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lunes, 14 de noviembre de 2011

Sobre el clan castrista: Ramiro Valdés, carnicero de Artemisa con diagnóstico de psicópata

Juan Juan Almeida. Martinoticias
Ramiro Valdés, mirada fría, satánico rostro

Mientras unos imitaban las hazañas de Errol Flynn; otros se sobresaltaban con la realidad de un hombre a quien enjaretan, aún hoy, más leyendas que nombres. Le llaman Gadafi antillano por su excéntrica arrogancia; Donatien, el Marqués de Sade, por sádico, perfeccionista y ateo radical; El Chivo, por su look de barba rala, El Amo de la Censura, El Príncipe del Terror, El Dzerzhinsky cubano…y en su barrio natal lo conocen como El Carnicero de Artemisa.
Cuba no deja de ser una realidad inventada donde se perdió lo bueno cuando buscaron lo mejor; demasiada razón destruyó el alma de muchos. Por ello, continuando con este desfile de cinismo y desvergüenza, hoy comento sobre Ramiro Valdés Menéndez, nacido el 28 de abril de 1932, con características muy peculiares. Combina la casi perfección, paciencia y persistencia, con una envidiable fuerza de voluntad. Rígido, obsesivo, hermético e inflexible, se muestra reacio a los cambios. Es terco rayano con la enajenación, de hablar bajito y pausado, donde todos tienen que callar; y los que no, son silenciados. La causa siempre sobrepasa hasta el valor de la vida humana.
Más que ilustre figura, parece un satánico y tenebroso personaje de thriller. Los culpables salen de prisión, las víctimas no escapan del cementerio. Quizás algunos desconozcan que después del ataque al Moncada, y durante el Presidio Modelo en Isla de Pinos, Ramiro fue diagnosticado como psicópata y confinado al pabellón de enfermos mentales. ¿Manipulación política? No tenemos la certeza. Existen fotografías que lo muestran en plena Sierra Maestra con grados de comandante y shapka de koljosiano.
Cuestiona con candidez, respira fuego y no siente dolor ajeno; propaga el poder con la fuerza aterradora que algunos encuentran atractiva. Viaja en clase ejecutiva y adora el encanto del lujo; no es hombre que se deja arrastrar fácilmente por diversiones afiebradas o indiscreciones vistosas. Únicamente pregunta cuando sabe las respuestas. La fuerza no siempre es ventaja, por eso con frecuencia cae en el error de subestimar a las personas que no tienen qué perder.
Para Ramiro el poder es pasión, drama y diversión, es presagio de aventuras, templo único donde pocos merecen entrar. Por ello comparte el mismo código, arquetipo del crimen organizado  “Adversario que no se rinde, debe ser exterminado”.
De cuerpo atlético, lo ejercita con disciplina prusiana pese a su avanzada edad. No se le conocen adicciones, no bebe más de dos copas de un vino tinto que no es caro ni exclusivo, sí famoso y francés. La lista de las personas en quien confía es exigua.
El Comandante Ramiro y el General Castro Ruz– diferente a lo que muchos creen – no son enemigos, son rivales que muestran sus filosos dientes para desgarrar y sonreír. Se dice que, como consanguinidad revolucionaria, ambos comparten la existencia del cromosoma 47 XYY, que según algunos estudios genéticos le atribuyen el origen de conductas criminales. Claro, cuando especímenes como estos andan sueltos, debemos preocuparnos.

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