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sábado, 11 de abril de 2020

JOSE MARTI, CRITERIOS SOBRE EL SOCIALISMO


Mario J. Viera



En uno de sus cuadernos de apuntes Martí anotó: “Socialismo. ─ Lo primero que hay que saber es de qué clase de socialismo se trata, si de la Icaria cristiana de Cabet, o las visiones socráticas de Alcott, o el mutualismo de Prudhomme, o el familisterio de Guisa, o el Colinsismo de Bélgica, o el de los jóvenes Hegelianos de Alemania...” Es que en los tiempos de Martí en Europa aparecieron muchos idealistas, ─ algunos no mencionados por él, como el socialismo reformista y cooperativista de Robert Owen, que fue fuente de inspiración para socialistas utópicos como Cabet, Proudhon, sansimonianos y el oweniano John Minter Morgan, este último el principal ideólogo del socialismo cristiano de Inglaterra ─, que intentaban buscar soluciones para mejorar la vida de los obreros sometidos a largas jornadas de trabajo de hasta 15 y 16 horas diarias, laborando bajo las insalubres condiciones de las fábricas, de humedad y altas temperaturas que propiciaban enfermedades laborales y tuberculosis; con salarios que apenas les alcanzaban para sobrevivir. La explotación del trabajo infantil y de las mujeres en los telares alcanzaba alarmantes proporciones. El obrero carecía de recursos para el reclamo de sus demandas, la única riqueza con la que contaba era su propia fuerza de trabajo y su numerosa prole para ayudarle a soportar las vicisitudes de su vida, participando en las labores fabriles, de aquí el término de proletarios.

En su encíclica Rerum Novarum, el Papa León XIII (20 de febrero de 1878-20 de julio de 1903) en 1891, señalaba las causas del disgusto del proletariado: “Pues, destruido en el pasado siglo los antiguos gremios de obreros, y no habiéndoseles dado en su lugar defensa alguna, por haberse apartado las instituciones y las leyes públicas de la religión de nuestros padres, poco a poco ha sucedido hallarse los obreros entregados, solos e indefensos, por la condición de los tiempos, a la inhumanidad de sus amos y a la desenfrenada codicia de sus competidores. A aumentar el mal, vino la feroz usura: la cual, aunque más de una vez condenada por sentencia de la Iglesia, sigue siempre bajo diversas formas, la misma en su ser, ejercida por hombres avaros y codiciosos. Júntase a esto que la producción y el comercio de todas las cosas está casi todo en manos de pocos, de tal suerte, que unos cuantos hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre la multitud innumerable de proletarios, un yugo que difiere poco de los esclavos”. Esto, enunciado en medio de la fiereza del liberalismo económico fundado sobre el precepto del laissez-faire. “Los postulados del laissez-faire ─ asegura Jorge Polo Blanco ─ cobraron vigor y efectividad en la facticidad de la historia europea del siglo XIX únicamente gracias a la intervención activa, dirigida y consciente de los poderes políticos”.

Y la solución que espíritus compasivos ven para renovar la sociedad y hacerla más humana, la señala Martí en sus notas:bien puede verse ahondando un poco, que todos ellos convienen en una base general, el programa de nacionalizar la tierra y los elementos de producción”. En una crónica que redactara para el periódico argentino La Nación con fecha mayo 16 de 1886 titulada “Grandes motines obreros” Martí expresa: “Ese odio a todo lo encumbrado, cuando no es la locura del dolor, es la rabia de las bestias. Comete un delito, y tiene el alma ruin, el que ve en paz, y sin que el alma se le deshaga en piedad, la vida dolorosa del pobre obrero moderno, de la pobre obrera, en estas tierras frías: es deber del hombre levantar al hombre: se es culpable de toda abyección que no se ayuda a remediar: sólo son indignos de lástima los que siembran a traición, incendio y muerte por odio a la prosperidad ajena”.

Y el 13 de noviembre de 1887 para el mismo periódico redacta su crónica “Un Drama Terrible”, y escribe: “Ni el miedo a las justicias sociales, ni la simpatía ciega por los que las intentan, debe guiar a los pueblos en sus crisis, ni al que las narra. Sólo sirve dignamente a la libertad el que, a riesgo de ser tomado por su enemigo, la preserva sin temblar de los que la comprometen con sus errores. No merece el dictado de defensor de la libertad quien excusa sus vicios y crímenes por el temor mujeril de parecer tibio en su defensa. Ni merecen perdón los que, incapaces de domar el odio y la antipatía que el crimen inspira, juzgan los delitos sociales sin conocer y pesar las causas históricas de que nacieron, ni los impulsos de generosidad que los producen”. Hay delitos sociales, pero hay que considerar por qué se produce la violencia, ese es el principio para buscarle solución inteligente y cauta a la violencia. Es que los “pueblos, como los médicos, han de preferir prever la enfermedad, o curarla en sus raíces, a dejar que florezca en toda su pujanza, para combatir el mal desenvuelto por su propia culpa, con medios sangrientos y desesperados”. ¿Acaso el obrero no merece tener una vida más digna?

El no llama a una revolución social que mejore las condiciones de vida de los obreros, sino que hace un llamado a la cordura para que la ira no se desencadene en desesperación. No habla de socialismo, habla de justicia social.

Cree el obrero tener derecho a cierta seguridad para lo porvenir ─ anota Martí en esta crónica ─, a cierta holgura y limpieza para su casa, a alimentar sin ansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa en los productos del trabajo de que es factor indispensable, alguna hora de sol en que ayudar a su mujer a sembrar un rosal en el patio de la casa, a algún rincón para vivir que no sea un tugurio fétido donde, como en las ciudades de Nueva York, no se puede entrar sin bascas. Y cada vez que en alguna forma esto pedían en Chicago los obreros, combinábanse los capitalistas; castigábanlos negándoles el trabajo que para ellos es la carne, el fuego y la luz; echábanles encima la policía, ganosa siempre de cebar sus porras en cabezas de gente mal vestida; mataba la policía a veces a algún osado que le resistía con piedras, o a algún niño; reducíanlos al fin por hambre a volver a su trabajo, con el alma torva, con la miseria enconada, con el decoro ofendido, rumiando venganza, la miseria enconada, con el decoro ofendido, rumiando venganza”.

En Europa personas conmovidas por la situación terrible en la que vivían los proletarios optaron por la utopía socialista. Algunos inspirados en preceptos bíblicos como Étienne Cabet y su sociedad Icaria, o el socialismo mutualista de Joseph Proudhon quien en 1840 afirmó en su libro “¿Qué es la propiedad?”, declaró: “Yo creo que ni el trabajo, ni la ocupación, ni la ley, pueden engendrar la propiedad, pues ésta es un efecto sin causa. ¿Se me puede censurar por ello? ¿Cuántos comentarios producirán estas afirmaciones? ¡La propiedad es un robo! ¡He aquí el toque de rebato del 93! ¡La turbulenta agitación de las revoluciones!”; o la respuesta revolucionaria de los jóvenes Hegelianos de Alemania, de la cual surgió Karl Marx y su idea del comunismo científico.

Todos los intentos de crear una sociedad socialista fracasarían estrepitosamente.

¿El socialismo es acaso un sistema que conduce al fracaso social, como muchos opinan, y que constituye una forma disimulada de esclavitud? Sí, así aducen muchos, especialmente entre cubanos, que concluyen diciendo que, hasta Martí dijo que el socialismo es la futura esclavitud. Lo malo de esta afirmación es que José Martí jamás dijo tal cosa.

La Futura Esclavitud” es un tratado cuyo autor fue Herbert Spencer, un sociólogo, y antropólogo inglés seguidor de las tesis de Charles Darwin. Martí, en crónica para La América en abril de 1884 hizo una reseña del tratado de Spencer. Ya para estos años en Europa, y en especial en Inglaterra, han ido tomando fuerzas las propuestas de las teorías comunistas que impulsa Karl Marx, y hacia esas teorías, Spencer lanza sus dardos, y a conjurar lo que el mismo ha escuchado decir: “El pueblo no se asusta ya del socialismo, es lo que se oye cada día”.

Martí no es seguidor de eso que él denomina “doctrina socialista”, pero, de entrada, en su reseña, se distancia del autor inglés cuando dice que este, estudia el socialismo “a manera de ciudadano griego que contaba para poco con la gente baja”. Es que todavía “se conserva empinada y como en ropas de lord la literatura inglesa” y su “desdén y señorío” la privan “de aquella más deseable influencia universal a que por la profundidad de su pensamiento y melodiosa forma tuviera derecho”.

Spencer muestra su desdén por aquellos que considera la chusma, en ese que ve “el gran número de desocupados alrededor de las tabernas y la multitud de vagos que atrae cualquier procesión, o representación callejera. Considerando lo numerosos que son en tan poco espacio de terreno, se comprende que decenas de millares deben pulular a través de todo Londres. No tienen trabajo, me dirán. Dígase más bien que no quieren trabajar o que lo abandonan tan pronto como lo empiezan. Son sencillamente parásitos que, de un modo u otro, viven a expensas de la sociedad, vagos y borrachos, criminales y aprendices de criminales, jóvenes que constituyen una carga para sus padres, hombres que se apropian el dinero ganado por sus esposas, individuos que participan de las ganancias de las prostitutas; y, menos visible y numerosa, existe una clase correspondiente de mujeres”. Para Spencer “todo socialismo implica esclavitud”.

Y agrega Martí diciendo: “¿Cómo vendrá a ser el socialismo, ni cómo éste ha de ser una nueva esclavitud? Juzga Spencer como victorias crecientes de la idea socialista (...) esa nobilísima tendencia (...) nacida de todos los pensadores generosos que ven como el justo descontento de las clases llanas les lleva a desear mejoras radicales y violentas, y no hallan más modo natural de curar el daño de raíz que quitar motivo al descontento. Pero esto ha de hacerse de manera que no se troque el alivio de los pobres en fomento de los holgazanes: y a esto sí hay que encaminar las leyes que tratan del alivio, y no a dejar a la gente humilde con todas sus razones de revuelta”. Y esto es “precisamente para hacer innecesario el socialismo”.  

Sin embargo, Spencer es cruel, más que a los que considera holgazanes, descarga su furia sobre todo aquel que es “incapaz de bastarse a sí misma”, algo que olvidó Martí exponer en su reseña de lo dicho por Spencer: “Existe una máxima acerca de la que están acordes el saber popular y el científico ─ anota Spencer en su ensayo ─, y que puede considerarse como la autoridad más elevada. El mandamiento: comerás el pan con el sudor de tu frente es sencillamente una enunciación cristiana de una ley universal de la Naturaleza, y a la que debe la vida su progreso. Por esta ley, una criatura incapaz de bastarse a sí misma debe perecer: la única diferencia es que la ley que en un caso se impone artificialmente, en el otro caso es una necesidad natural. Y, sin embargo, este principio de la religión que la ciencia tan claramente justifica, es el que los cristianos parecen menos dispuestos a aceptar. El sentir general es que el sufrimiento no debía existir y que la sociedad es culpable de que exista”.

Y he aquí el tema principal: “So pretexto de socorrer a los pobres – dice Spencer – sácanse tantos tributos, que se convierte en pobres a los que no lo son (...) Si los pobres se habitúan a pedirlo todo al Estado cesarán a poco de hacer esfuerzo alguno por su subsistencia, a menos que no se los allane proporcionándoles labores el Estado”.

Ya se auxilia a los pobres en mil formas. Ahora se quiere que el gobierno les construya edificios ─ es lo que Spencer dice ─. Se pide que, así como el gobierno posee el telégrafo y el correo, posea los ferrocarriles”. Spencer cree ─ así lo dice Martí ─ que cuando “el Estado se haga constructor, como que los edificadores sacarán menos provecho de las casas, no fabricarán, y vendrá a ser el fabricante único el Estado”; argumento este que Martí considera “no se tiene bien sobre sus pies”, aunque sea el argumento de alguien tan formidable como Spencer. Así mismo, Spencer considera que el “día en que se convierta el Estado en dueño de los ferrocarriles, [propuesta que según Spencer es “el lamento que levantaron muchos políticos y publicistas, (y) es recogido de nuevo por la Federación Democrática que propone una expropiación de los ferrocarriles, con compensación o sin ella] usurpará todas las industrias relacionadas con estos, y se entrará a rivalizar con toda la muchedumbre diversa de industriales”; pero para Martí, este “raciocinio, no menos que el otro, tambalea, porque las empresas de ferrocarriles son pocas y muy contadas, que por sí mismas elaboran los materiales que usan”.

Martí, en este caso no concuerda con Herbert Spencer, porque este considera que esas intervenciones del Estado son “causadas por la marea que sube, e impuestas por la gentualla que las pide”, haciendo olvido de que ese “loabilísimo y sensato deseo de dar a los pobres casa limpia, que sanea a la par el cuerpo y la mente, no hubiera nacido en los rangos mismos de la gente culta, sin la idea indigna de cortejar voluntades populares; y como si esa otra tentativa de dar los ferrocarriles al Estado no tuviera, con varios inconvenientes, altos fines moralizadores; tales como el de ir dando de baja los juegos corruptores de la bolsa, y no fuese alimentada en diversos países, a un mismo tiempo, entre gentes que no andan por cierto en tabernas ni tugurios”.

Martí le reconoce a Spencer con fundamento su temor de que, “al llegar a ser tan varia, activa y dominante la acción del Estado, habría este de imponer considerables cargas a la parte de la nación trabajadora en provecho de la parte páupera. Martí le reconoce como verdad “que si llegare la benevolencia a tal punto que los páuperos no necesitasen trabajar para vivir – a lo cual jamás podrán llegar –, se iría debilitando la acción individual, y gravando la condición de los tenedores de alguna riqueza, sin bastar por eso a acallar las necesidades y apetitos de los que no la tienen”. ¿Qué hay que temer el cúmulo de leyes adicionales y más extensas para cumplir esos propósitos? Sí, así lo entiende Martí; “pero esto viene ─ anota Martí ─ de que se quieren legislar las formas del mal, y curarlo en sus manifestaciones; cuando en lo que hay que curarlo es en su base, la cual está en el enlodamiento, agusanamiento y podredumbre en que viven las gentes bajas de las grandes poblaciones, y de cuya miseria – con costo que no alejaría por cierto del mercado a constructores de casas de más rico estilo, y sin los riesgos que Spencer exagera – pueden sin duda ayudar mucho a sacarles las casas limpias, artísticas, luminosas y aireadas que con razón se trata de dar a los trabajadores, por cuanto el espíritu humano tiene tendencia natural a la bondad y a la cultura, y en presencia de lo alto, se alza, y en la de lo limpio, se limpia. A más que, con dar casas baratas a los pobres, trátase sólo de darles habitaciones buenas por el mismo precio que hoy pagan por infectas casucas”. Pero Spencer construye ─ dice Martí ─ ese “edificio venidero, de veras tenebroso, y semejante al de los peruanos antes de la conquista y al de la Galia cuando la decadencia de Roma, en cuyas épocas todo lo recibía el ciudadano del Estado, en compensación del trabajo que para el Estado hacía el ciudadano” sobre las bases de las demandas exageradas de los radicales y de la Federación Democrática (o Federación Socialdemocrática, un partido político británico, la primera organización política socialista de Gran Bretaña, fundada por Henry Hyndman, cuya primera reunión se celebró el 7 de junio de 1881 y que fuera el antecedente del Partido Laborista inglés)

Ese tenebroso edificio es el Estado rigiendo el socialismo como sistema, como régimen. “Como todas las necesidades públicas vendrían a ser satisfechas por el Estado, adquirirían los funcionarios entonces la influencia enorme que naturalmente viene a los que distribuyen algún derecho o beneficio”. El poder absoluto del Estado: “El hombre que quiere ahora que el Estado cuide de él para no tener que cuidar él de sí, tendría que trabajar entonces en la medida, por el tiempo y en la labor que pluguiese al Estado asignarle (...) De ser siervo de sí mismo ─ lo dice Martí, no Spencer ─, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios”. Spencer define la esclavitud diciendo: “¿En qué consiste esencialmente la esclavitud? En principio, pensamos que es esclavo un hombre que es poseído por otro. Sin embargo, para que la posesión no sea puramente nominal debe demostrarse en la práctica por un control de las acciones del esclavo, control que se ejerce habitualmente en beneficio del dueño”. De manera contundente Martí lo redefine: Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio sobre él; y en ese sistema socialista dominaría la comunidad al hombre, que a la comunidad entregaría todo su trabajo”. En ese sistema socialista, “con semejante socialismo”, el inspirado por las ideas comunistas e impuesto por el Estado, que no es socialismo, sino dominio del Estado sobre los ciudadanos: “El funcionarismo autocrático abusará de la plebe cansada y trabajadora. Lamentable será, y general, la servidumbre”. Es el “socialismo” que inspiran los gobiernos comunistas.

Y concluye Martí la reseña diciendo: “Y en todo este estudio apunta Herbert Spencer las consecuencias posibles de la acumulación de funciones en el Estado, que vendrían a dar en esa dolorosa y menguada esclavitud...” No discrepa Martí con lo que Spencer denuncia y advierte, el peligro de un Estado inflado, cargado de burócratas: “¡Mal va un pueblo de gente oficinista!”, sin embargo, Martí reclama que Spencer no señala con igual energía, al echar en cara a los páuperos su abandono e ignominia, los modos naturales de equilibrar la riqueza pública dividida con tal inhumanidad en Inglaterra, que ha de mantener naturalmente en ira, desconsuelo y desesperación a seres humanos que se roen los puños de hambre en las mismas calles por donde pasean hoscos y erguidos otros seres humanos que con las rentas de un año de sus propiedades pueden cubrir a toda Inglaterra de guineas”. Y cierra su reseña diciendo: “Nosotros diríamos a la política: ¡Yerra, pero consuela! Que el que consuela, nunca yerra”. Parece que con esto José Martí lo dejó todo en claro.

La cuestión obrera y la justicia social no dejó de estar presente en la visión martiana. El 2 de febrero de 1887 en carta para el Director de La Nación (Escenas Norteamericanas), dice Martí: “Menos huelgas habría o durarían menos, si los que las provocan por su injusticia no agravaran las razones de ellas con sus aires altivos, o con alardes de fuerza que enconan la herida de los que ya están cansados de ver ejercitada sobre ellos la fuerza ajena, y entran en el conocimiento y voluntad de su fuerza propia. (...) No es esta o aquella huelga particular lo que importa, sino la condición social que a todas las engendra. Esta condición debe ser, primero, puesta en claro, y después si resulta tan funesta como se cree, debe ser cambiada. Cámbiesela en acuerdo con las razones concretas de ella, poniendo el remedio donde está el mal, y no conforme a teorías abstrusas o sistemas sentimentales, tan perniciosos en su aplicación como respetables por su origen. (...) ¡Ah! Así como los jueces debieran vivir un mes como penados en los presidios y cárceles para conocer las causas reales y hondas del crimen y dictar sentencias justas, así los que deseen hablar con juicio sobre la condición de los obreros deben apearse a ellos, y conocer de cerca su miseria”.   

En crónica para La Nación con fecha 29 de marzo [de 1883] José Martí en una parte de la misma reseña los honores que a Karl Marx, le rindieron a su muerte organizaciones obreras.

Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros. Mas se ha de hallar salida a la indignación, de modo que la bestia cese, sin que se desborde, y espante. (...) La Internacional fue su obra: vienen a honrarlo hombres de todas las naciones. (...) Karl Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos. Pero anduvo de prisa, y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa”.  

Los voceros del castrismo no ahorran páginas para tratar de demostrar que José Martí no había conocido los trabajos de Marx, que, de haberlo hecho, él habría abrazado al marxismo. Esta afirmación carece de todo fundamento. Martí enjuicia a Marx en los puntos esenciales que aparecen en el Manifiesto Comunista. No está confirmado que Martí hubiera leído el Manifiesto, pero tampoco se puede afirmar categóricamente que no haya tenido acceso al mismo. Hay que tener en cuenta que desde 1871 circulaba en Estados Unidos una traducción en inglés de ese documento. Martí, queda demostrado, ya se había interesado en conocer sobre “las doctrinas socialistas”, como puede verse en las notaciones que al respecto hiciera en Sus Cuadernos de Apuntes, por lo que no es de dudar que se hubiera interesado en buscar información sobre el marxismo y mucho más después de su lectura del ensayo de Herbert Spencer.

Martí, no obstante, era de ideas liberales; el principio que podría organizar a las sociedades modernas, es el liberal, tal como pensaba el liberal venezolano Cecilio Acosta y que Martí toma para sí mismo. A la muerte de Acosta, 8 de julio de 1881, escribe en la Revista Venezolana ─ un empeño periodístico suyo ─ refiriéndose a este: Anhelaba que cada uno fuese autor de sí, no hormiga de oficina, ni momia de biblioteca, ni máquina de interés ajeno: “el progreso es una ley individual, no ley de los Gobiernos”: “la vida es obra”. Cerrarse a la ola nueva por espíritu de raza, o soberbia de tradición, o hábitos de casta, le parecía crimen público. Abrirse, labrar juntos, llamar a la tierra, amarse, he aquí la faena: “el principio liberal, es el único que puede organizar las sociedades modernas y asentarlas en su caja”. Una posición apartada de los principios del socialismo. Este ensayo de Martí encendió las iras del despótico dictador Antonio Guzmán Blanco que le expulsa de Venezuela.

Del cotejo de la obra escrita de Martí no podemos concluir que, ni explícita o implícitamente, aprobara o rechazara de plano el socialismo. Él vio dos peligros inmersos dentro de la idea socialista y se lo hace notar a su amigo Fermín Valdés Domínguez en carta que le escribiera con fecha mayo de 1894: “Dos peligros tiene la idea socialista. como tantas otras: ─ el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas: ─ y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados”. Y en este aspecto no se equivocó como lo ha demostrado la historia. “Pero en nuestro pueblo ─ agrega ─ no es tanto el riesgo, como en sociedades más iracundas, y de menos claridad natural: explicar será nuestro trabajo, y liso y hondo, como tú lo sabrás hacer: el caso es no comprometer la excelsa justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla”. ¿Excelsa justicia? ¿Métodos equivocados de pedirla? Pero él está advirtiendo en contra de los “peligros que tiene la idea socialista”. Luego, concluye: “Y siempre con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa”.

Pero él ha rechazado las propuestas comunistas de Karl Marx; las del socialismo industrial ordenado por los sabios y los industriales, los obreros, fabricantes, mercaderes y banqueros de Saint-Simon, y el anarquismo de Bakunin: “Cada pueblo se cura conforme a su naturaleza, que pide diversos grados de la medicina, según falte éste u otro factor en el mal, o medicina diferente. Ni Saint-Simon, ni Karl Marx, ni Marlo, ni Bakunin. Las reformas que nos vengan al cuerpo. Asimilarse lo útil es tan juicioso, como insensato imitar a ciegas”. De todas las corrientes sociales, lo que Martí propones es asimilar lo que en ellas haya de útil y aplicables a las condiciones del país. Martí expresa su concepto etnocentrista en esta expresión: Las reformas que nos vengan al cuerpo”. Y este criterio lo repite en el discurso que pronuncia en el Liceo Cubano en Tampa, el 26 de noviembre de 1991: “Con esta libertad real y pujante (...) han de contar más los políticos de carne y hueso que con esa libertad de aficionados que aprenden en los catecismos de Francia o de Inglaterra, los políticos de papel. Hombres somos, y no vamos a querer gobiernos de tijeras y de figurines, sino trabajo de nuestras cabezas, sacado del molde de nuestro país. Y la idea etnocentrista es retomada en el Manifiesto de Montecristi: “Desde sus raíces se ha de constituir la patria con formas viables, y de sí propia, nacidas, de modo que un gobierno sin realidad ni sanción no la conduzca a las parcialidades o a la tiranía.

Y su etnocentrismo para el Gobierno, lo repite y lo refuerza en Nuestra América, el formidable ensayo suyo que fuera publicado en La Revista Ilustrada de Nueva York, Estados Unidos, el 10 de enero de 1891, y en El Partido Liberal, México, el 30 de enero de 1891. Un ensayo que algunos desdeñosos han creído ver una denuncia de Martí al liberalismo decimonónico, y otros, por interés ideológico, le ven como expresión acabada del antimperialismo martiano con respecto a los Estados Unidos. Acaso no son coincidentes la expresión martiana de “Asimilarse lo útil es tan juicioso, como insensato imitar a ciegas”, con esta enunciada en Nuestra América: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”; o esta otra del mismo ensayo: “El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”; o estas otras frases: “El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que. si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república”.

No se trata de copiar de forma mecánica lo que se hace y se practica en otras tierras: “Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España”. En la América de finales del siglo XIX, todavía subsistían las prácticas del coloniaje derrotado por las guerras de independencia:La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros –de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas”.

Toda la obra escrita de José Martí está marcada con un sentido de justicia social. En el citado discurso dice:yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre: envilece a los pueblos desde la cuna el hábito de recurrir a camarillas personales (...) ¡cerrémosle el paso a la república que no venga preparada por medios dignos del decoro del hombre, para el bien y la prosperidad de todos los cubanos! (...) ¡No desconozca el pudiente el poema conmovedor, y el sacrificio cruento, del que se tiene que cavar el pan que come; de su sufrida compañera, coronada de corona que el injusto no ve; de los hijos que no tienen lo que tienen los hijos de los otros por el mundo! ¡Valiera más que no se desplegara esa bandera de su mástil, si no hubiera de amparar por igual a todas las cabezas!” Y en Nuestra América, reclama: “Con los oprimidos había que hacer una causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”.

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