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domingo, 14 de abril de 2013

Manual para deshonestos


Quienes, invocando al pueblo, hoy piensan que se saldrán con la suya con zancadillas seudo legales, silencios espesos y agresiones judiciales, quienes son capaces de cualquier cosa para no soltar el poder político, serán finalmente juzgados como lo que son por las siguientes generaciones de ciudadanos.

Alonso Moleiro. TALCUAL DIGITAL

Escribo estas líneas en la víspera del desenlace del domingo 14 de abril. Una campaña electoral abrupta y de carácter inédito, extremadamente corta e incluso más apasionada que las registradas en el pasado reciente.

Sin bien la maqueta de simpatías e identificaciones no debe conocer modificaciones demasiado estructurales en el trazo grueso ─ dos fuerzas políticas que copan completamente la escena nacional, y que han invadido los espacios domésticos con sus valores emocionales y postulados ─, es obvio que la ausencia de Hugo Chávez está produciendo algunos desequilibrios, todavía no demasiado perceptibles, en la vida cotidiana de los venezolanos.

El chavismo mantuvo el espíritu de cuerpo y honró la última disposición de su líder, acompañando la candidatura de un trastabillante y controvertido Nicolás Maduro.

Un dirigente que ha desarrollado técnicas para maniobrar y desplazarse en la política como parte del alto gobierno, en calidad de funcionario público, como ha quedado dicho en otra parte por quien suscribe, pero que tiene objetivas debilidades como figura nacional al momento de convocar simpatías en unas elecciones. Muchísimo más en unas elecciones de este tenor.

Queda claro que Maduro fue el sucesor escogido y que la militancia del gobierno identificó en su figura los elementos unificadores que necesitaba en el espacio emocional dejado por el desaparecido Chávez.

La debilidad de su oratoria y su discutible carisma, junto al apreciable abismo que podemos constatar cuando establecemos la comparación con su predecesor, lo único que nos indican es que la brevedad de esta campaña hizo mucho para ayudarlo.

De haber tenido un margen mayor de exposición, con bastante probabilidad el capital político del oficialismo se habría desmigajado con alarmante rapidez. El nerviosismo exhibido por la alta dirigencia del PSUV en los últimos días, expresado en truculentas denuncias que se contradicen unas a otras, así lo delata.

En la otra acera, Henrique Capriles Radonski comandó a una Mesa de la Unidad con un aparato bastante más modesto y una militancia con una fidelidad algo más condicionada que la de sus adversarios.

Fue un acierto de Capriles endurecer el tono de su mensaje y descorrer ante los venezolanos la terrible realidad cotidiana que padecemos, olvidándose por esta ocasión de complacer los oídos del presuntamente existente "chavismo blando".

Capriles conoció un enorme crecimiento como líder político, y, más allá del resultado, condujo una campaña electoral totalmente acertada en términos conceptuales y estratégicos.

Queda en la audiencia la sensación de que se desarrolló una contienda en la cual abundaron las acusaciones menudas y los insultos sin contenido. Expresión inequívoca de la decadencia nacional, un proceso lento pero sostenido que ha vivido la nación en los últimos 20 años.

La terrible debilidad institucional vigente en el país me permite hacer un hincapié esencial para apuntar lo fundamental de esta nota: el enorme desbalance existente en materia de condiciones y oportunidades; la forja de un sistema de decisiones políticas destinadas a favorecer al status y al gobierno; el cuadro estructuralmente desequilibrado que se registra en la opinión pública; la reiterada secuencia de violaciones a la normativa legal que favoreció a una de las dos tendencias en un contexto de completa impunidad.

En fin, me refiero a las reiteradas declaraciones, en clave de amenazas, violatorias a la Constitución Nacional, hechas por el ministro de la Defensa a favor del partido de gobierno.

La grotesca e ilegal intromisión de la Fuerza Armada en la política cotidiana, herencia directa de un hábito que le impuso a la nación el propio Chávez, que contradice el espíritu constitutivo de la institución castrense.

El empleo ventajista que hizo el PSUV de todos los bienes del Estado, con el objeto de favorecer a su causa. La consolidación del peculado de uso, la administración inescrupulosa y corrompida de los bienes nacionales a favor de una parcialidad política, la superposición de los objetivos del gobierno con los del Estado como expresión de uno de los rasgos más visibles del subdesarrollo y el retroceso que experimentamos como sociedad. Especialmente patente en el comportamiento de medios estatales, como Venezolana de Televisión.

La escasez de modales y de vergüenza de las instituciones públicas para presionar a sus empleados; la ofensiva lenidad complaciente, que, al respecto, se observa en instituciones como el Ministerio Público.

La consolidación de un ambiente político en el cual ha sido posible que la disidencia haya sido amenazada, agredida con insultos de diverso calibre; vilipendiada con cualquier licencia, coaccionada de forma por demás cobarde, en medio de un silencio deshonesto e indignante, que incluye, también, al Consejo Nacional Electoral, en episodios como el que tuvo que vivir Norkys Batista breves días atrás.

Coloco estos apuntes sobre la mesa, nuevamente, sin conocer todavía el desenlace electoral, como quien manda un mensaje dentro de una botella. Nuevos tiempos se irán aproximando; más allá de los titulares y la lectura gruesa, generaciones futuras de venezolanos curiosos tendrán que pergeñar material de prensa y artículos como este para poder comprender lo vivido en este complejísimo tiempo histórico. Esta ha sido la era del fanatismo, la impostura y la ausencia de escrúpulos.

Quienes, invocando al pueblo, hoy piensan que se saldrán con la suya con zancadillas seudo legales, silencios espesos y agresiones judiciales, quienes son capaces de cualquier cosa para no soltar el poder político, serán finalmente juzgados como lo que son por las siguientes generaciones de ciudadanos.

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