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sábado, 23 de enero de 2021

RAZONAMIENTOS EN TORNO DE UN ARTICULO DE DIARIO DE CUBA

 

Mario J. Viera

 


El artículo “¿Es útil el embargo a Cuba?”, debido a Rafaela Cruz y aparecido en la edición del 23 de enero de 2021 de Diario de Cuba, me motiva a hacer algunos razonamientos sobre el tema de la renovación de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba y sobre el embargo. El artículo, en cuestión, es un análisis muy interesante que aborda la problemática del embargo económico que Estados Unidos mantiene contra el gobierno de Cuba. Al mismo tiempo, el artículo pudiera verse como un jarro de agua helada arrojado al rostro del plattismo corriente.



 

¿Es conveniente mantener el embargo riguroso contra Cuba o sería mejor levantarlo?

 

Antes de abordar este, que es el núcleo central del artículo se Rafaela Cruz, es conveniente adelantar algunas reflexiones sobre la normalización de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, paso antecedente al asunto del embargo económico.

 

Puede que a muchos cubanos del exilio les resulte molesto y hasta escandaloso que Estados Unidos se avenga a normalizar las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, suspendidas en 1960 durante la administración de Eisenhower, retomadas después por el gobierno de Barack Obama y enfriadas durante el cuatrienio de Donald Trump. En primer lugar, hay que dejar por sentado, que el asunto del establecimiento o ruptura de relaciones diplomáticas es un ejercicio de la soberanía que todo Estado posee en cuanto a su política exterior y decisión de su Gobierno teniendo en cuenta intereses nacionales, tanto comerciales, como de seguridad interna o geopolíticas. No se trata de ideología, sino de la realpolitik. Si se tratara de razones puramente ideológicas Estados Unidos no tendría relaciones diplomáticas ni embajadas con países como China, Rusia, Pakistán, Tailandia, Arabia Saudí y Egipto, por ejemplo; en cambio algunos de estos países se consideran como aliados estratégicos extra OTAN, por ejemplo, Egipto, Pakistán. Tailandia y Arabia Saudí.

 

Un sector significativo de la comunidad cubana de emigrados y exiliados se considera traicionado por Obama y en extensión por Biden, por la reapertura de relaciones Cuba-Estados Unidos. Sin embargo, ese sector de la comunidad cubana no es representativo numéricamente dentro del conjunto de la población total de Estados Unidos como para imponerle la línea de su política internacional. Ninguna administración estadounidense ha firmado un tratado con el exilio cubano donde se comprometa en mantener aislado al gobierno cubano en tanto y en cuanto no haga reformas amplias en los temas de derechos humanos, civiles y políticos, liberación de los presos políticos y elecciones libres y competitivas. El único instrumento legal que obliga al gobierno estadounidense con respecto a Cuba de no levantar el embargo económico, si no se cumplen las consideraciones anteriores, es la Ley conocida como Helms-Burton, denominada así por sus promotores.

 

Si ese sector de la comunidad cubana en Estados Unidos que se siente defraudado por el acercamiento a Cuba, debería también sentirse defraudado y, ¿por qué no?, traicionado conociendo que, todos los países del continente americano, con la salvedad de Estados Unidos, mantienen relaciones diplomáticas y comerciales con la isla; debe sentirse traicionado también por la Unión Europea, que incluso un alto cargo de la misma reconoce a Cuba como “Estado democrático de un solo partido político”. Todo su descontento, toda su furia es la frustración de la mentalidad plattista tan generalizada dentro de ese sector de la comunidad cubana, que piensa que el cambió de régimen en Cuba solo puede provenir de la acción de un gobierno estadounidense. Por eso, ese sector se identificó con Donald Trump tratando de asfixiar al régimen del PCC por la vía del endurecimiento del embargo, y hasta soñaba con una solución de intervención armada de las tropas de marines entrando en Cuba. Por eso ese sector, movido por la propaganda electorera de Trump sataniza a los gobiernos demócratas

 

El Estado de Florida es una pieza ambicionada por todo candidato a la presidencia de Estados Unidos, generando 29 votos electorales. ¿Qué candidato presidencial se inhibirá de prometer una “Cuba Libre” al emotivo sector de la comunidad cubana de emigrados y exiliados? Sin embargo, este sector cada vez se reduce más y cada vez pierde peso en las decisiones electorales estadounidenses. En las elecciones de 2016, Hillary Clinton se impuso sobre Trump en los resultados electorales del condado de Miami Dade con un alto porcentaje favorable de los votos emitidos y, en las elecciones del 2020, Trump perdió Miami, aunque en esta ocasión el candidato demócrata se impusiera por un porcentaje menor que el obtenido antes por la Clinton y esto fue así por la sucia propaganda trumpista de presentar a los demócratas como controlados por la izquierda radical y el miedo al socialismo. Es previsible que, para las elecciones del 2024, ningún candidato presidencial se irá por el Versalles, por el acostumbrado Cuba Libre.

 

Retornado al artículo de Rafaela Cruz, la columnista reconoce que la miseria generalizada en Cuba, se debe en primer lugar al sistema económico que impone el PCC, o dicho en sus palabras, un "desastre castristamente provocado"; pero el embargo, por su parte, es condicionante del mismo. Según la autora, la presión del embargo ha logrado un éxito muy parcial por cuanto el régimen se ha visto obligado a conceder determinadas libertades al pueblo, libertades. por cierto, muy limitadas, tales "como usar celular, entrar a hoteles, comprar en un agromercado no estatal, viajar sin tener que solicitar "permiso de salida" o regentar un diminuto negocio", libertades que en nada cambia la condición de servidumbre nacional.

 

A partir de este antecedente, no hay que creer que el régimen, para palear el embargo, conceda más derechos a los ciudadanos o pensar que "más miseria con más disgusto" pueda conducir a una rebelión, razonamiento este que "no ha demostrado efectividad".

 

Rafaela Cruz señala en su artículo, y lo expresa muy acertadamente que el régimen del PCC ha "comprendido mejor que las sucesivas administraciones de Washington cuáles son los resortes sociológicos detrás de las protestas populares. Entendieron que la miseria del siempre miserable no despierta la ira que lanza a los pueblos a las calles". Algo esto, que la mentalidad plattista no acaba de colegir.

 

¿Qué se requiere para que un pueblo se lance a protestar masivamente? Según Cruz, lo que impulsa a las protestas es el sentimiento de "que le están arrebatando algo, que lo están despojando de lo que hoy posee"; un "escenario ─ agrega ─ que en la pobreza crónica cubana no existe"; y no existe porque no existe el referente de la memoria de vivir en un país próspero; porque los cubanos "no se sienten dueños de nada. El despojo material, sicológico y de dignidad sucedió hace demasiado tiempo",

 

Ciertamente, como ella alega, cuando no existe "esperanzas de futuro, positividad e ilusión, no hay posibilidad de un estallido popular, por tumultuosas que sean las colas o difícil que esté el transporte. La gente seguirá aguantando, pues no son capaces de imaginarse a sí mismos de otro modo".

 

¿Y cómo se soluciona este conflicto? La autora, en este caso no se muestra optimista; para ella, primero se requerirá que "surja y se solidifique un estrato capitalista (...) capaz de ahorrar e invertir excedentes de capital en la confianza de que su propiedad será respetada, como sucedía antes de 1959". Esta conclusión, en mi criterio, es algo iluso. Y lo considero iluso, partiendo de la psicología política del régimen cubano, totalmente refractario a la iniciativa privada, a conceder el derecho de la propiedad privada en la producción de bienes y servicios, y en su definida alergia al "enriquecimiento" de un sector importante de la población; porque el régimen sabe, ya lo ha visto suceder, que abrir una espita de libertad de tal envergadura podría provocar el colapso de su poder.

 

Para la autora de este artículo, llegar a alcanzar el surgimiento de ese estrato capitalista se requerirá de la negociación, utilizando el embargo como "la baza más importante con la que se podría negociar hoy con un financieramente agonizante —pero aun en total control político— Gobierno cubano". Entonces surge la pregunta que la autora se formula: "¿Es posible que la utilidad del embargo no esté ya en su mantenimiento sino en el negociado de su desaparición?" La respuesta que ella adelanta, es la negociación; una que pudiera "comenzar a desentrañar la madeja totalitaria. Ahora que el ocaso-castrismo está en su hora más oscura podrían sacárseles espacios para empoderar a una sociedad inerte, comenzando por las libertades económicas que formen la base para un estrato autónomo e internacionalmente conectado dentro de la sociedad cubana",

 

Pero ¿negociar?; ¿quiénes serán las partes comprometidas en esa negociación? La autora no las identifica por nombres, pero es evidente que se esté refiriendo a un encuentro del Gobierno de Estados Unidos con el gobierno de Cuba. A todas luces es una concesión a la mentalidad plattista de "en Cuba nada se resuelve sino se cuenta con la decisión de Estados Unidos".

 

Es muy cierto lo que alega la autora cuando dice: "Quien espere que el embargo y la miseria generen protestas populares, debería entender que los pobres, los desesperanzados, los desilusionados de todo no se inmutan ante la perspectiva de más pobreza, desesperanza y desilusión". No obstante, con solo levantar el embargo, que de hecho es también beneficioso para los intereses comerciales de Estados Unidos poco se podrá alcanzar en liberación, en respeto hacia los derechos políticos de los cubanos. Si se mantiene el embargo, nada se conseguirá para que el pueblo, motivado por la miseria, se lance a las calles reclamando derechos y libertades. Un verdadero círculo vicioso.

 

Larga y abrumadora serán las negociaciones entre Cuba y Estados Unidos. Contradicciones y desencuentros marcará esas decisiones., que quizá lleguen a un acuerdo favorable para ambas partes con posterioridad a la realización del Octavo Congreso del PCC y el retiro de Raúl Castro de la escena política, con la posibilidad de elevar a Miguel Díaz-Canel a la máxima dirección del PCC, por medio de una solución de corte gorvachoviana.

 

Estados Unidos podría vivir tranquilamente con un vecino que fuera menos estridente, más abierto a la cooperación con las políticas de Washington, y a la inversión de capital estadounidense, aunque en su política interior mantuviera un régimen policiaco y de restricciones de los derechos civiles de sus ciudadanos; algo que se mantiene con regímenes como Arabia Saudí, Tailandia y China donde los derechos humanos se violan sistemáticamente.

 

La solución legítima del caso cubano no viene del acuerdo de intereses extranjeros con el gobierno de Cuba. No vino de la mano de Obama, ni vino de Trump, ni vendrá de la mano de Biden. La solución, la única y verdadera, debe partir de nosotros, los cubanos, por medio de una resistencia noviolenta impulsada por una oposición que sepa asumir sus responsabilidades políticas de manera autóctona, sin influencia externas, sin esperar por soluciones venidas de fuera o impulsadas por un exilio tóxico; por una oposición política decidida a captar apoyo y fuerza numérica dentro del pueblo para lanzar el reto, la confrontación con el régimen, de manera inteligente, bien organizada y llevada a cabo por activistas entrenados en las técnicas de la resistencia noviolenta frente a una dictadura. Lo que no significa rechazar un mejoramiento de las relaciones diplomáticas de Estados Unidos con Cuba; sino sacar provecho del mejoramiento de esas relaciones diplomáticas.

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