Pages

jueves, 22 de septiembre de 2016

Del libro en preparación “Amigos, Aliados y Enemigos. Bahía de Cochinos, una enseñanza VII

Mario J. Viera


Capítulo LV

Bahía de Cochinos, una enseñanza

(Séptima y última Parte)

Is that all?

Arthur Schlesinger, en su libro 1000 Days, citado por José Luis Álvarez, haciendo referencia a “una tensa reunión” que se celebrara el 4 de abril dice: “Kennedy empezó a preguntar a los asistentes que pensaban. Fullbright, hablando con énfasis y en tono incrédulo, condenó la idea por completo. La operación, dijo, era salvajemente desproporcionada a la amenaza. Pondría en peligro nuestra posición moral en el mundo y nos imposibilitaría denunciar las violaciones de tratados de los comunistas. Fue una intervención valiente, al viejo estilo norteamericano, honrada, sensata y con fuerza; pero dejó a todos los presentes fríos, excepto a mí y quizás al presidente[1].

Con todas las condiciones para ejecutar operativos tácticos que ofrecía la zona de Casilda/Trinidad, muy limitadas estas en la zona elegida finalmente en el Plan Zapata, el Estado Mayo Conjunto había considerado, tal como lo señalaría Schlesinger “que el éxito final dependería de un levantamiento de dimensión razonable de la población de la isla”, tanto Dulles como Bissell, fundándose en informaciones erradas sobre las posibilidades de la resistencia interna, señala Schlesinger, “en vez de desestimarla, como parece era su punto de vista, dijeron que unas 2 500 personas pertenecían ya a organizaciones de la resistencia, que 20 000 más eran simpatizantes y que la brigada, una vez establecida en la isla, tendría el apoyo activo de al menos una cuarta parte de la población cubana. Ellos respaldaron estos cálculos optimistas citando contactos en Cuba que pedían armas y aseguraban que un número concreto de hombres estaban listos para luchar en cuanto se les diera la señal (...) Solo más tarde ─ agrega Schlesinger ─ comprendimos que el Departamento de Inteligencia de la CIA nunca había evaluado oficialmente la expedición a Cuba, y que el elaborado procedimiento de estimación nacional nunca se dirigió al punto de si una invasión provocaría otros levantamientos”.

Aprobado el inicio de las operaciones, el 15 de abril las fuerzas invasoras partieron desde Puerto Cabezas (Happy Valley) en Nicaragua con destino a Bahía de Cochinos y desde allí salieron hacia Cuba los ocho B-26, de los dieciséis disponibles, que se emplearían en la Operación Puma con el objetivo de bombardear aeropuertos militares y destruir en tierra los aviones de la fuerza aérea cubana. “Los hombres dejados atrás en Happy Valley ─ relata Jim Rasenberger ─ parados en la oscuridad cerca de la pista contaban los aviones de la así llamada Fuerza Aérea Cubana de Liberación que partían; en total eran solo ocho. Los B-26 de la flota de la Brigada era de dieciséis aviones, por tanto, solo la mitad de las naves había partido. ‘Is that all? (¿Eso es todo?) uno de los pilotos americanos, Albert C. Persons preguntó en voz alta cuando ya desaparecía el último avión. Is that all?[2]

Esta decisión de lanzar solo ocho de los dieciséis disponibles para una misión de bombardeo sobre Cuba, planteó un conflicto entre lo estratégicamente militar y lo político. Militarmente, erróneo; políticamente, si se deseaba justificar el raid como un acto de insurrección de la Fuerza Aérea cubana y mantener la plausible deniability de que Estados Unidos estuviera detrás de aquel operativo, pudiera admitirse como aceptable. Un ataque masivo de 16 B-26 sobre territorio cubano, evidenciaría claramente que no se trataba de una rebelión al interior del cuerpo aéreo de Cuba y quedaría claramente expuesta la participación estadounidense.

Con el propósito de ocultar la participación de Estados Unidos en el ataque a los aeropuertos de Columbia, San Antonio de los Baños y de Santiago de Cuba, los aviones atacantes llevaban en sus alas los distintivos de la fuerza aérea revolucionaria; tal vez por esta causa unida a la inexperiencia de los pilotos y a las deficiencias presentes en los viejos bombarderos B-26 empleados en el raid aéreo, este primer ataque, que finalmente sería el único que se realizaría, no cumpliría con los planes trazados; de los cincuenta aviones con los que contaba el ejército rebelde solo seis fueron destruidos. El resultado final de aquel ataque fue un B-26 derribado por la artillería cubana, otro se vio obligado a emprender vuelo hacia Cayo Hueso al recibir varios impactos de balas antiaéreas, en tanto un tercero tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en la isla Gran Caimán. La participación de los Estados Unidos no pudo obviarse y ese mismo día el canciller cubano Raúl Roa acusa a Estados Unidos ante el Decimoquinto periodo de Sesiones de la plenaria de la Asamblea General como Estado agresor por actos que según el canciller cubano “ponían en gravísimo riesgo la paz y seguridad internacionales”. En los exteriores del edificio de las Naciones Unidas, miembros del Comité Justo Trato para Cuba de Nueva York, integrado por ciudadanos de Estados Unidos, comenzaron a congregarse en protesta por el ataque aéreo sobre aeropuertos cubanos. Ese mismo día, a propuesta del embajador soviético Valerian Zorín, se convocó a una nueva reunión para tratar la denuncia del representante cubano. Al tomar la palabra Roa expuso sus puntos de vista sobre los hechos registrados la noche anterior: “Este es, sin duda, el prólogo de la invasión en gran escala, urdida, organizada, avituallada, armada y financiada por el gobierno de Estados Unidos de Norteamérica, con la complicidad de las dictaduras satélites del hemisferio occidental y el concurso de cubanos traidores y mercenarios de toda laya, entrenados en territorio norteamericano y en Guatemala por técnicos del Pentágono y de la Agencia Central de Inteligencia”. La “plausible deniability”, que tanto buscaban alcanzar los burócratas de Washington había quedado en ridículo, ya no se podía negar ante la opinión internacional la participación de los Estados Unidos en los ataques lanzados contra el territorio cubano, ni aquellos que le continuaran. Roa concluiría su denuncia diciendo: “Queremos advertir a los representantes que los mercenarios alquilados por el gobierno de los Estados Unidos han anunciado que esta noche a las 10 volverán a bombardear las ciudades cubanas”. En respuesta a las denuncias que se hacen a nivel internacional, los asesores de Kennedy le conminan para que suspendiera el segundo raid previsto.

Al día siguiente, el gobierno revolucionario convoca a una concentración popular para despedir el duelo de los caídos durante el ataque aéreo y ante la gran muchedumbre predominantemente de milicianos armados, Castro proclama el carácter marxista de su revolución y ordena la movilización de todos los batallones de combate. En su discurso, Castro compararía aquel ataque con el ataque perpetrado por Japón contra la base de Pearl Harbor durante la Segunda Guerra Mundial: “Si el ataque a Pearl Harbor fue considerado por el pueblo de Estados Unidos como un crimen y como un acto traicionero y cobarde, nuestro pueblo tiene derecho a considerar el ataque imperialista de ayer como un hecho dos veces criminal, dos veces artero, dos veces traicionero ¡y mil veces cobarde!” Y agregaría: “Con todo y eso, cuando los japoneses atacaron a Pearl Harbor, afrontaron la responsabilidad histórica de sus hechos.  Cuando los japoneses atacaron a Pearl Harbor, no trataron de ocultar que fueron ellos los organizadores y los ejecutores de aquel ataque, afrontaron las consecuencias históricas y las consecuencias morales de sus hechos”. 

Ya la operación no podía abortarse y Castro ganaba prestigio internacional y recibiría la solidaridad internacional. Era ahora el David enfrentado a Goliat, la sardina que no podía devorar el tiburón. El mito de Castro se fortalecía, no solo en la conciencia nacional sino en las simpatías internacionales. Para América Latina, Cuba comunista no era la Guatemala de Arbenz y todo debido a los planes burdamente elaborados por la CIA, chapuceramente impulsado por los asesores políticos de John F. Kennedy. Los expedicionarios de la Brigada 2506, serían vistos ahora como mercenarios y luego quedarían abandonados a su suerte por Estados Unidos. He ahí el peligro de confiar en potencias extrajeras para triunfar sobre una dictadura.

Y Castro proclama que aquel ataque era algo que se esperaba, “era la culminación lógica ─ expuso ─ de las quemas a los cañaverales, de los centenares de violaciones a nuestro espacio aéreo, de las incursiones aéreas piratas, de los ataques piratas a nuestras refinerías por embarcación que penetró en una madrugada; era la consecuencia de lo que todo el mundo sabe; era la consecuencia de los planes de agresión que se vienen fraguando por Estados Unidos en complicidad con gobiernos lacayos en América Central...” Y al compás de los coros que piden “Paredón”, lanza Castro la amenaza de lo que ya se comenzaba a hacer: “Y los que estén de acuerdo con semejante crimen, los que estén de acuerdo con semejante salvajada, los que se venden miserablemente y apoyan las actividades de esos criminales, los que conspiran contra la patria, en la calle, en las iglesias, en las escuelas, en dondequiera, ¡merecen que la Revolución los trate como se merecen!” Pronto se iniciaría en todo el país una redada para detener a miles de personas catalogadas como adversas al gobierno, miles que fueron concentradas en campos deportivos, y en prisiones. A propósito, muy acertadamente expone Eugenio Yáñez: “La evaluación de la situación interna en Cuba por parte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) fue de una insensatez absoluta: el criterio de que los cubanos repudiaban masivamente al gobierno revolucionario, y de que los grupos de la clandestinidad anticastrista pondrían en jaque al régimen en apoyo a los invasores, duró menos que el clásico merengue en la puerta de un colegio: en pocas horas casi treinta mil militantes de organizaciones contrarrevolucionarias o sospechosos de no simpatizar con el régimen fueron detenidos por la Seguridad del Estado y los Comités de Defensa de la Revolución. Además, las prisiones fueron dinamitadas para volarlas si fuera necesario y garantizar que los “gusanos” que estaban presos desde antes no pudieran apoyar a los invasores en caso de que lograran avanzar[3]. Cierra entonces Castro su discurso ordenando la movilización de todos los batallones de combate: “Compañeros, todas las unidades deben dirigirse hacia la sede de sus respectivos batallones, en vista de la movilización ordenada para mantener el país en estado de alerta ante la inminencia que se deduce de todos los hechos de las últimas semanas y del cobarde ataque de ayer, de la agresión de los mercenarios. Marchemos a las Casas de los Milicianos, formemos los batallones y dispongámonos a salirle al frente al enemigo (…) Marchemos a nuestros respectivos batallones y allí esperen órdenes, compañeros”.

Se insiste en que todo el fracaso de las operaciones de fuerza contra Castro se debe a la débil actitud de John F. Kennedy, y en parte tienen razón los que así opinan; sin embargo, esa responsabilidad hay que cargarla también sobre otros hombros. Kennedy tenía serias dudas en cuanto a la magnitud de las operaciones que hacían impracticable la “negación plausible” de que Estados Unidos estaba detrás de todo aquel operativo y quería evitar que esto sucediera a todo coste. Para nadie era secreto que en Guatemala se entrenaba una Brigada de exiliados anticastristas y que la CIA estaba comprometida en aquella actividad, como lo denunciara Raúl Roa. Dean Rusk no estaba de acuerdo con la operación tal como se había concebido y Schlesinger la rechazaba considerando que era preferible en lugar de decidirse por acciones drástica practicar la alta política propia de un estadista. Kennedy decidió que se estudiaran otros sitios y otros planes alternativos para la operación, y en solo tres días la Task Force y el WH/4 dio su respuesta. Todo un plan estratégico y sus contingencias resuelto en solo unos pocos días. Dulles no puso objeción alguna. Hawkins eligió una nueva zona para lanzar la operación; ¿pudieran aceptarse las conclusiones a las que arribara Hawkins para elegir la zona de Zapata? Un experto en operaciones anfibias de la talla de Hawkins no puede caer en la simpleza de haber elegido un campo de operaciones basado en las informaciones de fotografía y aceptar luego que hubo un error de interpretación de esas informaciones. Se elegía Zapata solo porque en Soplillar había un campo de aterrizaje de 4 500 pies, cuando en la zona de Trinidad había otra pista más adecuada. Hawkins no podría ser tan irresponsable para elegir una zona donde no había posibilidad de una retirada hacia las montañas en caso de eminente derrota que le permitiera a los invasores unirse a las guerrillas, y una zona pantanosa y estrecha sin posibilidad de impedir el avance ofensivo del enemigo como estaba previsto en Trinidad. Sin embargo, Hawkins actuaba bajo fuerte presión y, ya antes, él y Esterline intentaron renunciar al proyecto cuando el Plan Trinidad fue desestimado. ¿Fue un descuido no intencionado? ¿Se pudiera aceptar la justificación dada por el general White, que “se trataba de un cambio de ubicación, más que algún cambio significativo en el plan”? Esto no se concibe en un general de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Todo cambio de ubicación del campo de operaciones conlleva también cambios significativos en los planes. Se pudo hacer ver claramente a Kennedy que la mejor plaza era la zona de Casilda/Trinidad, argumentos para ello había suficientes y, manteniendo esta como zona de operaciones, haber estudiado otras opciones que cumplieran con el requisito de la “plausible deniability”. Otra pregunta a la que hay que dar respuesta: Si el Estado Mayor Conjunto, como asegurara el General White, no estuvo de acuerdo con el traslado de las operaciones de Trinidad hacia Zapata, ¿por qué entonces le dio su “máximo apoyo” al Plan Zapata? ¿Por qué no advirtió al Presidente y dejó que este asumiera que todo iba bien?

No se puede pasar por alto lo que Jacob Esterline le confesara a Pfeiffer en una entrevista realizada en 1975: “Ellos me convencieron... cuando pasamos (de Trinidad a Zapata) ... que no había nada que pudiéramos hacer, que no había otra alternativa, aparte de esto; y parecía desde un punto de vista matemático, si tenemos ciertos ingredientes básicos ─ principalmente adecuado apoyo aéreo, transporte adecuado, adecuada Logística y la capacidad de lucha de ellos era lo esperado, y el gobierno cubano no tenía más de lo que creíamos que tenía, y acabó el Calvario su... acabó con su fuerza aérea ─ que estas personas podrían ser capaces de sostenerse y podrían crear suficiente acción de choque como para que el resto se levantara[4]. ¿A quiénes se refería cuando dijo que “ellos” le convencieron? ¿Dulles? ¿Bissell? ¿Se le había asegurado que la operación contaría con todos los recursos de apoyo para asegurar el éxito?

La inquietante pregunta que Richard Bissell le formulara a Kennedy en el caso de que se cancelara todo el operativo: “¿Qué hacemos con los mil quinientos hombres? ¿Los soltamos en Central Park a que se desmadren, o qué?” El mismo Bissell hubiera podido responder su propia pregunta, retomar la idea inicial de la operación antes de que escalara a un planeamiento de guerra regular; es decir retomar el plan que preveía una unidad de infiltración con los exiliados cubanos con capacidad para entrenar a los grupos que debían organizar dentro de la isla y fomentar una red clandestina de inteligencia y con los cubanos que se habían entrenado en Retalhuleu en operaciones paramilitares emplearles en operaciones de infiltración y de fortalecimiento de las bandas guerrilleras.

Hawkins relataría tiempo después lo que había conversado con Richard Bissell en torno a la localización de una zona que cumpliera con la condición de contar con una pista de aterrizaje. Esta zona según él estaba ubicada en las proximidades de la península de Zapata. “Le dejé claro a Bissell ─ declararía Hawkins ─ que, sí, que podríamos entrar allí y mantener esa área por un rato debido al estrecho acceso que poseía a través de los pantanos y a un tercio de Cienfuegos a lo largo de la costa. Ahora bien, podemos mantener esta (posición) por un rato, pero no por mucho. Por otra parte, la Brigada no tiene ninguna oportunidad de abrirse paso para salir de allí. A despecho de estas advertencias que le di, sobre los peligros militares que rodeaban a esta zona, Bissell dijo, si este es el único lugar que satisface el requerimiento del Presidente, entonces eso es lo que vamos a hacer. Y dijo, adelante y desarrolla el plan en la Bahía de Cochinos[5]. Así, sin más, sin un análisis sobre aquella opción, sin atender cuanto se apartaba de las condiciones que existían en Trinidad, Bissell dio carta blanca para elaborar el Plan Zapata. Pero Hawkins agrega: “Bissell actuó imprudentemente al no defender la operación Trinidad. Si en realidad se querían deshacer de Castro, él debió defenderla, porque esta era la única posibilidad. Más adelante no defendió la necesidad de las operaciones aéreas. Yo no sabía que el presidente en realidad nunca había sido informado sobre la necesidad de la eliminación de la fuerza aérea de Castro y aparentemente no lo fue. Y yo no conocía eso. Yo resentía el hecho de que en el último momento Bissell no hubiera luchado fuertemente para preservar nuestra propia capacidad aérea y particularmente no permitir que el bombardeo final fuera completamente cancelado. Yo pensaba que nos convenía tener suficiente honor y no hacerla a aquellas tropas cubanas”. A estos pronunciamientos de Hawkins agregaba Esterline algo que podría entenderse como una acusación: “Me veo obligado a llegar a una conclusión muy infeliz y es la de que (Bissell) estaba mintiendo por razones que todavía no entiendo totalmente. Ahora estoy convencido de eso. Pienso que el hecho de que alguien tergiversara una situación deliberadamente al máximo jefe de Estado, es algo bastante imperdonable[6].

Adelanto una pregunta a la que no daré respuesta, pero dejándola como una insinuación, ¿Acaso hubo una conspiración contra Kennedy con el propósito de hacerle cargar con una derrota lacerante?

Toda una armazón de errores y omisiones condenaron la operación Zapata, fatal y necesariamente, a un total desastre. ¿Traición? El hecho real de todo aquel desastre lo resumiría el ex combatiente de la Brigada 2506 González Rebull: “Si no hubo traición, hubo abandono. Sin lugar a dudas, sabíamos que nosotros los cubanos, teniendo en cuenta el poco armamento, la distancia y los escasos aviones que teníamos, no podíamos realizar esa acción militar solos. Sabíamos que sucedería lo que sucedió: Fidel Castro pondría toda su fuerza allí, artillería, tanques y miles de hombres contra los 1.246 de la Brigada 2506[7]. Is that all?

La sangre cubana se derramó sobre el suelo cenagoso desde Playa Larga hasta Playa Girón, sangre de hermanos enfrentados en dos bandos contrarios. Unos y otros atrapados en un juego político que les convertían en piezas desechables. Los caídos por la parte castrista ascendieron a 142 combatientes y numerosos heridos; por la Brigada invasora se produjeron aproximadamente 114, entre ahogados y muertos en acción. Las consecuencias fueron desastrosas para los Estados Unidos y para el presidente John F. Kennedy en primer lugar, tal como lo expone José Luis Álvarez:  

Aparte del drama personal para los combatientes (de la Brigada 2506), las consecuencias políticas para el presidente (Kennedy) fueron relevantes. Por vez primera, después de varios años de éxitos encadenados en su imparable carrera desde congresista por Boston, a senador de Massachussets, hasta llegar a ser presidente de Estados Unidos, a Kennedy se le quebró su racha de buena suerte (…), pagando un alto precio en prestigio, en buena voluntad hacia él y en capacidad de maniobra[8].

Hundido el prestigio de Estados Unidos en los pantanales de Playa Girón-Playa Larga solo se consiguió lo contrario de los objetivos de Washington. El régimen castrista se consolidaría con el fiasco de Bahía de Cochinos y Cuba afirmaría aún más sus lazos con la Unión Soviética hasta convertirse en un preciado Estado satélite para Moscú. Ahora Cuba representaba ante toda la América Latina un importante precedente de reto a la doctrina Monroe.

El 20 de abril, en un discurso ofrecido ante la Sociedad Americana de Editores de Periódicos (American Society of Newspaper Editors), Kennedy reconocería públicamente la participación de Estados Unidos en la fracasada expedición a Bahía de Cochinos y la justificaría como un acto necesario a favor de la seguridad nacional de los Estados Unidos, diciendo:

Any unilateral American intervention, in the absence of an external attack upon ourselves or an ally, would have been contrary to our tradition and to our international obligations. But let the record show that our restraint is not inexhaustible. Should it ever appear that the interamerican doctrine of non-intervention merely conceals or excuses a policy of non-action – if the nations of the hemisphere should fail to meet their commitments against outside communist penetration – then I want it clearly understood that this government will not hesitate in meeting its primary obligations witch are to the security of our nation[9].

Cualquier intervención unilateral de Estados Unidos, en ausencia de un ataque externo sobre nosotros o contra alguno de nuestros aliados habría sido contrario a nuestras tradiciones y deberes internacionales. Pero que conste que nuestra moderación no es inagotable. En el caso de que pareciera que la doctrina interamericana de no injerencia encubra una política de no acción ─ si las naciones de este hemisferio dejan de cumplir sus deberes contra la penetración externa comunista ─, entonces quiero que se comprenda claramente que este Gobierno no dudará en el cumplimiento de sus obligaciones primarias que son la seguridad de nuestra Nación”.



[1] Arthur Schlesinger. 100 Days. Cit. por José Luis Álvarez. Decisiones estratégicas. LID Editorial Empresarial, Madrid, 2009
[2] Jim Rasenberger. The Brilliant Disaster: JFK, Castro, and America's Doomed Invasion of Cuba's Bay of Pigs. Scribner, New York, 2011
[3] Eugenio Yáñez. Playa Girón-Bahía de Cochinos: ¿dónde está la verdad? Cubaencuentro, 18 de abril de 2012
[4] Jack B, Pfeiffer entrevista a Jacob Esterline sobre la operación de Bahía de Cochinos. Noviembre 1975
[5] Peter Kornbluh. Op. Cit.
[6] Peter Kornbluh. Op. Cit.
[7] Jesús Hernández. Diario Las Américas, 16 de abril de 2016
[8] José Luis Álvarez. Decisiones estratégicas. LID Editorial Empresarial, Madrid, 2009
[9] President John F. Kennedy. Address before the American Society of Newspaper Editors. Statler Hilton Hotel, Washington, D.C. April 20, 1961. John F. Kennedy. Presidential Library and Museum

No hay comentarios.:

Publicar un comentario