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viernes, 8 de febrero de 2013

De la "revolución" a la descomposición


Diego Bautista Urbaneja.  EL UNIVERSAL
No es muy seguro que este proceso que hemos vivido desde hace catorce años pueda ser considerado una revolución, como sus jerarcas parecen aspirar que se haga. En cualquier caso, en la historia venezolana la palabra revolución es una palabra muy devaluada. En el siglo antepasado se la usó para bautizar cualquier cosa que significara un cambio de gobierno. En el siglo pasado el único evento que reivindicó el título fue la llamada revolución de octubre, que derrocó al gobierno de Medina Angarita, y con la cual es de suponer que el chavismo no quiere tener ningún parentesco.

Revolución socialista desde luego no es, de modo que sería una revolución en el sentido venezolano de la palabra, por sí mismo nada claro. De modo que lo mejor es usar la palabra entrecomillada. Pero sea lo que sea esta "revolución", creo que se la puede considerar terminada. Su fuerza impulsora, Hugo Chávez, está agotada, si es que él mismo por su parte no la había dado por terminada ya hace algún tiempo.

Es posible incluso pensar que la preocupación de Chávez empezaba a ser la eficiencia y que lo mismo estaban pensando los supervisores cubanos, los hermanos Castro, que necesitan que este país funcione para seguir recibiendo el abundante sostén venezolano. De ser esto cierto, a lo mejor lo que venía era una etapa de moderación en el gobierno chavista.

Pero eso es a estas alturas una pura especulación que no tiene mayor utilidad. Lo que en la realidad efectiva estamos viendo es un proceso de descomposición nacional e indetenible.

El Gobierno carece de una fuerza ductora e impulsora, como la que significaba la presencia de Chávez. Las limitaciones intelectuales y de personalidad de quienes aparecen compitiendo por la sucesión son evidentes. Otros factores que dentro del oficialismo pudieran aspirar a ocupar los lugares de relevo, y que pudieran significar un cambio de orientación, están por los momentos ─ y si es que existen ─ demasiado agazapados y no es nada seguro que cuenten con apoyos de importancia en el mundo del chavismo. Los verdaderos sustitutos inmediatos de Chávez como elemento de conducción, los jerarcas cubanos, tienen los problemas que son de suponer para hacerse sentir abiertamente como tal fuerza gobernante. Tratándose, a fin de cuentas de un gobierno extranjero, su principal preocupación es asegurar que sus intereses queden bien atendidos, pero no pueden encargarse del gobierno como tal. Por ahora les basta con que el Gobierno esté en manos de un hombre de confianza, al que puedan dar instrucciones cada vez que les interese.

De modo que el proceso de descomposición y de desgobierno sigue su curso prácticamente sin obstáculos. Las manifestaciones de ello son múltiples y en todos los frentes. Uribana, desabastecimiento, repunte de la inflación, lo que se cuenta del mundo popular, la negativa china a nuevos préstamos...

Ya la "revolución" quedó atrás. Lo que respecto de ella se puede hacer es tratar de estirar, a fuerza de gritos y de actos, su presencia simbólica y retórica. Pero, después que cesan los gritos, los insultos y las amenazas con las que Maduro quiere tapar su gran vacío mental, que las conmemoraciones terminan, que los asistentes a los mítines vuelven a sus casas, lo que queda es la inopia de Maduro, el desconcierto de Giordani, las angustias de Merentes, las maquinaciones de Ramírez, la incompetencia de Varela... y el descalabro en marcha del país.

 El discurso de la alternativa democrática ha de tomar nota de este nivel de descomposición y usar el lenguaje que le corresponde. Lo recientemente acontecido en Uribana o en el 23 de Enero, lo que ocurre en las calles de Caracas, ya no puede designarse con las palabras habituales. Ya no es un simple "problema carcelario" ni un asunto de "inseguridad". Son asuntos de otro nivel, que requieren un nuevo nivel de dramatismo a la hora de denunciarlos y de ofrecerse como solución. El país puede tal vez deslizarse hacia abajo sin casi percibirlo. Puede asimilar cualquier clase de descomposición y llegarla a considerar una situación normal. Es a la dirigencia política a la que corresponde dar el grito, poner al país ante sí mismo, ante lo que está llegando a ser. Es a ella a la que corresponde impedir que la colectividad, abrumada por los problemas de la vida cotidiana, se hunda sin darse cuenta.

 Ya no hay "revolución" que valga, para disimular bajo su sonoro nombre lo que le está pasando al país. Dio paso a su etapa superior, la pura y simple descomposición.

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