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lunes, 10 de junio de 2019

Pinchazos y dudas, ciencia ficción y realidad.



Tania Quintero

Ya no creo en nada o casi nada de la oposición cubana, a no ser cuando un disidente fallece por culpa del régimen, como Miguel Valdés Tamayo en 2007 y Orlando Zapata Tamayo en 2010. Los dos eran negros, pero a pesar de sus apellidos Tamayo, no estaban emparentados.
Sobre esos pinchazos recientes a Antonio G. Rodiles y su mujer, Ailer González, todo indica que forman parte de la misma serie de aguijonazos que la policía política desde hace un tiempo viene realizando a Damas de Blanco y activistas de derechos humanos.
Cuando Rihanna estuvo en La Habana, un fotógrafo cubano que trabaja para una agencia extranjera también fue pinchado, para que no tomara fotos de la cantante, aunque en este caso deben haberlo hecho guardaespaldas privados. Pero que se sepa, a ninguno de los pinchados hasta la fecha en Cuba, les ha pasado nada.
Y nadie había viajado a Miami, a hacerse un chequeo médico para cerciorarse de que no le inocularon una sustancia mortal, como sí le hicieron al escritor búlgaro Georgi Markov, en 1978, en Londres. Veintiocho años después, con el ruso Alexander Litvinenko, ex oficial fugitivo de la KGB, fueron más sofisticados: le echaron polonio radioactivo a un té que se tomó en un hotel londinense.
Volviendo a Cuba. A mí me dejó con dudas la muerte de Laura Pollán, en 2011. Dicen que le cortaron un mechón de pelo para mandarlo a analizar, pero como la incineraron, todo se quedó en sospechas. En 2012, lo de Oswaldo Payá tiene indicios de haber sido un accidente provocado.
Tal vez me equivoque, pero en estos momentos, el régimen no se siente amenazado por los actuales grupos disidentes: ninguno es capaz de movilizar miles de personas, organizar sindicatos poderosos o asociaciones nacionales de artistas, escritores e intelectuales.
En La misión, relato de ciencia ficción publicado en el blog Desde La Habana, luego de narrar diversas maneras empleadas por la Seguridad del Estado para eliminar disidentes y periodistas independientes, Iván García ponía en boca de un seguroso:   
“Cuando no exista gente molesta, empezará el cambio. Crearemos varios partidos opositores y en las provincias de La Habana y Matanzas, por su cercanía con Varadero, habrá un sistema capitalista. El que quiera vivir en el capitalismo no tendrá que lanzarse al mar, pide permiso a una comisión que a tal efecto crearemos y en 90 días le darán respuesta. Cuba será un país con dos sistemas, como China. Habrá juego democrático, estado de derecho, poder legislativo y oposición, todo bien controlado por nosotros. Nos haremos socios comerciales de Estados Unidos, y Obama, o el que esté en la presidencia, tendrá que levantar el bloqueo. Un plan perfecto”.
Ciencia ficción aparte, creo que esas diversas maneras de matar relatadas en La misión, más que a una disidencia débil y sin poder de convocatoria, el régimen las emplearía contra aquéllos que dentro de sus propias filas intenten serrucharles el piso. No olvidar que el castrismo, directa o indirectamente, ha estado detrás de la muerte, por suicidio, accidente o fusilamiento, de hombres y mujeres con grandes historiales revolucionarios.
Además de no tener arraigo popular, la disidencia cubana se ha convertido en un ‘bisne’, últimamente competitivo, con la aparición de nuevos grupos con nuevos llamamientos y planes para presentar a los americanos y obtener Grants. Según he sabido, hay disidentes que en eso son supercreativos y en la antigua Sección de Intereses, a menudo presentaban proyectos que les reportara Money. Me imagino que ahora, al ser Embajada, presentarán muchos más proyectos.
Para que los dólares no dejen de llegar, los disidentes tienen que inventar, exagerar, hacer paripés y tratar de estar siempre en el candelero, con entrevistas y declaraciones a los medios, sobre todo los de la Florida, que es de donde procede buena parte de los fulas.
El día que los disidentes dejen de estar pegados a la teta del dinero, proceda de una vaca americana o europea, es cuando se sabrá quiénes son los que de verdad están dispuestos a acabar con la autocracia verde olivo e instaurar en la isla una sociedad desarrollada, democrática, tolerante, con libertad de expresión y reunión, y respetuosa hacia los seres humanos y el medio ambiente.
Los disidentes debieran dejarse de tantas fotos y videos y de tanta viajadera al exterior. Debieran proponerse crecer, dejar de ser cuatro gatos. Sumar ciudadanos, acercándose a ellos en sus vecindarios, escuchando sus problemas y necesidades. Y a partir de ahí, pedir reivindicaciones realistas y concretas: más comida, más viviendas, más transporte público, mejores salarios, mejores hospitales, mejores escuelas e internet para todos (y no conexiones limitadas y costosas como ese wifi en calles y parques), entre otras.
Quienes recorren sus barrios y hacen colas en panaderías, bodegas, carnicerías, cogen guaguas y ven cómo viven los que no reciben remesas, saben bien que a la gente no le importa si hay presos políticos y si se respetan o no los derechos humanos.
Porque lo que la gente quiere es poder desayunar, almorzar y comer como dios manda. Que en su casa no falte jabón, desodorante, champú, detergente… Vestirse decentemente y usar zapatos cómodos. Mejorar su vida después de 57 años de escasez y penurias, que es lo que el barco Hermanos Castro ha traído al pueblo cubano.
Tania Quintero

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