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viernes, 17 de mayo de 2013

Pesadilla


(Cuento)

Mario J. Viera

De noche. Silencio; un silencio que por momentos es interrumpido por el ruido del motor de un viejo auto circulando por la calle; a veces interrumpido por el sonido desacompasado de unos secos ronquidos. A través de la ventana  de descoloridas persianas penetraba en la habitación el dulce aroma de un galán de noche que crecía desordenado en el descuidado jardincillo, sucio, enyerbado que se abre al frente de la casa.

La noche era desacostumbradamente fresca para ser agosto; pero  Roberto sudaba acostado sobre su cama; una cama cubierta con una detestable colchoneta, raída en parte, abultada en partes. Había echado a un lado una sábana ajada y percudida. Se revolvía sobre su lecho como atormentado por algún sueño inquietante.

Roberto, que quizá se llama Rolando y no Roberto o tal vez su nombre sea Rogelio… Para el caso poca importancia tiene el nombre que tenga… por lo general le costaba conciliar el sueño y cuando lo lograba no podía librarse de unas reiterativas pesadillas. Así en medio de la noche era habitual que se despertara agitado y nervioso y sin poder recordar detalles de su pesadilla.

Esta noche no era una excepción. Despertó bruscamente con sus nervios crispados; seca la boca, inflamada su lengua. Sentía un dolor seco en el centro de su vientre. Sudaba; su sudor bajaba por sus axilas, mojaba su frente… Sofocado se preguntaba por qué había despertado y no podía dilucidar la razón de su agitado y confuso despertar. Tenía la intuición de haber estado soñando, pero no podía recordar qué o en qué.

Sintió un fuerte deseo de orinar. Aún soñoliento abandonó el lecho. Rascó su velludo pecho. Bostezó y se dirigió al baño. Había olvidado descargar el inodoro antes de acostarse y sintió el hedor agrio del orine. Orinó profusamente; al concluir sacudió varias veces su pene y le retuvo en la mano por un breve tiempo. Tuvo como una ligera erección. Entonces miró hacia afuera por el ventanuco del baño. Vio la luz que esparcía un farol del alumbrado público.

-        Amanece ─ se dijo, confundiendo aquella luz con los resplandores del amanecer.

Volvió al lecho, sentándose al borde de la cama. Se quedó abstraído por un breve instante en la contemplación de sus desnudos muslos y la revoltura de su cabellera púbica. Se percató entonces que estaba completamente desnudo. No recordaba cuando se había acostado y mucho menos si antes de hacerlo se había desprendido de todas sus ropas.

Encendió la luz de una lamparita colocada en una minúscula mesa al lado del camastro. Vio su ropa esparcida por el piso; su ropa interior tirada sobre aquella vieja y desfondada silla.

-        ¿Por qué desperté tan temprano? ─ Se preguntó.

Se desperezó bostezando y estirando sus brazos cuan largos eran. Observó su pene. Entonces sintió unos fuerte deseos de masturbarse; pero se contuvo de hacerlo: “¡No ─ se dijo ─ es una vergüenza!”

Se preguntó a sí mismo cuándo fue la última vez que tuvo un orgasmo. Movió la cabeza negativamente, ¡no podía recordarlo! ¡Peor aún, no podía recordar si alguna vez había tenido sexo! No podía recordar si alguna vez había estado con una mujer… No podía visualizar con su mente el cuerpo desnudo de una mujer…

Se puso de pie y comenzó a hacer una larga serie de cuclillas que le hicieron sudar con más intensidad.

-        ¿Quién rayos soy yo? ─ se interrogó ─ Soy un hombre ─ se respondió ─ ¿Existo? ─ volvió a preguntarse.

Luego, contemplando el haz de luz que penetraba por la ventana se dijo: “Tal vez pueda contemplar toda mi figura a la luz que entra por la ventana, así sabré en realidad si existo o si solo soy una imagen onírica de alguien que en estos momentos está soñando con un hombre que no existe”.

Se dirigió a la salita; creía recordar que allí había como único tesoro de tiempos lejanos un hermoso espejo largo en el que se podía contemplar el cuerpo entero. Efectivamente, allí estaba aquel espejo recostado contra una de las carcomidas paredes de la habitación.

Se colocó ante el espejo y pudo contemplar la imagen de un hermoso cuerpo desnudo de varón.

-        “¿Acaso soy yo este que se refleja en el espejo? ─ de nuevo se preguntó ─ ¿Es posible que yo sea tan bello?”

Y quedó contemplando arrobadoramente la imagen que le mostraba el espejo. De pronto la imagen se desdibujó ante sus ojos. Frente a sí tenía la esperpéntica figura de un ser espantoso como escapado de la peor de las pesadillas. Un rostro gris, arrugado, de mirada siniestra y un cuerpo cubierto de hirsuta vellosidad cual si fuera un macho cabrío con aquel enorme falo de glande descomunal y purpúreo.

-        ¡Dios! ─ exclamó ─ Eso no puedo ser yo…

Palpó su cuerpo, su lisa piel lampiña, con solo vellosidad en el pecho; palpó su pene sin nada de aquella monstruosidad del falo que mostrara antes el espejo.

Retrocedió. La luz que venía de la calle apenas iluminaba la sala. Fue y prendió la luz del aposento. Volvió ante el espejo… Vio entonces una figura muy diferente de la terrible que había acabado de ver y, al mismo tiempo, distinta a la primera que había contemplado con admiración. Se percató que ahora la figura que le mostraba el espejo era la suya propia, sin hermosura pero tampoco sin aberración.

Sin poder comprender aquellas visiones fue a sentarse sobre el sucio sofá que había en la sala. Guardó silencio. Tomó aire, lo contuvo por unos segundos y luego espiró con fuerza por la boca. Relajó su cuerpo. Cerró los ojos y se quedó en actitud meditativa. Por su mente corrió un torbellino de ideas y de imágenes, algunas plácidas, otras angustiosas.

Se vio entonces envuelto por una intensa luz que provenía desde lo más profundo del universo y flotando en medio de astros, soles y planetas. Toda la armonía universal le rodeaba. Sintió que gozaba de una paz inexplicable, no sentía tristeza, ni angustia, ni dolor. Su alma estaba llena de gozo, de alegría y su cuerpo giraba en la ingravidez del espacio.

De súbito todo varió. Se veía ahora en medio de un lodazal negro y hediendo a estiércol. Chapoleaba en el fango y sentía un lúbrico placer en medio de una piara de cerdos que se revolcaban junto a él en aquel cieno y que copulaban furiosamente. El fango y las excretas de los cerdos cubrían todo su cuerpo, pero él se sentía excitado y anhelante, con libidinosa imperiosidad se acopló a una cerda y vertió en ella todo el caudal de su esperma…

Sintió entonces un vahído y se tendió  a lo largo del sofá. Respiraba con dificultad. Su cuerpo de nuevo se cubrió de sudor; pero era un sudor frío, como de fiebre. En medio de la penumbra vio que se le acercaba un cuerpo con figura femenina. No podía distinguir sus rasgos, solamente le adivinaba, le imaginaba. Sintió el delicado calor que se desprendía de aquel cuerpo femenino. Aspiró el aroma de aquel cuerpo que se le antojó húmedo. El rostro sin rasgos de aquella figura de mujer se acercó al suyo. Sintió su cálido aliento perfumado de canela…

Y la etérea figura que se le había aparecido se colocó sobre su cuerpo; sentía su peso, su calor, el roce de unos túrgidos pechos femeninos apretados contra su pecho. Los brazos  de la oscura y difuminada apariencia femenina se aferraron a las caderas de él, mientras su boca le propinaba caricias ardientes. El suspiraba y hasta gemía de placer. Rodeó con sus manos la espalda escamosa, rugosa de aquella bestia de lascivia que se contorneaba sobre sus caderas. Entonces divisó algo que le conturbó violentamente.

Frente a él se erguía una presencia. Algo, una forma que no podía identificar, un ser inalcanzable cual si fuera una sombra alargada que le contemplaba con unos ojillos brillantes encendidos en lujuria. Intentó incorporarse, apartar de sí la figura femenina que se convulsionaba sobre él pero quedó paralizado como si fuera una estatua de sal. Sobre él una enorme serpiente estaba en lugar de la figura femenina que le engullía los genitales. Gritó aterrado. Gritó impulsado por el dolor tremendo que sentía…

A través de la ventana  de descoloridas persianas del dormitorio penetraba la luz de un nuevo amanecer. Roberto, o quizá Rolando, despertó bruscamente, sudoroso… con los nervios crispados. Se preguntó por qué se había despertado con aquella sensación de estar sin aliento. No podía recordar que le había hecho despertar. Tenía la impresión de haber estado soñando pero no podía saber qué. Se incorporó y miró hacia la calle a través  de la ventana.

-        Amanece… ¿Por qué me he despertado tan temprano?

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