgaban cuadros del
Corazón de Jesús y de la Virgen de la Caridad y hasta se podrían ver cuadros de
San Lázaro con sus muletas o de Santa Bárbara con su copa y su espada y hasta
del cura santo Juan Bosco; ese que, dicho a lo cubano, “tiraba a mierda la
política”. Quizá este fuera su mayor defecto; o quizá fuera un defecto
compartido con su sentido del regionalismo; un defecto heredado de la Madre
Patria.
Sí,
éramos regionalistas. Los habaneros, los de La Habana metropolitana, se
consideraban los pluscuamperfectos; para ellos, los no nacidos en la capital,
todos, eran “guajiros”, es decir, burdos, ignorantes, rústicos, sin importan
que fueran nacidos en alguna de las principales ciudades del país, como
Santiago de Cuba, o Camagüey, o Santa Clara, o Cienfuegos… Para los orientales
si de Cuba se trataba, Cuba solo era Oriente; nada en el mundo había que se
pudiera comparar con Oriente. Los camagüeyanos, altivos, orgullosos, para
ellos, nada podía ser más despreciable que un habanero…
¿Racismo?
Sí, había racismo; esa etnofobia derivada de los tiempos de la esclavitud; pero
sin que aquel racismo alcanzara los indignos niveles de intolerancia y odio del
Sur Profundo de los Estados Unidos; porque el cubano blanco, podía recibir en
su casa a un cubano negro; porque podía existir amistad sincera entre un blanco
y un negro; porque un negro y un blanco podían compartir una misma mesa. Muchos
negros ocupaban puestos en el gobierno o ejercían el periodismo, el magisterio,
la medicina y la abogacía. En 1953, según el censo de población negros y
mestizos representaban el 26,9% de la población.
¡Cuánto
cambiaría el cubano en la década siguiente! Ahora sería intolerante, agresivo;
ya no valoraría la amistad sino era la amistad con sus iguales y solo con
aquellos que compartían sus mismas opiniones y echaba a un lado “el falso
concepto de la amistad”; ahora sería un grito de odio en la multitud, y hasta
se haría fanático de la nueva religión que se le imponía: el culto a la Sagrada
Revolución, un culto que dividía y quebrantaba hasta los lazos más sagrados de
la familia; y a favor de ese culto desaparecerían de los hogares las imágenes
religiosas, para ser sustituidas por los nuevo íconos, Fidel Castro, Camilo
Cienfuegos y Ernesto Guevara…
Pero,
¿cómo era Cuba en la década de los cincuenta? ¿Era Cuba tal como la describiría
Fidel Castro en un discurso pronunciado el 11 de marzo de 1959 en Santiago de
Cuba?: “¿Cómo iba a haber acueductos?,
¿cómo iba a haber hospitales?, ¿cómo iba a haber alcantarillado?, ¿cómo iba a
haber pavimentación de calles si, además de que no les convenía, se robaban el
dinero? ¿Cómo no va a resultar lógico, cómo no comprender que todas las
ciudades de Cuba estén sin acueductos, sin escuelas, sin alcantarillados, sin
filtros, sin pavimentación, en definitiva, que no haya nada en Cuba?”; un
país donde solo había caña: “Caña, caña y
caña. ¿Y la caña de quién? ¿Dulce para quién?
Mucha caña y ningún árbol, mucha caña y ninguna casa decente, niños
barrigones comidos de parásitos, mucha caña y muchos muchachos descalzos, mucha
caña y muchas mujeres enflaquecidas, enfermas y hambrientas; mucha caña y
muchos hombres en el campo sin trabajo, sin tierra, sin casa, sin salud. Eso es
lo que ha sido nuestro campo, eso es lo que había aquí. Y para mantener eso es
que había miles y miles de soldados; para mantener eso compraron aviones,
compraron tanques; para mantener esos privilegios es que había gobiernos aquí”.
¿Era este, ciertamente, el panorama de la Cuba republicana?
Según
el Censo Oficial de 1953 la población total de Cuba era de 5 829 029
habitantes. La población urbana era de 3 324 628 hab. para un 57.0%. La
población rural era de 2 504 401 hab. para un 43.0%. La fuerza laboral de Cuba
(1958) distribuida según los Sectores de la Economía era como sigue:
En
el Primer Sector de la Economía (Agricultura, pesca, minas y canteras), la
fuerza laboral empleada era de 828 324 personas lo que correspondía a un 42% de
la fuerza de labor total. Sólo el 36% de la población se empleaba en labores
agrícolas, lo que colocaba a Cuba en la posición número 30 entre 97 países
analizados.
En
el Segundo Sector (Industria, construcción, electricidad, gas, agua y servicios
sanitarios) la fuerza laboral empleada en este sector era 400 939,
correspondiendo al 20.34% de toda la fuerza laboral. En la industria se
empleaban 327 208 personas y en construcción los empleados ascendían a 65 292.
En
el Tercer Sector (Servicios) la fuerza laboral era de 743 003 lo que representa
el 37.66% de toda la fuerza laboral.
Estos
índices indican que, en 1958, Cuba se ubicaba entre los países subdesarrollados
con una elevada participación laboral en el Primer Sector (en los países
desarrollados esa participación laboral debe rondar en el seis por ciento) y
muy baja participación en el Tercer Sector que, para un país desarrollado debe
encontrarse en el umbral del 60% o más. No obstante, el índice de desempleo
fluctuó, entre 15.04 % en 1953 y 7.08% en 1958 (el más bajo de América Latina
de entonces).
Estadísticamente
hablando, los salarios que se devengaban tanto en el sector industrial como en
el sector agrícola no podrían ser considerados como salarios de miseria. El
salario mínimo era de 85 pesos mensuales equivalentes al dólar americano,
superior al de gran parte de los países de América Latina.
El
salario medio diario en el sector rural era de $3.00, ocupando Cuba el séptimo
lugar en este acápite, superada por Canadá ($7.18), Estados Unidos ($6.80),
Nueva Zelandia ($6.72), Australia ($6.61), Suecia ($5.47) y Noruega ($4.38).
Con salarios inferiores a los pagados en Cuba: Alemania Federal ($2.57);
Irlanda ($2.25); Dinamarca ($2.03); Bélgica ($1.56).
En
el sector industrial Cuba ocupaba el octavo puesto con respecto al salario
promedio diario de $6.00 que en ese sector se devengaba: Estados Unidos
($16.80), Canadá ($11.73), Suecia ($8.10), Suiza ($8.00), Nueva Zelandia ($6.72),
Dinamarca ($6.46), Noruega ($6.10). Cuba se colocaba por encima
de países como Australia ($5.82); Inglaterra ($5.75); Bélgica ($4.72); y
Alemania Federal ($4.13).
La
clase obrera cubana no estaba proletarizada y gozaba de derechos laborales que
podía defender por medio de los 1 600 sindicatos organizados en 33 federaciones
sindicales que existían en todo el país, aunque, ciertamente la dirección
nacional del movimiento sindical, burocrática y corrupta, estaba bajo el
control de dirigentes sometidos al gobierno de Batista, principalmente su
Secretario General Eusebio Mujal, pero, no es menos cierto que los sindicatos
en reiteradas ocasiones desobedecían las orientaciones procedentes de la
Confederación de Trabajadores de Cuba controlada por los sectores mujalistas.
Prueba de esto fue la huelga azucarera por el pago del diferencial azucarero en
diciembre de 1955 impulsada por, se dice, unos 400 mil trabajadores azucareros
dirigidos por la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros. No obstante,
los sindicatos como tales y la clase obrera, no actuaron decididamente a favor
del movimiento insurreccional. Así, como expresa Sam Farber[1], aunque tomando al mujalismo como si fuera lo
representativo del sindicalismo cubano: “La clase obrera estaba altamente organizada
en sindicatos, pero éstos se
habían vuelto muy burocráticos y corruptos… lo que hizo difícil a esa clase
jugar un papel significativo en la lucha contra Batista… [Asimismo,] en los 50,
los endebles partidos políticos anteriores a Batista se habían deshecho,
reflejando la debilidad política de todas las clases… Era una situación en la que podía prosperar un bonapartismo… un líder
político que adquiriese un considerable grado de poder y libertad de acción
en relación tanto con las clases dirigentes como con las subalternas”.
Como
ha señalado Rafael Rojas[2], el tamaño de la clase media cubana, “se
calculaba entre 25% y 35% de la población a fines de los 50. Lo que ninguno pone en duda es que crecía
de manera continua desde mediados de los 30 y que, a pesar de que la élite de
mayores ingresos era reducida ─ entre un 10% y un 15% ─, tampoco podía
equipararse a las minorías de hacendados que predominaban en las sociedades
agrarias latinoamericanas. Cuba era un país mayoritariamente urbano: entre 1954
y 1958 se invirtieron 92 millones de dólares anuales en vivienda y se
construyeron más de 5.000 edificios por año”.
El
sueldo de la clase media no acomodada rondaba en los trescientos dólares
mensuales, siendo superior en algunos sectores de la economía, como el
azucarero donde los jefes de departamentos (maquinaria, fabricación, transporte
y campo) de los centrales recibían salarios mensuales por encima de los mil
dólares. Con el ímpetu del crecimiento de la clase media, aparecieron numerosos
repartos residenciales. En La Habana se pueden citar, junto a los repartos de
Almendares y Kohly, los repartos Víbora Park, Fontanar, El Sevillano,
California, Biltmore, Nuevo Vedado, Reparto Flores, Alta Habana y Santos
Suárez, este último ya desde la década de los años 20. Debe incluirse, además
la aparición de los edificios de apartamentos de propiedad horizontal
(condominios) al amparo de la Ley-Decreto No.407 del 16 de septiembre de 1952,
como el FOCSA en el Vedado.
Por
otra parte, proliferan también las viviendas ocupadas por las clases menos
favorecidas en las barriadas de Centro Habana, de La Habana Vieja y El Cerro.
Yolanda Izquierdo[3] cita “la
proliferación de casas de vecindad (de doce habitaciones) ─ por lo general
establecidas en los aposentos de antiguas mansiones de las calles Reina,
Calzada del Cerro y Monte ─, solares (de
20 a 30 habitaciones), cuartería y ciudadelas (de más de cien habitaciones) que
alojaban a unos 300,000 habaneros…” Hay que decir que, en estas ciudadelas,
donde se hacinaban numerosos núcleos familiares las condiciones sanitarias y de
higiene eran mínimas. Junto a esta realidad, tanto en La Habana como en otras
ciudades de la isla convivían paupérrimos barrios insalubres o marginales,
habitados por personas de muy bajos recursos que construían sus rústicas
viviendas con cualquier material de desecho. En La Habana estos eran los
barrios Las Yaguas en las laderas de la Loma del Burro, en Luyanó; Cueva del
Humo, situado en Atarés en el espacio comprendido entre la carretera Central y
las calles Fábrica y Aspuro, y el Llega y Pon, entre los más significativos.
Henry Louis Taylor[4] asegura erróneamente que a finales de los 50 “casi la mitad del fondo de viviendas de La
Habana estaba en malas condiciones y el 6 por ciento de la población vivía en
barrios marginales”[5]. Las viviendas en Centro Habana, El Cerro, Luyanó y
otros barrios, eran en su mayoría construcciones vetustas de la época colonial,
pero no todas, ni gran parte de ellas se encontraban en malas condiciones. Por
otra parte ─ me remito a la memoria, pues no existen datos confiables que
avalen estos criterios ─, aunque en esos barrios marginales citados existía un
gran número de habitantes, de ninguna manera ascendería a un porcentaje que, en
números redondos daría ─ según los datos del censo de 1953 para La Habana
ciudad ─ una cifra de 47 mil 267 habitantes. En esa fecha la población de la
ciudad de La Habana ascendía a 787 mil 785 habitantes.
Me
remitiré también a los recuerdos. El Barrio de Las Yaguas, fundado en 1926
durante el gobierno del General Gerardo Machado con el nombre de “Barrio Típico de Nuestra Señora de la
Caridad de las Yaguas”, era el más populoso de aquellos barrios marginales
con una abigarrada población, donde convivían personas de diferentes
condiciones económicas y raciales. Esto lo recuerdo bien por mis incursiones al
lugar a mediados del año de 1959. Recuerdo que las casuchas eran de diferentes
tipos, desde las construidas con yaguas y otros materiales a propósito, hasta
las bien construidas con tablas y pisos de cemento. Había incluso pequeños
comercios de víveres. Muchos tenían acceso a los servicios eléctricos y
contaban con televisores y refrigeradores. Contaban, además con una pintoresca
asociación de vecinos que cuidaba del orden en el villorrio.
La
realidad de las zonas rurales era muy diferente a la existente en las zonas
urbanas. El censo de 1953 mostró que el 80% de las viviendas en las zonas
rurales estaban calificadas como viviendas en malas condiciones. El campo, la
zona agraria, recibía poca atención de parte de los sucesivos gobiernos. El
trabajador asalariado en la agricultura era en general una masa proletarizada,
carente de tierras propias, subsistía próximo a la miseria. No obstante, en
zonas de las provincias de Oriente y La Habana, en las zonas montañosas de
Sierra Maestra y el Escambray, así como en las proximidades de la Ciénaga de
Zapata había núcleos campesinos que vivían en la más desesperante miseria
alojada en el interior de verdaderas chozas insalubres, muy diferentes a los
bohíos, las típicas viviendas de los campesinos. No había sindicatos para los
obreros agrícolas, salvo para aquellos vinculados a los centrales azucareros
que sí, en su mayoría, se afilaban a los sindicatos de la Federación de
Trabajadores Azucareros.
De
acuerdo con el estudio del Royal Institut
of International Studies[6], el oro y las reservas de cambio extranjero que
tenía el Banco Nacional eran muy considerables, alcanzado su nivel máximo en el
año 1955, con una cantidad de 493.000.000 de dólares. En el año 1957 la reserva
de dólares de Cuba seguía siendo una de las más altas de América Latina con
441.000.000 de dólares.
[1] Sam Farber “The Origins of the Cuban
Revolution Reconsidered”, University of North Carolina Press, USA, 2006. Citado por Roberto Ramírez. Cuba frente a una encrucijada. Revista
Socialismo o Barbarie. 22 de noviembre de 2008
[2] Rafael Rojas. Problemas de
la nueva Cuba. El Pais, 26 de julio de 2008
[3] Yolanda Izquierdo. Acoso y
ocaso de una ciudad: La Habana de Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante.
Isla Negra. San Juan, Puerto Rico,
2002
[4] Henry Louis Taylor. Inside El Barrio: A Bottom-up View of Neighborhood Life in Castro's
Cuba. Kumarian Press. Virginia, U.S.A. 2009
[5] El Censo de 1953 reportaba un 30% de viviendas en malas
condiciones, principalmente aquellas denominadas ciudadelas o solares.
[6] Citado en El Derecho Penal en Cuba después de 1959. Comité Internacional de Juristas. El Imperio de la Ley en Cuba. Ginebra,
1962
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