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lunes, 14 de noviembre de 2011

A la cárcel por una antena

Martinoticias

Al parecer las autoridades de la isla están preocupadas por la proliferación de antenas parabólicas, según una nota publicada en el diario oficialista Granma, que recuerda las multas de 10 mil pesos o los 3 años de privación de libertad que les depararían a quienes sean capturados en este negocio.
En el reciente artículo Bandidos contra la soberanía radio-electrónica, se especifica que “la obtención de servicios de telecomunicaciones mediante conexiones clandestinas o fraudulentas, o la utilización de cualquier maniobra técnica que permita neutralizar, eludir o burlar los mecanismos de control establecidos, constituye un delito”.
Pero a pesar de las amenazas que penden sobre sus cabezas, continúan arriesgándose tanto los creadores de los equipos y los proveedores del servicio, como los ansiosos clientes: los unos por ganar mensualmente varios cientos de pesos convertibles, los otros por informarse y divertirse a través de canales prohibidos, tal vez mejores por el simple hecho de ser diversos.
Solo un 2.2 por ciento de la población cubana dispone de internet en sus hogares. Por eso, ante la carencia de una alternativa de información libre, las antenas parabólicas ganan más espacios y adeptos. No falta incluso quien se jacte de su propiedad, como el cantautor y presentador de televisión Amaury Pérez Vidal.
La Empresa de Telecomunicaciones de Cuba, en conjunto con la Seguridad del Estado, tiene diseñados mecanismos de control tecnológicos para detectar las antenas ilegales, que pululan por toda la isla camufladas entre tejas y tanques de agua. Mas, sin dudas, La Habana es el núcleo del fenómeno.
Pero no es fácil detener la inventiva cubana. El periodista Iván García consiguió declaraciones de un ingeniero, que ha formado parte de esos equipos: “Por cada antena que detectamos hay 40 que no localizamos. Las personas dedicadas a esto son muy talentosas. Fíjate que hemos descubierto cables de fibra óptica que reproducían la señal de forma soterrada a 600 metros del equipo trasmisor”.
Muchas de estas personas llevan aproximadamente 10 años en el negocio, con interrupciones ocasionales por dificultades técnicas. La ayuda de algún familiar residente en el exterior, generalmente en los Estados Unidos, es fundamental para iniciarse en el negocio. Una vez que los componentes de un equipo receptor de la señal satelital se entran al país (escondidos, naturalmente), sigue la compra de un ‘plato’ o parábola en 60 pesos convertibles, que por su tamaño no queda más remedio que construirlo en Cuba.

Otro eslabón de la cadena son los 'recargadores' – apunta el periodista García -. Por 35 dólares, se recargan las tarjetas para TV por cable. “Un familiar en Miami compra varias tarjetas y clona los números. Así mantenemos activas las tarjetas”.
Y por último se encuentra el proveedor del servicio por 12 CUC mensuales, desde cuya casa se distribuyen los cables, en ocasiones hasta 10 casas de una manzana o prácticamente edificios completos. De este modo, muchos cubanos se mantienen al día sobre otros puntos de vista de la realidad internacional e incluso nacional; disfrutan de las telenovelas latinoamericanas, nuevos filmes, videos musicales, concursos de belleza y otros programas acusados de frívolos pero irremediablemente refrescantes.
Sin embargo, a pesar de tanta ligereza en las preferencias televisivas, el gobierno cubano continúa viendo en ello una amenaza política, como prueba un fragmento del artículo de Granma: “Esta actividad es financiada por Estados Unidos, desde donde llegan al país los medios e implementos necesarios, burlando los controles establecidos. (…) Cuba tiene todo el derecho de salvaguardar su soberanía radio-electrónica”.
Pero se cuida de expresar sus verdaderos temores por las claras. Prefiere insistir en que la penalización de las antenas parabólicas se debe a los recursos desviados para su construcción y funcionamiento.
Muchas de las personas que disponen de ellas se dedican a grabar programas y películas para después vender discos compactos y paquetes de filmes a clientes que a su vez manejan bancos de películas. Un negocio da paso al otro, y así en una cadena interminable, la tecnología se les escapa de las manos a los controles oficiales.

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