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jueves, 3 de octubre de 2013

¡Viva la muerte!


A lo que realmente le temen los republicanos es a que la reforma sanitaria tenga éxito, es decir, a que, pese a las naturales dificultades prácticas de poner en vigor un programa tan complejo y novedoso, reduzca el número de norteamericanos sin seguros, rebaje los costos de la atención médica y termine ganándose las simpatías de los norteamericanos.  

Daniel Morcate. EL NUEVO HERALD

Debe de ser una forma de locura política colectiva. Tal vez piensan que el país se les va de las manos. Quizá ya no lo reconocen. O no les gusta. Y quieren disparar los últimos cartuchos de histeria antes de volverse totalmente irrelevantes. Ellos para el país o el país para ellos. Pero lo cierto es que la conducta de muchos legisladores republicanos en estos días, y de los ideólogos iracundos que los alientan, ha sido poco menos que demencial. Si en nuestras familias alguien se monta un numerito como el que montó Ted Cruz en el Senado el otro día, lo veríamos como una tragedia digna de manicomio o por lo menos de siquiatra. Pero el primo más bien encontró gente que lo felicitara. De su partido a la deriva, claro está. Y del Tea Party, esa cuna en la que permanentemente renace el trogloditismo. Algunos senadores incluso se prestaron para relevarlo mientras descargaba su filípica al estilo de Castro o Chávez. Era el Senado devenido circo de fieras políticas que ladraban y rugían.

Al paso que llevan, los extremistas republicanos, que hoy por hoy dominan a su partido, harán suyo el tristemente célebre lema del fascista gallego José Millán-Astray en los comienzos del franquismo: ¡viva la muerte! Van por la senda de la anarquía ultra conservadora. Palo a los pobres. Palo a los indocumentados. Palo a las minorías étnicas. Palo a los gays. Palo al derecho al voto. Palo a la acción afirmativa. Palo a la reforma migratoria. Y palo a todo lo que proponga el presidente Obama. Sobre todo a la reforma sanitaria. Y es que los republicanos le tienen pánico a esa medida. No es que le teman a que no funcione o que quiebre al país, como afirman. A lo que realmente le temen es a que tenga éxito, es decir, a que, pese a las naturales dificultades prácticas de poner en vigor un programa tan complejo y novedoso, reduzca el número de norteamericanos sin seguros, rebaje los costos de la atención médica y termine ganándose las simpatías de los norteamericanos.

Esto en parte explica el nihilismo al que han descendido los republicanos en estos días. Han estado dispuestos a cerrar el gobierno, dejar a cientos de miles de empleados federales sin cobrar, a millones de norteamericanos sin servicios federales, a millones más con pérdidas en sus pensiones y al país sin pagar su deuda externa, con tal de imponer su voluntad y privar de fondos a Obamacare. Creen que este es el momento de hacerlo, pues comenzó una fase crucial para el programa. En sus cálculos delirantes y egoístas, piensan que si Obamacare funciona, aunque sea parcialmente, los votantes recompensarán al partido del presidente en las próximas elecciones. ¿Y qué sucede mientras tanto con los 30 millones de personas a las que potencialmente aseguraría Obamacare? En las diatribas republicanas ni siquiera figuran, son puros fantasmas, gente a la que prefieren no mencionar. Muchos incluso defienden la idea primitiva de que si carecen de seguro es porque se lo merecen. ¡Que viva la muerte!

La campaña republicana contra la reforma sanitaria es implacable. En la Cámara baja han votado más de 40 veces para anularla. Con su incesante propaganda, que subvencionan multimillonarios cavernícolas, han logrado revertir el apoyo popular a la medida. Los norteamericanos se sienten confundidos y abrumados por los retos que presenta. Los reales. Y los que inventa la propaganda. Lejos de ayudar a afrontarlos con actitud constructiva, los republicanos los hacen lucir más insuperables de lo que realmente son.

Pero el presidente Obama y los legisladores demócratas no deberían ceder ante el chantaje y las turbias maniobras republicanas.

En definitiva, los votantes favorecieron una reforma sanitaria al elegirlo dos veces a la Casa Blanca y al darles el Senado a los demócratas. La medida se adoptó además mediante el debido proceso. Y la Corte Suprema avaló su constitucionalidad. Si a pesar de todo eso los republicanos, irremediablemente fanatizados ya, insisten en boicotearla a expensas de la salud de millones de norteamericanos, y de la salud financiera de la nación, que por lo menos quede bien claro que son ellos quienes parecen gritar: ¡que viva la muerte!

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