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lunes, 11 de febrero de 2013

Encuestas y reelección


Diego Araujo Sánchez. HOY.com

En una campaña en la cual se impone el mercadeo electoral sobre la confrontación ideológica y los debates de tesis y programas de gobierno, las encuestas entran en la misma corriente de falsificación de una propaganda política en la que no hay ciudadanos sino clientes; así las encuestas no solo orientan las cuñas publicitarias, mensajes, tácticas y gestos de las candidaturas y su presencia en televisión, radio, prensa y redes sociales, sino que pasan por predicciones o anticipación del futuro y oráculo inevitable de los resultados en las urnas.

En esta simulación de democracia creada por la publicidad, se utilizan las encuestas para generar la imagen de un candidato invencible: las abismales diferencias entre los porcentajes de supuestas intenciones de voto producen la sensación de que la suerte está echada y de unas elecciones casi inútiles pues van a repetir en las urnas, como una copia exacta, la fotografía que se tomó semanas o hasta meses atrás de las tendencias electorales. No hay lugar para las sorpresas. Los simulacros terminan por convertirse en la realidad.

Dentro de esa misma lógica, cae como anillo al dedo la prohibición formal de difundir los resultados de las encuestas en el tramo final de la campaña. Porque abre puertas subrepticias para alimentar la danza de las cifras que llegan, de todas formas, a los ciudadanos: circulan encuestas atribuidas a tal y cual empresa que, en algún caso, hasta desmiente haberlas realizado; para no pocos ese instrumento cae en desprestigio y no falta quien reivindique "las encuestas de carne y hueso" para refutar las cifras adversas que arrojan los sondeos que se filtran de empresas conocidas y desconocidas; pero en la precepción de una mayoría, las cifras solo esperan el trámite de comprobación en los comicios del próximo domingo.

No sorprende, entonces, que se perciba todo el proceso electoral como aburrido, ni que sean sus atributos más notorios la apatía y el desinterés. La política se ha vaciado de contenido. Las promesas de participación ciudadana se quedaron en clientelismo, puro mercadeo y manejo publicitario.

El talante de esta campaña se halla determinado en gran medida por la figura de reelección inmediata que introdujo la Asamblea de Montecristi. Hasta algunos de los inspiradores de ese cambio en la Constitución expresan ahora su tardío arrepentimiento. Los resultados de permitir la reelección presidencial inmediata saltan a la vista en el simulacro de democracia. ¿No es una ficción una competencia electoral con tan abismal desigualdad como la que se ha dado entre el candidato presidente y los demás candidatos? El presidente anticipó seis años atrás que permanecería en permanente campaña. Y ha cumplido su palabra. Durante esta campaña, solo comparar los minutos que ha copado la televisión y la radio, los espacios de la prensa en manos del Gobierno y la de los demás candidatos ilustra las dimensiones de la desigual participación electoral. Mientras el país no cuente con instituciones confiables ni la democracia con un régimen de partidos políticos vigoroso, la reelección inmediata solo favorece el caudillismo populista. La alternabilidad inmediata al menos pone distancias entre las decisiones gubernamentales y el interés electoral. El mandatario no requiere permanecer en campaña durante su ejercicio del poder.

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