Liderazgo
Sin líderes no puede haber debate o lucha
política. El liderazgo no se impone, se gana. Ángel Villegas Cruz en un
artículo de Maestría para la Universidad ICES señala acertadamente: “Un líder busca lograr un objetivo, y para
ello necesita gente, y para que la gente lo siga los tiene que influenciar de alguna forma”. Primera condición
del liderazgo: ejercer influencia “dentro
o con respecto a un grupo y encaminado a una meta, sea cual sea esta”[1]. El líder capaz de
influenciar en la conducta de otros tiene que destacarse en primer lugar por
sus actitudes personales, por sus actos y por sus propuestas. Posee además la
capacidad de mirar a largo plazo y de estimular a otros en la búsqueda de
objetivos ambiciosos; quien carezca de “visión de futuro” jamás llegará a ser
un líder. Pero esa visión de futuro; esa capacidad de ver a largo plazo se
expresa en objetivos realizables no en meras fantasías; en prever lo que es
realizable dentro de determinadas condiciones concretas. El líder se muestra
firme en la consecución de los objetivos, pero debe tener también la capacidad
de ser flexible y, tal como recomiendan algunas clases sobre liderazgo, se debe
tener en cuenta que “el líder que se
atrinchera en sus posiciones está llamado al fracaso y además daría una muestra
de soberbia que le llevaría a perder la simpatía del grupo”. Y la soberbia
es la condición básica que define a un falso líder el de ser aquel que se cree
como el poseedor de la verdad, “que no
escucha, no pide consejos, no acepta otros puntos de vista, no sabe reconocer
sus errores, no reconoce sus propias limitaciones”.
En la oposición cubana muchos se reportan
como “líderes” y, no obstante, apenas son conocidos al interior del país. En el
exterior se conocen sus proyectos y sus propuestas políticas, pero estos
proyectos y estas propuestas son prácticamente desconocidos entre la población
de la isla; por tanto, no tienen influencia en la opinión pública, no generan
voluntad política, o como lo define Hermann Heller[2],
no constituyen “juicios que sirven como
armas para la lucha política o para conseguir prosélitos políticos”.
Para el ejercicio del liderazgo se
requiere pasión, inteligencia o, si se quiere, astucia, talento oratorio o
expresión clara, confianza en sí mismo, y en sus propuestas, fuerza de
voluntad, y disciplina. El líder ha de mostrarse como idealista y emotivo y ser
capaz de captar lo que preocupa principalmente a la población actuando como
vocero de esas preocupaciones y como conductor de las aspiraciones populares y,
al mismo tiempo ser capaz de priorizar las tareas de acuerdo con su
importancia. “El liderazgo se manifiesta
de diversas formas ─ asegura Villegas Cruz ─, pero la más notoria es por el número de seguidores que mueven a otros
hacia sus postulados”.
Sin captar la atención nacional, sin ganar
prosélitos para las filas opositoras, ningún proyecto político que se elabore
puede recibir el necesario impulso. La influencia sobre el colectivo es la
marca del liderazgo y al igual que este no se impone, sino que se tiene que
ganar, así la influencia no es don divino, sino que tiene que ser ganada en la
opinión pública.
Una definición del liderazgo político lo
ofrece la Biblioteca Católica Digital, diciendo que, por liderazgo político se
entiende “el conjunto de actividades,
relaciones y comunicaciones interpersonales, que permiten a un ciudadano
movilizar personas (…) de manera
voluntaria y consciente, para que logren objetivos socialmente útiles”. Por
otra parte, Santiago Delgado Fernández señala que “sólo existe liderazgo cuando alguien es capaz de focalizar las
expectativas del grupo o, de fijar unas metas hasta ese momento poco definidas”[3]. Es decir, bajo ambos
criterios, se trata de la capacidad de influir. Esto finalmente se denomina
autoridad, elemento fundamental que debe estar presente en un líder y, esa
autoridad de los líderes, tal como le ha visto Václav Havel, “debiera brotar de
su personalidad y no de su posición en la escala jerárquica; debieran estar
dotados de un gran crédito personal y de una gran competencia fundada en aquel”.
Una tarea de todo modo imprescindible de
la oposición en medio de la lucha noviolenta es ganarse la opinión pública.
Porque, como bien expone Heller,[4] “la enorme importancia de la
opinión pública consiste en que, en
virtud de su aprobación o desaprobación, asegura aquellas reglas convencionales que son la base de la conexión social y
de la unidad estatal”. Ahora bien, “como esa
expresión busca siempre causar impresión, combatir o ganar, todos (los
medios por los cuales se exprese) se hallan sometidos a las leyes de la agitación, de la lucha y del engaño”.
Entendiéndose por engaño, no la mentira dirigida a la población, sino la
aplicación del arte de la distracción del contrario, de modo que no esté en
condiciones de colegir las intenciones y los propósitos perseguidos por
aquellos que se le oponen. Es el arte de la guerra de guerrillas adecuado a la
lucha política de la resistencia noviolenta: el guerrillero es cual un fantasma
que hace una emboscada, golpea al enemigo y de inmediato cambia de lugar.
Ganar
la opinión pública nacional para asegurar la aprobación de las propuestas
opositoras y el rechazo a los postulados del poder gubernamental. En la batalla
por la conquista de la opinión pública no se puede perder de vista que el
gobierno cuenta con poderosos medios para influir en la opinión pública sin
escatimar en recursos de agitación política y de engaño. Esta es la primera
gran batalla que deberá ganar la oposición, su gran prueba de fuego, donde se
han de poner en tensión todas las capacidades de los activistas opositores y
del concurso del imprescindible Movimiento de Apoyo Cívico. Ganar la opinión
pública firme y permanente, por cuanto es opinión de voluntad racional, es
asegurar el liderazgo.
Citaré
lo que Hermann Heller[5]
considera como opinión pública:
La opinión pública, tal
como nosotros la entendemos, es opinión
de voluntad política en forma racional, por lo cual no se agota nunca en la
primera imitación y el contagio psicológico colectivo. (…) Esta opinión pública relativamente firme y
permanente ha de diferenciarse de la fluctuante opinión política de cada día. Sólo la opinión pública firme posee, en su
juicio, cierto carácter unitario y constante, frente a lo cual la fluctuante
opinión de cada día es considerada, en la mayoría de los casos acertadamente,
como veleidosa, crédula y contradictoria. Sin embargo, no puede negarse que las
fronteras entre ambos estados de agregación son, en la realidad, imprecisas.
No obstante, Heller hace una aclaración
que no puede perderse de vista a la hora de luchar por ganar la opinión
pública, la influencia de los juicios y prejuicios afirmados dentro de la
conciencia social:
Los juicios y prejuicios que han cobrado firmeza constituyen, de
ordinario, la base de las opiniones de
cada día y éstas, a su vez renuevan y transforman las firmes opiniones
de voluntad.
En el caso particular de la lucha contra
la dictadura totalitaria de Cuba hay que tener en cuenta los juicios
derrotistas que se presentan dentro de gran parte de la población, tales como
el decir, “ellos se hicieron del poder
por las armas y solo pueden ser expulsados por las armas”; “todos los grupos opositores están penetrados
por la seguridad del Estado”; “la
única solución es la emigración”; “no
me interesa la política”; etc. Una manifestación de derrotismo está en la
creencia de que basta el embargo que Estados Unidos mantiene sobre el
castrismo, será el medio eficaz y cómodo para provocar la caía del régimen del
Partido Comunista. Esta convicción ─ por demás errada ─ conduce a un estado de
inacción, de conformismo y de apatía. El embargo, con sus leyes que le hacen
más riguroso, como la denominada Helms-Burton, ha estado presente desde la
época de John F. Kennedy con resultados que, ciertamente, han ocasionado
trastornos económicos al régimen castrista, pero no le ha conmocionado hasta
hacerle caer en una crisis de gobernabilidad. Las sanciones económicas y
diplomáticas ejercidas de manera unilateral por un determinado país no impactan
de manera significativa en la capacidad de sobrevivencia de un régimen
totalitario. Sanciones económicas y diplomáticas promovidas por una coalición
de naciones sí pueden llevar a una dictadura hasta el despeñadero. Pero, para
que esa coalición de naciones se decida a imponer tales sanciones, se requiere,
que antes, en el país afectado se haya producido un movimiento de resistencia de
gran intensidad enfrentado a violentas represiones.
El movimiento opositor no debe acomodarse
en la creencia de que el embargo estadounidense será el definitivo para el
desplome de la dictadura castrista y deberá enfocarse en la organización de los
preparativos para iniciar la confrontación noviolenta, considerando el factor externo
solo como una contingencia de relativo auxilio. La decisión solo puede ser una,
no acogerse a la tradición de resistencia armada de Cuba y decidirse por el
reto de la confrontación no violenta.
A propósito, es bueno reproducir la
opinión de Stephen Zunes[6] referente a las ventajas que
proporciona la acción no violenta en contraposición a las de la opción armada.
Señala Zunes que un “efecto de los
movimientos no armados es que aumentan la probabilidad de deserciones y
promueven la falta de cooperación de oficiales desmotivados de las fuerzas
militares y de la policía, mientras que las revueltas armadas legitiman el
poder de coacción del gobierno, lo que refuerza su auto percepción como
protector de la sociedad civil. El poder moral de la no violencia es sumamente
importante para la capacidad del movimiento de oposición de generar un nuevo
contexto en la percepción de los segmentos claves de la población ─ público
general, élites políticas y militares –que incluso no tienen ningún reparo en
apoyar el uso de la violencia en contra de insurrecciones violentas”.
De acuerdo con Gene Sharp, ser líder “significa ser portavoz, ofrecer, organizar,
e implementar soluciones. Puede haber un liderazgo ejercido por un grupo o
comité, puede ser individual o una combinación de éstos”[7].
El liderazgo que debe buscar la oposición
ha de ser, en lo fundamental, un liderazgo orgánico. La organización opositora
actuando como conductora de todo el movimiento de lucha noviolenta, influyendo
en la opinión nacional con argumentos movilizadores, con propuestas que den
respuestas a las inquietudes de la población, y al mismo tiempo colocando en
posiciones de dirección a activistas con actitudes de liderazgo. Liderazgo
vertical y liderazgo horizontal en rechazo a la tentación de entregar toda la
conducción de la lucha en manos de un máximo líder carismático y mesiánico. El
fundamento del liderazgo horizontal se encuentra en la especialización de
tareas tales como la actividad sindical, el trabajo entre la juventud y los
estudiantes y el movimiento campesino.
[1] Northouse, P. G. (2001): Leadership. Theory and Practice, 2ª Ed. Sage Publications, Inc.
Thousand Oaks, London, New Delhi. Cit. por Santiago Delgado Fernández. SOBRE EL CONCEPTO Y EL
ESTUDIO DEL LIDERAZGO POLÍTICO. Universidad de
Granada, Psicología Política, Nº 29, 2004, 7-29
[2] Hermann Heller, Teoría del
Estado, México, Fondo de Cultura Económica, 1982
[3] Santiago Delgado Fernández. SOBRE EL CONCEPTO Y EL ESTUDIO DEL
LIDERAZGO POLÍTICO. Universidad de Granada, Psicología Política, Nº 29, 2004,
7-29
[4] Hermann Heller. Op. Cit.
[5] Hermann Heller. Op. Cit.
[7] Gene Sharp. Cómo Funciona
la Lucha Noviolenta. Obra condensada
de The Politics of Nonviolent Action.
The Albert Einstein Institution, 2014
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