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martes, 25 de diciembre de 2012

Por qué no les creo


Jorge Ramos

“Lo peor de todo es que, pronto, otra masacre volverá a ocurrir en Estados Unidos. Está anunciado.” Esto lo escribí hace cinco meses, después de la matanza en un cine de Aurora, Colorado, donde murieron 12 personas. No había que ser brujo o vidente para pronosticarlo. Estaban dadas todas las condiciones para otra masacre: acceso ilimitado de armas y un Congreso temeroso a poner nuevas restricciones a sus ventas. Y pasó: 27 personas fueron asesinadas en una escuela de Newtown, Connecticut, incluyendo a 20 niños.

Ya no les creo a los políticos que dicen que van a imponer límites al uso de armas. Siempre dicen lo mismo después de una masacre y no hacen nada. Tras la muerte de 15 personas en la escuela secundaria Columbine, en Colorado, en 1999 no hicieron nada. Tampoco tras el asesinato de 32 en la universidad Virginia Tech en el 2007. Y ahora, tras el asesinato de una veintena de niños, dicen que sí van a hacer algo al respecto pero tienen cero credibilidad. Por eso no les creo.

La realidad es que tenemos un Congreso con miedo. La mayoría de los congresistas temen proponer nuevas leyes que limiten el uso de armas. ¿Por qué? Porque se enfrentarían a la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y a los millones de dólares que la poderosa organización podría invertir en su contra en las próximas elecciones. Como me comentó el representante de Illinois, Luis Gutiérrez, para cambiar las leyes actuales se necesitan muchos congresistas dispuestos a perder su puesto. Y, la verdad, yo no conozco a muchos congresistas así.

Esta es la realidad que es preciso cambiar. En ningún país del mundo hay tantas masacres en escuelas como en Estados Unidos. En esta nación hay, aproximadamente, un arma por cada uno de sus más de 300 millones de habitantes. Uno de cada tres hogares tiene una pistola o un rifle. Y es más fácil conseguir un arma para matar que una medicina sin receta médica.

El rifle utilizado por el pistolero es muy similar al que usan las tropas de Estados Unidos en las guerras de Afganistán e Irak. Poseer un rifle de ese calibre solo puede tener un propósito: matar a seres humanos. Nunca he escuchado de un cazador que sale en busca de venados con rifles que disparan ráfagas de balas al tocar una sola vez el gatillo.

Es un argumento falso el decir que con más armas estamos más seguros. Japón ha demostrado que con menos armas hay menos asesinatos. Ahí los ciudadanos, con muy raras excepciones, tienen prohibido portar armas.

Después de una masacre como esta, siempre acaban diciendo que el responsable estaba “loco”. Pero la diferencia en Estados Unidos es que esos “locos”, si de verdad lo fueran, tienen acceso irrestricto a armas de fuego. Sin armas de fuego, los problemas y las venganzas personales de Adam Lanza no hubieran culminado en una matanza.

En estos momentos es impensable en Estados Unidos eliminar la segunda enmienda de la Constitución, que garantiza la compra y uso de armas para cualquier ciudadano. Pero ciertamente las circunstancias que vivimos ahora son muy distintas a las que motivaron en 1791 a que se aprobara dicha enmienda. Aquí, lo verdaderamente radical, sería el buscar la erradicación de la segunda enmienda. Pero no hay la voluntad política, siquiera, para plantear la idea en el Congreso.

En abril del 2007 viajé a Blacksburg para cubrir la matanza de 32 personas en la universidad de Virginia Tech. En esa ocasión me sorprendió como en un momento puedes estar tomando una clase de alemán o de hidrología y, al siguiente, estás muerto.

Poco después escribí que era “una locura que un perturbado mental como Cho Seung Hui pueda comprar fácilmente armas de ataque en Estados Unidos.” Y concluí con pesimismo: “Nada va a cambiar.” Desafortunadamente, tuve razón hace cinco años. Las masacres se han repetido una tras otra. Y ahora estamos esperando la que sigue. Pronto.

Aun si los congresistas norteamericanos se atrevieran a poner a un lado sus diferencias políticas y lograran un acuerdo para limitar el uso de armas de combate, millones de pistolas y rifles seguirían en circulación. Y eso no tocaría, ni en lo más mínimo, la cultura de violencia que reina en Estados Unidos, desde sus dos guerras hasta sus juegos de video.

Por eso no les creo a los políticos norteamericanos cuando dicen que ahora sí es el momento para hacer algo que evite más masacres como la de Newtown. Cierto, Estados Unidos vive un duelo similar al ocurrido después de los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001. Hay esa terrible sensación de que cualquiera de nosotros pudo haber sido el padre o la madre de uno de los 20 niños asesinados.

Pero temo concluir con el mismo pesimismo que antes: nada va a cambiar y, otra vez, solo estamos esperando a que ocurra la siguiente masacre. Basta saber cuándo y dónde.

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