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jueves, 25 de octubre de 2012

¡Que bien se nada fuera del agua!


Empecemos por aclarar que efectivamente la revolución destacó la importancia de la educación, pero no sobre las ideas de Martí, sino sobre las de Antón Makarenko, un pedagogo soviético nacido en Ucrania.

Frank Cosme Valdés Quintana. CUBA ACTUALIDAD (PD)
Escolares cubano en labores agrícolas

El título de este trabajo lo dice todo. Esa es la impresión que a cualquiera le causa cuando alguien da como cierto algo que es falso y no solo eso, sino que emite juicios donde afirma algo que desconoce.

Una noticia leída en el blog español Terra del 4 de octubre pasado, además de informar sobre ciertas realidades actuales referentes a las rebajas en el presupuesto que se dirige hacia la educación en Cuba, parece al mismo tiempo ─ por el rumbo que coge esta información en cuanto afirmaciones ─ que justifica la debacle social y educativa ocasionada por las llamadas escuelas en el campo.

Según el autor de este artículo: “La revolución destacó la importancia de la educación e incorporó las ideas de José Martí, padre intelectual de la nación”. Indica este “experto” que José Martí “defendió la norma de combinar el estudio con el trabajo”, una práctica que el gobierno revolucionario adoptó con la creación de las escuelas internas en el campo.

Ahora resulta que Martí, además de ser el autor intelectual del Moncada, según el máximo jefe, de acuerdo a este cubanólogo es también el autor intelectual de las escuelas en el campo.

Empecemos por aclarar que efectivamente la revolución destacó la importancia de la educación, pero no sobre las ideas de Martí, sino sobre las de Antón Makarenko, un pedagogo soviético nacido en Ucrania.

En los primeros años de la revolución, después de desactivar la Escuela Normal para Maestros, sita en la esquina de San Joaquín y Amenidad, en La Habana, esta fue suplantada por el Instituto Pedagógico “Antón Makarenko”.

 Las maestras makarenkos, como las llamaban, eran jóvenes traídas de provincias, que fueron preparadas para dar clases en un nuevo estilo, el estilo ruso de enseñanza, donde lo azul era rojo, justificado con la ya conocida dialéctica marxista.

 Hoy, ni siquiera en los medios oficiales casi se nombra a este fracasado experimento ─  uno de tantos, como la escuela al campo ─ en que se pretendió de la noche a la mañana convertir en pedagogas a un grupo numeroso de adolescentes (en años recientes volvió a ocurrir con los maestros emergentes).

En cuanto a que Martí defendía la norma de combinar el trabajo con el estudio, eso es más viejo que Matusalén. Hasta en la antigua Grecia hubo maestros que la aplicaban. Pero en ningún momento Martí se refirió a construir escuelas” en el campo e internar obligatoriamente a los educandos separándolos de los padres. Más bien habló sobre “un huerto escolar” en los terrenos aledaños a la escuela, algo que los que ya peinamos canas conocimos en los antiguos colegios. Pero con la revolución, el pequeño huerto se convirtió en las escuelas en el campo, situadas hasta a 100 kilómetros de distancia del lugar de residencia de los alumnos.

Para qué hablar de los 15 días obligatorios en Tarará, al este de La Habana, que tenían también que pasar los niños de primaria, que fueron suspendidos por el desastre de Chernóbil, en Ucrania, pues en aquel campamento alojaron a los niños accidentados que fueron atendidos en Cuba.

Aunque también en este artículo de Terra se nombra a un arquitecto que expresa que la educación universitaria era “casi segura”, en ese “casi” no explicó o no se atrevió a explicar este constructor, que muchos que les gustaba estudiar no pudieron, pues entre el Servicio Militar Obligatorio (SMO), el Servicio Militar General (SMG), la guerra de Angola y posteriormente las movilizaciones militares por cuanta cosa dijeran los presidentes de turno de Estados Unidos, lo cual acababa siempre en un estado de alerta en Cuba.

Algunos lograron escapar gracias a certificados médicos, amistades en el comité militar o simplemente porque tuvieron suerte. Las mujeres fueron las menos afectadas, pues aunque se intentó, no progresó el servicio militar obligatorio para ellas y es por eso que hay más mujeres profesionales que hombres en Cuba. No es una conquista de la revolución, como pregonan algunos voceros y repiten algunos medios foráneos: es una consecuencia fruto de una causa.

 El autor se despista aún más en este artículo de Terra, cuando también enfoca las quejas de muchas familias que no pueden pagar maestros particulares para sus hijos con la intención de que puedan conseguir carreras universitarias. Lo hace de una forma que desvía la atención hacia la esencia de esta anomalía, que es una simple pregunta: ¿Es entonces tan deficiente la educación en Cuba que hay que pagar maestros particulares para que los hijos aprueben? Habría que agregar que así sucede desde hace años y desde la primaria.

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