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jueves, 8 de septiembre de 2016

Del libro en preparación “Amigos, Aliados y Enemigos. Bahía de Cochinos, una enseñanza

President Dwight D. Eisenhower and Secretary of State John Foster Dulles

Mario J. Viera

Capítulo LV

Bahía de Cochinos, una enseñanza

(Primera parte)

La oposición democrática al régimen que se implantaba en Cuba a partir de 1959, se sentía aislada, sin el apoyo necesario dentro de la población. Veía con preocupación cómo se iban cerrando los espacios cívicos independientes. La prensa escrita, radial y televisiva independiente perdía influencias en el pensar de los cubanos marginándose ante la acometida de una furiosa propaganda populista. Pronto aquellos medios que contaban con cierto grado de independencia serían suprimidos y sustituidos por un periodismo politizado e ideológico puesto al servicio del naciente régimen. La revolución sería un substituto de la religiosidad deviniendo en sí misma una deidad sagrada. El concepto de democracia representativa se identificaría, en los furiosos discursos de Fidel Castro, con la corrupción político-administrativa que prevaleciera durante los gobiernos auténticos y durante la defenestrada dictadura batistiana; la crítica al control estatal de la economía se le decía a las masas que eran críticas hechas por los “siquitrillados”, los poderosos latifundistas y los propietarios de inmuebles o de empresas comerciales e industriales, frustrados porque la “justicia revolucionaria” había puesto aquellas propiedades al servicio del pueblo.

La oposición anticomunista, volvió entonces sus ojos y esperanzas hacia el enemigo natural del castrismo, los Estados Unidos.  Cuando una oposición democrática se siente débil ante el avance de un poder dictatorial, como señala Gene Sharp, “no es extraño que confíe sus esperanzas de liberación a la acción de otros (…) Una situación así puede parecer consoladora, pero existen graves problemas en cuanto a la confianza depositada en un salvador foráneo. Esa confianza puede estar puesta en un factor totalmente errado. Por lo general, no van a llegar salvadores extranjeros”; y agrega Sharp: “Si interviene otro estado, probablemente no deba confiarse en él[1]. Y este fue el error de la oposición anticomunista cubana. Confiar en Estados Unidos sin tomar las debidas precauciones. Washington velaba solo por sus intereses económicos y políticos en Cuba y, por extensión, en todo el subcontinente latinoamericano. No consideraron los opositores lo que, muchos años después Sharp, advertiría: “Algunos estados extranjeros actuarán contra la dictadura, pero sólo a fin de ganar para sí mismos el control económico, político y militar del país[2]. La oposición democrática, dispuesta a decidirse por la lucha violenta, serviría a propósito para hacer avanzar los intereses particulares de Washington que la utilizaría en su beneficio aun con desprecio por la suerte de quienes se decidieron rescatar la democracia en Cuba por medio de la vía insurreccional.

Así fue lo que se hizo con la expedición de la Brigada 2506 en Bahía de Cochinos y en Playa Girón, una operación que, de inicio, se consideraba con solo 30 por ciento de posibilidades de éxito; una operación condenada al fracaso.

1. La guerra privada de Dwight Eisenhower

Todo comenzaría el 17 de marzo de 1960 cuando el Presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower firmara el denominado Programa de Acción Encubierta Contra el Régimen de Castro cuya implementación estaría a cargo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Washington reaccionaba así a los retos de Castro y usaría, para alcanzar sus propósitos de derrocar al gobierno revolucionario, a los que se oponían al recién iniciado régimen, sin importar que fueran antiguos colaboradores del gobierno batistiano, o afectados por las leyes de nacionalización dictadas por el castrismo, o fueran simples opositores de conciencia a lo que ya se entreveía como un escalamiento hacia el comunismo.

Ya desde mediados de 1959, Cuba era una gran preocupación para el gobierno de Eisenhower que se planteaba como necesidad que algo debía hacerse. Desde abril de 1959, reconocería el Subsecretario de Estado para asuntos interamericanos (de 1957 a 1960) Roy R. Rubottom “era evidente una tendencia a la baja en las relaciones EEUU-Cuba”. A partir del mes de junio ya, según Rubottom, se había alcanzado la decisión de que no era posible cumplir los objetivos de Estados Unidos con Castro en el poder y durante los meses de julio y agosto se habían dedicado a la elaboración de un programa para sustituir a Castro. En adición a esto, comunicaciones procedentes de la Embajada de Estados Unidos en Cuba hablaban del control centralizado de las fuerzas militares dentro del Ministerio de las Fuerzas Armadas, de nueva creación y bajo la dirección de Raúl Castro, y se veía con preocupación la expansión de elementos “extremistas” en los organismos gubernamentales de personas como el nuevo ministro del Trabajo, Augusto Martínez Sánchez, que antes ocupaba el Ministerio de Defensa. El embajador Bonsal lo definía como “izquierdista de extremo, frecuentemente alegado como comunista[3].

Así, en junio de 1959, el Departamento de Estado y el Estado Mayor Conjunto decidieron que había llegado el momento "para tomar medidas definitivas" contra Castro. El Secretario de Estado Adjunto Rubottom le comunicaría al Consejo Nacional de Seguridad (NSC) que el Foggy Bottom, es decir, el Departamento de Estado, ya estaba trabajando con la CIA "para acelerar el desarrollo de una oposición en Cuba que trajera un cambio en el gobierno cubano, dando lugar a un nuevo gobierno que fuera favorable a los intereses de Estados Unidos"[4]. Primaban los intereses de los Estados Unidos. Cuba significaba un latente peligro de penetración soviética en tierras americanas que podría traer desagradables repercusiones en la América Latina y, por otra parte, poderosos intereses económicos de Estados Unidos habían sido afectados por las leyes estatistas que impulsaba el régimen de Castro. Al decir de Allen Dulles, Cuba se había convertido en el problema “más preocupante” que tenía que enfrentar Estados Unidos. De este modo ya era momento de tomar medidas drásticas, pero el quid del asunto radicaba en el cómo. Una agresión directa contra la isla no era razonable, pero se tenía que hacer algo para detener a Castro en su carrera hacia la formación de un régimen de corte stalinista favorable a los intereses geopolíticos de la Unión Soviética. Se requería contar con un aliado apropiado cuyos propios intereses pudieran ser utilizados a favor de los intereses de Washington. Entonces el Foggy Bottom y Langley volvieron sus ojos y esperanzas hacia los cubanos que por diferentes razones habían rechazado al castrismo y buscado refugio en los Estados Unidos y, principalmente entre aquellos que elaboraban sus propios planes para derrocar al gobierno de Castro.

Los grupos de exiliados en Estados Unidos, se empeñaban en realizar acciones clandestinas en tierra cubana empleando para ello lanchas rápidas y avionetas ligeras para atacar objetivos económicos y provocar incendios en cañaverales, todo al margen de las leyes de Estados Unidos. Castro se aprovechaba de estos ataques para fomentar una conciencia nacionalista exaltada dentro de la población pretextando que esos ataques se hacían bajo el amparo y consentimiento del gobierno de los Estados Unidos. En una concentración popular frente al Palacio Presidencial, celebrada el 26 de octubre de 1959, Castro denunciaba las incursiones aéreas desde Miami insinuando que las mismas contaban con el beneplácito de las autoridades de Estados Unidos: “¿Cómo es posible ─ cuestionaba Castro en aquella concentración ─ que las autoridades de un país tan poderoso, con tan cuantiosos recursos económicos y militares, con sistemas de radares, que se dice en condiciones de poder interceptar incluso proyectiles dirigidos, se confiese ante el mundo incapaz de impedir que unas avionetas salgan de su territorio a bombardear un país indefenso como Cuba?  

Esta situación fuera de control, pronto generó preocupaciones dentro del Departamento de Estado. A raíz del raid aéreo llevado a cabo por Díaz Lanz en La Habana lanzado octavillas antigubernamentales, Roy R. Rubottom presenta un memorando al Secretario de Estado Christian Herter con fecha 23 de octubre de 1959 bajo el tema del control de las incursiones aéreas sobre Cuba y otras actividades del exilio dirigidas en contra del Gobierno de Cuba, expresando su preocupación por los inconvenientes de estas acciones fuera de control que impulsaba el exilio cubano anticastrista.

En esta comunicación Rubottom[5] plantea: “El gobierno cubano previa y oficialmente se ha quejado en muchas ocasiones que aviones procedentes de los Estados Unidos han dejado caer armas y municiones para los elementos anti gubernamentales en Cuba”. Estos grupos anticastristas en la Florida ─ dice ─ “son numerosos, aparentemente bien financiados y en los recientes meses sus actividades han estado aumentando constantemente”. A continuación hace notar que “las actividades de estos grupos en la recolección de armas, haciendo vuelos clandestinos sobre Cuba y agitando en contra del actual régimen cubano son altamente perjudiciales para nuestras relaciones con Cuba y deterioran nuestra postura como protagonistas de los esfuerzos para el mejoramiento de las tensiones en el área del Caribe”; puntualiza entonces: “Particularmente, la continuación de tales actividades en la Florida es como darle a Castro el único beneficio de concentrar al pueblo cubano alrededor de él y ganarse la simpatía de otros latinoamericanos…” Rubottom plantea además la siguiente recomendación: “A menos que se haga un esfuerzo concertado para detener tales actividades, es probable que ellas se incrementarán en alcance y seriedad y la impresión que sin duda se ganará en Cuba y en otras partes es que tienen la tácita aprobación del Gobierno de Estados Unidos”. Recomienda entonces al Secretario de Estado que se comunicara “con el Fiscal General, la Secretaría del Tesoro y la Secretaría de Defensa, para señalar la importancia de esta materia desde el punto de vista de nuestras relaciones exteriores y reclutar su ayuda en la movilización de todo el personal y las agencias disponibles para la prevención de violaciones de nuestras leyes de Neutralidad y de Aduanas. El Subsecretario de Asuntos Políticos podría del mismo modo comunicarse con el Administrador de la F.A.A. y con el Director de la Agencia Central de Inteligencia”.

En esa misma fecha Roy Rubottom envía un memorando dirigido a Robert Murphy, subsecretario de Estado para Asuntos Políticos donde expresa su preocupación en torno al enrarecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, informando: “Como usted sabe, nosotros hemos estado dando a Castro todas las oportunidades para seguir un curso consistente con las buenas relaciones de Estados Unidos-Cuba y hemos ejercido en público mucha moderación con el fin de hacer posible que él modifique sus actitudes y políticas si tenía cualquier inclinación a mantener los lazos de amistad y de interés común que han vinculado a este país con Cuba (…) Nuestra moderación generalmente ha sido contestada por los continuos ataques hacia los Estados Unidos por Castro y sus lugartenientes”. Rubottom expresa en esta comunicación su recelo en cuanto a la penetración comunista en los más altos niveles de las fuerzas armadas, del gobierno, los sindicatos y en otras instituciones claves del país[6].

Las actividades de infiltraciones clandestinas de los anticastristas en territorio de Estados Unidos, continuaban siendo una constante preocupación. En reunión del Consejo de Seguridad Nacional del 16 de diciembre de 1959, el subsecretario de Estado Douglas Dillon declararía que el asunto cubano debía ser manejado como un asunto delicado al que no se debería dar una amplia diseminación de los conocimientos que estaban en discusión, en tanto el Fiscal General William Pierce Rogers aseguró que en el área de Miami trabajaban a tiempo completo 30 o 40 agentes del Buró Federal de Investigaciones (FBI) en los asuntos cubanos, pero indicó que esos agentes encontraban algunas dificultades “debido a que no sabían si era política nuestra ─ dijo ─ permitir que las actividades anticastrista continuaran en la Florida o si esas actividades debían ser detenidas”; a esta interrogante, el director de la CIA, Allen Dulles consideró que el permitir que aquellas actividades continuaran o si se debía suspender tenían que estar en dependencia de lo que las fuerzas anticastrista planearan, y agregó: “Nosotros no podríamos, por ejemplo, permitir que los batistianos hagan lo que quieran hacer. No obstante, se pudiera hacer una serie de cosas en cubierto con las que podríamos ayudar en la situación en Cuba[7].

La solución al conflicto sería dada por los planes futuros de acción encubierta que aprobaría el presidente Eisenhower, organizando a los diferentes grupos de exiliados bajo la dirección y entrenamiento de la CIA.

La CIA iniciaría planes para organizar una unidad de infiltración con exiliados cubanos a fin de entrenar a los grupos de guerrilleros que se fomentaran en la isla. El objetivo planteado en el Programa de Acción Encubierta, según sus redactores, era el de “propiciar la sustitución del régimen de Castro por uno más dedicado a los verdaderos intereses del pueblo cubano y más aceptable para los Estados Unidos, de tal manera que permita evitar cualquier apariencia de intervención de Estados Unidos”. Para cumplir con este objetivo, se proponía inducir, apoyar y en lo posible dirigir la acción de un grupo selecto de cubanos de tal modo que aparezca que actúan por iniciativa propia. El programa contemplaba cuatro líneas principales de acción: 1) Integrar en el exilio un frente de oposición anticastrista que fuera responsable, atractivo y unificado, declarado públicamente como tal y por lo tanto necesariamente situado fuera de Cuba; 2) iniciar a través de la emisora Radio Swan, ya fundada desde 1959 en territorio de Estados Unidos y luego transmitiendo desde las islas de Swan, cerca de la línea costera de Honduras y de Cuba, una fuerte campaña propagandística con el propósito de generar un estado de opinión favorable a la oposición contrarrevolucionaria al interior de Cuba y en lo posible debilitar el apoyo de las masas a Casto; 3) organizar dentro de Cuba una red clandestina de inteligencia y acción que responda a las órdenes y dirección de la oposición en el "exilio", y 4) creación fuera de Cuba de una adecuada fuerza paramilitar con apoyo logístico, naval y aéreo, para las operaciones militares encubiertas en la isla. Inicialmente se reclutaría, tras cuidadosa investigación, un grupo de cuadros entrenados como instructores paramilitares. En una segunda fase un número de cuadros (cadre) paramilitares serían entrenados en lugares seguros fuera de Estados Unidos para ser infiltrados en Cuba con el objetivo de organizar, entrenar y dirigir las fuerzas de resistencia reclutadas en la isla antes y después del establecimiento de uno o más centros activos de la resistencia interna[8].



[1] Gene Sharp. Op. Cit.
[2] Idem
[3]  Telegram from the Embassy in Cuba to the Department of State (Source: Department of State, Central Files, 737.13/10–1759. Confidential; Priority.) FRUS VI, 370  
[4] Jack Colhoun. Gangsterismo: The United States, Cuba and the Mafia, 1933 to 1966. OR Books, 2013
[5] The Foreign Relations of the United States (FRUS VI, 375) Department of State, Central Files, 737.00/10–2359. Confidential. Drafted by Vallon, Owen, and Hill, and initialed by Rubottom.
[6] The Foreign Relations of the United States (FRUS VI, 376) Department of State, Central Files, 737.00/10–2959. Secret; Limit Distribution.
[7] The Foreign Relations of the United States (FRUS VI, 410)
[8] The Foreign Relations of the United States (FRUS VI, 481) Source: Eisenhower Library, Project “Clean Up” Records, Cuba

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