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jueves, 27 de junio de 2019

Comentado sobre la resistencia en Cuba (III)



Liderazgo

Sin líderes no puede haber debate o lucha política. El liderazgo no se impone, se gana. Ángel Villegas Cruz en un artículo de Maestría para la Universidad ICES señala acertadamente: “Un líder busca lograr un objetivo, y para ello necesita gente, y para que la gente lo siga los tiene que influenciar de alguna forma”. Primera condición del liderazgo: ejercer influencia “dentro o con respecto a un grupo y encaminado a una meta, sea cual sea esta[1]. El líder capaz de influenciar en la conducta de otros tiene que destacarse en primer lugar por sus actitudes personales, por sus actos y por sus propuestas. Posee además la capacidad de mirar a largo plazo y de estimular a otros en la búsqueda de objetivos ambiciosos; quien carezca de “visión de futuro” jamás llegará a ser un líder. Pero esa visión de futuro; esa capacidad de ver a largo plazo se expresa en objetivos realizables no en meras fantasías; en prever lo que es realizable dentro de determinadas condiciones concretas. El líder se muestra firme en la consecución de los objetivos, pero debe tener también la capacidad de ser flexible y, tal como recomiendan algunas clases sobre liderazgo, se debe tener en cuenta que “el líder que se atrinchera en sus posiciones está llamado al fracaso y además daría una muestra de soberbia que le llevaría a perder la simpatía del grupo”. Y la soberbia es la condición básica que define a un falso líder el de ser aquel que se cree como el poseedor de la verdad, “que no escucha, no pide consejos, no acepta otros puntos de vista, no sabe reconocer sus errores, no reconoce sus propias limitaciones”.  

En la oposición cubana muchos se reportan como “líderes” y, no obstante, apenas son conocidos al interior del país. En el exterior se conocen sus proyectos y sus propuestas políticas, pero estos proyectos y estas propuestas son prácticamente desconocidos entre la población de la isla; por tanto, no tienen influencia en la opinión pública, no generan voluntad política, o como lo define Hermann Heller[2], no constituyen “juicios que sirven como armas para la lucha política o para conseguir prosélitos políticos”. 

Para el ejercicio del liderazgo se requiere pasión, inteligencia o, si se quiere, astucia, talento oratorio o expresión clara, confianza en sí mismo, y en sus propuestas, fuerza de voluntad, y disciplina. El líder ha de mostrarse como idealista y emotivo y ser capaz de captar lo que preocupa principalmente a la población actuando como vocero de esas preocupaciones y como conductor de las aspiraciones populares y, al mismo tiempo ser capaz de priorizar las tareas de acuerdo con su importancia. “El liderazgo se manifiesta de diversas formas ─ asegura Villegas Cruz ─, pero la más notoria es por el número de seguidores que mueven a otros hacia sus postulados”.

Sin captar la atención nacional, sin ganar prosélitos para las filas opositoras, ningún proyecto político que se elabore puede recibir el necesario impulso. La influencia sobre el colectivo es la marca del liderazgo y al igual que este no se impone, sino que se tiene que ganar, así la influencia no es don divino, sino que tiene que ser ganada en la opinión pública.

Una definición del liderazgo político lo ofrece la Biblioteca Católica Digital, diciendo que, por liderazgo político se entiende “el conjunto de actividades, relaciones y comunicaciones interpersonales, que permiten a un ciudadano movilizar personas (…) de manera voluntaria y consciente, para que logren objetivos socialmente útiles”. Por otra parte, Santiago Delgado Fernández señala que “sólo existe liderazgo cuando alguien es capaz de focalizar las expectativas del grupo o, de fijar unas metas hasta ese momento poco definidas[3]. Es decir, bajo ambos criterios, se trata de la capacidad de influir. Esto finalmente se denomina autoridad, elemento fundamental que debe estar presente en un líder y, esa autoridad de los líderes, tal como le ha visto Václav Havel, “debiera brotar de su personalidad y no de su posición en la escala jerárquica; debieran estar dotados de un gran crédito personal y de una gran competencia fundada en aquel”.

Una tarea de todo modo imprescindible de la oposición en medio de la lucha noviolenta es ganarse la opinión pública. Porque, como bien expone Heller,[4]la enorme importancia de la opinión pública consiste en que, en virtud de su aprobación o desaprobación, asegura aquellas reglas convencionales que son la base de la conexión social y de la unidad estatal”. Ahora bien, como esa expresión busca siempre causar impresión, combatir o ganar, todos (los medios por los cuales se exprese) se hallan sometidos a las leyes de la agitación, de la lucha y del engaño. Entendiéndose por engaño, no la mentira dirigida a la población, sino la aplicación del arte de la distracción del contrario, de modo que no esté en condiciones de colegir las intenciones y los propósitos perseguidos por aquellos que se le oponen. Es el arte de la guerra de guerrillas adecuado a la lucha política de la resistencia noviolenta: el guerrillero es cual un fantasma que hace una emboscada, golpea al enemigo y de inmediato cambia de lugar.

Ganar la opinión pública nacional para asegurar la aprobación de las propuestas opositoras y el rechazo a los postulados del poder gubernamental. En la batalla por la conquista de la opinión pública no se puede perder de vista que el gobierno cuenta con poderosos medios para influir en la opinión pública sin escatimar en recursos de agitación política y de engaño. Esta es la primera gran batalla que deberá ganar la oposición, su gran prueba de fuego, donde se han de poner en tensión todas las capacidades de los activistas opositores y del concurso del imprescindible Movimiento de Apoyo Cívico. Ganar la opinión pública firme y permanente, por cuanto es opinión de voluntad racional, es asegurar el liderazgo.

Citaré lo que Hermann Heller[5] considera como opinión pública:

La opinión pública, tal como nosotros la entendemos, es opinión de voluntad política en forma racional, por lo cual no se agota nunca en la primera imitación y el contagio psicológico colectivo. (…) Esta opinión pública relativamente firme y permanente ha de diferenciarse de la fluctuante opinión política de cada día. Sólo la opinión pública firme posee, en su juicio, cierto carácter unitario y constante, frente a lo cual la fluctuante opinión de cada día es considerada, en la mayoría de los casos acertadamente, como veleidosa, crédula y contradictoria. Sin embargo, no puede negarse que las fronteras entre ambos estados de agregación son, en la realidad, imprecisas.

No obstante, Heller hace una aclaración que no puede perderse de vista a la hora de luchar por ganar la opinión pública, la influencia de los juicios y prejuicios afirmados dentro de la conciencia social:

Los juicios y prejuicios que han cobrado firmeza constituyen, de ordinario, la base de las opiniones de cada día y éstas, a su vez renuevan y transforman las firmes opiniones de voluntad.  

En el caso particular de la lucha contra la dictadura totalitaria de Cuba hay que tener en cuenta los juicios derrotistas que se presentan dentro de gran parte de la población, tales como el decir, “ellos se hicieron del poder por las armas y solo pueden ser expulsados por las armas”; “todos los grupos opositores están penetrados por la seguridad del Estado”; “la única solución es la emigración”; “no me interesa la política”; etc. Una manifestación de derrotismo está en la creencia de que basta el embargo que Estados Unidos mantiene sobre el castrismo, será el medio eficaz y cómodo para provocar la caía del régimen del Partido Comunista. Esta convicción ─ por demás errada ─ conduce a un estado de inacción, de conformismo y de apatía. El embargo, con sus leyes que le hacen más riguroso, como la denominada Helms-Burton, ha estado presente desde la época de John F. Kennedy con resultados que, ciertamente, han ocasionado trastornos económicos al régimen castrista, pero no le ha conmocionado hasta hacerle caer en una crisis de gobernabilidad. Las sanciones económicas y diplomáticas ejercidas de manera unilateral por un determinado país no impactan de manera significativa en la capacidad de sobrevivencia de un régimen totalitario. Sanciones económicas y diplomáticas promovidas por una coalición de naciones sí pueden llevar a una dictadura hasta el despeñadero. Pero, para que esa coalición de naciones se decida a imponer tales sanciones, se requiere, que antes, en el país afectado se haya producido un movimiento de resistencia de gran intensidad enfrentado a violentas represiones.

El movimiento opositor no debe acomodarse en la creencia de que el embargo estadounidense será el definitivo para el desplome de la dictadura castrista y deberá enfocarse en la organización de los preparativos para iniciar la confrontación noviolenta, considerando el factor externo solo como una contingencia de relativo auxilio. La decisión solo puede ser una, no acogerse a la tradición de resistencia armada de Cuba y decidirse por el reto de la confrontación no violenta.

A propósito, es bueno reproducir la opinión de Stephen Zunes[6] referente a las ventajas que proporciona la acción no violenta en contraposición a las de la opción armada. Señala Zunes que un “efecto de los movimientos no armados es que aumentan la probabilidad de deserciones y promueven la falta de cooperación de oficiales desmotivados de las fuerzas militares y de la policía, mientras que las revueltas armadas legitiman el poder de coacción del gobierno, lo que refuerza su auto percepción como protector de la sociedad civil. El poder moral de la no violencia es sumamente importante para la capacidad del movimiento de oposición de generar un nuevo contexto en la percepción de los segmentos claves de la población ─ público general, élites políticas y militares –que incluso no tienen ningún reparo en apoyar el uso de la violencia en contra de insurrecciones violentas”.

De acuerdo con Gene Sharp, ser líder “significa ser portavoz, ofrecer, organizar, e implementar soluciones. Puede haber un liderazgo ejercido por un grupo o comité, puede ser individual o una combinación de éstos[7].

El liderazgo que debe buscar la oposición ha de ser, en lo fundamental, un liderazgo orgánico. La organización opositora actuando como conductora de todo el movimiento de lucha noviolenta, influyendo en la opinión nacional con argumentos movilizadores, con propuestas que den respuestas a las inquietudes de la población, y al mismo tiempo colocando en posiciones de dirección a activistas con actitudes de liderazgo. Liderazgo vertical y liderazgo horizontal en rechazo a la tentación de entregar toda la conducción de la lucha en manos de un máximo líder carismático y mesiánico. El fundamento del liderazgo horizontal se encuentra en la especialización de tareas tales como la actividad sindical, el trabajo entre la juventud y los estudiantes y el movimiento campesino.


[1] Northouse, P. G. (2001): Leadership. Theory and Practice, 2ª Ed. Sage Publications, Inc. Thousand Oaks, London, New Delhi. Cit. por Santiago Delgado Fernández. SOBRE EL CONCEPTO Y EL ESTUDIO DEL LIDERAZGO POLÍTICO. Universidad de Granada, Psicología Política, Nº 29, 2004, 7-29
[2] Hermann Heller, Teoría del Estado, México, Fondo de Cultura Económica, 1982
[3] Santiago Delgado Fernández. SOBRE EL CONCEPTO Y EL ESTUDIO DEL LIDERAZGO POLÍTICO. Universidad de Granada, Psicología Política, Nº 29, 2004, 7-29
[4] Hermann Heller. Op. Cit.
[5] Hermann Heller. Op. Cit.
[6] Stephen Zunes. El poder de los movimientos populares no violentos
[7] Gene Sharp. Cómo Funciona la Lucha Noviolenta. Obra condensada de The Politics of Nonviolent Action. The Albert Einstein Institution, 2014  

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