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martes, 13 de agosto de 2013

Feneciendo en lo vivido


Mario J. Viera.

Aunque no le considero con la grandiosidad que le confiere el oficialismo en Cuba, a ratos leo a Luis Sexto, premio nacional José Martí de periodismo que le confirieran aquellos que del periodismo han hecho un folletín de propaganda y un manual de acríticas opiniones. Su estilo muchas veces ampuloso; en ocasiones oscuro, no carece, en general de elegancia y virtud, véase como ejemplo algunos de sus artículos como Mis límites,  Entre las sombras, ¿Oficio o profesión? y Apostillas ingenuas sobre un manager y un periodista.

Cuando leo lo que entrelíneas expresa en muchos de sus artículos se me ocurre ver que hay dos Luis Sexto; el primero, el público, ese que escribe elogios al sistema castrista; el segundo, el privado, el que se esconde en su intimidad y parece dudar de lo que asegura ser una de sus creencias: “Entre mis creencias ─ dijo de sí mismo en una ocasión ─ milita la fe en la obra que defienden mi patria y mi pueblo. Es lo que más conozco”. Valga como ejemplo sus artículos: Diatriba contra los lugares comunes,  Entre lo audaz y lo pusilánime  o lo por él argumentado en el Dossier de Espacio Laical Propuestas para una refundación de la prensa cubana.

Como quiera que sea, de vez en vez leo lo que escribe para el oficialista Juventud Rebelde, que de rebelde nada tiene y de juventud solo el nombre. Lo último que he leído de Sexto es su reciente artículo aparecido en el libelo castrista bajo el título de  Vida en lo vivido, un artículo que por su estilo de redacción, oscuro y críptico para tratar un asunto corriente me coloca en la duda de si Sexto lo escribió de motu proprio o si lo hizo por encargo. El tema: lo referido por Raúl Castro en la Primera Sesión Ordinaria de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 7 de julio de 2013, discurso que podría titularse como “Palabras sobre el orden, la disciplina y la exigencia” dicho desde las perspectivas de un gobierno que ha sido la causa eficiente de las malas conductas y actitudes presentes en la sociedad cubana ahora “descubiertas” y denunciadas por el presidente-general.

Castro, el pequeño, adelantando una justificación para el fracaso de sus denominadas “reformas” dirigidas a la actualización del obsoleto régimen político-social que el azar le hizo dirigir, descarga sobre la población y sobre funcionarios del aparato burocrático la culpa de ese previsible fracaso. Si los lineamientos no llegaran a cumplirse será por la mala actitud presente en la sociedad caracterizada por “el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás”; porque “una parte de la sociedad ha pasado a ver normal el robo al Estado”; por la propagación de “las construcciones ilegales, además en lugares indebidos, la ocupación no autorizada de viviendas, la comercialización ilícita de bienes y servicios, el incumplimiento de los horarios en los centros laborales, el hurto y sacrificio ilegal de ganado”. Y conjuntamente a todo ello la manifestación de conductas, que dijo eran “propias de la marginalidad, como gritar a viva voz en plena calle, el uso indiscriminado de   palabras obscenas y la chabacanería al hablar…”

Luis Sexto se identifica con las críticas de Castro. El mal está ─ según esta concepción ─ en que “falta virtud en muchos de nosotros”, según afirmación de Sexto; y ya desde el primer párrafo de su artículo ─ haciendo referencia a las enseñanzas del presbítero Félix Varela ─ asevera: “No hay patria sin virtud”. Varela el que de acuerdo con el maestro José de la Luz Caballero fue el que primero enseñó a pensar a los cubanos es casi un nombre sin significado para cualquier escolar cubano que haya alcanzado el sexto grado de la enseñanza primaria que se rige por los patrones ideológicos del castrismo. ¡Ah, para Sexto no todo está perdido! ¿o está todo perdido? Desde el principio de su nacionalidad ─ considera ─ el cubano “no ha dado la espalda a la virtud como fundamento de nuestra historia” y luego se enreda en un guirigay de ideas diciendo: “Tenemos una autoimagen, y en términos utilizados por el poeta Roberto Manzano, si vivimos en un cuerpo espiritual con cuerpo geográfico de nación, es porque la patria se mantuvo apegada a la doctrina de sus precursores”.

Agrega entonces: “Más tarde, Martí (…) reavivó la virtud” a partir de la cultura “como medio y forma de ser libres de extraños y de la propia perversión”. Sin transición pasa a afirmar que el dictadorzuelo “identificó con exactitud las tablas carcomidas de nuestro piso moral y legal”. Entonces los cubanos ¿se han mantenido apegados a la doctrina de virtud de sus precursores o definitivamente algo ha ocurrido para que se haya descompuesto su “piso moral y legal” y despegado de la virtud histórica? Partamos de que sea cierto lo que asegura Sexto que “enumerar nuestros quebrantos desde la jefatura del Estado y del Gobierno, resulta más elocuente y preciso por abarcador que la percepción individual”, entonces hay que indagar ¿por qué esos quebrantos? ¿Cuál ha sido la causa que les ha propiciado? Ni Luis Sexto, ni, por supuesto, Raúl Castro nos dan respuestas a estos dos cuestionamientos. Simplemente, Sexto se apega “al criterio de que ese reconocimiento ─ el de Raúl Castro ─ sin almíbar compone un acicate para el optimismo (…) Peor hubiera sido si no hubiéramos oído la descripción de cuanto enrarece nuestro ambiente social”, dice conformándose con el rechazo a ciertas “teorías del descoco” que establecen que “las circunstancias materiales justifican la inmoralidad, la indisciplina, el descomprometimiento”.

Las circunstancias materiales, las circunstancias sociales e ideológicas, la carencia de futuro personal, la pobreza generalizada ─ Sexto la considera “tan poco absoluta de Cuba” ─ no justifican en realidad una actitud indecorosa; la miseria no justifica el ejercicio de la prostitución, el desempleo no justifica que se robe, es cierto; pero esas circunstancias son las causas propiciatorias de esas actitudes negativas, contrarias a la virtud. Sin entrar en lo esencial, en lo que un periodista tiene que profundizar, investigar, criticar, enjuiciar Luis Sexto solo se conforma con hacernos una autocrítica, “hemos de hallar ─ aconseja sin ir a la raíz de los males ─ irresponsabilidad y culpabilidad entre nosotros mismos, como seres conscientes de nuestros actos. Y también en instituciones donde, en los últimos 20 años, se cobijaron el deshonor, la indisciplina, la indiferencia, incluso la pusilanimidad. Y dejaron de actuar, y facilitaron, incluso con la vista gorda cómplice, obras y acciones negativas. Necesitan, pues, de una autocrítica que rescate y reanime su naturaleza de veladoras de la armonía y de la limpieza legal y moral”.

¿En qué mundo vegetaba Sexto? La corrupción en todas las instancias de Cuba bajo el castrismo no es un fenómeno de los últimos 20 años como él asegura; esa corrupción ha estado presente casi desde el mismo inicio del poder castrista. Algo que pierde de vista ─ o no quiere ver ─ Sexto, como las desigualdades sociales que se han ido pronunciando entre una casta elitista ─ formada por altos funcionarios gubernamentales, altos oficiales de las fuerzas armadas, altos funcionarios del Partido Comunista y sus correspondientes familiares más cercanos, gozando de privilegios y comodidades exclusivas ─ y la población.

Cuando un gobierno controla, domina todos los poderes del Estado; cuando tiene bajo su control toda la economía nacional se crea un enorme ejército de burócratas que se consideran inamovibles y poderosos, el resultado es la corrupción, la venta de influencias y de beneficios y, como cita Sexto, el deshonor, la indiferencia, incluso la pusilanimidad.

El desprecio a la propiedad privada genera el desprecio a toda propiedad incluida la del Estado. La educación bajo principios ideologizados que exalta la gesta revolucionaria y a sus personeros, genera la deformación moral y cívica de los educandos. El desabastecimiento de los bienes esenciales genera el egoísmo y la falta de solidaridad humana.

Hemos de insistir en la educación” afirma Luis Sexto olvidando que las condiciones existenciales son las que forman o deforman a los ciudadanos. Sin libertad individual no hay educación que forme ciudadanos. Sin una prensa libre no hay cultura política y cívica. Esto lo sabe muy bien Luis Sexto. Así en lugar de considerar que “la escuela tendrá que renunciar a impartir una historia para ser oída, y escenificar y dramatizar la historia para ser revivida y reasumida” debiera decidirse por el establecimiento de una sociedad abierta, donde el gobierno no se considere el hacedor de la historia, donde fluyan libremente las ideas, donde la economía no sea propiedad del gobierno sino ejercicio de la actividad privada, donde exista plena libertad de opinión y de expresión de las ideas. Entonces, cuando esto sea conseguido, Luis Sexto no me verá como enemigo suyo por pensar contrario a como piensa él, y yo pueda extenderle la mano amistosamente sin importar que él sea marxista y yo no crea en las falacias de Karl Marx.

Entonces, nosotros, el pueblo, no feneceremos en lo vivido y sí, podremos tener vida en lo vivido.

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