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lunes, 11 de febrero de 2019

Programación mental


Mario J. Viera


Es interesante ver como muchas personas se dejan atrapar por el efecto mágico que dimana de un líder, ya carismático, ya populista o, ya, en fin, mesiánico, hasta tal punto que le convierten en objeto de veneración más que de admiración, en la expresión un sentimiento que va más allá de apreciar al líder como sobresaliente y extraordinario, hasta verle como mito o ídolo. Y podemos preguntarnos, ¿dónde radica esa fuente de atracción y control sobre las muchedumbres, que ejercen algunos caudillos populares, que les convierten, de simples mortales, en seres mágicos, epónimos de una era y semidioses? ¿Acaso ese delirio de las muchedumbres por un líder es generado por la oratoria ardiente, apasionada, adornada con metáforas brillantes y hasta con poéticos toques de ese líder? Demóstenes, aquel hábil orador de la Grecia clásica, lo dijo: “Aquel que tenga a la palabra como un arma será el más fuerte, solo hay que saber cómo utilizarla”. ¿Acaso es así?

Muchos oradores han existido a lo largo de la historia de la humanidad, con la elegancia del discurso y los mismos atributos que antes mencioné. Quién no se conmueve al leer o escuchar los hermosos párrafos de aquel memorable discurso de Abraham Lincoln pronunciado ante el cementerio de Gettysburg, o se recree leyendo la apasionada retórica de los discursos de José Martí en New York, o Tampa o Cayo Hueso, él convencía a su auditorio. ¿No son maravillosos los discursos de Martin Luther King Jr., pronunciados durante su campaña por los derechos civiles? La emotividad desprendida de su “Yo tengo un sueño” no tiene igual, conmovía y emocionaba a la muchedumbre que le escuchaba con reverencia, y aún nos conmueve cuando lo leemos. Ninguno de ellos llevó a arrastrar tras de sí turbas delirantes, conmovidas, apasionadas, fervorosas y decididas a hacer cualquier cosa que les ordenaran, aún hasta las más viles. Convencieron, pero no envilecieron.

 Volvamos a la frase atribuida a Demóstenes: “Aquel que tenga a la palabra como un arma será el más fuerte, solo hay que saber cómo utilizarla”. No se trata solo del buen discurso que atrae y convence, sino el cómo utilizar la palabra para ser “el más fuerte”. Esta es la clave, lo básico para programar las mentes de las masas para que piensen solo en sintonía con el caudillo, para renunciar a pensar con cabeza propia, para hacer dogma indiscutible cualquier cosa que predique el caudillo. Es el arte del convencimiento por el envilecimiento. Magistral en este sentido fue el discurso de Marco Antonio ante el cadáver de Julio César que recrea William Shakespeare en su tragedia “Julio César”. Aquel discurso cargado de patetismo que torna el ánimo de la muchedumbre, que feliz por el asesinato de César le lanzaban abucheos, en furiosos vengadores del tirano asesinado. Marco Antonio supo cómo utilizar la palabra, No condena al tribuno Bruto, de él dice es “hombre de honor” y hablando de César, dice: “Fue mi amigo, fiel y justo conmigo; pero Bruto dice que era ambicioso. Bruto es un hombre honorable”. Y clama diciendo: “Si tuviera el propósito de excitar a vuestras mentes y vuestros corazones al motín y a la cólera, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres de honor”. Y era eso lo que buscaba, su propósito al honrar el cadáver de César.

¿Qué decir de figuras que captaron el arrobamiento de las masas para convertirles en seguidores acríticos, dispuestos a aceptar cada palabra, cada frase, cada propuesta que formularan como verdades indiscutibles, aún en contra de toda lógica, como Benito Mussolini, Adolfo Hitler y Fidel Castro? Todos hábiles oradores que usaban la palabra a favor de su poder, y que en Fidel Castro alcanza la máxima expresión. No importa si mentían o exageraran la realidad; no importa si, en dependencia del momento, se contradecían negando en ese momento lo que antes afirmaban. Pero, ¿se puede decir que el fenómeno presente que es Donald Trump, tiene la misma calidad oratoria de estos caudillos e ídolos de masas? Trump no tiene un discurso elegante, fluido, vibrante; es en ocasiones hasta vulgar, pero convence a un gran sector de la población, que cree en él hasta cuando miente sin ningún escrúpulo. No, él no alcanza los mismos niveles oratorios de un Hitler o un Castro, pero su figura se ha hecho culto. ¿Existe algo en común entre el discurso de Trump y la oratoria de Mussolini, Hitler y Castro y aún con el discurso póstumo de Marco Antonio?

Todos ellos tienen en común, no solo una característica, sino dos. La primera, es el histrionismo presente en cada uno de ellos, manifestado en expresiones físicas, ademanes, y gesticulaciones. Hitler estudiaba frente a un espejo por horas las expresiones físicas que consideraba serían las más efectivas, como un actor de teatro ensayando su papel. Castro, comprendió que emplear la televisión sería un arma poderosa que podía aunar a su oratoria y a sus expresiones físicas, y Trump, ha bebido de sus experiencias como conductor de un conocido reality show para alcanzar audiencia y ha sabido hacer un uso prioritario de las redes sociales por medio del Twitter, con mensajes breves, rápidos y continuos.

La otra característica de estos agitadores de masas, es que han sabido comprender y utilizar todos los miedos, todas las frustraciones, todos los prejuicios existentes en la sociedad de su tiempo. Surgen en un contexto donde la cultura política de las mayorías es deficiente; donde hay descontento con la clase política tradicional, descontento con el establishment y hay anhelo por un cambio, y, citando de nuevo a Demóstenes, “Estamos dispuestos a creer aquello que anhelamos”, los líderes mesiánicos son una esperanza del anhelo mayoritario, porque “No hay nada más fácil que hacerse ilusiones. Ya que lo que desea cada hombre es lo primero que cree” ─ Otra vez Demóstenes ─. Los caudillos populistas de toda clase son verdaderos prestidigitadores de ilusiones. Mussolini prometía “asegurar la grandeza moral y material del pueblo italiano” alcanzar la unidad nacional, priorizar los intereses de la nación por encima de los de cualquier grupo particular y promover la estatura internacional de Italia. Hitler prometía elevar a Alemania sobre el mundo, Castro prometía una sociedad llena de esplendor y riquezas, donde todos serían iguales y colocar a Cuba en un lugar prominente en el mundo, y Trump “Hacer grande de nuevo a Estados Unidos”.

Los seguidores de Trump forman una masa monolítica de feligreses, que le ven como el salvador único de todas las supuestas miserias de Estados Unidos. Para ellos no hay términos medios, o con Trump o contra Trump, y estos últimos para ellos son “comunistas”, perdedores, personas perversas que no merecen vivir en Estados Unidos. A quienes les contradigan les respondes con las mayores ofensas y todo tipo de descalificativos. No admiten debates, ellos ya tienen la verdad y contra la verdad ¿quién puede discutir? Ya lo afirmó Trump cuando dijo: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”. Para sus seguidores él es incólume, sin defectos y se llenan la boca profiriendo mensajes xenófobos y racistas, rompen con amigos y hasta con familiares solo porque estos puedan diferir con Trump o estar en total desacuerdo con Trump. Si parece que en sus cerebros se ha insertado un chip para pensar todos de igual manera y siempre a favor del nuevo mesías. Trump, con este apoyo efusivo de sus partidarios podría decir como dijera Hitler de sí mismo: "¡Es un milagro de nuestro tiempo que me hayáis hallado (...) entre tantos millones! ¡Y que yo os haya hallado, es la suerte de Alemania!"

Es el mismo fenómeno que se generó del culto a la figura de Castro en los primeros años de su régimen. Él, maestro en el manejo de la TV como arma útil de influir en las masas, fue generando eso que mal se define diciendo fidelismo. Lo que él argumentaba, lo que él afirmaba rotundamente, aunque fuera inexacto o falso, se convertía en verdad de dogma.  

Ante su imagen, más que venerada, adorada, se quemaban las imágenes religiosas y se quemaban en la pira del fanatismo las viejas amistades, las antiguas relaciones, los lazos familiares, solo porque se atrevieran a manifestar alguna, aunque solo fuera, tímida crítica al Comandante en Jefe. Si había que morir defendiendo las ideas siempre inmaculadas y sabias de Fidel Castro, se iba, sin un solo momento de dudas o de análisis. No se le veía como el gobernante que debía respetar la voluntad popular, sino como el jefe de todos, "dinos que otra cosa debemos hacer", el que mandaba y todos obedecían.

Profeta de futuros brillantes, que nunca se alcanzaron, heraldo que anuncia la llegada de enemigos inciertos, que nunca llegaron y promesas, promesas llevadas hasta la cúspide del ridículo y que nunca se cumplieron. Las mentes de casi todo un pueblo quedaron programadas para pensar todos de igual manera, indoctrinados, desde los niños hasta los ancianos, la gente fue perdiendo sus libertades, sin llegar a comprender que les despojaban de sus derechos, y todo declinó con el tiempo, y se hicieron ruina las antes ciudades progresivas.... Cuando la gente disipó de su mente los efectos de la droga ideológica a la que por tantos años había sido expuesta, ya era tarde, todos estaban atados de pies y manos y todos estaban amordazados. ¿Ocurrirá lo mismo en Estados Unidos?

1 comentario:

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