Mario
J. Viera
Así
parece que es mi cruel destino. Dejé Florida para venir a vivir a Arkansas, más
que la distancia geográfica es como dejar en cero el espacio, no hay, no existe
cambio alguno, es lo mismo con lo mismo, es dejar detrás lo peor para también
llegar a lo peor. Sí, es posible un cambio, el de las apariencias; es el cambio
del atildado Ron DeSantis a la desaliñada Sarah Sanders; apariencias
personales, pero, ambos están cortados por la misma tijera, y son como las dos
caras de una idéntica moneda falsa, y marionetas del mismo titiritero, Donald
Trump.
¡Claro
que son marionetas del trumpismo y fieles al líder supremo de toda esa parte
turbia del republicanismo! No importa que Desastre, perdón DeSantis, haya osado
discutirle a Trump la primacía en las primarias republicanas, luego que antes
le había lamido el orto al magnate neoyorkino para ganar su apoyo en las
elecciones para gobernador de Florida. Un error de cálculo, ¡cualquiera lo
comete!, pensó que podía disputarle a Trump la supremacía republicana, si es
que bien pudiera ser la misma cara de Trump pero un poco más amable y de este
modo ganar el apoyo de cierto sector del republicanismo que no se traga al
expresidente, quizá pensaba tener una misión de Dios para la presidencia. Se
equivocó, no tuvo presente ese candor fanático de las turbas de supremacistas
blancos, de esos ortodoxistas evangélicos, de esa piara de nacionalistas tontos
que adoran a Trump como un día, según la Biblia los hebreos invasores en Canaan
adoraron al bisonte de oro. Pero como quedó expresado en CNN, DeSantis “parecía
tenerlo todo: dinero e impulso detrás de él, una trayectoria convincente, un
argumento generacional y una historia de éxito que compartir. Algunas de las
primeras encuestas le daban ventaja sobre Trump”; pero todo resultó equivocado,
no llegaría a convertirse en la otra cara del trumpismo. De fracaso en fracaso
decidió abandonar las primarias, y es de suponer, inclinarse ante el toro rojo
y decir: "Para mí está claro que la mayoría de los votantes de las
primarias republicanas quieren darle otra oportunidad a Donald Trump". Ni
tardo ni perezoso anunció su total apoyo a la candidatura de Trump y soltó
alguna diatriba disimulada en contra de la única precandidata que retaba a
Trump en las primarias, la testaruda Nikki Haley. Quizá ahora DeSantis siga
pensando que cumple misión divina para llegar a ser presidente de Estados
Unidos, pero tratando ahora de congraciarse con el germano-americano, por si
este llega a ganar las elecciones en noviembre.
La
otra cara de la moneda es esa figura mal presentada que ganó la gobernatura de
Arkansas, con el apoyo de Trump, la que fuera secretaria de prensa durante
un tiempo en la administración Trump, Sarah Huckabee
Sanders, tan conservadora, esto una manera suave para referirse a los
reaccionarios en política. ¿Quién no la recuerda de sus apariciones ante la
prensa retocando las barbaridades lingüísticas y las salidas absurdas de Trump?,
que como alguien anotara daba entre risa y asco escuchar sus malabarismos para
justificar todas las mentiras del Donald. Mentiras tras mentira.
DeSantis
acaso es menos mentiroso que la Sanders, aunque nunca de él no han dejado de
existir alguna que otra mentira de politicastro, pero ¡Hay tantos politicastros
en Estados Unidos! Casi todos dicen mentiras tras mentiras.
Sanders
y DeSantis tienen mucho en común, aparte de sus mentalidades reaccionarias, el
desprecio hacia los diferentes, sean estos inmigrantes o miembros de la
comunidad LGBTQ y su hipocresía provida. El uno y el otro son muy piadosos,
tanto que no sienten resquemor ante la separación de los hijos de sus padres
inmigrantes indocumentados, sin importar que un periodista le espetara a la
Sanders cuando era secretaria de prensa de Donald Trump: "¿No tienes
empatía? Vamos, Sarah, eres madre. No sientes empatía por lo que esta gente
está pasando". Claro que no, ella cree en Dios y en la misión que a cada
cual le ha asignado, como decidir que Trump alcanzaría la presidencia en 2016.
Así le dijo a David Brody y Jennifer Wishon de CBN: "Creo que Dios nos
llama a todos para desempeñar diferentes roles en diferentes momentos y creo
que Él quiso que Donald Trump se convirtiera en presidente y por eso está allí”.
Entonces Dios, si tal cosa hubo deseado habría que considerarlo como un
sacrosanto imbécil.
Si
DeSantis deporta a los inmigrantes indocumentados hacia diferentes estados de
gobiernos demócratas, la Sanders el año pasado envió tropas de la Guardia
Nacional a la frontera de Texas con México, y se comprometió en volverlo a
hacer si fuera necesario en apoyo a las medidas anti inmigrantes del gobernador
de Texas Greg Abbott, como el Senate Bill 4 (SB4),
Ley por la cual se le otorga potestad a los jueces para dictar sentencia de
privación de la libertad o deportación a México. Para esta Ley el ingreso y la
permanencia sin la documentación debida en el estado será considerada como
crimen y su violación podría acarrear penas de prisión de hasta seis meses por
la primera vez y hasta un máximo de 10 a 20 años por reincidencia.
Abbot
es un baldado físico, y tal vez, un poco mentalmente, que se cree a sí mismo
como capaz de retar al mismísimo Heracles haciendo caso nulo de que, el
gobierno federal es el único facultado con la potestad para dictar leyes de
inmigración y “decidir cómo y en qué situaciones expulsar personas extranjeras
sin ciudadanía por violar las leyes de inmigración” como lo ha hecho claro el
vocero de la Casa Blanca Ángelo Fernández Hernández,
Claro
está que la Sarah no tiene esa angustiosa preocupación que sufre Abbot con
tanta gente no blanca cruzando por la frontera texana, Arkansas no es un punto
de interés para los inmigrantes que buscan encontrar un mejor lugar donde poder
vivir y tener esperanzas. Claro está que ni Abbot, ni Sanders, ni DeSantis lo
que los mueve no es asegurar las fronteras, para ellos lo malo está en eso que
piensan es contaminante de la cultura blanca, de la cultura del cristianismo
nacionalista, la de la gente del KKK, los neofascistas, los Proud Boys, los del
Qanon, la misma retórica de Trump cuando en New Hampshire dijo que los
indocumentados “envenenan la sangre de Estados Unidos”, no es defenderse ellos
mismos, porque ¿de qué enemigos tienen que defenderse ante la supuestamente deliberada
falta de acción del Gobierno de Joe Biden? ¿Enemigos, esa gente desesperada por
la falta de oportunidades en sus países de origen, por la miseria, que huyen
del poder de las bandas del crimen organizado que sus gobernantes no han sido
capaces de erradicar? ¿Enemigos, una multitud que viene con sus hijos pequeños,
dispuestos a hacer los trabajos más humildes y mal remunerados, que, por lo
general, rechazan los ciudadanos estadounidenses? ¿Enemigos? No son bandas de
narcotraficantes que intentan incrementar sus negocios en Estados Unidos; esos
los narcos, no se las juegan cruzando las fronteras como indocumentados, ellos
tienen sus propios medios, que no pueden detener ni alambradas de púas
colocadas sobre las aguas del Rio Bravo, ni de monumentales muros trumperos.
Quizá los verdaderos enemigos de Estados Unidos sean internos, los de cuello
blanco, muchos de los que ocupan curules parlamentarios y asientos de
gobernaturas; esos que se pasan por sus partes púdicas no solo la letra sino
también el espíritu de la Constitución estadounidense.
Habló
Biden en su discurso sobre el estado de la Unión. "Mi predecesor (no le
dedicó una mención al nombre de Trump) incumplió el deber más básico que
cualquier presidente le debe al pueblo estadounidense: el deber de
preocuparse", cuando trató con descuido la pandemia de COVID. “Eso es
imperdonable”, remarcó, luego volvió contra Trump nuevamente: “Algunas otras
personas de mi edad ven una historia diferente: una historia estadounidense de
resentimiento, venganza y retribución”, si porque Trump no es un mozalbete, es
un anciano algunos pocos años menor que Biden, de hecho, cinco años. No se
detuvo y puso en claro: “Heredé una economía que estaba al borde del abismo”;
¿de quién heredó esa economía? Pues de quien más sino de Trump, para recalcar
luego: “Ahora nuestra economía es la envidia del mundo”.
Pero
hubo una réplica republicana al discurso del estado de la Unión de Biden. ¿A quién
designó la Dirección Nacional republicana para tal tarea? Pue a la mismísima
Sarah (liar) Huckabee Sanders.
Pues
la gober de Arkansas comenzó su diatriba en contra del discurso sobre la
unión de Biden, diciendo y repitiendo siempre los mismos argumentos que desde
la época del Tea Party, continúa sosteniendo la derecha radical del republicanismo.
¡Ah, pero también dijo dos verdades, dos verdades que no se ajustan a los
principios del caucus denominado “de la Libertad” cuya trinchera se abre dentro
de la Cámara de Representantes, compuesto por una excrecencia de lo más
destacado de la ultraderecha y, evidentes putinistas!
Y esas dos verdades que se les escaparon a la Sanders
fueron: “The America we love is in danger”, y “The dividing line in America is
no longer between right or left; the choice is between normal or crazy”.
¡Grandes
verdades, dichas por alguien que ha demostrado ser una antinomia, una contradicción
de lo que ella y DeSantis, Abbott y muy principalmente Trump en verdad creen,
porque la democracia en Estados Unidos evidentemente está en peligro si Donald
Trump ─ ¿Por voluntad divina? ─ ganara las elecciones de noviembre. No caben
dudas de que hoy por hoy, con las turbas trumpistas queda demostrado, que lo
que divide a Estados Unidos no es la cordura, sino la locura de las turbas de
supremacistas blancos y de neofascistas que siguen ciegamente a Trump.
Pues
¡Nada! Salir de Ron DeSantis para llegar a Sarah Huckabee Sanders, no hay nada
ganado.
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