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miércoles, 3 de octubre de 2012

Capriles va a ganar


Fernando Mires. Blog POLIS

No avalado por cálculos, menos por estadísticas, en ningún caso por encuestas, ha crecido en Venezuela un entusiasmo indescriptible en torno a la figura de Henrique Capriles convertido en centro, ya no sólo de un movimiento electoral, sino de un amplio frente social y político en el cual convergen al menos tres tendencias.

Una tendencia busca ampliar los espacios de libertad restringidos por el régimen, abrir los diques que bloquean la circulación de ideas, y vitalizar una de las premisas de toda democracia: la separación de los poderes públicos, sobre todo la del judicial con respecto al ejecutivo, separación sin la cual la vida de cada ciudadano es sometida a la arbitrariedad del personaje que detenta el poder.

Otra tendencia, más política que social, busca desplazar a un grupo enquistado en el poder, una “nomenklatura” o clase estatal dominante formada al interior de los aparatos del Estado y resguardada ─ incluso en su indesmentible corrupción ─ bajo la imagen del líder supremo.

Efectivamente, durante el chavismo Venezuela ha asistido a una toma del poder, pero no del pueblo hacia el Estado sino del Estado hacia el pueblo. O dicho así: lo que ha tenido lugar en la Venezuela de Chávez no es más que el progresivo secuestro de la sociedad por parte de una oligarquía estatal con un núcleo central, menos que militar, militarista. Con la dramática excepción de Cuba, el último de su especie en todo un continente.

La tercera tendencia es social más que política y ella se encuentra inserta en el muy completo programa presidencial de la MUD. Ahí confluyen ideas relativas a una economía social de mercado en el marco de un programa social más profundo que el del propio chavismo al que se atienen, punto por punto, todas las promesas de Capriles. Promesas ─ así lo percibe la opinión pública ─ que no provienen de visiones meta-históricas sino de la inmediata realidad.

Capriles no va a cambiar el mundo, tampoco lo propone. Pero sus promesas -y esa es una de  las razones por las cuales el apoyo a su persona sigue aumentando- son perfectamente realizables. Eso quiere decir: la suya no es una utopía anidada en un futuro ignoto, como es la de Chávez  a quien, (textual): “No importan los apagones; lo que está en juego es la Patria”. Capriles sabe, en cambio, que con apagones la propia Patria se apaga.

En torno a Capriles ha sido construida una unidad política casi perfecta. De todas las oposiciones existentes en Latinoamérica, la venezolana es la más organizada. Cubre un amplio y multicolor espacio que refleja, como en un espejo, la correlación de fuerzas que impera a nivel nacional. Allí tiene cabida una minoritaria derecha, un amplio centro político y una izquierda que en líneas generales apunta a un proyecto democrático y social en algunos puntos similar al que impera en países como Chile, Uruguay, Brasil, Perú y Colombia, entre otros. En fin, la solidez y coherencia programática, la figura de un líder catalizador y, sobre todo, un entusiasmo avasallante, hace decir a muchos electores: “Capriles va a ganar”.

La esperanza del triunfo comenzó a vislumbrarse en las propias primarias. En efecto, nadie pensaba, ni siquiera los más optimistas, que en esas primarias votarían más de tres millones de personas. Mucho menos imaginaron que dos millones votarían a favor de Capriles. Leyendo las opiniones de la mayoría de los analistas opositores se tenía incluso la impresión de que el vencedor(a) iba a ser otro(a). La brecha entre las opiniones intelectuales y lo que el pueblo estaba buscando era en esos días tan amplia como la que hoy muestran ominosas empresas encuestadoras y lo que cada uno ve en las calles. Evidentemente, la energía que daría como triunfador a Capriles cursaba canales subterráneos, inaccesibles a la lógica de las encuestas. Es la misma energía que hoy hace decir a tantos: “Capriles va a ganar”.

El origen profundamente democrático de la postulación de Capriles no tardaría en reflejarse en la propia campaña. Pocas veces Venezuela ha asistido a una comunicación tan intensa entre pueblo y candidato, hasta el punto que es posible afirmar que el discurso de Capriles no es sólo de Capriles sino del diálogo que ha tenido lugar entre fracciones del pueblo con Capriles.

Las concentraciones a favor de Capriles se han convertido en verdaderas asambleas populares.

La asamblea es la más antigua y a la vez la más recurrente de las expresiones populares. A través de la asamblea, esto es, de las voces de los representantes del pueblo, la democracia adquiere su expresión más radical. Bien aconsejado estaría Capriles entonces si durante su gobierno esas asambleas que espontáneamente nacieron gracias a su candidatura, pudieran seguir existiendo. Pues a través de la asamblea, la política se convierte en cosa real y no ideológica. O también: gracias a la asamblea, la política tiene lugar en espacios y tiempos determinados. No fue por tanto casualidad que desde esas asambleas surgiera la creencia: “Capriles va a ganar”.

A través de incansables recorridos, Capriles ocupó las calles: el espacio nacional. Y mediante un discurso polémico, mas no agraviante, logró poner al chavismo en el lugar al que pertenece: el pasado. Eso quiere decir que en las elecciones del 07. de Octubre tendrá lugar una confrontación entre dos tiempos históricos: el que primaba  durante la Guerra Fría del cual el discurso de Chávez es uno de sus últimos restos (quizás el último) y el del futuro. Más aún, a través de la reiterada mención a la idea de “progreso”, Capriles ha dado a entender que el suyo será el gobierno del futuro. Y porque la gente necesita creer en el futuro más que en el pasado, muchos piensan con razón: “Capriles va a ganar”.

La lucha entre el pasado y el presente se expresa, como ha formulado Teodoro Petkoff, en “dos modos de vivir la vida”. A esa vida pertenece la política, sin duda. Pero no toda la vida es política, como ha hecho creer el chavismo. La política es sólo una franja entre varias que constituyen la vida. Eso significa: los enemigos políticos no tienen por qué ser enemigos personales como ha llegado a ocurrir durante la era chavista.

La reconciliación, uno de los temas centrales del discurso de Capriles, no eliminará las diferencias de pensamiento. Pero sí creará un espacio para que esas diferencias sean dirimidas políticamente, es decir, sin insultos ni violencia, con las palabras de la decencia y no con las del odio, que son las de Chávez y los suyos.

Esa idea de “reconciliación en la diferencia” implica otro “modo de vivir la vida” a la que después de 14 años de hipertensión tienen derecho todos los venezolanos, sean antichavistas o chavistas. Y quizás, más que la lucha por la seguridad, más que los temas sociales, más que toda ideología, la idea de la “reconciliación en la diferencia” – a la que incluso algunos antichavistas son reacios ─ ha llegado a convertirse en el hilo conductor del discurso de Capriles. Y, por cierto, en otra de las razones ─ quizás la más decisiva ─ que lleva a decir a muchos: “Capriles va a ganar”.

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