José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Son muchos, y cada día más, los cubanos que actualmente experimentan una nueva frustración, ocasionada por los comentarios de sus parientes y amigos residentes en Florida, quienes insisten en que la cosa por allá se ha puesto mala, que el trabajo escasea mientras sube el costo de la vida; así que Miami está dejando de ser lo que fue en los cinco últimos decenios: el escape, la meta.
Se trancó el dominó: es la expresión que suele escucharse aquí frecuentemente, no sólo entre los jóvenes, pero sobre todo, al comentar la mala nueva.
Perdidas desde hace tanto tiempo las esperanzas de un mejoramiento en la situación económica y en los imprescindibles cambios políticos que tal mejoramiento requiere como base, resulta incalculable la cifra de cubanos que durante varias generaciones se han planteado abandonar la Isla como único proyecto de vida.
No hay estudios que permitan hacerse una idea aunque sea aproximada, pero entre los que planean irse, aquellos que lo consiguen y los que perecieron en el intento, los números deben alcanzar un porcentaje de escándalo sin precedentes. Si no existieran otras causas, ésta bastaría por sí sola para demostrar lo mal que le ha salido al régimen su pretensión de arraigar aquí el espíritu antinorteamericano.
Y ocurre que ahora, esa puerta de huida, la única y prácticamente la última que le quedaba abierta a nuestra gente de a pie, también amenaza con cerrarse. Es algo que debe complacer tanto a los caciques del régimen como a los politiqueros aberrados de la otra orilla, ambos ajenos por igual a nuestros verdaderos intereses.
Porque más que una mala noticia, el hecho se perfila como una tragedia, desgarradora, traumática, para los cubanos de la Isla, y muy especialmente para la juventud.
De momento, no demuestran haber perdido enteramente las esperanzas. Comentan que esta situación que hay en Miami se debe a la crisis económica internacional, y que, por tanto, será pasajera; o en el peor de los casos, mucho menos pertinaz que nuestra crisis interna.
Pero aun cuando aparezca más o menos pronto un alivio para la baja económica de allá, quedaría por ver si, precisamente apremiados por la crisis, a los miamenses no les sucede lo mismo que les sucedió a los habaneros con sus compatriotas de las provincias del interior, cuyo éxodo hacia la capital empezó a ser visto como una amenaza competitiva, dado que para lo poco y cada vez menos que había aquí, eran cada vez más los aspirantes que se agregaban.
La Habana no aguanta más, cantábamos por entonces a coro, como para celebrar la aplicación de aquella ley de la selva que rechazaba de antemano a cualquier guajiro, discriminándolo sólo porque aspiraba a que compartiéramos con él nuestro menguado oxígeno. Fue otra entre las muchas salvajadas que nos han impuesto los caciques.
Ojalá no permita Dios que los miamenses empiecen a cantar hoy el mismo coro.
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