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domingo, 30 de octubre de 2016

Capítulo XXXV Primera Parte. “Amigos, aliados y enemigos. Un análisis crítico de la Era del castrismo”.

Mario J. Viera


Panorama social, político y económico de Cuba en 1958

Cuando el gobierno revolucionario asume el poder en Cuba, encuentra un país muy diferente al que hoy existe. Cuba, en verdad, no era entonces el “paraíso” que quieren ver con la nostalgia del tiempo los exiliados en Miami; pero tampoco, y de ninguna manera, era el infierno, que los dirigentes del actual gobierno, sus historiadores y sus propagandistas, se empeñan en mostrar. Ni paraíso, ni infierno. Un país de la América Latina, un país caribeño y antillano, con muchos de los males políticos y sociales que prevalecían en todo el sub continente; un país todavía subdesarrollado, pero no sumido en el subdesarrollo típico de los países que se ubican en el denominado Tercer Mundo. Cuba no era un país tercermundista sino uno en vías de desarrollo, y vale, en este caso, el empleo literal de tal gastada definición.

El cubano de la década de los cincuenta, hablo de ese cubano común y corriente, de ese que, posiblemente su nombre nunca aparecerá en los cintillos de primera plana de los periódicos, de ese que no frecuenta los casinos, ni viaja en el último modelo de Cadillac, ese que es mayoría, es abierto, espontáneo y extrovertido ─ quizá estos sinónimos constituyan una redundancia ─; ese que se ríe y hace un chiste de su propia desgracia; que es apasionado cuando discute sin llegar a la agresión y no se abraza a ninguna forma de ismo; que no era ni batistiano ni fidelista y si acaso, solo sería, o almendarista o habanista, y ahí sí que habían fuertes discusiones y hasta alguna ofensa soltada de repente por la pasión a favor de uno de los dos equipos de pelota mayoritarios; ese cubano irreverente que te trata de tú desde la primera vez que te conoce y que es mayoritariamente católico y no católico al mismo tiempo, pero que en la mayoría de los hogares, de clase media o de obreros, colgaban cuadros del Corazón de Jesús y de la Virgen de la Caridad y hasta se podrían ver cuadros de San Lázaro con sus muletas o de Santa Bárbara con su copa y su espada y hasta del cura santo Juan Bosco; ese que, dicho a lo cubano, “tiraba a mierda la política”. Quizá este fuera su mayor defecto; o quizá fuera un defecto compartido con su sentido del regionalismo; un defecto heredado de la Madre Patria.

Sí, éramos regionalistas. Los habaneros, los de La Habana metropolitana, se consideraban los pluscuamperfectos; para ellos, los no nacidos en la capital, todos, eran “guajiros”, es decir, burdos, ignorantes, rústicos, sin importan que fueran nacidos en alguna de las principales ciudades del país, como Santiago de Cuba, o Camagüey, o Santa Clara, o Cienfuegos… Para los orientales si de Cuba se trataba, Cuba solo era Oriente; nada en el mundo había que se pudiera comparar con Oriente. Los camagüeyanos, altivos, orgullosos, para ellos, nada podía ser más despreciable que un habanero…

¿Racismo? Sí, había racismo; esa etnofobia derivada de los tiempos de la esclavitud; pero sin que aquel racismo alcanzara los indignos niveles de intolerancia y odio del Sur Profundo de los Estados Unidos; porque el cubano blanco, podía recibir en su casa a un cubano negro; porque podía existir amistad sincera entre un blanco y un negro; porque un negro y un blanco podían compartir una misma mesa. Muchos negros ocupaban puestos en el gobierno o ejercían el periodismo, el magisterio, la medicina y la abogacía. En 1953, según el censo de población negros y mestizos representaban el 26,9% de la población.

¡Cuánto cambiaría el cubano en la década siguiente! Ahora sería intolerante, agresivo; ya no valoraría la amistad sino era la amistad con sus iguales y solo con aquellos que compartían sus mismas opiniones y echaba a un lado “el falso concepto de la amistad”; ahora sería un grito de odio en la multitud, y hasta se haría fanático de la nueva religión que se le imponía: el culto a la Sagrada Revolución, un culto que dividía y quebrantaba hasta los lazos más sagrados de la familia; y a favor de ese culto desaparecerían de los hogares las imágenes religiosas, para ser sustituidas por los nuevo íconos, Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara…

Pero, ¿cómo era Cuba en la década de los cincuenta? ¿Era Cuba tal como la describiría Fidel Castro en un discurso pronunciado el 11 de marzo de 1959 en Santiago de Cuba?: “¿Cómo iba a haber acueductos?, ¿cómo iba a haber hospitales?, ¿cómo iba a haber alcantarillado?, ¿cómo iba a haber pavimentación de calles si, además de que no les convenía, se robaban el dinero? ¿Cómo no va a resultar lógico, cómo no comprender que todas las ciudades de Cuba estén sin acueductos, sin escuelas, sin alcantarillados, sin filtros, sin pavimentación, en definitiva, que no haya nada en Cuba?”; un país donde solo había caña: “Caña, caña y caña. ¿Y la caña de quién? ¿Dulce para quién?  Mucha caña y ningún árbol, mucha caña y ninguna casa decente, niños barrigones comidos de parásitos, mucha caña y muchos muchachos descalzos, mucha caña y muchas mujeres enflaquecidas, enfermas y hambrientas; mucha caña y muchos hombres en el campo sin trabajo, sin tierra, sin casa, sin salud. Eso es lo que ha sido nuestro campo, eso es lo que había aquí. Y para mantener eso es que había miles y miles de soldados; para mantener eso compraron aviones, compraron tanques; para mantener esos privilegios es que había gobiernos aquí”. ¿Era este, ciertamente, el panorama de la Cuba republicana?

Según el Censo Oficial de 1953 la población total de Cuba era de 5 829 029 habitantes. La población urbana era de 3 324 628 hab. para un 57.0%. La población rural era de 2 504 401 hab. para un 43.0%. La fuerza laboral de Cuba (1958) distribuida según los Sectores de la Economía era como sigue:

En el Primer Sector de la Economía (Agricultura, pesca, minas y canteras), la fuerza laboral empleada era de 828 324 personas lo que correspondía a un 42% de la fuerza de labor total. Sólo el 36% de la población se empleaba en labores agrícolas, lo que colocaba a Cuba en la posición número 30 entre 97 países analizados.

En el Segundo Sector (Industria, construcción, electricidad, gas, agua y servicios sanitarios) la fuerza laboral empleada en este sector era 400 939, correspondiendo al 20.34% de toda la fuerza laboral. En la industria se empleaban 327 208 personas y en construcción los empleados ascendían a 65 292.


En el Tercer Sector (Servicios) la fuerza laboral era de 743 003 lo que representa el 37.66% de toda la fuerza laboral.

Estos índices indican que, en 1958, Cuba se ubicaba entre los países subdesarrollados con una elevada participación laboral en el Primer Sector (en los países desarrollados esa participación laboral debe rondar en el seis por ciento) y muy baja participación en el Tercer Sector que, para un país desarrollado debe encontrarse en el umbral del 60% o más. No obstante, el índice de desempleo fluctuó, entre 15.04 % en 1953 y 7.08% en 1958 (el más bajo de América Latina de entonces).

Estadísticamente hablando, los salarios que se devengaban tanto en el sector industrial como en el sector agrícola no podrían ser considerados como salarios de miseria. El salario mínimo era de 85 pesos mensuales equivalentes al dólar americano, superior al de gran parte de los países de América Latina.

El salario medio diario en el sector rural era de $3.00, ocupando Cuba el séptimo lugar en este acápite, superada por Canadá ($7.18), Estados Unidos ($6.80), Nueva Zelandia ($6.72), Australia ($6.61), Suecia ($5.47) y Noruega ($4.38). Con salarios inferiores a los pagados en Cuba: Alemania Federal ($2.57); Irlanda ($2.25); Dinamarca ($2.03); Bélgica ($1.56).

En el sector industrial Cuba ocupaba el octavo puesto con respecto al salario promedio diario de $6.00 que en ese sector se devengaba: Estados Unidos ($16.80), Canadá ($11.73), Suecia ($8.10), Suiza ($8.00), Nueva Zelandia ($6.72), Dinamarca           ($6.46),  Noruega ($6.10). Cuba se colocaba por encima de países como Australia ($5.82); Inglaterra ($5.75); Bélgica ($4.72); y Alemania Federal ($4.13).

La clase obrera cubana no estaba proletarizada y gozaba de derechos laborales que podía defender por medio de los 1 600 sindicatos organizados en 33 federaciones sindicales que existían en todo el país, aunque, ciertamente la dirección nacional del movimiento sindical, burocrática y corrupta, estaba bajo el control de dirigentes sometidos al gobierno de Batista, principalmente su Secretario General Eusebio Mujal, pero, no es menos cierto que los sindicatos en reiteradas ocasiones desobedecían las orientaciones procedentes de la Confederación de Trabajadores de Cuba controlada por los sectores mujalistas. Prueba de esto fue la huelga azucarera por el pago del diferencial azucarero en diciembre de 1955 impulsada por, se dice, unos 400 mil trabajadores azucareros dirigidos por la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros. No obstante, los sindicatos como tales y la clase obrera, no actuaron decididamente a favor del movimiento insurreccional. Así, como expresa Sam Farber[1], aunque tomando al mujalismo como si fuera lo representativo del sindicalismo cubano: “La clase obrera estaba altamente organizada en sindicatos, pero éstos se habían vuelto muy burocráticos y corruptos… lo que hizo difícil a esa clase jugar un papel significativo en la lucha contra Batista… [Asimismo,] en los 50, los endebles partidos políticos anteriores a Batista se habían deshecho, reflejando la debilidad política de todas las clases… Era una situación en la que podía prosperar un bonapartismo… un líder político que adquiriese un considerable grado de poder y libertad de acción en relación tanto con las clases dirigentes como con las subalternas”.

Como ha señalado Rafael Rojas[2], el tamaño de la clase media cubana, “se calculaba entre 25% y 35% de la población a fines de los 50. Lo que ninguno pone en duda es que crecía de manera continua desde mediados de los 30 y que, a pesar de que la élite de mayores ingresos era reducida ─ entre un 10% y un 15% ─, tampoco podía equipararse a las minorías de hacendados que predominaban en las sociedades agrarias latinoamericanas. Cuba era un país mayoritariamente urbano: entre 1954 y 1958 se invirtieron 92 millones de dólares anuales en vivienda y se construyeron más de 5.000 edificios por año”.

El sueldo de la clase media no acomodada rondaba en los trescientos dólares mensuales, siendo superior en algunos sectores de la economía, como el azucarero donde los jefes de departamentos (maquinaria, fabricación, transporte y campo) de los centrales recibían salarios mensuales por encima de los mil dólares. Con el ímpetu del crecimiento de la clase media, aparecieron numerosos repartos residenciales. En La Habana se pueden citar, junto a los repartos de Almendares y Kohly, los repartos Víbora Park, Fontanar, El Sevillano, California, Biltmore, Nuevo Vedado, Reparto Flores, Alta Habana y Santos Suárez, este último ya desde la década de los años 20. Debe incluirse, además la aparición de los edificios de apartamentos de propiedad horizontal (condominios) al amparo de la Ley-Decreto No.407 del 16 de septiembre de 1952, como el FOCSA en el Vedado.

Por otra parte, proliferan también las viviendas ocupadas por las clases menos favorecidas en las barriadas de Centro Habana, de La Habana Vieja y El Cerro. Yolanda Izquierdo[3] cita “la proliferación de casas de vecindad (de doce habitaciones) ─ por lo general establecidas en los aposentos de antiguas mansiones de las calles Reina, Calzada del Cerro y Monte ─, solares (de 20 a 30 habitaciones), cuartería y ciudadelas (de más de cien habitaciones) que alojaban a unos 300,000 habaneros…” Hay que decir que, en estas ciudadelas, donde se hacinaban numerosos núcleos familiares las condiciones sanitarias y de higiene eran mínimas. Junto a esta realidad, tanto en La Habana como en otras ciudades de la isla convivían paupérrimos barrios insalubres o marginales, habitados por personas de muy bajos recursos que construían sus rústicas viviendas con cualquier material de desecho. En La Habana estos eran los barrios Las Yaguas en las laderas de la Loma del Burro, en Luyanó; Cueva del Humo, situado en Atarés en el espacio comprendido entre la carretera Central y las calles Fábrica y Aspuro, y el Llega y Pon, entre los más significativos. Henry Louis Taylor[4] asegura erróneamente que a finales de los 50 “casi la mitad del fondo de viviendas de La Habana estaba en malas condiciones y el 6 por ciento de la población vivía en barrios marginales[5]. Las viviendas en Centro Habana, El Cerro, Luyanó y otros barrios, eran en su mayoría construcciones vetustas de la época colonial, pero no todas, ni gran parte de ellas se encontraban en malas condiciones. Por otra parte ─ me remito a la memoria, pues no existen datos confiables que avalen estos criterios ─, aunque en esos barrios marginales citados existía un gran número de habitantes, de ninguna manera ascendería a un porcentaje que, en números redondos daría ─ según los datos del censo de 1953 para La Habana ciudad ─ una cifra de 47 mil 267 habitantes. En esa fecha la población de la ciudad de La Habana ascendía a 787 mil 785 habitantes.


Me remitiré también a los recuerdos. El Barrio de Las Yaguas, fundado en 1926 durante el gobierno del General Gerardo Machado con el nombre de “Barrio Típico de Nuestra Señora de la Caridad de las Yaguas”, era el más populoso de aquellos barrios marginales con una abigarrada población, donde convivían personas de diferentes condiciones económicas y raciales. Esto lo recuerdo bien por mis incursiones al lugar a mediados del año de 1959. Recuerdo que las casuchas eran de diferentes tipos, desde las construidas con yaguas y otros materiales a propósito, hasta las bien construidas con tablas y pisos de cemento. Había incluso pequeños comercios de víveres. Muchos tenían acceso a los servicios eléctricos y contaban con televisores y refrigeradores. Contaban, además con una pintoresca asociación de vecinos que cuidaba del orden en el villorrio.

La realidad de las zonas rurales era muy diferente a la existente en las zonas urbanas. El censo de 1953 mostró que el 80% de las viviendas en las zonas rurales estaban calificadas como viviendas en malas condiciones. El campo, la zona agraria, recibía poca atención de parte de los sucesivos gobiernos. El trabajador asalariado en la agricultura era en general una masa proletarizada, carente de tierras propias, subsistía próximo a la miseria. No obstante, en zonas de las provincias de Oriente y La Habana, en las zonas montañosas de Sierra Maestra y el Escambray, así como en las proximidades de la Ciénaga de Zapata había núcleos campesinos que vivían en la más desesperante miseria alojada en el interior de verdaderas chozas insalubres, muy diferentes a los bohíos, las típicas viviendas de los campesinos. No había sindicatos para los obreros agrícolas, salvo para aquellos vinculados a los centrales azucareros que sí, en su mayoría, se afilaban a los sindicatos de la Federación de Trabajadores Azucareros.

De acuerdo con el estudio del Royal Institut of International Studies[6], el oro y las reservas de cambio extranjero que tenía el Banco Nacional eran muy considerables, alcanzado su nivel máximo en el año 1955, con una cantidad de 493.000.000 de dólares. En el año 1957 la reserva de dólares de Cuba seguía siendo una de las más altas de América Latina con 441.000.000 de dólares.



[1] Sam Farber “The Origins of the Cuban Revolution Reconsidered”, University of North Carolina Press, USA, 2006. Citado por Roberto Ramírez. Cuba frente a una encrucijada. Revista Socialismo o Barbarie. 22 de noviembre de 2008
[2] Rafael Rojas. Problemas de la nueva Cuba. El Pais, 26 de julio de 2008
[3] Yolanda Izquierdo. Acoso y ocaso de una ciudad: La Habana de Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante. Isla Negra. San Juan, Puerto Rico, 2002
[4] Henry Louis Taylor. Inside El Barrio: A Bottom-up View of Neighborhood Life in Castro's Cuba. Kumarian Press. Virginia, U.S.A. 2009
[5] El Censo de 1953 reportaba un 30% de viviendas en malas condiciones, principalmente aquellas denominadas ciudadelas o solares.
[6] Citado en El Derecho Penal en Cuba después de 1959. Comité Internacional de Juristas. El Imperio de la Ley en Cuba. Ginebra, 1962

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