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martes, 8 de septiembre de 2015

Transición hacia la transición

Mario J. Viera

El profesor Fernando Mires[1], ha creído ver que, tras la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, junto al proceso “reformista” iniciado por Raúl Castro, y con el fin del mito de la revolución castrista, tal vez en Cuba está comenzando  una “transición hacia la transición”. No comparto tal opinión, aunque ciertamente hay que reconocer que el gobierno de Cuba está en el preámbulo de una transición, pero no como fase primaria hacia la transición democrática, sino como la transición del totalitarismo del Estado comunista hacia el totalitarismo-capitalista-monopartidista con todo el poder concentrado en el Consejo de Estado y en el Buró Político del Partido Comunista.

En la nueva política de Estados Unidos hacia Cuba existe un propósito no muy claro, y evidentemente no se corresponde con lo que se ha argumentado para justificar el acercamiento a ese derelicto de la guerra fría que es el castrismo. No creo que se trate de una táctica política dirigida a enmendar el supuesto fracasado modelo de aislamiento y confrontación que por cinco décadas había mantenido Estados Unidos frente a los usurpadores del poder en Cuba. Tal vez el objetivo sea de carácter geopolítico dirigido a mejorar la imagen de los Estados Unidos ante los países de América Latina, con miras a debilitar la hegemonía del Alba en el subcontinente.

La democratización de Cuba no se producirá como consecuencia del restablecimiento de sus lazos diplomáticos con Estados Unidos, como no ha ocurrido en Arabia Saudí, ni en Viet Nam, ni mucho menos en China, países con los cuales Estados Unidos mantiene amplias relaciones diplomáticas. Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador con vínculos diplomáticos con la potencia del Norte han emprendido un camino que les aproxima al totalitarismo y donde los derechos humanos son papel mojado.

Tal vez Obama quiera reeditar la argucia que Ulises utilizó en Troya con el propósito de hacer caer a la inconmovible Ilión. Si este es el objetivo oculto de Obama será un total fracaso, porque el régimen cubano no abrirá sus puertas para recibir ingenuamente al caballo de Troya y se mantendrá en su posición hegemónica y de control de toda la sociedad.

Coincido con Mires, al decir que “Raúl Castro, a diferencias de su hermano, pasará a la historia no como el fundador de un mito sino como quien puso punto final a la vigencia del mito fundacional. A partir de Raúl la revolución que derribó a Batista ha sido convertida en un simple hecho histórico, todo lo importante que se quiera, pero no más que eso”; y ciertamente si el mito que ha conformado la llamada revolución cubana desaparece, con él cambia, como causa y efecto, “el destino de la historia situada sobre ese mito”.

Sin embargo, Raúl Castro tiene sus propios planes. Su objetivo es garantizar la inamovilidad del régimen de poder fundado sobre el dominio del Partido Comunista y de las Fuerzas Armadas. A él no le interesa, o no está capacitado, para mantener el mito revolucionario. Él quiere garantizar la continuidad en el tiempo del régimen y salvar los intereses de sus colaboradores y los propios de su familia. Para lograr estos propósitos requiere, mal que le pese, mejorar sus relaciones con los Estados Unidos. Sin una apertura hacia el Potomac, el régimen comunista está condenado al colapso. Para sobrevivir se requiere un vuelco hacia el modelo chino; pero para ello necesita fatalmente de la inyección de los capitales de Wall Street; sin las inversiones del capital americano no hay posibilidades de implantar el sistema socio político chino en la isla.

El restablecimiento de relaciones diplomática, para los castristas es la antesala, el primer paso hacia su meta principal: el levantamiento del embargo comercial. Entonces se hace necesario quitarle fuego a la retórica “antimperialista” y moderar el discurso de “plaza sitiada”. De este modo, el mito fundacional se debilitará aún más, sacrificado ante la necesidad que impone el pragmatismo, frío y cruel.  

El destino previsible para Cuba a corto y mediano plazo es el mismo de la granja orwelliana. Si finalmente el embargo es levantado, el brioso corcel del capitalismo salvaje encontrará en Cuba un espléndido pastizal. Un sistema de mercado con licencia para actuar, siempre que no toque ni con el pétalo de un clavel el rostro rijoso del poder incompartible del Partido Comunista. Un paraíso para los inversionistas que no tendrán que confrontar reclamaciones sindicales, ni protestas, ni huelgas, donde los derechos laborales constituyen solo deberes para el trabajador y muchos serán los derechos para los empresarios, siempre y constreñido dentro de lo económico.

La prensa libre continuará amordazada; todos los poderes públicos controlados por el Consejo de Estado. Los órganos represivos del Ministerio del Interior contarán con más recursos financieros y tecnológicos para continuar haciendo lo que mejor saben hacer, espiar a la población y reprimir cualquier manifestación de protesta o cualquier opinión considerada no ortodoxa según los moldes ideológicos del castrismo. Mientras tanto Cuba seguirá siendo el burdel más barato del Caribe. Y las mejoras salariales no sobrepasarán los niveles que establecen los parámetros internacionales de la pobreza extrema. El gallo desplumado del estalinismo recibirá un poco más de maíz pero continuará siendo solo un gallo desplumado.

Un nuevo sistema socio político surgirá, de capitalismo salvaje, limitado solo a la esfera económica, de gobierno de un solo y hegemónico partido político y de totalitarismo rígido como sistema de gobierno. La transición hacia la democracia deberá todavía esperar tal vez por una tropical “Operación Walkiria” o por  una Plaza de Tahrir, o quizá por la aparición de algún Gorbachov criollo, todas estas, posibilidades de momento nada previsibles.

La verdadera oposición cubana, en medio de las actuales condiciones, tendrá que adecuarse al momento político y dar limitada importancia a las declaraciones teóricas y filosóficas, solo de interés mediático, para darle prioridad al activismo político, dirigido a crear la necesidad del cambio en las conciencias de la población, utilizando todos los medios que tenga a su disposición por muy limitados que sean, penetrando las secciones sindicales con activistas de la oposición; penetrando incluso los CDR y exponiendo las exigencias sociales dentro del marco de las asambleas de rendición de cuentas de los delegados de circunscripciones.


[1] Fernando Mires. El fin del mito de la revolución cubana. Blog POLIS. (30 de agosto de 2015)

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