Mario J. Viera
Hay muchos por estos lares que se declaran
ardientes, radicales y convencidos anticomunistas, algo que en gran medida
resulta alentador. El comunismo tiene más detractores que seguidores; tema que
una inmensa mayoría de voces rechaza; y le rechazan porque el comunismo es ciertamente
horroroso, expoliador, fracaso, maldad, violencia y odio. Ahora bien, ¿Qué, en
realidad es el comunismo? ¿Todos los anticomunistas son anticomunistas porque
parten de conceptos filosóficos, económicos e intelectuales que les permitan
elaborar conceptos propios, analizados, sin caer en la dicotomía del “esto es
malo/esto es bueno”, para poder manifestarse, con todo sentido, firmes
contrarios a toda idea de comunismo, o son solo anticomunistas por consigna,
porque es lo que se dice, porque es lo que da presencia o solo simple catarsis?
El conocimiento empírico es básico para conformar
una idea de la realidad de algo, la experiencia es el punto inicial para la
elaboración o comprobación de una tesis o una teoría. Y es la experiencia de
todos los que han vivido y sufrido bajo un sistema basado en las concepciones
marxistas-leninistas, la que genera, en una mayoría de estos, el sentirse anticomunistas.
¿Qué nos enseña la experiencia de vivir bajo un régimen comunista? Significa
vivir bajo la vigilancia implacable del Estado que nos obliga a sopesar con
mucho cuidado qué decir, qué manifestar, qué hacer, para entonces vivir la
realidad onírica del vivir en la mentira, de vivir siempre fingiendo. Es
terrible la existencia de un Estado policiaco que obliga a todos ser “iguales”,
a pensar todos de igual manera, a creer todos lo mismo que el Estado cree; y
como todos son “iguales” todos son iguales en la pobreza. Vivir bajo un régimen
sustentado en el marxismo-leninismo-estalinista es como vivir todos iguales
dentro de una misma prisión, aunque en apariencias se viva en libertad de
movimiento. Todos iguales y todos empleados por el Estado, porque el Estado, o
el Partido, al fin de cuentas entes idénticos, tiene el supremo derecho de
existir sin ser sometido a escrutinio. Todo aquello que pueda ser considerado
como peligro para la existencia del poder del Estado es, por tanto, enemigo
ideológico o práctico, del poder del Estado. Vivir bajo un estado comunista es
vivir en la asfixia, y la gente quiere respirar aire fresco, y ese aire fresco lo
encuentra fuera de las fronteras donde tiene soberanía el Estado comunista. Y
se huye, se escapa, buscando respirar libertad a pleno pulmón. Entonces, cuando
se está fuera del Estado opresor, se hace grito el sentimiento anticomunista
que se guardaba bajo siete llaves, en la intimidad, en el secreto de la alcoba.
El anticomunismo es como la antítesis
exacta y precisa del comunismo, entonces, para poder definir al anticomunismo
debemos definir, precisamente, el significado de “comunismo”. A simple vista
comunismo es la idea de todo en común, de todos iguales, de todos hermanos,
como consecuente inicial de la consigna de Liberté,
Égalité, Fraternité proclamada por la Revolución Francesa de 1789. La
Revolución Francesa fue un verdadero choque de clases. Los revolucionarios de
1789, representantes del Tiers-Etat (los
comunes o burgueses) creían que solo era posible alcanzar la libertad
eliminando las diferencias en los estamentos que conformaban los Estados
Generales, el clero, la nobleza y los comunes. Se trataba de anular los
privilegios del alto clero, del poder de la nobleza y de la parasitaria clase
de la aristocracia. Comenzaron decapitando a los nobles, entre ellos al soberano
Luis XVI y la reina María Antonieta, para terminar, decapitándose unos a otros,
con la implementación del Terror (la
Terreur) impulsado por los jacobinos, y continuado durante el periodo de la
Reacción de Termidor, y, finalmente, dar paso al Imperio napoleónico y al
surgimiento de una nueva aristocracia. La consigna de igualdad y fraternidad
nunca fue alcanzada.
En medio de la denominada Revolución
Industrial, en la sociedad hacen su aparición dos clases sociales fundamentales,
predominantes sobre los terratenientes y comerciantes, el proletariado
(trabajadores industriales y campesinos pobres) y la burguesía. El proletariado
carente de los derechos más elementales era sometido a largas y penosas
jornadas laborales, donde se explotaba mano de obra no solo de hombres adultos
sino también de niños y mujeres. La miseria dentro de esta clase era
generalizada debido a los bajos salarios que recibía. Ignorancia, enfermedades
y alcoholismo, minaba a los trabajadores de aquel periodo de gran avance
económico.
Conmovidos por las infrahumanas
condiciones de vida del proletariado, un número de intelectuales propusieron y
adelantaron una serie de teorías y modos de hacer en beneficio del proletariado
sin pronunciamientos radicales como la revolución. entre los cuales, se
distinguieron: Robert Owen en Inglaterra; y, en Francia. Henri de Saint-Simon,
Flora Tristán, Charles Fourier y Étienne Cabet y Auguste Blanqui todos ellos
denominados por Federico Engels como “socialistas utópicos”. Es a partir de la
Revolución francesa de 1848 que apareció por primera vez el término de
socialdemocracia, en cuanto a la posición política de los seguidores de Louis
Blanc.
Karl Marx se refirió a la socialdemocracia
francesa en estos términos: "Frente
a la burguesía coligada se había formado una coalición de pequeños burgueses y
obreros llamado partido socialdemócrata. Los pequeños burgueses se vieron mal
recompensados después de las jornadas de junio de 1848, vieron en peligro sus
intereses materiales y puestas en tela de juicio por la contrarrevolución las
garantías democráticas que había de asegurarles la posibilidad de hacer valer esos
intereses. Se acercaron, por tanto, a los obreros. De otra parte, su
representación parlamentaria, la Montaña, puesta al margen durante la dictadura
de los republicanos burgueses había reconquistado durante la última mitad de la
Constituyente su perdida popularidad con la lucha contra Bonaparte y los
ministros realistas. Había concertado una alianza con los jefes socialistas. En
febrero de 1849 se festejó con banquetes la reconciliación. Se esbozó un
programa común, se crearon comités electorales comunes y se proclamaron
candidatos comunes". (Karl Marx. El
18 Brumario de Luis Bonaparte. Fundación Federico Engels Madrid. 2003)
Ya, a principios de la segunda mitad del
siglo XIX se funda la denominada Primera Internacional de los trabajadores que
servía de paraguas tanto a organizaciones sindicalistas, como socialistas y
anarquistas, con el propósito de unir al proletariado internacional en defensa
de sus derechos. Existía en ella un carácter claramente clasista y , en la
cual, participaron Karl Marx y el anarquista Bakunin, ambos partidarios de la
supresión del Estado, aunque con diferentes enfoques que originarían fuertes
choques dentro de su seno. Es en esta época que se funda el Partido
Socialdemócrata Obrero Alemán, muy distante de la socialdemocracia francesa. En
1875 esta organización se fusiona con la Asociación General de Trabajadores de
Alemania en el Congreso de Gotha, para dar paso al Partido Socialista Obrero
Alemán sus proyecciones aparecieron en el denominado Programa de Gotha, muy
criticado por Marx. Su primer punto de la declaración de principios exponía: “El trabajo es la fuente de todas las
riquezas y de toda cultura, y como
quiera que el trabajo productivo en general sólo es posible a través de la
sociedad, pertenece a la sociedad, es decir, a todos sus miembros, el
producto total del trabajo, en condiciones de trabajo obligatorio e igualdad de
derechos, proporcionándose a cada uno según sus necesidades, de un modo
racional”. En principio es la exigencia de la propiedad común de todos los
medios de producción.
Todos estos movimientos socialistas
planteaban, en primer lugar, la lucha de clases, la abolición de las clases, en
especial, la burguesía, como norma esencial para alcanzar la libertad, la
igualdad y la fraternidad. Todos, salvo los anarquistas, estaban influidos por las
tesis comunistas de Marx formuladas en el Manifiesto del Partido Comunista,
redactado entre 1847 y 1848 y publicado por vez primera en Londres el 21 de
febrero de 1848. Producto de las contradicciones entre marxistas y anarquistas, en
1872, los anarquistas son expulsado de la Primera Internacional.
La Segunda Internacional fue más
monolítica pues estaba integrada por organizaciones de carácter marxista,
aunque presentándose dentro de ella dos tendencias, la de los marxistas
radicales decididos por la vía revolucionaria para alcanzar el socialismo, y la
de los moderados, por Lenin denominados revisionistas, discrepantes de algunas
de las propuestas básicas del marxismo, como la lucha de clases o el
materialismo histórico. Entre sus más destacados representantes se encontraba Eduard
Bernstein que promovía alcanzar el socialismo por la vía pacífica y el
parlamentarismo, esto muy rechazado por Vladímir Ilich Lenin y sus teorías
sobre el “nuevo partido” un partido que debía integrarse con “revolucionarios
profesionales”.
La fuerza que alcanzaba la
socialdemocracia de corte marxista en gran parte de Europa y con mayor potencia
en Alemania, implicaba un desafío que debía ser anulado. La represión no era
suficiente para acallar los reclamos laborales, se requería hacer reformas
sociales. Es entonces cuando aparecieron las reformas del seguro social, propuestas por el canciller de Alemania, Otto von Bismarck. Para el Canciller de Hierro, el movimiento
obrero de carácter político era enemigo del Reich y, por tanto, ilegalizó a los
partidos socialdemócratas. Sin embargo, necesitaba restarles influencias a
todos aquellos partidos. El 17 de noviembre de1881, bajo los auspicios de
Bismarck, el Kaiser Guillermo I propuso dar “un apoyo directo a los
trabajadores” por media de las leyes y expresó:
“La cuestión de la jornada de
trabajo y del incremento de los salarios es extraordinariamente difícil de
resolver a través de la intervención del Estado (…). El problema real de los
trabajadores es la inseguridad de su
vida; no está seguro de tener siempre trabajo; ni lo está de estar siempre
sano; y prevé que algún día será viejo e incapaz de trabajar: Pero incluso
si cae en la pobreza como resultado de una larga enfermedad, estará
completamente desasistido con sus propias fuerzas, y hasta ahora la sociedad no contrae más obligaciones con él que la de
prestarle el elemental auxilio de pobreza, incluso si ha trabajado antes
leal y con diligencia. Pero el auxilio social deja mucho que desear,
especialmente en las grandes ciudades (…). Naturalmente, debo decir que
mantenemos el derecho a que esta ley excepcional sea una derivación de las obligaciones
y del cumplimiento del deber de la legislación cristiana. Desde el lado
progresista, podéis llamarla ‘legislación socialista’; yo prefiero el término ‘cristiana’.
En el tiempo de los Apóstoles, el
socialismo fue todavía mucho más lejos. Si por casualidad leéis nuevamente
la Biblia, encontraréis varios pasajes sobre esto en los Hechos de los
Apóstoles. No vamos más lejos en nuestro tiempo…”
Entre 1884 y 1887, el Reichstag aprobó, a instancias de Bismarck, un conjunto de leyes que promovieron seguros en previsión de accidentes, enfermedades, ancianidad e invalidez a favor de los obreros. Fue este el inicio de la justicia social y del estado de bienestar. Sin embargo, el impulso para alcanzar la justicia social no sería solo el dado por la Alemania de Bismark. El 15 de mayo de 1891, el Papa León XIII, promulgó la primera encíclica social de la Iglesia Católica, conocida como Rerum novarum (De las cosas nuevas). En esta carta, León XIII declaraba: “Despertado el prurito revolucionario que desde hace ya tiempo agita a los pueblos, era de esperar que el afán de cambiarlo todo llegara un día a derramarse desde el campo de la política al terreno, con él colindante, de la economía (…) la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión entre ellos, juntamente con la relajación de la moral, han determinado el planteamiento de la contienda”.
El Papa veía con preocupación los conflictos sociales que se presentaban entre obreros y poderosos: “El asunto es difícil de tratar y no exento de peligros. Es difícil realmente determinar los derechos y deberes dentro de los cuales hayan de mantenerse los ricos y los proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Es discusión peligrosa, porque de ella se sirven con frecuencia hombres turbulentos y astutos para torcer el juicio de la verdad y para incitar sediciosamente a las turbas”.
Agrega entonces León XIII:
“Disueltos
en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que
viniera a llenar su vacío, desentendiéndose las instituciones públicas y las
leyes de la religión de nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e
indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de
los competidores”. Refiriéndose a las pretensiones de los marxistas de
socializar las propiedades, el Papa señaló: “Al pretender los socialistas que los bienes de los particulares pasen a
la comunidad, agravan la condición de los obreros, pues, quitándoles el derecho
a disponer libremente de su salario, les arrebatan toda esperanza de poder
mejorar su situación económica y obtener mayores provechos. Añádase a esto que no sólo la contratación
del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan
sometidas al poder de unos pocos, hasta
el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha
impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de
proletarios”.
El obrero no debía ser considerado como si
fuera un esclavo, había que respetarles su condición de persona; el trabajador
debía recibir un salario que le permitiera la subsistencia y tener una vida
razonablemente cómoda; aceptar las malas condiciones laborales hace al
trabajador una víctima de la injusticia. No se trata de alcanzar el sueño de la
igualdad, y lo expone claramente el Papa: “Establézcase, por tanto, en primer lugar, que debe ser respetada la
condición humana, que no se puede igualar en la sociedad civil lo alto con
lo bajo. Los socialistas lo pretenden, es verdad, pero todo es vana tentativa
contra la naturaleza de las cosas. Y hay
por naturaleza entre los hombres muchas y grandes diferencias; no son iguales
los talentos de todos, no la habilidad, ni la salud, ni lo son las fuerzas;
y de la inevitable diferencia de estas cosas brota espontáneamente la
diferencia de fortuna”. Es insensato enfrentar una clase con otra, cuando
ambas, según la opinión papal son complementarias: “…así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden
armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se necesitan en
absoluto: ni el capital puede subsistir
sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. El acuerdo engendra la
belleza y el orden de las cosas; por el contrario, de la persistencia de la
lucha tiene que derivarse necesariamente la confusión juntamente con un bárbaro
salvajismo”.
Y aparece el comunismo. El comunismo revolucionario
de Lenin supo aprovechar el momento oportuno, el fracaso de la Revolución de
febrero (marzo) ─ que había logrado la abdicación del zar Nicolás II ─ y del
gobierno de Alexander Kerensky del Partido Laborista Ruso (trudovikí). Lenin
logró ganar mayoría dentro del Soviet de Petrogrado ─ un consejo de obreros y soldados ─,
creado dentro de los conflictos de la revolución de febrero. La continuación de
la guerra por parte del Gobierno Provisional que hacía imposible realizar
elecciones, y la no solución de los problemas de abastecimiento, constituyeron los principales condicionamientod para que este gobierno perdiera todo el apoyo popular. Tras un intento
de golpe de estado contra el gobierno provisional, Lenin lanza la consigna de “todo
el poder para los soviets” y logra la caída del débil gobierno de coalición
socialista y liberal de Kerensky, y asume el poder de Rusia. Así nació el
comunismo como régimen, dentro de un país devastado por la guerra, atrasado, y
sometido a la dictadura oprobiosas del zarismo. La consigna sería implantar la “dictadura
del proletariado”, aunque, en la realidad, se implantaba la dictadura del
partido bolchevique sobre toda la nción, incluido el proletariado. Un pueblo, siempre sometido al despotismo, sin derechos
legítimos de ciudadanos, ahora se veía como si hubiera alcanzado el gran sueño de
la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Pero el sistema comunista pronto se
mostraría tal cual es, un sistema policiaco, dictatorial con las siguientes
características definitorias:
1. Existencia de solo un Partido político
y la ilegalización de cualquier otro. Un partido que estaría colocado sobre el
Estado y la Sociedad
2. Identidad Partido/Estado
3. Confusión Gobierno/Estado
4, Imposición de una ideología única
sustentada por el Estado
5. Predominio de un caudillo, al que todos
deben obediencia y acatamiento (Führerprinzip)
6. Existencia de un enemigo-objeto, sobre
el cual hacer recaer todas las culpas y errores cometidos por el régimen
7. Prioridad de la colectividad sobre el
individuo
8. Control por el gobierno de todos los
medios informativos para convertirlos en aparatos de propaganda
Cuando se analizan estas características
del comunismo, podemos darnos cuenta que estas también están presentes en los
regímenes del fascismo y del nacional socialismo; por tanto, estas
características pueden generalizarse para todo tipo de Estado de carácter
totalitario.
Muchos de los denominados anticomunistas,
provenientes de Cuba, se declaran como tales, diciendo que, en Cuba conocieron
el comunismo, por eso emigran. Si se les pregunta qué tiene de malo el
comunismo, la respuesta siempre es la misma: Pobreza, carencia de oportunidades
para progresar, abuso policiaco… Estas conclusiones son prácticamente similares
a las que pudiera alegar cualquier emigrado de alguna que otra república de
América Latina como pudieran ser Honduras, Guatemala o El Salvador. ¿Por qué
emigraste? Por la pobreza, por la falta de oportunidades de progreso, por el
abuso policiaco, y además agregaría, por la falta de seguridad ante el crimen
organizado… Y en esos países no existe el comunismo. Si a esos emigrantes
cubanos les preguntas ¿qué hiciste contra el comunismo?, la respuesta de muchos
es la misma: “Yo no concurría a las concentraciones y desfiles del Primero de
Mayo, yo no hacía guardias en el CDR…Ya, ¿solo eso?, pero ¿perteneciste a
alguna organización opositora al castrismo? Vacilarán en responder y luego darán
esta justificación: “¡No, porque todas esas organizaciones están penetradas por
la seguridad del Estado!”. ¿Anticomunismo? Si acaso, un anticomunismo pasivo.
Otros son anticomunistas por referencia,
son hijos de emigrantes cubanos, que son anticomunistas porque “mis padres me
explicaron como se vive allá”. ¿Solo por eso? Y hay aquellos que son
anticomunistas por complicidad, “sí porque si aquí en Miami no te declaras
anticomunista definido, te verán mal”, y como son anticomunistas por
complicidad pues se declaran republicanos y baten palmes por Trump, “porque el
Partido Demócrata está lleno de comunistas”. Sí, concedamos, el Partido
Demócrata es tan comunista como comunistas fueron Bismark y le Papa León XIII,
porque “miren, eso de hablar de justicia social es cosa de izquierdistas y los
izquierdistas, me han dicho gente bien enterada, todos son comunistas”.
El anticomunista verdadero, no se asusta con palabras como justicia social, derecho de huelga de los trabajadores, derecho a la salud, acceso libre a los estudios universitarios, derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo… El anticomunista verdadero es el que conoce qué en verdad, política, filosófica y económica, es el comunismo; conoce su historia, sus propuestas, sus métodos; el anticomunista verdadero es, por encima de todo, antitotalitario. El ser antitotalitario es implícitamente ser antifascista, antinazista y anticomunista.