Mario
J. Viera
¡Cuánta diferencia existe entre la
oposición cubana de ayer con la de hoy! Ayer la oposición se enfrentaba a la
represión totalitaria con arrojo, sí, pero envuelta en la peor de las carencias,
sin acceso a tribunas internacionales, sin acceso a la OEA o a la ONU, sin
poder comunicarse de manera directa con gobernantes de otros países. Las
denuncias de las violaciones de los derechos humanos en que incurría el régimen
castrista salían desde las cárceles, desde el trabajo de un activista, que a
veces se encontraba aislado, que, muchas más, era desconocido en los medios
noticiosos, que siempre estaba bajo el acoso de los cuerpos represivos, que
también muchas veces se movía sin nada en el estómago, si acaso solo con las
calorías que pudiera otorgarle un vaso de agua con azúcar prieta.
Si se tenía acceso a un teléfono las
denuncias se comunicaban a Radio Martí y a otras emisoras del exilio con bases
en Estados Unidos y, en el mejor de los casos, cuando se podía, se ponían en
conocimiento de funcionarios diplomáticos de la Sección de Intereses de los
Estados Unidos o los de alguna que otra embajada europea, en rara ocasiones con
alguna representación diplomática de América Latina; y no resultaba raro que
ante las puertas de las dependencias diplomáticas les esperara la policía
política para impedirles el acceso a esas oficinas diplomáticas donde solo serían
escuchados amablemente por los diplomáticos que les recibían y les escuchaban
con empatía y nada más.
La única recompensa con la que seguro
contaba el activista de la disidencia era una celda en Villa Marista o una en
100 y Aldabó o en otra de cualquier prisión de las tantas existentes en el
país, y enfrentar largas condenas a cumplir entre criminales comunes.
Entonces, ayer, los opositores y
disidentes se ayudaban mutuamente, se solidarizaban unos con otros, compartían
unos con otros un plato de comida, pero no existía unidad de intenciones; no
existía la voluntad de unión en la dispersión para elevar un verdadero reto
político al régimen. El destino de muchos opositores y disidentes, cuando ya se
agotaban las fuerzas físicas para enfrentar la persecución y la cárcel, era el
exilio por la vía de la solicitud de refugio; una solicitud que muchas veces
les era denegada.
Hoy ¡cuán distinta es la situación! Si
hasta hay disidentes que llegan a Ginebra para exponer denuncias y proyectos;
si a menudo viajan libremente entre La Habana y Miami, que visitan a Chile y
son escuchados en numerosos foros internacionales de manera directa y, sobre
todo, ya no viven en las estrechas condiciones económicas a las que antes
estaban sometidos los precursores de la resistencia anticastrista. Cuentan con
la tecnología, el fax y los teléfonos inteligentes y se convierten, muchos de
ellos, en líderes mediáticos, se les menciona por sus nombres desde El Nuevo
Herald hasta en el diario español EL PAIS. Todos con magníficos proyectos,
maravillosos, bien pergeñados, pero también como antes, cuando se forjaban
similares proyectos, solo son conocidos en el extranjero y prácticamente
desconocidos por la mayoría de los cubanos en la isla. Y tal como fue ayer,
ninguno de esos líderes ha promovido la unidad concertada de todos para
empeñarse en un verdadero proyecto de resistencia noviolenta; ninguno de estos
nuevos líderes posee la voluntad política de encontrar la vía para que toda la
oposición pueda actuar mancomunadamente impulsando una estrategia de lucha
común y presentarse ante el pueblo como una opción frente al castrismo.
Ahora cualquiera puede ser “un reconocido
activista”, solo requiere que alguna organización del exilio le apadrine y le
promueva y ya todo está hecho. Tal como ayer, muchos de los de ahora líderes de
nuevo cuño, responden a los dictados, orientaciones y directivas que les trace
alguna de las tantas organizaciones anticastristas del exilio estructuradas
como organizaciones sin ánimo de lucro y subvencionadas por los “Government grants” y por las propias
suscripciones de sus asociados y muy pocas de ellas, para no ser absoluto, se
deciden a favor de una plataforma común de proyecciones políticas que den apoyo
a los grupos y organizaciones opositores que en Cuba promuevan la lucha
unitaria por el rescate de la democracia y la libertad ciudadana. Pocas de
estas organizaciones de exiliados anticastristas se ven a sí mismas como lo que
realmente deben ser, como la retaguardia estratégica de los opositores en Cuba.
Muy diferentes estos tiempos de la época
de los precursores, cuando se hizo pública la aparición del Comité Cubano Pro
Derechos Humanos impulsado por Ricardo Bofill y Martha Frayde y se realiza la
primera Exposición de Arte Libre que diera origen a la Asociación Pro Arte
Libre con Tania Díaz Castro, Rita Fleitas, Omar López Montenegro, Estela
Jiménez y Reinaldo Bragado, y se
transmitiera por vez primera por Radio Martí una mesa redonda sobre la situación
de los derechos humanos en Cuba y en la que participaban, además de Boffil, el
ex periodista de Juventud Rebelde,
Rolando Cartaya, actuando como moderador y los activistas Reinaldo Bragado,
Rafael Saumel, Edmigio López, Raúl Montesinos y Tania Díaz Castro.
Época esta
cuando se funda el Partido Pro Derechos Humanos de Cuba ─ 20 de junio de 1988 ─
con Samuel Martínez Lara como Secretario Ejecutivo y Tania Díaz Castro como
Secretaria General. Cuando también se funda, inspirada en la perestroika que se
impulsaba en la Unión Soviética, la organización Amigos de la Perestroika,
presidida por el abogado Félix Fleitas, aparece la Comisión Cubana de Derechos
Humanos y Reconciliación Nacional y se desarrolla el Comité Martiano por los
Derechos del Hombre que presidió Hubert Jerez Mariño. En 1988 se funda por
Yndamiro Restano y Huber Jerez la primera organización de periodistas disidentes,
la Asociación de Periodistas Independientes de Cuba (APIC); aunque ya antes, en
diciembre de 1988 “el Partido Pro
Derechos Humanos funda lo que puede considerarse el primer periódico libre de
Cuba, Franqueza, dirigido por el Dr. Samuel Martínez Lara. Después del segundo
número fueron a la cárcel, sobre todo la familia González, ya que, en su casa,
en Reina y Lealtad, fue donde se confeccionaba el periódico de manera artesanal”
(Frank Correa).
Aquella época fue tiempos de fuertes
confrontaciones entre opositores y órganos represivos que se resolvían con la
aplicación de condenas a prisión de los principales activistas de derechos
humanos; confrontación que no cesaría ni hasta después de 1991 cuando las
organizaciones opositoras y disidentes se multiplicaban y se creara entonces el
cuerpo paramilitar de la Respuesta Rápida organizado con elementos desclasados
y mercenarios por el régimen castrista en un intento por acallar y reprimir al
movimiento opositor.
Y se actuaba de manera hasta cándida,
declarándose que no se aspiraba a la conquista del poder político y surgió la
idea de dirimir los asuntos políticos por medio de una consulta al referendo
semejante al producido en Chile en octubre de 1988. Así, confiados en la
cláusula constitucional que reconocía a la población la iniciativa de las leyes
amparada con las firmas de 10 mil electores ─ copia imperfecta de la misma
previsión contemplada en la Constitución de 1940 ─, el Partido Pro Derechos
Humanos de Cuba presentó la propuesta ante la Asamblea Nacional del Poder
Popular. Tal como hace recordar Frank Correa “Tania Díaz Castro, el Dr. Samuel Martínez Lara, el Dr. Pablo Llabre, el
Dr. Félix Fleitas y otros activistas, salieron a las calles ese año (1988) en
busca de miles de firmas para solicitar un Plebiscito a la Asamblea Nacional.
Aunque tuvieron éxito en la recogida de firmas, todos terminaron en la cárcel”.
La respuesta dada por el gobierno fue la represión y encarcelamiento de los
promotores de la iniciativa.
Y comenzó la era de la multiplicación de
los grupos disidentes y opositores y la era de los grandes proyectos. Creo que
no hubo un nuevo grupo que dejara de elaborar un sustancioso proyecto que se
pretendiera como la definitiva solución política. Así en 1991 aparece alguien
que apenas era conocido entre la oposición promoviendo una colecta de firmas
para reformar la constitución por medio del referendo, Oswaldo Payá Sardiñas
que luego de ese primer intento ganaría renombre, casi internacionalmente, con
el más formidable y el más debatible de sus proyectos, el Proyecto Varela,
considerado por el ex director de la revista Vitral, Dagoberto Valdés como “el
ejercicio cívico más importante en el último medio siglo”.
Existían por entonces y existen todavía
dos bandos diferentes dentro del movimiento anticastrista, los que se alinean
en el bando de los moderados (disidentes)
y los que se agrupan entre los demoledores (opositores)
y como anoté en una crónica del 2004 “si
los opositores plantean un proyecto de concertación unitaria como fue en su
momento Concilio Cubano, los disidentes procuran adueñarse del liderazgo,
presentándose como politólogos experimentados, como consejeros y luego cuando
llega la hora de las definiciones y de enfrentar la posibilidad de la prisión
abandonan el proyecto y salvan el pellejo. Así actuó el autodenominado G7 integrado,
entre otros, por los laureados Elizardo Sánchez, Oswaldo Payá, Vladimiro Roca.
Ellos entregaron a Concilio; ellos rindieron las banderas de la desobediencia
civil y de la resistencia pacífica”. Porque había dentro del movimiento
anticastrista el sentimiento de la unidad, pero faltaba la voluntad política y
esa voluntad surgió en la gran concertación que fuera Concilio Cubano; pero
Concilio Cubano fue frustrado al ser detenidos sus principales promotores
Leonel Morejón Almagro y Lázaro González. Bastó entonces la visita de un alto
oficial de la Seguridad del Estado a Gustavo Arcos Bergnes para que en un
boletín informativo Gustavo Arcos y otros cinco miembros del denominado Grupo
de Apoyo, hablando como “grupo minoritario” dentro de Concilio Cubano, declararon
acatar la prohibición comunicada por el oficial de la Seguridad del Estado “para
evitar incidentes y un enfrentamiento violento”. El Grupo de Apoyo estaba
integrado por Gustavo Arcos Bergnes, Félix Bonne Carcacés, Dr. René Gómez
Manzano, Vladimiro Roca, Marta Beatriz Roque, Elizardo Sánchez Santa Cruz y Jesús
Yáñez Pelletier.
Oswaldo Payá quien, en realidad nunca
estuvo de acuerdo con la unidad, se había separado de Concilio Cubano en su
carácter de Miembro Honorario, con voz, pero sin voto, desde que fuera citado ─
como denunció Amnistía Internacional ─ “misteriosamente
en el Ministerio de Salud Pública, donde agentes del Departamento de Seguridad
del Estado le interrogaron acerca de sus actividades con el Concilio y le
advirtieron que las abandonase”. Es, luego de que Concilio Cubano se
frustrara, cuando Payá presenta un nuevo proyecto de solicitud de referendo al
que denominaría Proyecto Varela, un verdadero bodrio con alardes leguleyos
donde se proponía la modificación de algunas leyes concernientes a derechos “establecidos en la Constitución de la
República de Cuba, que no se cumplen” y entre los que se mencionaban “el derecho a la libre expresión, a la
libertad de prensa y a la libertad de asociación. También el derecho de los
ciudadanos a tener sus empresas, algo que ahora es privilegio de los
extranjeros. Propone, a su vez, una modificación de la ley electoral nº 72,
puesto que ésta es inconstitucional. Además, pide una amnistía para presos
políticos, y nuevas elecciones”.
Bellas intenciones que de entrada
legitimaban a la Constitución del Estado socialista reconociéndola como
creadora de Derecho y a la espuria Asamblea Nacional del Poder Popular, un verdadero
“Parlamento genuflexo”, concediéndole capacidad legislativa. No obstante que, por
el Reglamento de la Asamblea Nacional aprobado con fecha 25 de diciembre de
1996, se regulaba, en cuanto a lo previsto en el inciso g del artículo 88 de la
Constitución, en su artículo 64 que “los
ciudadanos promoventes del proyecto, acompañan declaración jurada ante notario,
donde se acreditará la identidad personal mediante los datos del carné de
identidad como documento idóneo y probatorio de la individualización de una
persona, así como de que no está invalidada para ejercer el sufragio activo o
pasivo”. Esta disposición reglamentaria convierte en algo irrealizable cualquier
iniciativa legislativa popular. Además, se establecía reglamentariamente que
cualquier proyecto de Ley recibido por el Presidente de la Asamblea Nacional
este lo remitiría a una comisión para su estudio y recomendaciones, la cual
según el artículo 68 inciso c podía “rechazar
el proyecto, exponiendo sus argumentos al respecto”. Todo dentro del
sistema jurídico del castrismo anula cualquier iniciativa popular que esté en
contradicción con el sistema impuesto en Cuba.
El Proyecto Varela se hizo conocido
nacional e internacionalmente cuando el ex presidente Jimmy Carter se refirió a
él en un discurso que pronunciara en La Habana en mayo de 2002, el mismo mes
cuando Payá y sus colaboradores más cercanos presentaron la propuesta
acompañada de 11 020 firmas ante la Asamblea Nacional del Poder Popular. En el
2003 se produce lo que se conoció como la Primavera Negra de Cuba, 75
activistas de derechos humanos y periodistas independientes fueron condenados a
largos términos de prisión, muchos de ellos ardientes activistas en la
recolección de firmas en apoyo al Proyecto Varela. Castro había decidido actuar
con rigor contra el movimiento opositor en su conjunto, no porque temiera a las
consecuencias que hubiera generado el Proyecto Varela porque ni lo tomaría en
cuenta; el activismo político y la capacidad movilizadora que aquellos
propulsores del Varela habían mostrado era a lo que temía Castro. Payá, aunque
bajo vigilancia de los órganos de inteligencia, ni fue despedido de su empleo
ni fue llevado a prisión.
El Varela fue un proyecto elaborado e
impulsado en Cuba y por cubanos, pero fue un desperdicio de energías y un modo
de apartarse de lo principal ante una dictadura totalitaria, de no diálogo, de
no colaboración, de desobediencia civil, de resistencia noviolenta, de no
reconocimiento de su ordenamiento jurídico. En el ordenamiento legal del
totalitarismo no hay franjas de libertad para accionar y para pretender ir a la
ley democrática a partir de las leyes de la tiranía. Este es el único mérito
del Varela, la demostración de que la transición no se alcanza promoviendo
reformas que el propio intolerante régimen debiera impulsar. El reformismo del
Varela en definitiva causó más perjuicio a la oposición cubana que al mismo
gobierno. 10 mil o 14 mil firmas no son significativas dentro de una población
de 10 millones de habitantes. El Proyecto Varela no movilizó, no generó un
movimiento de rechazo al régimen castrista, no resultó conocido en todos sus
aspectos por la mayoría de los cubanos de la isla y, en cierta medida, resultó
un factor de fractura dentro de todos los sectores oposicionistas.
Con la muerte de Oswaldo Payá en extrañas
circunstancias que hacen sospechar que se trató de un atentado contra su vida
por parte de la Seguridad del Estado, Payá alcanzó el crédito de los mártires y
su figura ganó la grandeza política de la cual carecía.
Muchas fueron las acciones que tras el
fracaso de Concilio Cubano desarrolló la oposición interna, como la protesta
del Parque Buttari en la barriada de Lawton y el ayuno de Tamarindo 34, no
recibieron apoyo declarado por Oswaldo Payá. El hecho real es que tras el fin
de Concilio Cubano, la oposición cubana se mostraba desorientada; así en un
artículo que en septiembre de 1999 escribí para Cubanet, expresé: “los grupos que rechazan el liderazgo
absoluto de Castro y desean cambios políticos y económicos en Cuba no han
podido sobrepasar el umbral de la disidencia manifiesta. La oposición política
requiere un determinado nivel de representatividad y consenso junto a un
definido grado de madurez y "olfato" político que les permita a sus
organizaciones funcionar como alternativa o contrapartida al partido
gobernante, y actuar como una fuerza de equilibrio entre la sociedad y el poder
político”. Y agregué: “La escasa
labor propagandística de la disidencia se dirige más hacia el exterior del país
que hacia la formación de un estado de opinión favorable en el interior, y más
a resaltar figuras por medio de poses protagónicas y de fuegos artificiales
dirigidos a promover el entusiasmo de Miami. Los líderes más conspicuos de la
disidencia a causa de todo lo anterior no son contrapartidas efectivas al liderazgo
carismático de Fidel Castro, cuidadosamente elaborado por una propaganda que
comprende muy bien la psicología de las multitudes”. Y esta era la triste
realidad después de Concilio y mucho más agravada tras el proceso de los 75. La
oposición entonces, como ahora, no ha podido presentarse como un ente con
personalidad propia y se somete al apoyo que pueda recibir de los diferentes
sectores del exilio. No ha encontrado el camino para la concertación en una
estrategia unitaria de lucha noviolenta, de desobediencia civil y de reto
político firme agrupando en torno suyo a las masas populares frustradas por los
errores y abusos cometidos por el régimen usurpador que gobierna en Cuba. Como
expresé entonces: “Sin la unidad, sólo
alcanzable rechazando el ansia de liderazgo y de volverse solamente hacia el
otro lado del Estrecho de la Florida, la disidencia siempre estará expuesta a
la manipulación de la policía política e impedida de ejecutar una acción
conjunta y del desarrollo de una propaganda política acertada dirigida hacia lo
interno, hacia ese hombre y esa mujer que se sienten impotentes ante el poder
de un gobierno que se cree el padrecito de la nación, y que ofreciéndole la
zanahoria de algunos confusos beneficios sociales es capaz de
"disciplinarle" a la primera manifestación de desobediencia o de
comportamiento digno”.
Ya están apareciendo nuevas organizaciones
e iniciativas “opositoras”, como Cuba
Decide bajo la inspiración de Rosa María Payá, hija del difunto Oswaldo Payá,
Todos Marchamos inspirado por la
organización mediática Estado de Sats y
que ya se quiere ver como la vía definitiva para “terminar con el castrismo”
sin que manifieste el propósito de encontrar una vinculación estratégica de
toso los grupos y movimientos opositores y disidentes en la isla. Esfuerzos que
se dedican para favorecer cámaras y resalte mediático, que hacen un llamado
desde el exilio, como Cuba Decide, a la desobediencia civil en Cuba, ¡Y hasta
hay ya una organización sui géneris denominada “Candidatos por el Cambio” (CxC)
con pretensiones de participar en las elecciones generales del 2018 y organizada
bajo una Secretaría Ejecutiva y con página oficial por internet y que en esa
misma página declarara: “La oposición
democrática ya está dividida entre los que van al proceso electoral y los que
se resisten” como si en Cuba existiera un Tribunal Electoral que dictara
normas adecuadas para la realización de elecciones libres y dentro de la
oposición aparecieran dos tendencias, la de electoralismo y la del
abstencionismo.
Definitivamente, después de las
represiones indiscriminadas de 2003, la oposición anticastrista, con faxes, teléfonos
inteligentes, páginas propias en internet y posibilidades de viajar y de conexión
con los grupos dispersos del exilio y con foros internacionales ya, salvo
honrosas excepciones, se ha aclimatado y acomodado. No hay avance. No hay vinculación
popular y lo triste del caso es que el régimen por su propia dinámica se
desplomará y sus restos entraran en un proceso de reciclaje y
reacondicionamiento para adaptarse a una democracia mediatizada y poder firmar
el contrato social del “borrón y cuenta nueva”.