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jueves, 11 de julio de 2013

No son culpables de la traición de Fidel Castro


Mario J. Viera

Escucho y leo a menudo lo que en gran parte del exilio y de la oposición se habla de los miembros de la resistencia antibatistiana. Por lo general son marcados con los peores tintes políticos, sin omitir el calificativo de terroristas y hasta de acusarles de ser responsables del sistema que se implantara en Cuba tras la fuga del dictador Fulgencio Batista.

Lo que hoy se considera como actos terroristas no era calificado así durante la primera parte del Siglo XX, se trataba de medios informales de lucha, tal vez sangrientos; sí, violentos, pero era el medio de enfrentarse a las fuerzas represivas poderosas e inescrupulosas. Así ocurrió durante nuestras lides emancipadoras. Machete y tea contra el poder colonial. En Bayamo de 1868 los insurrectos decidieron incendiar la ciudad y lo decidieron por todos sus habitantes. Este acto podría calificarse con los valores del presente como una acción terrorista.

Durante la lucha de grupos clandestinos contra el régimen de Gerardo Machado, se hizo estallar petardos, se recurría a ejecuciones extrajudiciales y corría la sangre. No recuerdo haber escuchado un comentario descalificando a los revolucionarios del 33. Y el ejemplo del 33 estaba inmerso en el imaginario popular; como estaba coligado el recuerdo de los movimientos de resistencia anti nazi de Europa, apenas una década antes.

A los militantes del Directorio Revolucionario, de la Organización Auténtica  y del Movimiento 26 de Julio lo más suave que de todos ellos, sin excepción se dice es que eran aventureros, es decir gente que disfrutaba la descarga de adrenalina que provoca cualquier situación donde se arriesga la vida. Nada de ideales en su comportamiento, solo amor por el peligro, por la acción, así se les ve cuando se les trata con mayor suavidad.

Muchos entregaron sus vidas valientemente, en un calabozo o en la vía pública luchando por lo que creían justo y correcto; por lo que creían era un deber patriótico. Esos que murieron jamás pudieron imaginar que en Cuba, gracias a su sangre, se establecería un poder totalitario.

Conocí a muchos miembros del clandestinaje, ninguno era comunista, una gran parte de ellos eran católicos practicantes, casi todos de extracción modesta o de clase media. De los comunistas que en esa época conocí, ninguno combatió al batistato con métodos insurreccionales. Estos últimos se agazapaban para luego, tras la victoria intentar la manipulación de los revolucionarios. Ellos, junto a Fidel Castro conspiraron para traicionar a la revolución, ellos condujeron al país hacia el dominio de un poder autócrata, totalitario.

La población, en general, respetaba a los jóvenes de la lucha clandestina, incluso les admiraban y en muchas ocasiones les protegían y hasta les ofrecían refugio.

Mientras la juventud se desangraba en ciudades, pueblos y bateyes, en la Sierra Maestra se fraguaba la traición de una revolución que aspiraba a restituir en todo su alcance la Constitución de 1940, el adecentamiento de los poderes públicos, el flujo de la democracia y la apertura de una puerta de esperanzas de superación para los emprendedores.

Los que cayeron, cayeron como héroes, los que sobrevivieron, algunos se unieron al carro del poder, otros se rebelaron contra la traición castrista y le combatieron con los mismos métodos que antes emplearan para combatir al régimen de Batista, muchos defraudados abandonaron el país, otros que se negaron a colaborar con la nueva dictadura pero sin emplear la violencia terminaron cumpliendo largas penas de prisión sin faltar los que tuvieron que enfrentar el paredón de fusilamiento.

Nombres muy respetados son ejemplos de esta aseveración. Resalta el nombre del comandante de la Sierra Maestra Huber Matos; del expedicionario del Granma y asaltante al Cuartel Moncada, Mario Chanes de Armas; del asaltante al Cuartel Moncada Gustavo Arcos Bergnes; del inolvidable Pedro Luis Boitel, ninguno fue comunista.

Ni José Antonio Echevarría, ni Frank País, ni  Sergio González, el Curita, ni Fructuoso Rodríguez, ni Joe Wesrbrook, Carbó Serviá, Arístides Viera González (Mingolo) o los menos conocidos como Andrés Torres (Cañeco), y los tantos que formaron filas en las acciones insurreccionales y perdieran la vida, ninguno de ellos son culpables de la traición de Fidel Castro.

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