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lunes, 5 de septiembre de 2016

Deísta


Mario J. Viera

Porque declaro que acepto la existencia de, digámoslo con una expresión poco exacta, un “ser” trascendente colocado por encima de la experiencia humana, al que se le denomina Dios, algunos dicen de mí que soy “religioso”; algo bien distante de la realidad, porque para nada me identifico con la religiosidad o con la aceptación de una religión organizada. Pero si dijeran de mí que soy un especial adepto a una específica corriente filosófica denominada deísmo, entonces estarían más acertados en la calificación. Si, por otra parte, me identificaran con el modelo de pensamiento del británico, y uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, Thomas Paine, diría que, ciertamente, estarían en la proximidad de lo que “creo” en cuanto a religiosidad. Paine afirmó en uno de sus folletos, La Edad de la Razón, lo que él entendía por “los deberes religiosos”, anotando:

Yo creo en un Dios y no más; y tengo la esperanza de la felicidad después de esta vida. Creo en la igualdad del hombre, y creo que los deberes religiosos consisten en hacer justicia, amar la misericordia y esforzarse por hacer feliz a nuestro prójimo”.
 
Thomas Paine
Y en ese mismo folleto expuso su credo:

No creo en el credo profesado por la iglesia judía, por la iglesia romana, por la iglesia griega, por la iglesia turca, por la iglesia protestante, ni por cualquier otra iglesia que conozca. Mi mente es mi iglesia. Todas las instituciones eclesiásticas nacionales, ya sean judías, cristianas o turcas, me parecen nada menos que invenciones humanas creadas para horrorizar y esclavizar a la humanidad, y monopolizar el poder y el lucro”.

Sobre el cristianismo escribe Paine: “Si hubiera sido el objetivo o la intención de Jesucristo establecer una nueva religión, indudablemente habría escrito el sistema él en persona, o habría procurado que lo escribieran mientras vivía. Pero no hay ninguna publicación auténtica existente que lleve su nombre. Todos los libros que forman el Nuevo Testamento fueron escritos después de su muerte”.

Paine se declara deísta cuando dice: ““¡Qué diferente es esto a la simple y pura profesión del deísmo! El verdadero deísta tiene una sola deidad; y su religión consiste en contemplar el poder, la sabiduría y la benignidad de la Deidad en sus obras, y en su esfuerzo por imitarlo en toda cuestión moral, científica y mecánica”.

Pero Paine no fue el único deísta entre los padres fundadores, junto a él lo fueron, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin, en tanto James Madison y George Washington, sin declararse definidamente como tales, tenían inclinaciones hacia el deísmo; según Bruce Miroff, Raymond Seidelman, y Todd Swanstrom[1], John Adams, aunque era un confeso unitario liberal, en su correspondencia privada parecía más deísta que cristiano. Estos autores señalan, además que uno de los autores de El Federalista, James Madison “creía que ‘la esclavitud religiosa apresa y debilita la mente y la inhabilita para cada noble empresa’. Habló de los ‘casi quince siglos’ durante los cuales el cristianismo había estado en juicio; ‘¿Cuáles han sido sus frutos? Más o menos en todas partes, orgullo e indolencia en el clero, ignorancia y servilismo en los laicos, en ambos, superstición, intolerancia y persecución”.
 
Thomas Jefferson
Sobre Thomas Jefferson señala el historiador Mario Escobar: “El que sería tercer presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, no ocultaba sus profundas ideas deístas. Su respeto a las creencias de los demás y su profundo deseo de la separación política de la Iglesia y el Estado, estaban en la base de su pensamiento. Thomas Jefferson rechazó públicamente todos los aspectos sobrenaturales de las Escrituras, incluidos los milagros de Jesús. En su pensamiento racionalista, lo sobrenatural era considerado mera superstición. Durante las elecciones a la presidencia fueron muchos cristianos los que denunciaron las ideas heterodoxas del candidato”.

Un personaje menos destacado en la historiografía de Estados Unidos, considerado por algunos autores como uno de los padres fundadores fue Ethan Allen de Vermont, aunque este no fuera uno de los firmantes de la Declaración de Independencia, ni de los Artículos de Confederación y fuera uno de los políticos del Estado de Vermont que se oponían a la integración en Estados Unidos, luego de finalizada la Guerra de Independencia. Ethan Allen se identificaba con las posiciones filosóficas de Paine. En 1785, Allen publica su libro Reason: the Only Oracle of Man: Or, A Compendious System of Natural Religion (La razón: el único Oráculo del Hombre, o Un Resumen de Sistema de Religión Natural) donde planteaba un ataque al cristianismo y un violento ataque contra la Biblia, las iglesias establecidas y el poder clerical. En esta obra, Allen presentaba la sustitución de la religión organizada entremezclando el deísmo, las opiniones naturalistas de Baruch Spinoza y un trascendentalismo que se adelantaba a los postulados de los trascendentalistas del siglo XIX, principalmente Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau, y el poeta Walt Whitman. Para Allen el hombre es un agente libre en el mundo natural.

Dicho esto, paso al tema específico de qué ser deísta. El deísmo no es una religión, sino una concepción filosófica y, si se quiere filosofo-teológica con una actitud definida ante la aceptación, por medio de la razón, de la existencia de Dios y de rechazo a todo tipo de religión organizada y de su clerecía, sea sacerdotal o pastoral. Según Copleston, citado por Mariano Fazio Fernández, “Los deístas eran racionalistas que creían en Dios… El deísmo del siglo XVIII significaba la desupernaturalización de la religión y la negativa de aceptar cualquier proposición religiosa basada en el principio de autoridad. Para los deístas era la razón sola la que había de juzgar sobre la verdad, tanto en materia religiosa como en cualquier otra cosa[2].
 
Voltaire
Voltaire, el gran deísta, anotaría en rechazo del ateísmo: “Siempre he considerado el ateísmo como el mayor de los extravíos de la razón, pues decir que la armonía del mundo no prueba la existencia de un supremo artífice es tan ridículo como necio sería decir que un reloj no prueba la existencia de un relojero”. Para él la creencia en un Saber Supremo no era cuestión de fe, sino de la razón. En el “El filósofo ignorante”, cita Isaías Díez del Río, Voltaire argumenta: “Me siento inclinado a creer que el mundo es siempre emanado de esta causa primitiva y necesaria, como la luz emana del sol. ¿Por qué concatenamiento de ideas me veo siempre llevado a creer eternas las obras del Ser Eterno? Por muy pusilánime que sea mi concepción, tiene la fuerza de alcanzar al ser necesario que existe por sí mismo[3].

Para el deísta no hay libro sagrado, solo compendio de escritos humanos con determinado valor teológico. El deísta no cree en las “verdades reveladas” contenidas en el canon bíblico y mucho menos en sus mitos de la creación y el diluvio universal sustentados en la fe o en la tradición.

Para los deístas Dios constituye el motor inicial, el primer impulso en la formación del universo; sin embargo, algunos reconocen la creatio ex nihilo por un Dios creador, en tanto otros rechazan este concepto de la creación a partir de la nada en favor del concepto de la creatio ex materia o, dicho de otro modo, del surgimiento del Universo a partir de la expansión de la materia, donde Dios ya no es un creador sino un programador que construye con los elementos materiales surgidos del primer impulso o Big Bang. Este es el concepto propio de rechazo a la “revelación” que se expresa como ex nihilo nihil fit, es decir, “de la nada, nada proviene”. La explicación bíblica del mundo y del hombre no tienen un carácter autóctono, sino que se conformó sobre las bases de las tradiciones sumerias. Para el budismo el Universo es infinito e increado, es decir no hay intervención divina para la existencia del universo. Buda considera que la idea del origen del universo es un impensable diciendo: “Pensar acerca del (origen) del universo, oh monjes, es un impensable que no debería ser pensado; pensando en esto, uno experimentaría aflicción y locura”. Sin embargo, la ciencia indaga para encontrar el cómo del surgimiento del Universo y del origen de la vida, pero se detiene en el por qué sin llegar a explicar ciertamente el qué es la vida. He ahí el impensable científico.

Pero ¿qué es la vida? ¿Qué propició que en la materia inerte surgiera la vida? No se trata de cómo surgieron los primeros vivientes, sino cómo la vida se generó en esas rudimentarias formas vivientes. Por la razón y por experiencia creo que la vida es el pneuma del Espíritu Universal soplado sobre la materia orgánica. Ante este “misterio” del origen de la vida, señal el astrofísico y matemático inglés, Chandra Wickramasinghe: “El que la vida haya sido un accidente químico en la Tierra es como buscar cierto particular grano de arena en todas las playas de todos los planetas del universo... y hallarlo”. Y Albert Einstein, por muchos calificado como deísta, expresó: "Hay dos maneras de vivir una vida: una es pensando que todo es un milagro, la otra es pensando que nada lo es. De lo que estoy seguro es de que Dios existe".

Los deístas no creemos en verdades reveladas, pero algunos aceptamos que en muchos escritos existe la inspiración del Espíritu de Sabiduría que sirven de modelo de enseñanza para el conocimiento de Dios. La enseñanza no está concentrada en un solo cuerpo de textos concedidos a un supuesto pueblo elegido, sino repartida en diferentes textos elaborados en diferentes culturas. A Dios se llega por la razón y la espiritualidad y no por adoctrinamiento o por dogmas impuestos, ambos no aceptados por los deístas. No se produce una relación de sumisión y adoración a Dios sino una de experiencia personal; es un acercamiento a Dios a través de la reflexión. De este modo se ha señalado ciertamente que el deísta disfruta de la libertad de buscar la espiritualidad por sí mismo, y su vida espiritual no se ha formado por la tradición o la autoridad religiosa sino por su propia concepción de la Divinidad.

 Dios no necesita servidores, porque Él es amor y comprensión. Su esencia, la esencia de Suprema Inteligencia no exige sumisión sino comprensión. Como Suprema Inteligencia, en sí hay tres componentes esenciales, la Gnosis (Γνωσις), el Logos (Λόγος) y la Sofos (σοφός), Uno y Trino, algo que los deístas clásicos no comparten. Por supuesto los deístas no creen ni admiten la existencia de un Dios personal y antropomorfo.

Dios no es legislador ni crea códigos de conductas que normen todas las actividades del hombre. Dios le ha concedido razón e inteligencia al género humano y es el hombre quien norma su vida en concordancia con las relaciones sociales existente en cada momento histórico. De este modo el deísta ratifica que la religión y el Estado deben estar separados. Así, el deísta no se rige, en lo fundamental por una moralidad surgida de los conceptos religiosos. Los deístas orientan su conducta a partir del pensamiento racional y de la ética vinculada a su propia conciencia. El deísta se rige por lo ético más que por la relatividad moral siempre en transformación. La moral está históricamente condicionada. Pero los valores éticos son constantes. La ética es una categoría filosófica y científica, en tanto que lo moral está determinado por principios, valores o normas que rigen para una sociedad históricamente determinada. Teniendo esto en cuenta los teístas rechazan los dogmas y los criterios impuestos por líderes eclesiásticos que se presentan a sí mismos como si fueran mensajeros de Dios y comunicadores de su Palabra.

No obstante, los deístas creyendo en Dios, o en un principio divino, aceptan unos pocos, si acaso, de los principios y prácticas del cristianismo, judaísmo, o de cualquier religión considerando que en las mismas pueden existir creencias racionales luego de extirpar de ellas lo que pueda haber de supersticioso.

En los deístas, desde Voltaire hasta Paine, hay una agria crítica hacia el cristianismo. Ante el cristianismo, Voltaire exigía “una religión natural sin dogmas, ni sacerdotes, nada coercitiva y con grandes valores humanos”; una religión no existente tal como lo planteara Paine de que Jesús no había creado una nueva religión. El cristianismo vigente, el nacido no de las enseñanzas del nazareno sino de las enseñanzas del fariseo Pablo de Tarsos es y ha sido la antítesis de la religión natural que reclamaba Voltaire. Jesús no sacramentó sacerdotes, ni líderes espirituales, ninguno de sus discípulos fue elevado sobre los otros y a ninguno le confirió dignidad episcopal. Jesús nunca fue a adorar al templo, su templo era el desierto y los montes.  El deísmo, por tanto, no necesita de ministros, sacerdotes, ni rabís. Todo lo que un individuo necesita es su propio sentido común y la habilidad de considerar su condición humana, todo hombre es su propio sacerdote.



[1] Bruce Miroff, Raymond Seidelman, Todd Swanstrom. Debating Democracy: A Reader in American Politics. Wadsworth Cengage Learning, Boston USA, 2009
[2] Mariano Fazio Fernández. Historia de las ideas contemporáneas. Ediciones Rialp, S.A, Madrid, julio 2015: F. Copleston. Historia de la Filosofía, vol. V: De Hobbes a Hume.
[3] Isaías Díez del Río. La religión en Voltaire. Anuario Jurídico y Económico Escurialense, XLIV (2011) 519-536 

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